Tarea 2. Taller Prosa de Ficción. Novela realista.
La novela realista tiene una serie de caractetísticas y en esta tarea debíamos cumplirlas.
Teníamos que trabajar a partir de una noticia real y trabajar en un personaje, la temporalidad y un relato en presente con analépsis.
Pd: La temporalidad no lo añado porque está en un formato para esquematizar y no puedo pasarlo a aquí. Lo siento :(
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PERSONAJE:
Noticia: Dan una discapacidad del 33% a un menor que sufrió 'bullying'. http://www.elmundo.es/espana/2014/11/03/5457d905268e3ed8258b4572.html
Hecho: Sufrió acoso escolar desde que empezó el instituto a los doce años. En la última paliza que le dieron, hace dos meses, le reventaron el tímpano y ahora tiene una discapacidad del 33% por estrés postraumático.
Nombre: Daniel. Edad: 16 años. Altura: 1.70. Peso: 62 kilos.
Lugar donde nació: Madrid. Tras haber padecido acoso escolar, la familia se muda a León. Su padre es de allí y deciden empezar de cero en esta nueva ciudad.
Apariencia corporal: Daniel es delgado, la forma de su cara es ovalada, sus cejas son alargadas, su nariz es chata y sus labios finos. Se parece a su madre.
Color de pelo: negro. Color de ojos: azules. Color de piel: claro.
Clase social a que pertenece: media/alta. Sus padres son abogados.
Ocupación: estudiante.
Características y actitud hacia el trabajo: era un niño responsable y trabajador. Ahora mismo intenta adaptarse a su nuevo instituto.
Educación: estricta y exigente por parte de sus padres.
Vida familiar: es hijo único. Vive con sus dos padres y ahora que está en León, los fines de semana visita a sus abuelos paternos. El resto de la familia vive en Madrid. Sus padres no se enteran del problema que padece su hijo hasta esa última paliza en la que le revientan el tímpano. Es entonces cuando toman medidas legales y se mudan. Sus padres trabajaban todo el día y pensaron que el cambio de Daniel hacia un chico más callado y taciturno, se debía a la pubertad. No se dieron cuenta de que algo grave pasaba porque trabajaban mucho y cuando intentaban acercarse a su hijo, Daniel rehuía, lo ocultaba todo por sentimientos de culpabilidad. Estos sentimientos son comunes en personas que sufren acoso escolar e incluso pueden llegar a autolesionarse como castigo propio y con el fin de sentir control sobre algo en sus vidas.
Convicciones y creencias: es ateo.
Entretenimientos: los videojuegos y dibujar. Le gustaba jugar al futbol, pero lo dejó cuando empezó a sufrir acoso escolar en su antiguo instituto.
Ambiciones: ser “normal”.
Manías: rascarse el dorso de la mano.
Frustraciones: no plantar cara a los matones que le pegaban.
Deseos: olvidar todo. No obstante, tiene sentimientos de venganza.
Temperamento: melancólico. Daniel es inteligente, introvertido, inseguro y serio. Sin embargo, es irónico. Solía ser responsable, sensible y afectuoso, pero desde el acoso escolar ha cambiado. Tiene sentimientos de inferioridad y culpabilidad. Es pesimista, triste, solitario y desconfiado.
Gestos habituales: apretar los dientes cuando siente que va a llorar.
Frases que lo caracterizan: “nunca pasa nada”. Daniel solía repetir esa frase a sus padres de forma irónica cuando sufría acaso escolar. Por una parte quería que se dieran cuenta que necesitaba ayuda y por otra intentaba ocultarlo.
Actitud frente a la vida: esquiva, intenta esconderse. Aunque esto va evolucionando.
Complejos: no tener fuerza física. Él se ve como un chico sin fuerzas para enfrentarse a los matones que le pegaban y esto le acompleja. Por eso, tras mudarse a León, tiene esa fijación por ir diariamente al gimnasio. Quiere estar preparado si le ocurre otra vez en el nuevo instituto.
Aptitudes: era buen estudiante antes de que todo pasara. Se le da muy bien dibujar.
Objetos preferidos: su cuaderno de dibujo y sus lápices.
