CAPÍTULO 9.
Eran las 7:30 de la noche. Sonya y yo aún nos encontrábamos en su habitación, arreglándonos, ella poniendo maquillaje en su cara, yo, en cambio, me dispuse a peinar mi cabello en una media cola, aún con los rizos que me habían hecho, casi desvaneciéndose.
Me levanté de la cama y fui al baño para mirarme en el espejo.
¡Vaya!, mi cabello se veía diferente, tenía unas cuantas ondulaciones salteadas en él.
Me gustaba. Tenía que darle la razón a Sonya.
Salí del baño, encontrándome a mi amiga lista, enganchada en una conversación por celular.
Se veía muy bien con su vestido de rayas y sus zapatillas bajas, yo en cambio, me incliné hacia lo más práctico.
Después de unas cuantas protestas de parte de mi amiga, claro, llevaba puesto unos pantalones negros, blusa de tirantes del mismo color y una camisa de cuadros rojo y negro.
Me miró.
—Henry está fuera esperando—dijo Sonya, algo nerviosa.
Era la primera vez que la veía así, ella siempre era de riendas tomadas, no se dejaba opacar por nada ni por nadie...a menos que ese alguien fuese el chico que le gustaba.
Asentí.
—Bien, es hora de irnos—tomé un pequeño bolso que mi amiga me había prestado, en donde llevaba mi celular y un brillo labial.
Después de la llamada que le hizo mi amiga a Damián, que de milagro se creyó que estaba enferma, fue a pedirle permiso a su mamá para salir conmigo. Ella aceptó, con la condición de que llegáramos temprano y así sería.
Cuando fue mi turno de decirle a papá donde pasaría la noche, no corrí con la misma suerte. Después de una interminable pelea, terminó aceptando, con la condición de que me llamaría a determinadas horas para ver si me encontraba bien. Y eso que no le había dicho sobre la salida de esta noche.
Bajamos en silencio las escaleras, despidiéndonos de los papás de mi amiga.
De milagro Evan no estaba rondando por ahí, pensé. Porque si se enteraba, se opondría rotundamente.
Salimos de la casa en silencio, para dirigirnos hacia el coche plata que estaba estacionado frente a la entrada. Mi amiga se detuvo, quedándose atrás.
—¿Qué pasa? —Pregunté, mirándola.
—Es que es la primera vez que salgo con Henry—dijo, nerviosa.
Sonreí.
—Todo saldrá bien—la calme—Si gustan pueden ir a otro lado cuando me hayan dejado en Crestmoore Boulevard.
Me miró como si me hubiese vuelto loca.
—¿Y dejarte sola con un montón de borrachos? no gracias—dijo más calmada.
Me tomó del brazo, decidida a ir al coche. Cuando estuvimos cerca, un chico bajó de este, saludándonos. Mi amiga le sonrió, yendo directo hacia él, lo abrazó y este le dio un beso en la mejilla.
Bajé la mirada, alejándome para que tuvieran algo de privacidad. Saqué el celular de la bolsa para enviar un mensaje a Damián.
"Alex: Estoy mucho peor que antes, creo que no podré ir." Escribí.
Una vez enviado, lo guardé al instante en que Henry se acercaba.
—Hola mejor amiga de Sonya—saludó, divertido.
—Hola—lo miré. Le sonreí amable. —Llámame Alex, por favor.
Ahora entendía la obsesión de mi amiga con él, pues este era alto, rubio y de ojos azules.
Era el chico perfecto para cualquier chica, llevaba su cabello impecablemente peinado hacia atrás, parecía mayor, de unos 21, para que fuera en tercer año de preparatoria.
Le tendí mi mano para saludarlo, pero este pasó de largo, abrazándome.
Me sobresalte un poco. Era demasiado fuerte para no tener músculos.
—Bueno, es hora de irnos—dijo, soltándome.
Pasó junto a mí, en dirección al coche, abrió la puerta del copiloto para que Sonya entrara.
Aparte de guapo, educado. Mi amiga se había sacado la lotería con él.
Después hizo lo mismo con la puerta trasera.
—Gracias—dije, amable, entrando.
El coche se puso en marcha cuando él entró.
