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Segunda Hora

Julia Rossi

La linda chica con la que voy a pasar veinte horas en mi carro es de Vela Mar, maldita sea.

—¿De allí tu nombre?—Pregunté con algo de sarcasmo.

—¿Es muy obvio?—Preguntó riendo, ahora su risa me parece insoportable.—¿De dónde eres tú?

Relamí mis labios con algo de malicia.

—De Puerto Alvanza.—Volteé en su dirección para sonreír por un segundo y luego giré mi cabeza nuevamente para ver la autopista.

Por el rabillo del ojo pude ver cómo su cara pasó de sorpresa a desagrado.

—Oh...—Fue lo único que salió de sus labios.

Nos quedamos unos diez minutos en silencio hasta que volvió a hablar.

—Entonces... Eres de Puerto Arrastra. Eso explica tu carro en mal estado.

¿Disculpa?

—Y tú eres de Vela Marrano, debería llamarte Marrana ¿Verdad?—Pregunté con inocencia.

Volteó el rostro hacia mi dirección con el ceño fruncido. No me sentí culpable, ella comenzó al insultar a mi bebé.

¡Mitsubi-chan no está en mal estado!

—¿Qué fue lo que me dijiste?

—Aparte de Marrana eres sorda, la gente de Vela Marrano nunca deja de sorprenderme.—Empecé a reír.

—Imbécil. Detén el carro, voy a bajarme.—Dijo determinada

—¿Es enserio? ¿Te vas a bajar en medio de la nada?

Recogió su bolso de lona y lo colocó las correas de este en su hombro.

—Con tal de no estar encerrada con una arrastrada por... 35 horas. Prefiero caminar.

Apreté mis labios para no insultarla por el terrible cálculo de horas.

Aunque lo que menos quiero es convivir con alguien de Vela Mar, se que es imposible conseguir a alguien por esta zona que también vaya a Toriba.

Suspiré con cansancio.

—Escucha, ambas queremos ir a Toriba, es imposible que llegues viva de aquí hasta allá a pie.—La miré por un momento y sabía que concordaba conmigo.—Y yo necesito de alguien que pueda mantenerme despierta en la madrugada.

Tomé una pequeña pausa, necesitaba concentración para rebasar a un camión en frente nuestro.

Cuando lo dejé atrás volví a la conversación.

—Entonces, para llevar la fiesta en paz, tratemos de hablar lo menos posible. Y si vamos a hablar, que no sea de Puerto Alvanza o Vela Mar.

Marla asintió en acuerdo.

—Está bien, pero al menos enciende la música, no quiero quedarme en un silencio incómodo.

Allí recordé el mix de canciones, era una extraña mezcla de música en español, en inglés y asiática.

Ay no, que vergüenza.

—Mejor pon la música de tu teléfono.

—No tengo teléfono.—Dijo secamente.

—¿Acaso en la super ciudad no venden teléfonos?—Dije burlándome de uno de los anuncios publicitarios de Vela Mar, al instante me arrepentí.—Lo siento... No quise decir eso.

Marla resopló.

—Claro.—Hubo una pausa.—Ayer me lo robaron, quería ir a hacer la denuncia pero es un proceso que toma mucho tiempo.

La miré con preocupación, al notarlo ella volvió a hablar.

—Tranquila, no es la primera vez que me roban.—Dijo con un risa algo forzada.—"Si alguna vez no te han robado, entonces no eres de Vela Mar", es un chiste que seguramente nunca ha salido en los comerciales turísticos.

No es un secreto de Vela Mar no es la zona más segura del mundo, pero no tenía idea que su gente estaba tan acostumbrada a los robos que tenían chistes sobre eso.

—De verdad no sé que decirte, en Puerto Alvanza no es común que a alguien le roben.

Marla rodó los ojos con fastidio.

—Si ya lo sé "La ciudad más segura del estado" pero al menos en Vela Mar-

—Dejame terminar.—Dije rápido antes de que se armara otra disputa entre ambas.—Tal vez no es común en Puerto Alvanza que alguien robe, y es porque todos se conocen. Algo que es más negativo que positivo.

Su rostro molesto pasó a uno intrigado.

—¿Por qué eso sería algo negativo? Si todos se conocen nadie sería capaz de hacerle daño a otro.

—Eso es lo único positivo. Cuando todos se conocen nunca puedes hacer algo diferente al resto o sino te van a apuntar toda tu vida.—La miré por un momento.—Por el ejemplo, pintarse el cabello.—Marla se agarró un mechón de pelo inconscientemente.— Cuando la hija de la vecina Gloria; Manuela, se tiñó el cabello de morado, toda la ciudad se enteró, y ninguno de los padres de sus amigos querían que se juntaran con ella.

La peliverde me miró sorprendida.

—Manuela en ese momento tenía dieciséis años, ahora tiene veinte cinco y mucha gente de su edad no quiere juntarse con ella, según porque "Es mala influencia"

—¿Tú eras una de sus amigas?—Preguntó de forma acusadora.

Reí fuerte.—Por supuesto que no, cuando Manuela se tiñó el pelo yo sólo tenía seis años.

—Entonces ¿Cómo sabes esa historia?

Mi sonrisa pasó a ser una mueca triste.— Es la historia que todas las madres le cuentan a sus hijas para que no se tiñan el pelo o se tatúen.

