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CAPÍTULO 3.


Desperté confusa, desorientada, la cabeza me dolía horrores, no recordaba que era lo que había pasado para que doliese así, tal vez pase por situaciones habituales de estrés o falta de descanso, no lo sé, pero este mal iba en aumento cada vez que los segundos pasaban.

Gemí levemente cuando una punzada atravesó mi cráneo, llevé las manos a mi cabeza, percibiendo unos vendajes e hice una mueca de dolor, recostándome en la cama con cuidado para no hacerme daño, una cama que, al parecer, se sentía muy diferente a la mía.

Miré a mi alrededor, desconcertada, alerta por cualquier cosa extraña que pasara, pues no sabía en donde me encontraba y tampoco si este lugar era de fiar.

Lo primero que vi fueron las paredes de la habitación, estas eran de un color azul pálido, casi blanco, muy extrañas para mí, una pequeña televisión apagada descansaba sobre una mesita en la esquina de la estancia, frente a la cama donde permanecía acostada ahora mismo; un sofá de color café estaba a mi lado derecho, casi en la puerta y a mi izquierda se encontraba un jarrón de vidrio que contenían rosas de color rojo.

Al parecer todo estaba en orden, en una calma que me agobiaba, pensé mientras observaba las flores escarlatas, esto era un lugar ajeno a mí, pero estaba con vida, más o menos bien y eso era lo que importaba.

Cerré los ojos sintiendo un pequeño mareo e hice respiraciones profundas varias veces para tratar de oxigenar mi cerebro, cuando de repente sucesos extraños bombardearon mis pensamientos, como si de un rio impetuoso de corriente vigorosa se tratase, el cual no podía contener.

Recordé cuando estaba en la tienda de donas con Evan, el pequeño accidente con el chico estúpido, la vergüenza que pasé cuando papá me encontró, la pelea que tuvimos al llegar a casa, el supuesto sueño...

Abrí mis ojos y me senté de golpe al rememorar esa parte en cuestión, provocando que sintiera más dolor del que ya tenía.

¡Maldición!, no debí de haber hecho eso.

Me quede unos segundos quieta para que pasara el malestar y cuando ya no lo sentí, bajé con cuidado la manga derecha de mi bata, recordando la quemadura que tenía minutos antes que me golpeara la cabeza.

Con los nervios de punta, baje mi vista al hombro y... nada, no había nada, esa parte de mi cuerpo se encontraba bien, con piel lisa como siempre había sido, sin la marca, como si nada hubiese pasado.

Volví a deslizar la tela por el hombro, desconcertada y algo decepcionada al respecto.

No podía ser cierto, hace un rato vi la marca, estaba ahí roja e inflamada y sin dolor alguno que yo recordara.

—Puede que haya sido otro sueño. —susurre a mí misma a modo de encontrarle explicación a esto, recostándome nuevamente.

Si, definitivamente fue un sueño, aunque se sintió demasiado real, no existía la posibilidad de que se hiciera realidad, a menos que fuese alguna especie de extraterrestre con poderes sacados del trasero, la probabilidad era nula, imposible, además, una herida de esa magnitud no se curaba de un día para otro, estaba 100% segura.

Ahora solo quedaba la duda del porque me golpee la cabeza, tal vez me caí de la cama o me había resbalado mientras bajaba las escaleras, quien sabe, aunque dada mi torpeza, bien pudiese haber sido las dos cosas. Quizá la herida fue algo grave que papá me tuvo que llevar al hospital y por eso desperté aquí, en este cuarto que no conocía.

Interrumpí mis pensamientos al escuchar la puerta abrirse, adentrándose en la estancia una mujer delgada, de baja estatura, con su habitual uniforme celeste y melena rizada la cual, en estos momentos, llevaba atada en un chongo hecho sin ningún esmero.

—Alex despertaste, al fin. —hablo con cierto alivio en su voz cuando dejo de escrutar la carpeta que traía consigo, centrando sus ojos azules en mí.

Al verla, un sentimiento de consuelo me embargo desde el mechón más largo de cabello, hasta la punta de los dedos de mis pies, ya que, al despertar sola, en un lugar que no conocía, daba mucho miedo, pero al reconocer a la persona frente a mí, tan familiar, eso era reconfortante, pues no estaba perdida o algo similar.

