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CAPÍTULO 10.

—Disculpas aceptadas—me sonrió.

Al ver su sonrisa, mi pulso se aceleró.

Iba vestido con una camisa negra de botones la cual, estaba húmeda por la bebida que se le había derramado. También portaba unos pantalones de mezclilla y una gorra, que ahora llevaba hacia atrás.

Tenía que reconocerlo, se le veía... Guapo.

Me quedé callada, sin decir absolutamente nada. Pasé por su lado en dirección a mis amigos, o eso intenté ya que una mano fuerte agarró mi muñeca, dándome un tirón hacia atrás, quedando frente a él.

—¡Me mentiste!—Susurró en mi oído, lo bastante fuerte para escuchar.

No parecía enojado, ni contento, simplemente parecía él, sin ninguna expresión en el rostro y en su voz.

Sentí que sus manos apretaban mi cintura. Me sobresalté, jadeando. Estaba más que nerviosa.

Me removí en sus brazos, pero fue en vano.

Él me arrastró hasta el fondo del bar, por donde se encontraban los juegos de apuesta, dándome cuenta que había mucha más gente ahí, pero la ventaja es que había mesas desocupadas ya que los dueños de estas estaban concentrados en los juegos.

Damián me soltó, indicando que me sentara. Lo pensé dos veces antes de obedecerle.

—No has respondido a mi pregunta—dijo mirándome. Me analizaba detenidamente.

—No preguntaste nada—protesté, esquivando la mirada del chico. —Más bien afirmaste lo obvio.

Por los altavoces escuché una música estruendosa y sin nada mas que hacer, comencé a mover mis dedos al compás del ritmo, nerviosa.

El chico sonrió.

—¿Por qué?

¿Qué se supone que le diría?

Solo me limité a encogerme de hombros.

Él se cruzó de brazos, esperando la respuesta y yo suspiré, rendida.

—Simplemente no quería meterme en un bar con un extraño—respondí con la verdad, en parte.

Frunció el ceño. Supuse que estaba pensando la respuesta. 

—Dices que soy un extraño para ti, pero no te das el tiempo de conocerme.

—¡Pero no en un bar!—Exclame. —cualquier chico normal invitaría a una chica a un parque, cine o restaurante.

—Pues ¡oh sorpresa! no soy un chico normal—guardó silencio porque alguien se acercó a la mesa con una bandeja de copas llenas de un liquido rojo—aquí deja todas. —dijo con voz completamente diferente, neutra.

El hombre obedeció sin chistar, poniendo la bandeja sobre la mesa.

—Así que... —dijo Damián una vez que el hombre se fue, tomando una copa—¿Quieres conocerme?

Tomó un sorbo del líquido escarlata y después agarró otra de las copas, poniéndola frente a mí.

De todas las preguntas que quizá formularia el chico, esa era la menos esperada.

—Amm... No... Tal vez—balbucee, aferrándome a la copa.

¿Pero que rayos te pasa Alex? concéntrate.

El chico sonrió de lado.

—Entonces has tus preguntas. —tomó todo el líquido que le quedaba.

Lo miré sorprendida, no sabía que sería tan fácil.

No tenía ni idea por dónde empezar.

—Amm... Nombre completo—pregunté curiosa.

—Damián Sallow—Dijo sin más, tomando otra copa.

Jamás había escuchado de ese apellido.

—¿Cuántos años tienes? ¿Estudias? —acerqué mi copa a la nariz e hice una mueca de asco.

No sé porque a la gente le gusta esto, huele horrible.

—Tengo 18 y no, no estudio.

Lo miré, detenidamente.

Este parecía aburrido con la conversación. 

—No sé porque no te creo—le di un sorbo, sintiendo como bajaba la bebida sobre mi garganta, quemándome un poco.

Hice una mueca.

Wow, esto sabe muy diferente de como huele.

Él me miró a los ojos y yo aparté la vista.

—Tú quieres conocerme, yo te di la oportunidad, cosa que no se la doy a cualquiera—dijo serio— ¿y la desperdicias diciendo que no me crees?

—Vale, vale, ya entendí—tomé lo que me quedaba en la copa, dejándola de lado. —¿Qué hay de Henry? ¿Cómo lo conoces? ¿él fue quien te dio mi número? ¿te dijo...

