CAPÍTULO 2.
Si tuviese la oportunidad de teletransportarme por única ocasión, este sería el momento idóneo para hacerlo. Quería escapar de allí, regresar el tiempo o poder predecir el futuro, para que pudiese largarme de este sitio antes de que esto llegase a pasar, para no quedarme con el trauma o vergüenza de los acontecimientos vividos.
Pero no, en cambio, seguía sumida en el asiento, haciéndome lo más pequeña que podía y los pocos clientes del local, incluyendo los que trabajaban ahí, se le quedaron mirando con asombro al individuo que había gritado mi nombre, pero por suerte nadie sabía de quien se trataba, aunque no importaba del todo, pues eso cambiaria en los segundos siguientes.
Rezaba en mi interior para que papá no hiciera lo que tenía en mente, él no era de esas personas que le gustaban armar escándalos en la calle, más bien era todo lo opuesto. Se trataba de alguien que no le gustaba ser el centro de atención y si veía o se enteraba de algún comportamiento indecente de sus hijos, esperaba hasta llegar a casa para hablar al respecto, para regañarnos.
Todas mis oraciones se fueron al caño cuando lo vi acercarse a paso decidido hasta los lugares que mi amigo y yo ocupábamos. Mi cuerpo era un manojo de nervios y mi corazón quería salir de mi pecho de lo rápido que latía.
No te preocupes órgano cuya función era mantenerme con vida, no eres el único que quiere huir de aquí, pensé en un intento por mantenerme serena.
De repente sentí algo cálido rozar mi brazo, lo que provocó que bajara la mirada hacia ese lugar, percatándome que se trataba de Evan. Mi amigo estaba rodeando con su mano esa extremidad de mi cuerpo y al verle el rostro, pude confirmar que estaba tratando que mantuviera la calma, que todo saldría bien.
El chico respiro profundo, secándose el sudor de sus manos en la ropa, para posteriormente pellizcarse la punta de la nariz a fin de que no se le notara el nerviosismo.
—No te preocupes, tu mantente callada que yo me encargo. —aviso en voz baja para que solo él y yo pudiésemos escuchar.
Asentí a su petición sin siquiera mirarlo, ya que mi atención estaba centrada en aquel hombre de 42 años que venía a mi alcance, cuyo enojo se le veía a leguas.
—Vámonos, ¡ahora! —ordeno iracundo cuando estuvo a mi lado, ignorando por completo a Evan y tiro de mi brazo con fuerza, lo que provocó que me levantara abruptamente del banco, incitando a que la mochila, que todo este tiempo llevaba sobre mis piernas, se volcara y callera al suelo.
De pronto sentí una diminuta punzada de dolor en la zona del agarre, a lo que hice una mueca para que él se percatara del daño que me hacía.
Papá me estás lastimando. —avise, intentando zafarme, pero todo esfuerzo fue inútil.
Observe a mi amigo en busca de ayuda y este al darse cuenta de la situación, se puso de pie rápidamente, con evidente preocupación en su rostro.
—Señor. —comenzó diciendo con voz temblorosa. —No creo que sea buena idea...
Papá, al escucharlo, se giró para verlo cara a cara, brindándole una mirada de enfado.
—¡Ahora no! —dijo el hombre más encolerizado que antes.
—Claro, por supuesto. —diciendo esto, mi amigo cerro la boca, nervioso y de inmediato volvió a su asiento, como si le hubiesen propinado un fuerte golpe.
Yo lo observe boquiabierta sin poder creer la reacción de Evan. Me sentía indignada y un tanto traicionada por ello, se supone que se haría el valiente y me defendería, pero hizo todo lo contrario.
—¡Oye!, no ayudes tanto. —demande de manera sarcástica.
Con estos amigos, para que quiero enemigos, pensé, ¿ahora que le diré a papá para que me crea que esta salida había sido culpa de él y no mía?
—Lo siento Evan. —se disculpó mi padre, arrepentido por la reacción que tuvo con el chico. Ya se encontraba más calmado y por ende me soltó, dejándome libre para huir de allí y correr por todo el condado hasta llegar a otro continente. —Tu hermana te está buscando, y en cuanto a ti. —me observo con cierto recelo y yo le sonreí de manera inocente, mientras masajeaba el lugar donde me había tomado. —Tengo que hablar seriamente contigo.
Y aquí es donde le pido al todo poderoso que me dé la habilidad de camuflajearme con cualquier objeto o persona para así no volver a casa, al menos hasta que se le pasara el enojo al individuo frente a mi, para evitar el sermón que ya me sabia de pies a cabeza.