Elizabeth, la ex esposa-novia de papá y madre de Thomas, vino a mi alcance y fruncí el ceño cuando recordé que era la primera vez que la veía en su uniforme de enfermera, cuya figura era diminuta, frágil y algo cansada, agregué al vislumbrar sus ojeras, pues tenía un trabajo demasiado tedioso, así que la comprendía por completo.

—Hola. —le sonreí agotada. —¿Qué me pasó? ¿Por qué estoy aquí? —pregunte en un intento por conseguir alguna respuesta concreta, mas no suposiciones.

La mujer dejo en el sofá el objeto que traía para después posar sus manos en el barandal de la cama.

—Se supone que no debería de estar aquí contigo, pues está prohibido que doctores y enfermeros atiendan a sus propios familiares. —informo en un suspiro, dando golpecitos en el pasamanos de manera nerviosa. —Pero dada las circunstancias de que el especialista a cargo de tu situación se fue a atender un caso de emergencia, estaré aquí de intrusa para ver como estas, así que, si alguien te pregunta por mí, tú no sabes nada, ¿entendido?

Me apunto con su dedo acusatorio y yo le di mi aprobación con un saludo al estilo militar, provocando que ella riera.

—Muy bien, respondiendo a tus preguntas. —continúo diciendo, pero esta vez llevo sus manos a las vendas de mi cabeza, tentando delicadamente la herida situada a un costado de esta. —Estas aquí porque tuviste un pequeño accidente en el baño, resbalaste mientras te duchabas y tu padre, al notar que tardabas mucho en bajar a cenar, fue a ver qué pasaba, encontrándote inconsciente, con una gran lesión.

Escuche atenta su repertorio, pensando en mis teorías tontas. Por supuesto que no me había caído de la cama ni resbalado por las escaleras, ¿Cómo no se me fue a ocurrir algo tan simple como aquello? Una pisada en mi baño, aunque sea con sumo cuidado, podría ser mortal.

Se supone que debería de estar agradecida porque papá me había salvado y llevado al hospital justo a tiempo antes de que fuera demasiado tarde, pero no pude evitar sentirme abrumada, puesto que él prácticamente me había visto desnuda.

Sentí un pequeño escalofrío y me abracé a mí misma, avergonzada por esa estúpida y repentina reflexión.

¿Qué me pasaba? ¿Por qué le daba tanta importancia a eso?

De repente percibí un diminuto malestar, incitando a que volviera a la realidad, dándome cuenta que Eli estaba quitando la gasa con mucho cuidado en no hacerme daño, sin embargo, por la punzada de dolor, no estaba teniendo buen resultado.

En cuanto termino, tomo otra gasa para reemplazar la que había quitado, cuyo destino fue a parar al bote de basura, con algunas diminutas manchas de sangre, que, al verlas, no pude evitar hacer una mueca de asco y por último vendo la herida, sosteniendo lo que quedaba de esta, con unos pequeños ganchos.

—Por cierto, ¿Dónde está papá? —pregunte, acomodándome mejor en la cama.

—Está en la sala de espera. —informo para después agarrar sus cosas y dirigirse a la puerta. —Si gustas le avisare que despertaste, de seguro quiere verte y después...—guardo silencio un instante. —Por todos los cielos, no debería de estar haciendo esto, de seguro me despedirán, pero no importa, mientras que tu estes bien. —tomo aire y después prosiguió. —Te haré un par de preguntas para descartar cualquier posibilidad de conmoción cerebral.

—Si gracias, está bien, yo igual quiero verlo. —pedí con amabilidad, a lo que ella solo sonrió y salió de la estancia.

Al quedarme sola no pude evitar pensar en lo que Elizabeth dijo, ¿Una posibilidad de conmoción?, ¿era algo grave? Y la mejor pregunta de todas ¿Qué diablos era eso?

Al poco tiempo la puerta volvió a abrirse, mostrando a una personita no más de un metro de altura, que se asomó tímidamente y al percatarse que me encontraba sola en la habitación, entro rápidamente, vislumbrando en su rostro redondo, una sonrisa en cuanto me vio.

—¡HERMANA! —gritó alegre, corriendo presuroso para estar a mi lado, provocando que sus negros rizos se alborotaran por el movimiento que hacía. —Estás con vida.

—Hola mocoso. —lo salude divertida, acariciando su cabello cuando estuvo a mi alcance. —Claro que estoy viva, no te vas a librar tan fácil de mí. —le advertí con gesto malévolo.

Este saco su lengua a modo de respuesta y después subió al sofá para posteriormente treparse a la cama con algo de dificultad.

