Tarea 1. Taller Prosa de Ficción. Novela lírica.
La novela lirica tiene una serie de características y nosotros debíamos realizar una serie de tareas en la que trabajaramos en una historia de este género.
Teníamos que trabajar en el personaje, su línea de vida, un espacio concreto enfocado desde la infancia y un regreso a este espacio desde la adultez.
Parece coña, pero con este tipo de tareas, mi profesor ha logrado que desarrollemos el esquema que vertebra una novela. Así que no os extrañe que cualquiera de estas tareas enfocadas a un géneo específico, acabe siendo uno de mis siguientes proyectos.
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PERSONAJE:
Pablo es un niño de nueve años al que le fascina la antigua cámara de fotos de su hermano. Vive en Bilbao, en un pueblo costero de la época actual.
Es bastante maduro para su edad e incluso aparenta más edad de la que tiene. Es atractivo, alto, de ojos acaramelados, pelo un tanto largo y castaño, de piel morena y voz peculiarmente ronca.
Pablo es generoso, temerario, introvertido, dominante y tenaz. Exteriormente se comporta con aire chulo, como alguien duro, pero su madre es su punto débil. Además, su forma de comportarse sólo surge como protección ante los demás por su físico, ya que tiene en la cara una cicatriz por un accidente de la niñez al que jamás se refiere y no se descubre hasta el final de la historia.
No se siente bien consigo mismo por la cicatriz de su cara, eso hace que tienda a esconderse poniéndose siempre sudaderas con capucha o gorros. Pero sobre todo, Pablo no se siente bien por cómo se hizo esa cicatriz.
El padre de Pablo murió de cáncer cuando él aún no había nacido, su madre trabaja cosiendo en casa y su abuelo paterno es el cabeza de familia y quien trabaja faenando en la mar. El hermano de Pablo era mayor que él diez años y murió cuando él tenía seis. Este hecho marca a la familia de por vida y al propio Pablo profundamente, puesto que Pablo estaba con su hermano cuando ocurrió el accidente en la mar y él solamente se hizo una cicatriz mientras que su hermano murió. A raíz de esto su madre se sume en una depresión de la que no sale.
Su prioridad es su abuelo y su madre. Su objetivo inmediato es ayudar en casa y trabajar en la mar como su abuelo. Sin embargo, Pablo sueña con la antigua cámara de fotos de su hermano. Alguna vez ha jugueteado con ella, pero lo que le marca un antes y un después es un día que sale a la playa con ella después de haber discutido con su madre. Es entonces cuando ve a Sara, una niña nueva en el pueblo. Ambos están en la playa, Pablo se esconde y le hace fotos mientras que ella ignora lo que pasa. Es a partir de este momento en el que la pasión por la fotografía despierta en Pablo.
El mayor logro de Pablo se da cuando Sara toma una de sus fotos y la envía a un concurso de un periódico local en el que resulta ganador.
Él se ve a sí mismo como un soñador con los pies en la tierra y el mar. Los demás le ven algo travieso. Pablo es bueno, pero tiende a meterse en líos en su infancia y adolescencia por absurdas apuestas que hace con sus amigos. La relación con su abuelo es buena, aunque tiene que reñirle algunas veces por los líos en los que se mete, pues su madre siempre anda ensimismada y no le echa mucha cuenta.
A Pablo le gustaría viajar y salir de su pueblo. Le gusta vestir ropa de deporte y ama con locura a su perro.
LÍNEA DE VIDA:
Pablo tiene nueve años, pero perdió a su hermano mayor cuando él tenía seis. Este incidente no se conoce con exactitud hasta que termina la novela. Ambos chicos jugaban en el barco de su abuelo, Pablo cayó al mar y su hermano murió ahogado al acudir en su ayuda. Este suceso le marca de por vida, pues Pablo se siente responsable, él sólo tiene una cicatriz y está vivo, mientras que su hermano murió.
Esta tragedia hunde a la familia. La madre de Pablo pasa a ser una mujer taciturna y no atiende a Pablo como debería. Ya fue duro perder a su marido con cáncer cuando Pablo aún no había nacido, pero perder a su hijo la destruye para siempre. Por otra parte, su abuelo se convierte en la roca que sostiene a Pablo y a su familia.