—¡Maldicion! Sonya va a matarme. —hablo de repente Evan, sacándome de mis pensamientos. Este estaba checando su reloj para posteriormente mirar a mi padre. —Adiós señor. —se despidió y luego me observo. —Que tengas un bonito día Alexia. —bromeó divertido y puse los ojos en blanco, fastidiada por aquella burla.
Como si no fuera poco lo que me espera en casa, todavía osa de burlarse de mi situación. ¡Idiota! Todo fue tu culpa.
El chico tomó su mochila para ponerla sobre su espalda y, por consiguiente, saco un billete de 5 dólares de su pantalón para pagar la cuenta.
—No te preocupes, yo pago. —se apresuró a decir el hombre a mi lado cuando vio lo que haría Evan. Este saco su cartera y dejo un billete de 100 en la barra, debajo del servilletero.
—Gracias. —fue lo único que dijo y a continuación salió del local sin mirar atrás, dejándome sola con el martirio que le seguiría.
Me cruce de brazos mirando el suelo, avergonzada por lo que acababa de vivir, las personas se nos quedaron mirando todo el tiempo, comiéndose el chisme y podría llegar a jurar que alguno que otro sentía lastima por mí.
Agh, gente chismosa, métanse en sus asuntos y no en la vida ajena.
Papá se inclinó para levantar la mochila, se la puso al hombro y después me echo una mirada de pocos amigos para posteriormente salir de la estancia sin percatarse si lo seguía o no.
Solté un suspiro, derrotada, caminando a paso lento, cabizbaja para no ver la cara de los comensales al pasar por su lado.
En esta ocasión papá se había pasado de la raya, no podía creer que me avergonzaría en pleno local, entre tanta gente, bueno no había mucha, pero, aun así, no se justificaba su comportamiento.
—¿Sabías que le dejaste más de 30 dólares de propina a la mesera? —le hice saber una vez que estuvimos en la calle, tratando de hacer una conversación ambigua para extinguir el incomodo silencio que se apodero entre ambos.
El hombre continuo en silencio, caminando sin siquiera prestarme la más mínima atención, hasta que se detuvo frente a un Chevy de color gris, en donde busco las llaves en su pantalón para después abrir del lado del copiloto.
—Entra. —ordeno con expresión seria, tomando la puerta para que no se cerrara y pudiera ingresar.
Hice lo que dijo sin chistar, tomando la mochila que me estaba dando y luego cerró de un portazo, haciendo que me sobresaltara por el repentino ruido. Posteriormente lo seguí con la mirada mientras rodeaba el coche para entrar y ponerse frente al volante, comenzando a conducir.
Miré por la ventana, bajándola poco a poco para dejar que el aire fresco del exterior ingresara a raudales dentro del infierno que era ahora mismo el coche.
Le eche un vistazo a papá notando que tenía el ceño fruncido detrás de sus lentes de montura negra, concentrado en el camino para no estamparnos con los demás vehículos que pasaban en sentido contrario al nuestro.
Ay papá, no sé qué hare contigo, pensé.
Siempre era los mismo, no podía asomar la nariz fuera de casa porque el señor ya me estaba regañando, de milagro me dejaba ir a la escuela sin armarme escándalo, aunque no dudaba en que hubiese contratado a una que otra persona profesional para mantenerme vigilada.
No sé qué le pasaba en estos últimos años para acá, parecía paranoico, en el pasado tampoco me dejaba salir, pero no se ponía frenético ni me avergonzaba frente a las personas solo porque fui a tomar algo con un amigo, él había sido alguien aparentemente tranquilo, nada posesivo cuando se trataba de estos casos y ahora no entendía el porqué de su comportamiento, muchas veces se lo había preguntado, pero siempre obtenía la misma respuesta.
En esta ocasión necesitaba algo diferente, la intención verdadera del porque lo hacía.
En el trayecto del camino, me mantuve callada, tranquila y una que otras veces subía el volumen de la radio a las canciones que me gustaban, tarareando la parte que me sabia, hasta que me dio un manotazo cuando elevé de más los altavoces en el momento en que pasaba una melodía de Katy Perry.
—Alexia... —hablo en tono de advertencia y acto seguido apago la radio, quedándonos en completo silencio.
—Bien, ya entendí. —dije de mala gana, cruzándome de brazos. —Ya cásate. —susurré, pero al parecer no lo bastante bajo ya que el me miró de reojo y puso cara de molestia. —Oh cierto, el señor ya lo hizo y no le funciono. —puntualice y al escuchar eso, me dio un golpecito en la cabeza, lo que provocó que el enojo se hiciera presente en mi ser.