—¡Rayos! —dijo cuando se golpeó la rodilla. —¡Gracias por ayudarme Alex! —hablo con ironía, poniéndose a horcajadas sobre mí.

—De nada hermanito. —le respondí con la intención de fastidiarlo y lo conseguí, pues este me brindo una mirada de enojo que no duro ni medio segundo ya que después cambio su semblante a uno sonriente y me abrazo fuertemente.

Su gesto me tomó desprevenida, así que al principio no supe que hacer, pero después reaccione, correspondiendo su acción y así estuvimos agazapados y en silencio por varios minutos, hasta que me llegue a agobiar.

Estaba a punto de decirle a Thomas que se apartara, cuando de repente dos personas adultas entraron a la habitación, tratándose de papá y Elizabeth, los cuales se encontraban hablando en voz baja sobre algún tema que no llegue a escuchar del todo muy bien.

—¡Thomas!, ¡baja de ahí ahora mismo! —lo reprendió Elizabeth cuando lo vio acurrucado encima de mí.

Este soltó un pequeño ruido de fastidio y, deslizándose de mala gana por la cama, aterrizo con un golpe seco al piso, para posteriormente sentarse en el sofá, mientras miraba a los adultos acercarse.

—¿Por qué no está en la escuela? —señale al pequeño niño, percatándome que al hacerles la pregunta, Eli y papá intercambiaron una mirada de inquietud.

¿Qué estaba pasando con ellos dos? O más bien ¿Qué estaba pasando conmigo como para que me vieran de ese modo?

—¿Sabes qué hora es o en qué día estamos? —preguntó mi padre con evidente preocupación en su tono, llegando a mi lado para sentarse.

Ay por favor, pero que pregunta más tonta, obvio que conocía la respuesta.

—Obvio que estamos en el noveno día del mes seis y la hora pues no lo sé, ¿6:00 o 7:00 A.M? —respondí dudando lo último, pues como no había reloj en la estancia, me encontraba perdida en ese punto en cuestión.

—Es la madrugada del 10 de junio, por eso Thomas no está en la escuela. —aclaro soltando un suspiro para después apretar mi mano en un gesto reconfortante.

¿Qué cosa? ¿Como era posible haber estado inconsciente por varias horas? Por un momento pensé que solo habían sido una o dos y no ocho horas.

¡Vaya! No solo estaba perdida en la noción del tiempo, sino que también había quedado como estúpida frente a mi familia.

—Ou, entonces... Amm... ¿Qué hace un niño de su edad aún despierto? —sonreí de manera inocente, tratando de ocultar el nerviosismo que ahora mismo se apoderaba de mi cuerpo.

—Es que no podía dormir porque tú estabas aquí sola y sin despertar. —interrumpió mi hermano de repente, tirado en el sofá jugando con sus muñecos armables.

¡Ay! Pero que cosita más bella tengo de hermano, pero no se confíen, ser dulce y lindo es su mejor táctica para que le tengas confianza y una vez que se la gana, sin previo aviso te ataca y con eso me refiero que no lograras quitártelo de encima nunca más, por consiguiente, no le caigan bien a este pequeño demonio.

Aunque después de todo me quería, aunque no lo llegara a aceptar ni a demostrar abiertamente.

—Muy bien, es hora de hacer un par de preguntas. —interrumpió Eli, sentándose en el lado opuesto al de mi padre. —Como saben, no soy la enfermera a cargo del estado de Alex y por la exigencia de este señor que tengo frente a mí, estoy aquí para saber tu estado de salud, así que, si llegan a despedirme, será tu culpa. —miro de manera acusatoria a su ex pareja, provocando que este pusiera los ojos en blanco. —Ya que todo quedo claro, proporcióname tu nombre completo, edad y fecha de nacimiento. —ordeno la enfermera.

Me disponía a responderle cuando fui interrumpida por la voz de papá.

—Creo que no era muy necesario anunciar lo último, ¿no crees? — reclamo indignado el hombre y yo lo mire sin entender muy bien a lo que se refería.

¿Qué mosca le había picado?

—Oh, claro que sí. —respondió Eli, prestándole toda su atención a mi padre. —Así te lamentaras toda tu vida por obligarme a hacer esto.

—¿Obligarte? Por dios, si casi quitas al doctor de Alex para poder atender su caso, no te estoy obligando a nada, más bien te hago un favor, pero al parecer la mujer cambio de opinión solo para fastidiarme. —inquirió molesto el hombre. —Y como si fuera poco me lamentare mi vida entera. —repitió, sonriente. —Créeme que ya lo estoy haciendo.