A Pablo le fascina la antigua cámara que era de su hermano, no ha tenido mucho uso, pero su madre la guarda como una reliquia. Un día, tras haber discutido con ella, coge la cámara en un acto de rebeldía y se va a la playa. Allí, ve a una niña y como en estado de trance, comienza a hacerle fotos. Así es como se inicia su pasión por la fotografía. Pablo conoce a esa niña al día siguiente en el colegio, es nueva en el pueblo y al principio no se llevan muy bien. Pablo sabe que ella le pilló haciéndole fotos en la playa y no quiere que se sepa, le da miedo que ella lo diga. Poco a poco, ambos se hacen amigos gracias a la fotografía.
Ya en la adolescencia, Pablo ve imposible dedicarse a su pasión, por lo que se concentra en la escuela y en lo que sabe hacer: la pesca. Todo cambia cuando Sara manda una de sus fotos a un concurso del periódico local del que resulta ganador. Esto hace que Pablo se plantee su pasión como algo mucho más serio, lo cual lo aleja de su abuelo, quien lo presiona enfadándose porque no cree que Pablo tenga futuro como artista. Él cree que lo protege al intentar obligarlo a centrarse en la pesca.
Con el apoyo moral de su madre, cuando acaba la escuela, pide una beca para realizar un curso de fotografía en Bilbao. La beca es concedida y Pablo se marcha para realizar su sueño. En la ciudad, Pablo está muy perdido y lo pasa mal al principio porque todo es nuevo para él, nada se asemeja al Pueblo. Además, le fastidia haberse separado de sus amigos y de Sara, pero sobre todo el haber acabado peleado con su abuelo. Aunque está becado, busca trabajo en un bar y pese a estar cumpliendo su sueño de convertirse en fotógrafo profesional, el proceso es duro, pero lucha y sigue adelante.
Pocos años después, Pablo es adulto y trabaja de fotógrafo en Bilbao, pues se ha asentado allí. Es entonces cuando se reencuentra con Sara y de nuevo lo cautica. Inician una relación y todo va bien hasta que le detectan un cáncer de mama a Sara. Viven juntos hasta el final y en el proceso las fotos se suceden siguiendo su curso.
Pablo está destrozado y no encuentra consuelo. Justo cuando cree que es hora de volver a casa, un temporal asola la costa de su pueblo. Cuando llega, nada es igual, todo está destruido. Vuelve a casa y allí se reconcilia con su viejo abuelo. Decide quedarse en casa en busca de paz y esperanza. Monta allí su estudio y tiempo después le conceden premios y es reconocido mundialmente por las fotos que realizó de Sara y su pueblo.
ESPACIO:
Lo recuerdo como si tuviera nueve años de nuevo… Los tibios rayos del sol cayendo sobre el mar y la arena, mis pies descalzos en contacto con los diminutos granos de cálida tierra, las olas ruidosas chocando entre ellas.
Los rescoldos de un enfado se apagan en mi interior a medida que voy sintiendo mí alrededor. Quiero a mi madre, pero a veces su actitud me molesta tanto que pierdo el control.
Levanto la vista y la bruma de la tarde sobre la playa es sumamente hermosa. Casi no hay nadie paseando por aquí, las familias y veraneantes ya han emprendido la marcha. Nunca he entendido porqué se van todos en el mejor momento, lo especial de este lugar son sus vistas, concretamente al atardecer.
De mi cuello cuelga una vieja cámara de fotografía Canon que mi hermano tenía entre sus cosas. Casi nunca la usaba, pero a mí me parece esplendida. A veces la cojo y jugueteo con sus botones, pero hasta hoy no la he sacado de casa, supongo que lo he hecho hoy por pura rebeldía contra mamá.
Camino despacio. A mi izquierda la inmensidad del océano, a mi derecha multitud de vegetación del verde más intenso. Al fondo, una gran montaña le pone punto y final al paisaje.
El sonido de las gaviotas graznando por encima de mí es espectacular, siempre me ha gustado verlas planear en el cielo. Cojo una bocanada de aire y el olor a salitre lo impregna absolutamente todo.