No sé porque se enojaba si no dije alguna mentira, todo era cierto. Hace muchos años, cuando tenía 9, mi padre se había casado con una mujer de lindos rizos negros y ojos azules como el inmenso mar o el cielo infinito, llamada Elizabeth.
Era una persona muy humilde, divertida, el polo opuesto de papá. Ella me acogió enseguida como si fuese su propia hija y después de un año de matrimonio feliz, tuvieron a mi hermano menor, Thomas, pero por azares del destino, que todavía no se a ciencia cierta, se divorciaron, dejándome nuevamente sin madre.
Hasta la fecha siempre me preguntaba qué le había visto Eli a papá para que se casara con alguien demasiado amargado y enojado por la vida; supongo que son las incógnitas de este mundo lo que hace interesante la respuesta, pero bueno, el gusto les duro poco.
Papá doblo una esquina, adentrándonos en un vecindario que conocía de pies a cabeza, pues se trataba del nuestro, en donde vivíamos. Este paso una cuadra y otra, hasta que entro en un pequeño jardín de una casa color azul marino con franjas blancas alrededor de cada ventana y en cuanto estaciono el coche, abrí la puerta con cautela, mirándolo por si me llegaba a decir algo, pero no, así que aproveché la ocasión para bajar, dirigiéndome al corredor con las llaves en mano para entrar en casa.
Una vez que ingrese, avente la mochila en uno de los sofás, para posteriormente subir presurosa las escaleras rumbo a mi habitación, encerrándome en ella y justo cuando me lancé boca abajo en mi cama, escuché a papá gritar enojado en la planta baja.
—¡Alexia!, ven aquí ahora mismo. —ordeno el hombre una y otra vez, hasta que se cansó y guardo silencio.
Pensé que se había dado por vencido, cuando escuché sus pasos en las escaleras, caminando lentamente hasta que lo dejé de oír frente a la puerta cerrada de la habitación, donde comenzó a golpearla de manera insistente.
—Alex, abre de una buena vez, quiero hablar contigo. —ordeno por segunda vez, sin dejar de tocar.
Rezongue de mala gana, tomando una almohada para colocarla sobre mi cabeza, cubriéndola, en un intento por ahuyentar el sonido que hacia mi padre y al no servir de mucho el plan, fastidiada, grite muy fuerte, lastimando mi garganta, amortiguando mis berridos con otro cojín.
Cuando termine de desahogarme, arroje los objetos sin importarme en donde cayeron. Me levante y fui a abrir, no sin antes quitar el cerrojo, para que pudiese entrar.
Deje la puerta abierta y sin siquiera mirarlo, regrese a mi lugar en la cama.
Hija. —comenzó a decir en voz baja, trayendo consigo unos papeles. —Hace un rato me llamaron de la escuela. —me tendió las hojas y yo las tome de mala gana, sabiendo de que se trataba. —Es la baja definitiva de 3 materias. —informo calmado y por su tono supuse que se estaba conteniendo para no regañarme. —¿Tienes algo que decir al respecto? —me miró serio y se cruzó de brazos esperando la respuesta.
Me sorprendí un poco al escuchar su pegunta, ya que normalmente primero era la reprimenda y después los cuestionamientos.
—Yo... —empecé diciendo, pero guardé silencio, maquinando alguna excusa para decirle, pero por más que pensaba, no se me ocurría nada. —Bien. —suspire rendida. —Escucha, te diré la verdad.
—No bueno, ¿es que pensabas mentirme? —dijo exaltado, ocupando un lugar a mi lado. —¿Y en la cara?
—Tal vez. —le sonreí de manera inocente, jugando de manera nerviosa con las manos y papá negó, molesto por mi declaración. —Es culpa de los maestros. —continue. —No puedo llegar 5 minutos tarde porque no dejan entrar a clase, pareciera que la traen contra mí. —me cruce de brazos con fastidio.
—No la traen contra ti. —respondió mi padre, abrazándome a modo de consuelo. —Se supone que tienen un horario y se debe de respetar, si te dicen que te presentes a una hora, ahí debes de estar, ni un minuto más, ni un minuto menos. —puntualizo.
Puse los ojos en blanco y solté un insonoro gruñido.
Sabía que se pondría de lado de la escuela, como si él hubiese sido el alumno ejemplar que siempre llegaba puntual y sacaba buenas notas, aunque pensándolo bien, eso no lo sabía con certeza.
—Pero 5 minutos no es una eternidad, ¿o sí? —dije en cambio, evitando el tema de si era o no un cerebrito y después me recosté en su hombro.