—Se acabaron las preguntas—me interrumpió. Agarrando otra copa.

Ya solo quedaban cinco de la docena que había, la mayoría tomadas por Damián el cual, no se le veía para nada borracho.

—¿Por qué no respondes a lo de Henry? —pregunté.

Ya no me sentía nerviosa por su presencia. Mas bien, me sentía acalorada.

Tomé la liga que siempre llevaba puesta en mi muñeca y até mi cabello en una coleta alta.

Vi que el chico negó a lo que le pregunté con anterioridad.

—Hablemos de nosotros—Dijo en cambio, con voz suave que, al parecer, solo usaba conmigo.

Lo miré sorprendida.

¿A qué diablos se refería?

Se recostó en el respaldo de la silla, mirándome.

—¿Nosotros? JA—tomé la segunda copa, vaciándola de dos tragos.

Estaba sudando.

—¿Qué tiene de malo?

Me encogí de hombros.

—Nada, pero como que no combinamos bien—Dije, susurrando lo último.

Agarré otras dos copas mas, dejándole una al chico. Las tome una tras otra.

—No debiste de haber bebido las dos tan rápido—me miró, con el ceño fruncido.

—¿Ahora te preocupas por mí? Damián—dije arrastrando un poco la lengua.

Él emitió un sonido, como de una carcajada.

—Para nada, Alex—dijo divertido.

Al escuchar mi nombre salir de sus labios, sentí un pequeño escalofrió que recorría mi cuerpo.

Tenía que admitir que lo pronunciaba de manera sexi.  

Saqué mi lengua a manera de burla y él sonrió.

Sin saber muy bien lo que hacía, me levanté tambaleante, yendo en su dirección.

¿Qué diablos tenían esas bebidas? pensé.

Damián miraba atento todo lo que hacía, mis gestos, mis pasos, sin emitir ninguna palabra. Cuando estuve a una distancia prudente, le quite la gorra que llevaba.

—Me encanta tu gorra, me la quedo. —la miré.

Pensé que era negra, pero viéndola bien, era de color azul marino. Mi favorito.

Me la puse, con la visera hacia delante y lo miré, sonriente.

Él me estaba mirando con sus ojos verdes, inspeccionando cada parte de mi.

Acercó su cara a la mía y cerré mis ojos, esperando sentir sus labios contra los míos...Pero eso nunca pasó.

—A mí me encanta tu cuerpo, lástima que no me lo puedo quedar—Susurró en mi oído.

Al escuchar eso, abrí mis ojos. Mi pulso se aceleró y sentí mis mejillas arder.

Me separé de él al instante.

—Yo... Amm...—Balbucee, nerviosa.

Vi que sonreía por la reacción que causó en mí.

—Tengo que ir al baño. —Dije por fin, dándole la espalda a Damián.

Me alejé de él lo más rápido posible, chocando con una silla. La dejé a un lado para seguir avanzando.

Tonto chico y su estúpida manía de hacer siempre lo mismo conmigo, pensé.

Lo peor de todo es que no tenía idea de donde quedaba el baño.

—Hola, disculpa, ¿sabe dónde queda el baño? —Pregunté a un hombre de camisa negra, que estaba atento a una partida de billar.

Este volteo para mirarme y lo reconocí al instante.

¡Mierda!

Era el hombre que vi en la entrada, el que se habría paso entre la multitud.

—Por allá—dijo señalando detrás de él.

—Gracias.

Me alejé lo más rápido que pude de aquel hombre.

Cuando llegué al baño de mujeres, suspiré aliviada detrás de la puerta, me encerré en él y miré a mi alrededor. Pará mi sorpresa, estaba vacío, todas las puertas de los cubículos estaban abiertas.

Me separé de la puerta para ir al lavabo, miré mi rostro en el espejo, todavía tenía las mejillas encendidas. Abrí la llave para lavar mi cara.

—Que rayos está pasándome—susurré para mi misma.

Yo no era así, el ir a un bar, sentarme con un desconocido a tomar alcohol e incluso querer que me besara.

Me apoyé en el lavabo, sin saber que hacer a continuación.

Tendré que irme, no podía seguir así, tendría que ir en busca de Sonya y Henry.