Me sentía muy nerviosa, pero no por estar encerrada en un coche con el casi novio de mi amiga y ella, más bien de lo que estaba a punto de hacer.
Nunca en mi vida había espiado a nadie.
Dios que todo salga bien, pensé.
Suspiré, froté mis manos en los pantalones para secar el sudor.
—¿Sabes cuál es el bar al que te invitaron? —me preguntó Henry.
Mierda, no lo sabía.
—Am... No, sólo sé que está en Crestmoore Boulevard, ahí es donde me dijo que fuera—respondí.
—Oh, entiendo—me miró por el espejo retrovisor—eres menor de edad, ¿cierto?
Asentí.
El hizo lo mismo, con la mirada puesta al frente.
—Creo que ya sé a qué bar vamos.
—¿A cuál? —preguntó Sonya por mí.
—Hay uno sobre ese Boulevard donde dejan entrar a menores de edad solo los sábados—se aclaró la garganta— se llama "Aghora"
Al escuchar el nombre, sentí escalofríos.
Jamás en mi vida había escuchado de ese lugar.
—Eso es bueno, no necesitaré identificación—dije, un tanto aliviada.
Después de eso, los tres guardamos silencio la mayor parte del camino.
De vez en cuando, mi amiga y Henry hacían plática entre ellos. Me sentía muy incómoda.
Henry dobló una esquina, percatándome que había varios coches estacionados a cada lado de la calle, a mano izquierda estaban los bares a rebosar de gente.
Y ¿se supone que tengo que encontrar a Damián entre todo este gentío?, pensé.
Sentí mis manos sudar nuevamente.
Este aparcó lejos de donde se encontraban los bares, bajó del coche para abrirle la puerta a Sonya. Yo me adelanté, encontrándome con ellos fuera.
—Entremos—Dijo Henry.
Tomó a Sonya de la mano para caminar hacia el bar, alejé la vista, sintiendo una punzada de celos.
No es que no me sintiera feliz por ella, porque si lo hacía, se notaba a leguas que se gustaban y eso me ponía feliz. Lo que pasaba es que siempre fuimos nosotras dos, nadie más se había entrometido entre nosotras, hasta ahora.
Me quedé atrás, dándole su espacio, pensando en un plan de lo que haría cuando entrara en el bar.
Lo primero que tenía que hacer era encontrar a Damián. Segundo, verlo de lejos, sus movimientos, lo que hacía y con quien platicaba. Tercero, tenía que ser precavida en que no...
—¡Alex! —escuché que gritaba Sonya.
Negué con la cabeza, despejando mi mente. La miré confusa.
—¿Sí?
—Dije que tomaras mi mano, aquí hay mucha gente y podríamos separarnos—repitió.
Asentí e hice lo que me pidió.
Cuando nos acercamos a la entrada, vi a un hombre al otro lado de donde me encontraba, mirándome. Iba vestido con una camisa simple de color azul oscuro, musculoso a juzgar por los brazos. Jamás lo había visto en mi vida.
A pesar del gentío, el hombre se abrió paso hacia donde estaba.
Me puse nerviosa.
—Sonya—Le grité a mi amiga por encima del ruido de la música, alarmada por aquella persona.
Pero Sonya nunca me escuchó.
Miré nuevamente en la dirección donde se encontraba el extraño y suspiré aliviada, pues se había marchado.
Cuando llegamos a la entrada, un hombre que traía camisa negra saludó a Henry, dejándonos pasar sin ningún problema.
Si fuera había mucha gente, dentro estaba a explotar, la pista estaba llena de cuerpos apilados danzantes y donde servían bebidas, ni se diga.
Hice una mueca, ya que olía mucho a humo de cigarro.
A pesar que el bar tenía poca iluminación, al fondo visualice unos juegos de apuestas.
—No creo que quepa otra alma en este lugar—Dijo sorprendida Sonya.
Los tres atravesamos el lugar casi a empujones entre el gentío, hasta que llegamos a una mesa que tenía un cartel de reservado.
—Sea de quien sea esta mesa, le ganamos—Dijo Henry, haciéndose escuchar entre el ruido de la música y las personas.
Cada quien tomó una silla. Henry y Sonya se sentaron frente a frente, yo quedé a cada uno de sus lados.