—Ya sabes lo que tienes que hacer, ¿cierto? —sentí que puso su barbilla sobre mi cabeza y cerré los ojos.
Sabía perfectamente lo que tenía que hacer.
Al terminar las clases, que eso sería en más o menos 2 días, tenía que ir a la escuela para cursar nuevamente las materias que debía, lo que significa adiós tiempo libre y adiós vacaciones, aunque no es que saliera tanto. Mas bien, al único lugar que iba aparentemente sola, sin la presencia de mi padre, era la escuela, así que más que un castigo, era una bendición.
—¿Estás enojado conmigo? —pregunté de repente, con evidente curiosidad en mi tono, pues aún seguía esperando el regaño o castigo.
—Ahora no.
—Pero antes sí. —recordé la vez que habíamos recorrido el camino a casa en un silencio horroroso.
—Por supuesto que sí, claro que estaba enojado. —declaro, en voz alta, más de lo normal. —Cuando me llamaron de la escuela, lo primero que hice al llegar fue preguntar por ti, si te había pasado algo, a lo que el director se limitó a decir que te habías ido y me entregó estos papeles. —los señaló. —Después salí disparado hacia el coche para llamarte... Ah, pero la niña nunca me respondió. —y aquí venia un sentimiento de culpa que aterrizaría justo en mi corazón. —¡Te llamé más de 10 veces, carajo! —lo miré atónita ante tales palabras. Era raro que papá dijera alguna grosería, al menos no frente a sus hijos. —Estaba bastante preocupado. —prosiguió ya más calmado, recobrando la compostura. —Le tuve que preguntar a un chico que estaba en su coche si te había visto y me dijo que si y ¡oh sorpresa!, te encontré en una tienda de donas con Evan y tu misma sabes lo que pasó después.
Si, la mayor vergüenza de mi vida, pensé.
Traté de hacerme la fuerte y no tener algún remordimiento por lo que había pasado esa tarde, pero mi corazoncito casto, puro me lo impedía. De mi parte yo no tuve la culpa, todo fue atribución de mi padre por ser un maniático que no me dejaba salir.
—Lo siento. —susurré, pues se me habían salido las palabras. —Con respecto a mi celular. —dije rápidamente, alejándome para buscar el aparato. —No es que no quería responder las llamadas, más bien nunca me enteré de ellas. —saqué los pedazos que era el celular de la mochila y se lo enseñé.
Este los tomo con cierta delicadeza, sorprendido por el desastroso rompecabezas de teléfono.
—¡Pero que rayos!
—Antes de que digas nada, no fue culpa mía que se rompiera. —interrumpí por si llegase a regañarme. —Más bien fue un accidente. —confese, omitiendo la pelea que tuve con el chico de ojos verdes.
—No lo puedo creer. —aún seguía anonadado por el aparato. —Sea accidente o no, de igual forma no habrá otro. —puso los restos en la mesita de noche
Hice una mueca de disgusto, mordiéndome el interior de la mejilla para no protestar, pues ya lo veía venir.
—Papá, te preguntaré algo y quiero que me respondas con la verdad. —hable después de un rato en silencio, cambiando de tema drásticamente.
—Bien. —respondió desconcertado.
Subí mis piernas hasta el pecho y lo miré con algo de nerviosismo.
—¿Por qué no me dejas salir? ¿Por qué me cuidas tanto?
Él dejo de observarme para mirar a algún punto en la habitación, manteniéndose callado, meditando su respuesta. Yo suplicaba que en esta ocasión pudiese decirme otra cosa más que su respuesta habitual.
—Es por lo...
—Es por lo que le pasó a mi madre. —completé en un suspiro, decepcionada por lo mismo. —Siempre que te pregunto eso, respondes igual, que por lo de mi madre, que hay muchos peligros. —me levanté para mirarlo a la cara. —Ya ha pasado mucho tiempo, 15 años para ser exacta y ¿todavía te preocupa que me pueda pasar lo mismo?
—Claro que sí, los que le hicieron eso a tu madre siguen ahí fuera, y lo peor es que tu estuviste ahí con ella cuando murió, solo que no lo recuerdas. —aclaro y mi corazón se encogió de solo pensar en aquello.
Tenía toda la razón, hace un año atrás, mi padre me había contado sobre la muerte de mamá, lo que de verdad sucedió y yo había salido llorando de su oficina, molesta e inconsolable, lo que provocó que le dejara de hablar como por un mes.