Lugares preferidos: el desván de su casa nueva. Su casa antigua en Madrid no tenía desván. Es algo completamente nuevo y diferente este lugar y por eso le gusta. Es un sitio tranquilo y silencioso. Cuando se siente muy ansioso, va al desván para refugiarse, le da seguridad.
Con qué otros personajes se relaciona y de qué modo:
Padres: se relaciona con sus padres de forma comedida. No suele contarles nada, trabajan mucho y esto lo aleja de ellos. Este hecho evoluciona en la historia y su relación mejora después de un punto de no retorno en el que Daniel explota presionado por la repentina preocupación paternal.
Psicóloga: Al mudarse a León, empieza una terapia con una psicóloga. Al principio se niega a dejarse ayudar, pero poco a poco confiará en ella.
Abuelos: Con sus abuelos paternos, desarrolla una relación que antes era inexistente, lo cual le dará un respiro. Es el primer cambio que le hace mejorar.
Amigos: En el instituto nuevo empieza a relacionarse con un grupo de chicos y chicas de su clase. Son cinco: dos chicos y tres chicas. Daniel es distante, pero ellos logran arrastrarlo hacia una adolescencia normal. Rober y Julio comparten su afición por los videojuegos y así inicia una amistad que se consolidará con el tiempo. Bea es una de las chicas del grupo y ella llegará a ser su confidente. La relación que mantiene con este grupo se inicia cuando llega al instituto nuevo y evoluciona muy bien, pues los otros chicos lo aceptan y arropan con normalidad. Esto afectará a Daniel muy positivamente.
Foto: No he utilizado ninguna foto para guiarme. He preferido imaginarlo en mi cabeza.
¿Con qué música relacionarías al personaje? Con “No dejes de soñar” de Manuel Carrasco.
¿Te recuerda otros personajes de novela, alguna película…? No me recuerda a nadie en especial.
Describe el vestuario del personaje. Piensa en su dormitorio. Su ropero: ¿cómo sería? ¿Cuál sería su prenda favorita? Suele vestirse con ropa deportiva, chándal y botines. Ropa cómoda.
PRESENTE Y ANALÉPIS:
Daniel observa la estancia y se rasca el dorso de la mano con impaciencia. Está nervioso, está muy, muy nervioso. No quiere estar aquí. No quiere hablar de ello. De hecho, no quiere hablar de nada. Lo que desea es irse a casa, encerrarse en el desván y no salir jamás.
El desván de su nueva casa es diferente a todo lo que haya conocido hasta ahora. Es una habitación al fin y al cabo, es consciente de ello, pero le gusta, le proporciona esa seguridad que el resto del mundo no le da. En realidad, toda la maldita ciudad de León debería proporcionarle esa seguridad que te da un sitio nuevo, un sitio sin recuerdos. Sin embargo, sólo ese desván lo tranquiliza. Es un sitio de difícil acceso, si no conocieras la casa, no sabrías que está allí. Nada malo podría pasarle allí. Es como esconderse, sin estar escondido. Además, puede dibujar sin interrupciones. Sí, es su lugar favorito desde que se mudaron.
Daniel echa otra ojeada a su alrededor. No sabe si son los muebles color caoba, pero hay algo en este lugar que hace que huela a viejo y rancio. No le gusta. No le gusta ni el lugar ni la mujer cincuentona que está sentada frente a él y mide cada uno de sus movimientos. Según le han informado sus padres, Esther es la mejor psicóloga de León.
Daniel no sabe si es cierto, tampoco le interesa lo más mínimo esta señora. Daniel lo que quiere es pasar por esto y seguir adelante. Tiene dieciséis años, pero es listo, siempre lo ha sido. Pese a no saber esquivar los golpes, sabe, por ejemplo, que debe pasar por estas sesiones con esta psicóloga para mantener contentos a sus padres.
Ese el problema, piensa… siempre ha querido contentarlos, estar a la altura de las exigencias, no defraudarlos. Pero al final, aunque lo intentó ocultar, toda la mierda ha salido a flote y poco puede hacer por arreglarlo. Es más, ni siquiera sabe cómo debería haber actuado para que nada de lo que sucedió, sucediese.
—Daniel, respira hondo. No estés nervioso, yo no soy una amenaza —dice la psicóloga observándolo atentamente.