Lo observe perpleja al escuchar su confesión. ¿Qué diablos estaba pasando? ¿Me perdí de algo mientras estaba inconsciente? ¿O porque de repente esta pelea?

Elizabeth le brindo una mirada herida, para después decir.

—¿De qué diablos te lamentas?

—No lo sé, tu dime, tal vez la manera en que me usaste, en que terminaste conmigo y después te metiste con...

¡OH-POR-DIOS¡

Esta pelea se estaba poniendo muy buena, tanto que anhelaba en estos momentos tener conmigo unas palomitas para degustar mientras los veía reclamarse el uno al otro.

Pero todo se fue al caño cuando por el rabillo del ojo vislumbre a mi hermano que se estaba quitando sus aparatos auditivos para evitar el conflicto entre los adultos, porque si, él había nacido con una malformación en el interior de su oído, lo que provocaba que escuchara todo como si estuviese debajo del agua.

Mi corazón se encogió al verlo de esa manera, pues sea lo que sea, ¿a qué niño de 6 años le gustaba ver pelear a sus padres?

¡Maldición! tenía que pensar en algo para terminar con esto de una buena vez.

—ME LLAMO ALEXIA ANDERSON, TENGO 17 Y NACÍ EL 21 DE JULIO 1993. —grite dando respuesta a la pregunta que anteriormente había formulado Eli, para que las dos personas dejaran de vociferar sus verdades a la cara.

Estos me miraron como si me hubiese vuelto loca, lo que no me importo en lo absoluto ya que mi intención era callarlos y lo había conseguido.

—¿Saben qué? Ya no puedo con esto. —manifestó la madre de Thomas, rendida. —Lo siento Alex, en verdad quería ayudar, pero él no está cooperando muy bien que digamos. —le brindo una mirada de pocos amigos a papá y ese solo se encogió de hombros.

—Si, está bien, lo entiendo. —respondí a modo de consuelo y esta, antes de marcharse con Thomas, me obsequio una sonrisa apenada.

Una vez que papá y yo nos quedamos a solas en la habitación, le ofrecí la mirada de mayor enojo que había experimentado hasta ahora, ¿cómo se atreve a hacerle eso a mi hermano? ¿Qué le estaba pasando?

—¿Ahora qué? —se atrevió a preguntar el hombre, cuyas palabras fueron causantes de que se derramara el vaso que contenía mi paciencia.

—Como que ¿ahora qué? —intente imitar su voz, pero fue un fiasco. —¿En serio lo preguntas? ¿Qué diablos acaba de pasar? Se supone que aquí yo soy la adolescente rebelde de 17 años y tú eres el adulto que esta para regañarme y castigarme, no al revés. —reprendí molesta. —¿Como se te ocurre pelearte con Eli frente a tu hijo?, en si yo no importo, ya soy lo suficiente mayor como para saber que tienen problemas sin resolver, pero ¿Thomas?, él no merece esto, así que vas a ir ahora mismo con ellos y te disculparas, con los dos. —agregue. —Le preguntare a cada uno si lo hiciste. —amenace, apuntándole con el dedo índice.

Este no emitió palabra durante varios minutos, solo se limitó a observar cabizbajo sus manos de manera culpable, jugando con el anillo de plata que llevaba en la mano izquierda, cuya existencia había pasado desapercibida hasta ahora.

Claro estaba que no se trataba de sus sortijas de matrimonio, pues era muy diferente a ellas, con sus relieves y espirales incrustadas a su alrededor y pequeñas letras doradas, en un idioma que desconocía, adornaban el objeto en cuestión.

Se trataba de algo lindo, pero al mismo tiempo extraño.

—Si, es justo, no debí actuar de la manera en que lo hice. —hablo de repente papá, sacándome de mis pensamientos. —Pero primero debo disculparme contigo por lo que fuiste participe. —dijo arrepentido, mirándome a los ojos.

—Eso no importa, lo que en verdad lo hace es...

—Claro que sí importa. —me interrumpió. —Tu importas cariño y no quiero volver a escucharte decir que no eres nadie porque eres mucho, tú vales mucho, eres ese pequeño ser extraordinario, único, que hace especial a la imperfecta familia en la que creciste. —declaro y para este punto de su repertorio ya sentía como un nudo se iba formando en mi garganta, haciendo lo imposible por aguantar las ganas de llorar. —Recuerda siempre estas palabras cuando te sientas alguien insignificante, o que eres un estorbo en nuestras vidas porque no es así.