Miré nuevamente mi reflejo en el espejo y, poco más calmada, me dirigí hacia la puerta del baño para abrirla, miré a mi alrededor, percatándome que dos hombres, con el que hablé hace unos segundos y otro, se habrían paso a empujones hacia donde me encontraba.

¡Ay no!

Quería gritarle a Damián, pero obvio no me escucharía.

Con el pulso acelerado, cerré rápido la puerta.

¡Maldición!

Tenía mucho miedo.

¿Qué diablos querían de mí?

Vi mis opciones de escape y cómo era obvio, no tenía ninguna, la única opción era usando la puerta, pero la descarté de inmediato.

Los cubículos, eran mi última esperanza.

Fui corriendo al último, escondiéndome, justo cuando escuché a los hombres entrar. Le puse el pestillo, alejándome.

Me iba a dar la vuelta, cuando siento que alguien tapa mi boca, pegando un brinco, asustada.

—Shh—Susurró la persona en mi oído.

Me hizo voltear, aún con su mano en mi boca, para quedar cara a cara con él.

Lo miré sorprendida.

Pero que rayos... Como pudo... No podía creer lo que mis ojos estaban viendo.

—Sígueme la corriente—Susurró Damián, nuevamente en mi oído y asentí.

Quitó sus manos de mi boca, para poner la gorra que yo llevaba puesta, al revés, también quitó mi camisa de cuadro, amarrándola sobre mi cintura.

Lo miré sorprendida.  

—¿Qué...? —empecé diciendo, pero Damián tapó mi boca nuevamente, negando.

Fuera se escuchaban las voces de los hombres que se acercaban.

Él tomó mi cintura, pegándome a él, jadeé cuando sentí brevemente sus labios sobre mi cuello.

¿Qué se supone que estaba haciendo?

No me sentía incómoda, ni avergonzada, simplemente... Me sobresalte cuando escuché golpes en el cubículo donde nos encontrábamos.

—Está ocupado—gritó fingiendo estar borracho.

Aunque eso no sirvió de nada porque los golpes continuaron, hasta que lograron abrir la puerta.

Estamos muertos.

—Dije que está ocupado—repitió, está vez enojado, sosteniendo la puerta.

Este se puso delante de mi, asomando la cabeza, quedando detrás de él.

—La chica que tienes ahí, es nuestra—Escuché que dijo uno de los hombres.

Me sobresalte al escuchar semejantes palabras.

¿Qué significa eso?

—Pues tendrás que pasar sobre mi si la quieres —Dijo, saltando a la defensiva.

Lo mire sorprendida. 

¿Si se daba cuenta que eran dos hombres corpulentos contra solo un chico?

—No creo que sea...—Empecé diciendo y pegué un grito cuando escuché un fuerte golpe.

Damián se quejó y me asusté cuando vi sangre correr por su barbilla.

—Quédate aquí, por nada en el mundo salgas—me ordenó.

Estaba a punto de responder, cuando salió. Me puse de espaldas a la puerta del cubículo, manteniéndola cerrada.

Dios, tenía que ayudarle.

Miré a mi alrededor desilusionada ya que nada serviría como arma.

Sollocé sin saber que más hacer. Me sentía desesperada por salir de una buena vez de allí. 

A los pocos segundos, sentí algo vibrar en la bolso.

¡Mi celular!

Lo agarré, mirando era una llamada de papá.

Mierda, ahora no.

Me asusté, pegando un grito, causando que derramará lágrimas, cuando oí un fuerte estruendo en el costado del cubículo.

Guardé mi celular, dejando que pasara la llamada.

Se escuchaban golpes, quejidos y maldiciones, tanto de los hombres, como de Damián.

Cerré mis ojos, tapando mis oídos para dejar de escuchar la pelea.

Por favor, que termine pronto, supliqué.

Al cabo de unos segundos, sentí que alguien empujaba la puerta que estaba manteniendo cerrada.

Oh por dios, este es mi fin, pensé, derramando más lágrimas.

De un momento a otro dejé de escuchar los quejidos de la pelea que se estaba llevando a cabo afuera. Abrí mis ojos, asustada, dejando de tapar mis oídos. 

El silencio que escuché a continuación me dejó sorprendida.

¿Ya acabó? ¿Se encontraba bien el chico?

Pegué un grito cuando empujaron la puerta y esta vez apoyé todo mi peso en ella.