Abigail, como se llamaba mi madre, había salido conmigo a un parque cercano al trabajo de papá, esperando el tiempo de salida y cuando se acercaba la hora, casi anocheciendo, mamá lo llamo para decirle si tardaba, a lo que él respondió que no, que fuera al edificio donde laboraba para que se encontrarán allí, pero eso nunca había sucedido; nunca se habían encontrado ya que mamá fue asaltada por unos tipos, los cuales le habían quitado sus pertenencias, no sin antes forcejear con ellos, lo que ocasiono que a uno de ellos se le escapara un tiro, dándole a mi madre, la cual no resistió mucho, pues al llegar al hospital ella falleció.
—Solo quiero que me dejes vivir, disfrutar de la vida como cualquier chica de 17 años. —respondí, sintiendo un nudo en la garganta a la par que mis ojos escocían por las lágrimas contenidas.
Papá tenía el semblate decaído, abatido. Aunque haya pasado mucho tiempo de la muerte de su esposa y que hubiese reconstruido su vida con alguien más, aun lo seguía agobiando y atormentando el no haber podido hacer nada en esa circunstancia tan devastadora para mi familia.
—¿Tú crees que no me agobia verte infeliz? —replico con voz apagada, débil.
Por favor, si le resultara abrumador tal cosa, ya hubiese cambiado de parecer.
—Pues parece que no, porque aún no me dejas salir. —susurre con voz quebrada, a punto de echarme a llorar.
—Alex, sabes que hay peligros allá fuera...
Y vamos con lo mismo.
—Si, eso ya lo sé. —suspire saliendo de mi límite de paciencia y quitando bruscamente una lagrima que iba deslizándose presurosa por mi mejilla. —El hecho que haya peligros fuera, no quiere decir que tenga que vivir con miedo toda mi vida, ¿entiendes papá?
Guardo silencio, como meditando lo que diría a continuación y por una milesia de segundo vislumbre en su rostro un atisbo de ¿lastima? ¿Que se supone que debo de hacer yo con su lastima? este era un momento de tristeza mas no de pena, o ¿acaso eso era lo que papá sentía por mi ahora? y en el mejor de los escenarios, ¿Por qué?
—No sé lo que haría si te pasara algo. —murmuro al fin. —Si te perdiera, eres lo único que me queda de ella. —bajo su mirada para observar sus manos.
Muy bien, eso lo entendía, el hombre se preocupaba por su hija, pero una cosa era inquietarse por mí, por avisarle dónde estaba y con quien salía, a estar todo el tiempo tras de uno, eso me llegaba a abrumar.
—Escucha. —comencé a decir, cuando escuche el timbre de la entrada sonar. —¡ay! ¿es en serio?, tienen que interrumpir, ¿ahora? —grite con fastidio.
Siempre había algo o alguien que nos interrumpía cuando teníamos esta conversación, cuando no era el trabajo, era otra cosa semejante a ello, pareciera que papá no quería seguir con esto, que lo único que anhelaba era ponerle fin al tema sin darle alguna solución.
—Debe de ser Eli viniendo a dejar a Thomas. —inquirió y me otorgo una mirada de disculpa para posteriormente venir hacia mí y besar mi frente.
Otra discusión más que terminaba de manera abrupta, pero esto no se quedaría así, responderé mi duda como dé lugar.
Lo observe alejarse, respirando con dificultad por las emociones contenidas, enfado, aflicción, melancolía, todo ese efecto se me revolvió en mis entrañas, provocando que dijera las siguientes palabras sin pensar.
—Si hubieras muerto tú, apuesto que otra cosa sería. —le grite con voz fría a la puerta ahora cerrada, para que papá pudiese escuchar.
No me arrepentía de aquello, pues en otras circunstancias apuesto que estuviese mejor que ahora.
Fui hasta mi cama y sin poder contenerme ni un segundo más, me desahogué llorando, sola y en silencio para que no escucharan los invitados que acababan de llegar, a fin de no ser interrumpida por ninguno de ellos, hasta que de mis ojos no salió ninguna lagrimas más, quedando un vacío en mi interior que ahora en adelante no se llenaría tan fácilmente.
"Sentí de repente un pequeño pero agudo malestar que se extendía alrededor de mi espalda lo que hizo que despertara del sueño recurrente que se había apoderado de mi ser.
No sabía en qué momento me había quedado dormida y lo único que recordaba era que estaba en mi cama, llorando como si no hubiese un mañana y de ahí, nada, solo el silencio de la noche que se arremolinaba alrededor del condado.
Me desperece, me puse de pie y di unos pasos vacilantes tratando de ir a tientas hacia el apagador que se encontraba junto a la puerta de la habitación para encenderlo, pues todo estaba en penumbras.