Baje la mirada de inmediato, perdiendo el contacto visual con él, pues un par de lágrimas se habían escapado de mis ojos. No sabía cómo reaccionar al respecto, era la primera vez, que yo recordara, que me decía aquello, por lo tanto, me sentía perdida y un tanto extraña.

De repente llegaron a mi mente recuerdos de la pelea que mantuve con él la noche previa al accidente y las cosas horribles que le había dicho, sintiéndome devastada ante las palabras que me acababa de decir, me sentía una mala hija y no se merecía eso.

Él no necesitaba disculparse, era yo la que le debía de pedir perdón.

—Yo...—aclare mi garganta, limpiando las lágrimas derramadas. —Gracias por tus palabras papá, las tendré en cuenta siempre. —sincere. —Pero no necesitas disculparte, soy yo la que debe de pedirte perdón por las cosas horribles que dije la noche anterior, por haberte hecho enojar, por preocuparte sin ninguna razón.

Por ser una de las peores hijas que pudiste haber tenido, pensé.

—No pasa nada, los dos estábamos enojados y decíamos cosas sin sentido. —defendió.

—No es eso, no sé si escuchaste lo último que dije, lo de que preferiría que tu hubieses muerto y no mamá. —dije en un sollozo que se me escapo, sintiéndome impotente por decirlo nuevamente, esta vez en su cara.

Y sin previo aviso sentí que papá me rodeaba con sus brazos, en un abrazo que correspondí de inmediato, pues era lo que realmente necesitaba para calmarme, como lo había hecho siempre que estaba pequeña, protegiéndome cuando despertaba llorando por las pesadillas.

—Si, lo escuché y está bien, todos decimos cosas hirientes estando en esas condiciones. —justifico nuevamente, en voz baja.

—No, no lo mereces, no es justo lo que dije y por favor perdóname. —insistí, apoyando con cuidado mi cabeza en su hombro.

—Bien. —hablo, soltando un suspiro. —Acepto tu disculpa, hija y...—agrego rápidamente, deshaciendo el abrazo, provocando que emitiera un pequeño gruñido por haber hecho eso y después me miro. — Sé que no he sido buen padre contigo, te he prohibido muchas cosas, cosas que los adolescentes como tú hacen, salir, divertirse... Así que será muy difícil para mí todo esto, pero ya va siendo hora de dejar de ser tan protector contigo. —anuncio de mala gana, como si hubiese estado ensayando por mucho tiempo lo que acababa de decirme.

—¿Qué? —hable sorprendida, sin entender absolutamente nada, pues me encontraba limpiándome la cara, cuando de repente pasamos de un momento conmovedor, triste, a uno de confusión y felicidad. —A ver, a ver, espera. —proseguí. —¿Estás diciéndome que me estás dando permiso para salir?

¿Había escuchado bien? O acaso era el día de los inocentes y papá me estaba haciendo alguna clase de broma.

—Al parecer el golpe te dejó con un retraso. —bromeó.

—¡Papá! —lo golpeé en el hombro por lo que dijo, riendo. —¿Por qué hasta ahora tomaste esta decisión? —pregunte, cruzándome de brazos.

—Fue gracias a Elizabeth, al fin logró convencerme. —confeso y lo mire atónita. —Obviamente fue antes que todo esto pasara.

Si, si, eso era lo de menos, aun esperaba que comenzara a reírse, diciéndome que como había sido tan tonta y creído tal barbaridad

—Pues te aconsejo que arreglen sus problemas y reconcíliense, porque ella si me entiende. —comenté en un intento por sonar divertida, pero al observar el rostro de papá, supe que no lo había tomado demasiado bien y de inmediato bajé la mirada a mis manos, sintiéndome tonta.

Alexia Anderson arruinando todo, desde siempre, pero eso no opaco por completo el hecho de que por fin seré libre.

Se qué dirán que es algo tonto ponerse feliz por algo tan insignificante pero cuando has vivido toda tu vida encerrada como rapunzel y con un padre tan estricto como el mío, la verdad, lo vale.

—Pero habrá algunas condiciones. —sentenció en tono serio y de repente la sonrisa en mi rostro se desvaneció.

La felicidad me había durado tan poco.