El adolescente no contesta. Esther suelta la libreta que tiene entre sus manos y espera, pero Daniel no habla. Daniel no entiende qué gana él contándole todo lo que sucedió a esta señora, así que calla.
La psicóloga, se echa hacia atrás en su silla. Lleva ya media hora de sesión con el muchacho y aunque lo ha intentado por activa y por pasiva, este chico se niega a soltar prenda. Así es muy difícil trabajar, mucho menos, sacar algo en claro.
—Daniel, comprendo que no quieras revivirlo, pero es necesario que me lo cuentes todo, que te sueltes y pierdas el miedo. Tienes que compartirlo, verbalizarlo y liberarte de este modo.
El chico se rasca de nuevo el dorso de la mano. No quiere, no quiere. ¿Por qué tiene que hacer esto?
—Daniel, por favor. Si no hablas, ¿cómo quieres que iniciemos alguna terapia? —Esther vuelve a coger la libreta y toma aire. Decide intentar algo diferente—: Mañana empiezas las clases, ¿cierto? Te doy algunos consejos, ¿quieres?
El chico asiente con timidez y la psicóloga empieza a decirle formas de afrontar el primer día en el nuevo instituto. Daniel presta atención, cree que esto puede servirle de algo, pero de pronto, Esther hace una pausa y le pregunta:
— ¿Cómo empezó todo? empieza desde el principio. Venga, inténtalo —lo anima.
Daniel rehúye la mirada como si los ojos de la psicóloga pudiera ejercer alguna clase de influencia sobre él.
¿Y si se lo cuenta? ¿Y si le pudiera ayudar a que no volviera a ocurrir? ¿Pero cómo? ¿Cómo podría esta mujer ayudarle?
No habla, desecha la idea. No obstante, su cabeza ya es imparable. Con la posibilidad de contárselo, parece que ha abierto la caja de Pandora. Siente como su corazón bombea con fuerza dentro de su pecho. Las lágrimas acuden a sus ojos azules y él aprieta los dientes reteniéndolas.
Las imágenes se hacen visibles en su mente.
Está bajando las escaleras del edificio principal de su instituto. A esta hora ya no hay nadie por las calles. Es su mejor estrategia: cuando acaban las clases, espera hasta que no queda nadie y entonces sale. De ese modo se evita coincidir con Marcus y sus secuaces.
Anda con la cabeza gacha y la mochila al hombro. Siente el peso de los libros en su espalda, pero aligera el paso. Todo le da miedo. Él antes no era así, pero ahora sí, ahora todo le da miedo.
Unas voces lo alertan, las reconoce de inmediato. Daniel se esconde detrás de un coche incluso antes de verlos. Pero ya es tarde. Escucha como lo insultan. Estaban al principio de la calle, de seguro lo esperaban.
—Cobarde, no te escondas… —La voz de Marcus retumba en sus oídos.
Daniel tiembla incontroladamente. El dorso de sus manos está rojo de tanto rascarse. No sabe cómo salir de esta. A decir verdad, ha estado tantas veces en esta situación, que sabe que no hay escapatoria.
Cierra los ojos cuando los siente encima de él. Dos manos lo levantan, enderezándolo. Daniel ni siquiera se queja, sólo aprieta los dientes. Que acaben pronto, es lo único que pide.
Dos de los chicos lo agarran fuertemente y Marcus es el encargado de usarlo como saco de boxeo. Los primero golpes queman en la piel, en la garganta, en el estómago… Se retuerce y cuando las manos lo liberan, cae hecho un ovillo en el suelo. Está mareado, no puede pensar con claridad. Le duelen todas las partes de su cuerpo, pero todavía puede sentir la patada en su costado. Aúlla en una súplica.
—Tío, déjalo ya que lo vas a matar —escucha de fondo.
Abre los ojos lo suficiente para ver los bajos de un coche e intenta arrastrase hacia él. Si se mete allí, lo dejará en paz o por eso ruega.
—¡Oye, qué hacéis! —exclama una mujer.
Un último golpe en el lateral de su cara hace que gire el rostro de una forma brutal. Daniel puede oler la sangre, pero pronto, todo se desvanece.
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