Marla abrió sus ojos sorprendida.

—Por supuesto que eso te jode el resto de tu vida, aunque sea un chisme estúpido, la gente sigue teniendo esa percepción de tí, a día de hoy a Manuela le cuesta conseguir trabajo, solo por un cambio de look que hizo a sus dieciséis años.

—Wow...—Fue lo único que atinó a decir.—¿A ti te pasó algo así?

—...No.

Nos quedamos otros diez minutos en silencio hasta que volvió a hablar.

—Bueno, creo que la pelea constante entre nuestras ciudades es estúpida.—Concluyó con una sonrisa a la que yo me uní.—Ambas tienen sus cosas malas.

—Y sus cosas buenas.—Le reconocí, un punto a favor de Vela Mar (y la razón por la que lo odiamos) es que los turistas prefieran visitarla por las numerosas playas y parques acuáticos que tienen.

—Tienes razón. Ustedes tienen la mejor comida de Velanova.—La miré un momento sorprendida de que haya dicho eso, la gente de Vela Mar es más orgullosa que nosotros.—Es común que los turistas pasen por Puerto Alvanza primero a comprar comida antes de ir a nuestra zona. No somos muy populares por nuestros platos típicos.

De la nada pasamos toda la hora hablando de los pro y contra de nuestras ciudades. Podríamos decir que ambas se complementan y hacen de Velanova el atractivo turístico más importante del estado.

—Es imposible conseguir trabajo.—Se quejó Marla, se había recostado un poco más en el asiento, ya no tenía esa posición rígida e incómoda.— Somos tantas personas que es muy difícil que los jóvenes encontremos trabajo.

—Eso me recuerda ¿Cuantos años tienes?—Pregunté curiosa. No sabría qué edad calcularle por su look, en Vela Mar hay viejitas que se rapan el pelo y llevan tatuajes en todo el cuerpo.

—Tengo veinte.—Dijo con gracia, seguramente adivinando mis pensamientos.—¿Cuántos años tienes tú?—Preguntó devuelta, mirando hacia mi dirección.

Alcé una ceja confundida.

—Pensé que ya lo habías calculado cuando te conté la historia de Manuela. Te dije que tenía seis años cuando ella tenía dieciséis, ahora Manuela tiene veinticinco, ¿Cuántos años tengo yo?

—¿Qué eres? ¿Maestra?

—De hecho sí, Maestra Juli a tu servicio.—Dije con sarcasmo.—Entonces dime, alumna Mar, ¿Cuántos años tengo?

Esto sonará muy egocéntrico, pero me encanta hacer sufrir a las personas que son malas en matemáticas, siempre que puedo molesto a Christian confundiendole con operaciones que les pongo a mis alumnos.

Ya sé con qué entretenerme por las diecinueve horas restantes.

Marla rodó los ojos con fastidio, pero igual se puso a pensar la respuesta.

Fueron cinco minutos de silencio en dónde le preguntaba si se rendía y me replicaba molesta que no.

—¡Ya sé!—Gritó de la nada haciendo que casi pierda el control del auto por el susto. La miré con enojo.—Lo siento, pero ya se la respuesta.—Dijo emocionada.

—Esta bien. ¿Cuántos años tengo?

—Dieciséis.

—¿Me estás jodiendo?—Dije perpleja. ¿De verdad me veo de esa edad?

—Si fuera por mi, todo el día, pero eres menor de edad.—Dijo alzándose de hombros.

—¡Estúpida!—Grité con las mejillas rojas, Marla comenzó a reír.

—¡Bromeo! Debes tener como dieciocho ¿No?

Recobré la compostura.

—Diecinueve.—Corregí con la vista fija en el camino, aún siento las mejillas rojas y no quería que viera mi cara.

—Uh, entonces eres legal, excelente.

—¡¿De donde sacaste ese atrevimiento?!—Pregunté exasperada, no suelo llevarme de esa forma con casi nadie, solo con Félix cuando ambos estamos tomados.

—Cuando dejaste de parecerme una alvaneza insoportable.—Contestó simple. Tenía su pie derecho encima de su rodilla izquierda y sus manos adentro de los bolsillos de su suéter de colores. Había dejado tanto el bolso de lona como la mochila en el suelo.

—Pues no me distraigas con tus piropos de viejo verde, Marrana.

—¡Marrana tu abuela!

El momento agradable que habíamos construido hace una hora desapareció.

Seguimos tirando insultos, algunos tan infantiles que a mis alumnos de siete años les darían cringe.

—No puedes criticar mi ropa cuando pareces el mojón de un arcoiris.—Reclamé mirando a su dirección.

Ella iba a decirme otra cosa cuando miró hacia el frente.

—¡Vaca!

—¡Vaca tu hermana!

—¡No, vaca! ¡Al frente!—Tomó mi rostro y lo giró a la dirección que había dicho. Efectivamente, un ganado de vacas en la carretera y estaba una en todo el medio.

Pisé el freno lo mas fuerte posible, cuando el carro paró sentimos un golpe a la derecha y un débil "Muuu".

Ambas nos miramos asustadas.

Al parecer ya habíamos llegado a Corral, el primer pueblo de paso para salir del estado.

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