Alzo la cámara y apunto al sol anaranjado que desciende minuto a minuto para esconderse bajo el mar. Pero de repente, me quedo paralizado. El click característico que suele emitir la cámara al presionar el botón para que se haga la foto, no suena. Ya no huelo nada. Mi corazón da un salto en mi pecho y poco a poco va cogiendo un ritmo rápido en el que soy capaz de escuchar mis pulsaciones como tambores en mis oídos. La sangre se concentra en mis mejillas hasta hacerlas arder.
Doy algunos pasos algo atontados y me escondo tras un arbusto. Levanto de nuevo la cámara y enfoco a la chica que está en la orilla. Debe tener más o menos mi edad. Observo cómo se agacha evaluando restos de conchas sin cesar. Sólo puedo captar su perfil, su melena al viento, su piel clara y brillante por el agua que aún la baña.
Realizo una foto casi con temor. Sin embargo, tras la primera instantánea, multitud de ellas son hechas con precisión. Pruebo con cada uno de los botones de la cámara cambiando y jugando con la luz. El sonido de la Canon me ensordece, es como si estuviera en una especie de trance. No sé de dónde me surge esta necesidad, pero no paro de hacer fotos en diferentes ángulos desde mi posición. De pronto, la niña me mira, sonríe y corre junto a sus padres.
Este es, sin duda, el lugar y el momento que recuerdo como clave.
REGRESO:
El cielo es del azul celeste y alegre que caracteriza los dibujos de los niños. El sol me ciega. Cierro los ojos y siento cómo se calienta mi piel, mis párpados, mis mejillas y hasta mi ser. El calor se extiende por mi cuerpo corriendo por mi sangre como si se tratara de veneno. Me armo de valor, tomo aire, aprieto los puños y abro los ojos.
Es absurdo que el sol brille ante tanto horror, pero lo hace, en los días tristes también brilla. Nunca lo he entendido, pero supongo que es normal, no podemos jugar con él a nuestro antojo, no va a desaparecer y hacer que nuestro alrededor cambie a gris porque nuestra alma sienta este día triste, apagado y marchito.
Ante mí, la playa de mi infancia, la playa en la que mi abuelo me contaba sus batallas, la playa en la que me despedí de mi madre por última vez, la playa en la que vi y fotografíe por primera vez a Sara, a mi Sara, a mi dulce Sara… ha desaparecido.
El lugar, el paisaje, parece ser el mismo, pero no lo es. La vegetación a mi derecha no es del verde intenso que guardo en mi memoria, ni si quiera ha sobrevivido toda, la que aún perdura está disfrazada de un verde apagado y sin vida. El litoral ha quedado destruido como si tuviera como objetivo imitarme. Incluso la montaña que le da fin a la playa está asustada, escarpada y un tanto violenta.
Me quito los zapatos y ando hacia el mar en un intento de sentir que me queda algo, pero no hay nada. El perverso mar que todo me ha robado ni si quiera me ha dejado como un mísero recuerdo la arena cálida en mis pies. Ahora toda la playa parece fango, la tierra mojada en exceso. No, el temporal no ha sido benévolo.
Avanzo. El agua helada baña mi piel. Un grito desgarrado escapa de entre mis dientes. Me derrumbo y caigo de rodillas. No reconozco la playa de Sara. Las lágrimas inundan mis ojos, pues al igual que Sara, la playa que yo recordaba también se ha ido.
El corazón late con fuerza dentro de mi pecho, pero lo siento de alguna forma ausente. Es extraño, puedo escuchar el pulso atronador en mis oídos exactamente igual como aquel día en el que vi a Sara, pero esta vez por un motivo totalmente distinto. Ahora todo está perdido, no me queda nada.
Me ordeno levantarme como un autómata, enderezo lo poco que queda en mí y contemplo el horizonte sin saber qué hacer, sin saber qué debo hacer ahora, cuál es el siguiente paso a seguir. Me doy la vuelta y sin mirar atrás, encamino los pasos hacia la que años atrás fue mi casa. Quizás allí quede algo de lo que fui, en este lugar ya no hay nada para mí.
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