Una vez que mis manos sintieron una superficie sólida, fui deslizándome por esta hasta que me detuve en donde estaba el interruptor y...nada, no había nada allí.
¿Qué diablos? Tal vez me había equivocado de pared.
Estaba a punto de dar media vuelta, cuando sentí una repentina brisa, seguida de sonidos escalofriantes, como de quejidos, lo que provocó que los vellos de mis brazos se erizaran del terror que sentía y volteé, alerta, en esa dirección.
¿Qué estaba pasando? Se supone que me encontraba en mi cuarto, segura de los peligros de la calle.
Pensando lo que haría a continuación, me aleje poco a poco de la pared para salir de la estancia, pero en donde supuestamente se encontraba la salida al pasillo que daba a las escaleras de casa, tampoco había nada, era como si de repente todo se había desvanecido, dejándome en un cubículo frío y oscuro, quien sabe dónde.
—¿Hola? —dije en voz alta, con la esperanza de que alguien llegase a escucharme. —Necesito ayuda, no sé en donde me encuentro y necesito ir a casa, por favor.
Suplique para que alguien viniera a mi rescate, pero no, no escuche absolutamente nada, más que lo mismo, silencio aterrador y sepulcral.
¡Maldición! Si papá se entera que nuevamente me escape, estaba segura que no sería muy comprensible en esta ocasión.
—¡Hey! —escuché que llamo alguien y sobresaltaba por aquella repentina voz, me di vuelta con la esperanza de ver a alguna persona que me apoyara, sin embargo, no fue así.
Perfecto, estaba perdida y como si fuera poco, mi mente me hacia una mala jugada.
Solté un gruñido, molesta por este inconveniente, cuando de repente escuché pasos que venían presurosos de algún lado, por ende, con ese inesperado suceso, basto para que mi instinto de supervivencia reaccionara y con el corazón casi en la garganta, comencé a correr lo más rápido que pude sin detenerme para nada, hasta que pise en falso y caí al suelo drásticamente con un estrepitoso golpe, a lo que mi estomago fue el receptor.
—Me lleva la...—me queje, sentándome en el suelo, tallando la parte afectada. —¡Demonios!
Me quede así un buen rato para que mi pulso se controlara y que el corazón dejara de latirme rápidamente, notando algo extraño escabullirse de entre mis manos. Pase estas varias veces por la superficie del suelo, percatándome que se trataba de algo ligero y que, al aplastar los objetos, estos crujían.
¿Sera qué?
Con dificultad me levante, no sin antes haber tomado una de esas cosas blandas y a oscuras, como podía, lo inspeccione lentamente, lo olfatee y como último recurso lo lamí en un intento por hallar su origen, y como si una diminuta lucecita dentro de mi cabeza se hubiera encendido, lo comprendí, entendí lo que se trataba.
Era una hoja, varias hojas de árboles se encontraban dispersas a mi alrededor, pero lo que no entendía era ¿por qué mi habitación estaba llena de estas?
De repente me percate que las nubes se deslizaban despacio por el cielo, dejando al descubierto la luna llena, colmando de luz la estancia, o, mejor dicho, el paisaje donde me hallaba.
Se trataba nada más y nada menos que de un extraño bosque que nunca había visto en mi costa vida, árboles y pinos se alzaban frondosos y se movían en un baile sincronizado por la brisa de verano que los azotaba delicadamente.
Todo este tiempo había estado allí y yo pensando que me encontraba en casa, pero ahora la cuestión era, ¿cómo es que había llegado hasta allí? no recordaba haber caminado hasta este sitio sola y menos de noche.
Que estúpida, ahora estoy perdida.
Lleve las manos a mi cabello, desesperada por tratar de pensar que era lo que haría a continuación, supongo que trataría de buscar alguna salida o camino que me llevase a casa.
Me disponía a ponerme en marcha, cuando vislumbre a lo lejos unas siluetas, lo que incito a que corriera de manera cobarde al árbol más cercano y me escondiera detrás de este.
Mire detenidamente la escena, tratándose de 2 personas, masculinas por su forma de andar, que jamás había visto en mi la vida, lo cual arrastraban con ellos un bulto. Esperen, no, no era un bulto, era otra persona que emitía quejidos de dolor espantosos, como el que escuche hace un rato.
Mi respiración fallo al percatarme que sus harapos estaban llenos de sangre, he de suponer que por las heridas echas a causa de haberlo llevado en esas condiciones mucho tiempo.
Mierda, tenía que hacer algo para ayudarle, pero desafortunadamente no llevaba el celular conmigo y meterme en una pelea con dos tipos que no conocía, mucho más altos que yo y más fuertes... jamás, valoraba demasiado mi vida, aunque no me dejaran salir.