—Déjenme en paz—grité, entre sollozos.

Tomé nuevamente el celular en un intento por pedir ayuda.

—Alex, abre de una maldita vez, soy yo, Damián.—gritó el chico al otro lado de la puerta.

Suspiré aliviada por escuchar su voz y guardé el celular.

Rápidamente abrí y sin pensarlo me lancé a sus brazos.

Sentí la respiración de Damián agitada a causa de la pelea y también sentí que él no correspondió el abrazo. Pero no me importó.

—¿Quiénes eran? ¿Por qué me querían? —dije, alejándome de él, limpiando mis lágrimas.

Miré a mi alrededor y me sorprendí cuando me percaté que no había rastro de los hombres que, hace unos segundos, estaban peleando con Damián.

—¿Dónde están? —Pregunté curiosa. También había unas cuantas gotas de sangre salteadas manchando el suelo.

—Se fueron—respondió, limpiando la sangre que se derramaba sobre su barbilla, pues tenía el labio inferior roto.

Salió bastante bien a pesar que eran dos contra uno.

—¿Cómo que se fueron? ¿Así nada mas? Pero nunca escuché...

—Hay que irnos—me interrumpió y tomando mi muñeca, avanzó hacia la salida del baño.

Nunca le había dado la razón, pero esta vez si la tenía.

—Necesito avisarle a Sonya—grité, cuando estuvimos fuera.

—No hay que perder tiempo, vendrán más. —dijo serio, abriéndose paso entre la gente.

¿Qué? ¿A qué se refería con que vendrán más? ¿por qué?

Lo miré confundida.

Damián me llevó a rastras por casi todo el bar, hasta detenerse frente a una puerta que decía "salida de emergencia", la abrió y los dos salimos a un callejón.

Al salir, nos quedamos quietos mirando la fría oscuridad.

Al cabo de unos segundos, caminamos en silencio, cuando se escucharon pasos detrás de nosotros.

—¡Corre! —Me dijo.

Con el corazón latiendo desbocado en mi pecho, le obedecí.

Los dos salimos corriendo en dirección contraria a los pasos, pero Damián se detuvo de golpe cuando la sombra de alguien se interpuso entre la salida del callejón y nosotros, lo que provocó que chocara con él.

—¡Maldición! —escuché que decía.

Miró a su alrededor, buscando alguna otra salida.

—D-Damián—empecé a decir, tartamudeando, mirando a las dos sombras que se acercaban por detrás y la que estaba adelante. —tenemos que...

No terminé de decir porque este me empujo entre un montón de cajas vacías, saliendo de la vista de aquellos desconocidos.

—¿Confías en mí? —preguntó, mirándome a los ojos.

No se le veía preocupado ni asustado, se le veía normal, a comparación conmigo, que estaba hecha un manojo de nervios.

¿Qué se supone que le diría? ¿La verdad? ni hablar. 

Sentí que su agarre en mi muñeca se hacía más firme, instándome a responder.

—Si, creo...—susurré.

Si se ofendió, no lo noté ya que su cara no transmitía ninguna emoción.

—Bien, entonces cierra tus ojos.

¿Que? ¿Cómo para que? ¿Qué se supone que hará? 

Todas esas preguntas pasaron por mi mente, pero no daba tiempo de hacerlas.

Sin mas, obedecí, sintiendo mis lagrimas caer sobre las mejillas.

Al cabo de un par de segundos sentí unas manos cálidas a un costado de mi cabeza y al instante un fuerte dolor atravesó mi cráneo, grité demasiado fuerte, sintiendo mi garganta arder.

Intenté quitar las manos de Damián de mí, pero el esfuerzo que hice fue de envalde.

Quise abrir mis ojos para ver qué era lo que estaba sucediendo, pero mis párpados no me obedecieron.

Después de unos segundos, ya no sentí dolor, no sentí nada ni veía nada, más que una profunda y helada oscuridad que se apoderó de mí.

¡¡¡Nuevo capítulo!!! 🥳🥳

Pobre Alex, le ha pasado de todo en estos pocos capítulos que lleva la historia y más que le pasará conforme avance. 🤭

Gracias por leerme. Espero que lo hayan disfrutado y que cometen que tal les pareció. 🤗❤️

Nos vemos la próxima. 👀

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