—Está bien, soy todo oídos. —rezongue de mala gana.

El señor se acomodo mejor en su lugar, tratando de no aplastar mis piernas, para después continuar hablando.

—Primero que nada, no hay salidas de noche, solo en el día, segundo vas a responder a todas las llamadas y mensajes que te envíe, cueste lo que cueste y tú también me notificarás a dónde vas y con quien, obviamente yo lo sabré porque primero me pedirás permiso, pero eso es en dado caso que llegaras a cambiar de destino con la persona con la que salgas, ¿Entendido?

Conforme avanzaba en su repertorio, más ganas tenia de protestar, ¿Cómo se atrevía a prohibirme salir de noche?, todas las fiestas y salidas de mis amigos eran nocturnas y ¿salir de día? ¡En el día se la pasaban durmiendo!

—Te propongo algo, que tal si me dejas salir hasta las 8:00 o 9:00 de la noche, nada más, ¿sí? —rogué porque así fuese.

—Contrapropuesta. —anuncio papá. —¿Qué te parece si te dejo salir hasta las 5:30 de la tarde?

Lo mire con el ceño fruncido, pues sabia a donde quería llegar.

—Contrapropuesta de tu contrapropuesta. —arremetí. —Podría llegar a las 6:00 P.M, a esa hora aún hay luz.

—No. —negó rápidamente. —A las 5:00 o nada.

—¿6:30?

—4:30 y si dices alguna otra cosa, te quitare media hora más. —demando.

Convertí mis manos en puños al ponerme tal condición.

—Bien, así está bien, no habrá salidas en las noches, eso lo comprendo. —acepte molesta por su pequeña victoria, pues ya no tenía caso pelear, con el hecho de que me dejara salir era más que suficiente. —Ahora entiendo a quién salí así de molesta. —murmure por lo bajo. —Pero hay un problema con eso del celular. —anuncié, recordando que el mío no servía.

—Oh cierto, lo olvidaba. —sacó su celular del bolsillo del pantalón y me lo entrego. —Aquí está tu nuevo celular, ya están registrados el número de tus amigos y tiene saldo.

Tomé el pequeño y viejo aparato, mirándolo de manera despectiva.

—¿Sabes que tu celular es un poco muy anticuado? —proteste. —Ni siquiera sirve la cámara.

—Pero tiene todo lo que necesito, llamadas y mensajes. —sonrió al salirse con suya. —Además, así aprenderás a no ir por la calle, tirando el celular.

¿Qué?, pero si yo no tuve la culpa de eso, fue un accidente.

—Pero es que... —guardé silencio de inmediato, ya que no tenía sentido seguir peleando. —Bien. —lo miré de mala gana. —Si tú me das tu celular, ¿entonces tú que usarás?

—Me compraré otro, eso sin duda. —expreso con alegría.

Pero que humilde resulto ser este señor. Sabía perfectamente lo que estaba haciendo, esta era su manera de hacerme pagar.

—Bien, eso es bueno. —hable entre dientes, fingiendo que todo estaba bien, pues no le seguiría el juego.

—Me alegra que estes de acuerdo. —anuncio, poniéndose de pie. —Es mejor que vaya a platicar con Thomas y Eli antes que me arrepienta. —besó mi frente con cariño.

Hice un mohín ya que no quería quedarme sola en esta fría y solitaria habitación, pero él tenía un punto, debía de arreglar las cosas con su hijo y ex esposa.

—Yo sabre si te arrepentiste o no. —amenace una vez que estuvo a medio camino de distancia de la puerta, en donde se detuvo, dando media vuelta para mirarme.

—¿Sabes? Eres idéntica a tu madre. —declaro de pronto y su comentario me tomo desprevenida.

Era una de las pocas veces que la mencionaba mientras platicaba tranquilamente conmigo y la primera en que escuchaba tal comparación.

—Tal vez soy un reflejo de ti y no lo quieres aceptar. —respondí en cambio, pues no sabia que decir ante sus palabras.

Examine su reacción y por su rostro observe un atisbo de aflicción. Pensaba hacerlo reír con mi comentario, pero ya veo que me equivoque por completo.

¿Qué tiene de triste que un padre se pareciera a su hija?

—Buenas noches Alexia. —murmuro, sacándome de mis pensamientos. —Descansa.

Sonreí a medias, completando mi respuesta.

—Gracias,buenas noches papá. —me despedí antes que cerrara la puerta y medejara sola en la estancia.


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