—Dinos en donde está. —exigió el hombre más alto, de cabello negro y tez morena.
Lo que me llamo la atención y lo que no me había dado cuenta antes, era que los dos hombres de pie vestían con un tipo de armadura sacada del siglo pasado, como si fuesen alguna especie de soldados, demasiado ostentosa como para solo querer golpear a ese pobre hombre.
—No sé de qué hablas. —respondió con cierto temor la persona que estaba en el piso. Lloraba y gemía de dolor.
El hombre alto, me imagino que el que estaba al mando, lo miro de mala gana, como si de un insignificante bicho se tratara.
—Ya sabes que hacer. —ordeno, mirando a su compañero por última vez, para después marcharse y perderse entre la oscura noche.
El individuo que se quedó tomo al que estaba en el suelo, lo alzo como si no pesara nada y comenzó a golpearlo fuertemente, primero en el rostro y después lo azoto contra el piso hasta que ya no se movió.
Trague con fuerza al ver la escena.
No, no, no, ¿acaso había muerto?
Estaba completamente aterrada por lo que podía pasarle y a mí también.
El golpeador se acerco a la persona inconsciente, mientras sacaba una especie de daga, lo vi arrodillarse y cuando alzo el objeto, supe lo que pasaría a continuación.
¡Madre mía!
—¡No! —susurré asustada, o al menos eso creí ya que el hombre del cuchillo se detuvo y miró en mi dirección, pero afortunadamente logré agazaparme mejor en mi escondite para que no se percatara de mi presencia.
Suspiré y cerré los ojos, apoyándome en el tronco del árbol, tratando de guardar la calma.
Todo saldrá bien, no hay de que preocuparse. Esas palabras las repetía una y otra vez en mi mente, a modo de consuelo.
Segundos después, escuché pasos que se acercaban a donde me encontraba y de inmediato abrí los ojos, encontrándome cara a cara con la persona que había estado a punto de asesinar al otro individuo.
—¡Oye! —me grito e instantáneamente hice lo mismo, como si de una niña pequeña se tratase.
Con la respiración agitada por el miedo, intenté alejarme del hombre, pero lo hice demasiado tarde, pues ya me tenía agarrada del cabello.
—¡AUCH! —me queje por el daño causado. —¡Suéltame! —forcejee para librarme de su agarre.
Tenía mucho miedo, no sé cómo había llegado aquí, solo quería regresar a casa con mi padre y mi hermano.
De repente las lágrimas aparecieron, comenzando a llorar, pensando lo peor. Él me iba a matar, no quería morir aquí, sola, sin que nadie hallara mi cuerpo para despedirse.
Sentí que el hombre me soltó y al instante me dio un golpe en el estómago que me dejó sin aliento, cayendo al suelo.
—Déjame en paz por favor, solo quiero irme a casa. —suplique entre sollozos, con mis manos en la parte donde me había dañado.
Este no emitió ningún sonido, solo se limitó a inclinarse y tocar uno de mis hombros, sobresaltándome por su frio roce. Intente arrastrarme para alejarme, pero el me lo impidió, aumentando la fuerza que hacía sobre mí; mordí el interior de la mejilla para evitar gritar de dolor, pero fue en vano, ya que cuando salió una especie de luz de la mano del hombre, chille tan fuerte que casi desgarro mi garganta, sintiendo un dolor insoportable que me abrazaba entera, como si de fuego se tratase, hasta que mi cuerpo no resistió más y se desvaneció por completo, cayendo en un vacío oscuro y aterrador."
Abrí mis ojos, sentándome rápidamente, gritando, empapada de sudor, con la respiración agitada y el pulso acelerado por lo que me estaba haciendo aquel individuo.
Respiré profundamente, tratando de calmar mi cuerpo e inspeccioné mi alrededor, soltando un suspiro de alivio al notar que me encontraba en mi pequeña y acogedora habitación.
Así que todo había sido un sueño, pensé, o mas bien, una terrible pesadilla.
Me recosté nuevamente en la cama, deslizando la mano sobre mi rostro para quitar el sudor y posteriormente miré los desgastados dibujos del techo, reflexionado lo que acababa de vivir.
¿Qué diablos había sido aquello? Era la primera ocasión que soñaba con algo demasiado real, pensé que de verdad iba a morir.
—¿Alexia? —escuche la voz de mi padre en la puerta de la habitación, el cual no me había dado cuenta que estaba abierta hasta ese momento.
¿Habría escuchado mis gritos?