—Traeré bebidas y no acepto un no por respuesta—se levantó de su asiento.
—Henry, yo no... —le grité de envalde. Ya se había ido.
Sonya y yo nos quedamos solas
—Y bien, ¿Cuál es tu plan? —preguntó mi amiga.
La miré ceñuda.
Me levanté de mi silla para sentarme en la de Henry, quedando frente a ella.
—Lo primero que necesito es encontrarlo entre toda esta gente, si es que está aquí—miré a mi alrededor, sin tener resultado. Sonya hizo lo mismo.
—Dices que tiene cabello negro, ojos verdes... ¿No tiene alguna cosa que lo identifique? un tatuaje o algo.
Ojalá fuera así de fácil.
Me encogí de hombros, sin saber.
—Todo el mundo se ve igual—protesté.
—No todo el mundo—respondió Sonya. —Mi amorcito Henry destaca entre todo los demás—dijo sonriente.
Sonreí.
Está noche se veía diferente, más feliz. Cuando hablaba de él, se le iluminaba el rostro y la mirada, cosa que nunca antes había notado, hasta ahora.
Me gustaba lo bien que le hacía su compañía.
La miré.
—Hablando de tu amorcito—Comencé a decir—me cae bien, es educado, guapo, con carisma y te trata bien, me gusta—dije, sincera.
A pesar de la poca iluminación, la vi sonrojarse.
—Sabía que te iba a encantar—dijo obvia, jugando con sus manos—debería de preguntar si tiene algún hermano o amigo para que te lo presente.
La miré sorprendida.
—Por favor, así si dan ganas de tener algo con alguien—le rogué.
—Claro, ya que con mi hermano no quisiste nada—se lamentó.
Reí y ella me siguió.
Sonya vio más allá de mí, controlando su risa.
—Hablando del rey de roma—sonrió de lado—ahí viene y trae a alguien—dijo entusiasmada, tocando mi hombro—un chico—dijo pícara.
Puse los ojos en blanco. Miré detrás de mi hombro, viendo que efectivamente Henry venía con un chico. Este traía una gorra por lo que no le pude ver la cara, solo parte de su boca y barbilla. Voltee sin darle importancia.
—¿Crees que sea guapo? —preguntó mi amiga curiosa.
Me encogí de hombros.
—No lo sé, no puedo ver su cara por la gorra—respondí.
Volví a mirarlos y me percaté que Henry llevaba tres copas llenas en sus manos, pero no le di importancia a él, mas bien me concentré en el chico, quien también llevaba una copa.
Algo me resultaba familiar en él, tal vez era su caminar, su porte, su sonrisa... Esa maldita sonrisa que tenía impresa en mi mente, nunca se borraría.
Mi pulso comenzó a acelerar, ocasionando que todo mi cuerpo se inundara de un nerviosismo intenso.
Miré mi manos, concentrándome en ellas.
—Ahora vuelvo, tengo que ir al baño—Mentí a Sonya.
Tenía que salir de su vista como dé lugar.
Bajé del asiento y me abrí paso contra la gente, escuchando que mi amiga me llamaba, pero la ignoré por completo.
—Permiso—le dije amable a una pareja que estaba bailando y no me dejaba pasar.
Cuando se hicieron a un lado, continúe con mi camino, ahora a empujones.
Volteé cuando sentí que ya me encontraba a una distancia prudente para no ser vista.
Miré la mesa en donde me había sentado. En ella solo estaba mi amiga y su acompañante, el otro chico no se le veía por ningún lado.
Gracias al de arriba, pensé.
Me dispuse a ir con ellos nuevamente, caminé unos pasos cuando siento que alguien me empuja. Perdí el equilibrio, tropezando contra mis pies, cayendo hacia delante, donde se encontraba una persona de espalda a mí.
Choqué con ella, amortiguando la caída.
Escuché a esta soltar una maldición.
—Perdón, lo siento mucho, en serio —dije preocupada.
Lo último que quería era meterme en una pelea con alguien.
La persona dejó lo que estaba haciendo cuando escuchó mi voz y volteó para encararme. Solté el aliento que no sabía que contenía, reconociéndolo al instante.
Damián.
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