—¿Estás bien? ¿Qué sucedió? —continúo preguntando el hombre, entrando a la estancia y sin resistirme ni un segundo más, me levante corriendo hacia el para abrazarlo, pretendiendo borrar la pesadilla con ese simple, pero reconfortante gesto.
—No pasa nada, solo fue una pesadilla, una muy fea. —murmure entre sollozos, aferrándome más a él.
—No te agobies mi niña, todo estará bien. —susurro a modo de consuelo, acariciándome el cabello como lo había hecho siempre que no podía dormir. —Aquí estoy para ti, para protegerte.
Al escuchar sus palabras, más lagrimas se derramaron por mis mejillas. Él siempre había cuidado de mí, desde que paso lo de mi madre, constantemente estaba ahí para ayudarme, para defenderme de cualquier mal y ¿cómo se lo pagaba? Por su puesto, con berrinches.
Creo que ya tuvo suficiente con perder al amor de su vida, como para estar aguantando a una niña descarriada.
—¿Tomaste tu medicamento el día de hoy? —pregunto con voz suave, rompiendo el vigorizante abrazo.
Mierda, lo había olvidado.
Negué con la cabeza, limpiando mis lágrimas, volviendo a sentarme en la cama, mirando a papá dejar en la mesita de noche el botecito de vidrio de mi insulina junto con una jeringa, para posteriormente tomar el frasco a fin de preparar la medicina.
—¿Me haces el favor? —pregunto cuando estuvo listo, acercándose hasta que quedo frente a mí.
Asentí y alcé la blusa para dejar mi estómago al descubierto, cerré los ojos e hice una mueca de dolor al sentir el pinchazo.
Toda mi vida me había inyectado, pues desafortunadamente nací con esa terrible enfermedad, y aun así no lograba acostumbrarme.
—Ya está. —anuncio mientras bajaba mi blusa. —La cena ya está lista desde hace horas, por si quieres comer algo.
—¿Qué? ¿Cena? ¿Cuántas horas dormí? —cuestioné perpleja.
—Como unas 6 más o menos. —informo sonriente, mientras guardaba los desechos de la medicina en una bolsa de plástico.
Lo mire boquiabierta. ¿6 horas? Pero si sentí que la pesadilla apenas y duro unos cuantos minutos.
—Oh vaya. —dije en cambio, aun con sorpresa en el rostro. —Si, claro, en un momento bajo, solo necesito ducharme. —comente.
Una ducha seria perfecta para quitarme ese trago amargo que pase con los acontecimientos vividos en mi cabeza.
Una vez que mi padre salió de la habitación, me levanté de la cama para buscar el pijama y después encerrarme en el baño, comenzando a quitar la camisa de cuadros para después deshacerme de la blusa de tirantes y una vez en ropa interior, me miré en el espejo.
—Estoy hecha un desastre. —susurré, pues tenía la cara hinchada y roja de haber llorado todo este tiempo y el poco maquillaje que usaba, se había corrido por completo hasta hacerme ver como un payaso y no de los bonitos.
Me incliné sobre el lavabo para enjuagar mi cara, tomé una toalla, le puse un poco de desmaquillante para después pasarla por el rostro, haciendo pequeños masajes a fin de quitar toda la pintura.
Una vez limpia, tiré el paño a la basura y observándome nuevamente en el espejo, me di cuenta de algo que no había visto antes y que me llamo mucho la atención, pues se trataba de una mancha amorfa, sin ninguna forma definida, que se alojaba en mi hombro derecho.
Me quedé quieta unos segundos mirándola hasta que comprendí lo que era; no era una mancha, más bien era una marca roja e hinchada como si fuera una...
—¡Quemadura! —puntualice sorprendida, recordando lo que había pasado. —El sueño. —susurré atónita, con el corazón desbocado. —Entonces... ¿Qué diablos?
De repente todo a mi alrededor dio vueltas, provocando que me faltara el aire y de manera inesperada llegaron imágenes a mi mente de los extraños acontecimientos estando en aquel bosque, como si de pequeños cortos de película se tratase.
Yo estando sola en esa zona arbolada, los dos extraños arrastrando un bulto, el hombre de la armadura golpeándome y por último la extraña sensación de escozor justo en la misma zona que estaba la quemadura.
Mi cuerpo comenzó a emanar un sudor frío en cuanto caí en cuenta.
¿Acaso lo que paso en mi mente había sido más que un simple sueño?
Toda yo era un caos y en los segundos siguientes no supe que pasó muy bien, solo sentí que mi cabeza chocó contra algo frígido y duro, provocando que la oscuridad me consumiera por completo.
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