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3.

La tensión podía cortarse con una navaja...

Morgana vio a Dominïk y todo en su interior se estremeció, especialmente su corazón. Ese vampiro era sumamente atractivo, un espécimen de hombre hermosamente creado para volver loca a sus taradas hormonas. Tan hermoso por fuera como lo era por dentro.

Tenía su cabello brillante, peinado hacia atrás, sus ojos azules como el mar la miraban intensamente pero sin expresar nada a la vez, sus labios carnosos la tentaban a lo prohibido. Cuando pasó su lengua por el labio inferior su sexo vibró al recordar lo bien que él sabia utilizarla en ella. Y lo mucho que le gustaba. Apretó las piernas.

Era todo un macho alfa perfectamente creado para ella. Solo para ella. «Mío.»

—Hola, hermanito —Sophie lo saludaba siempre de forma despreocupada y alegre pero en ese instante y como estaba el ambiente, su insolencia se abrió paso—. Que sucede, ¿no te da gusto ver a la chica Petrov? —rio maliciosa.

Morgana reprimió las ganas asesinas de clavar el puñal que cargaba dentro de su pantalón en el bajo de su espalda, en el corazón de la vampira y retorcerlo hasta hacerlo pedazos pequeños y echarlo al cenicero. Maldita zorra.

—Te aseguro, hermana, que eso no te incumbe.

Morgana lo miró pero él seguía serio, impenetrable. Quería pedirle perdón y aclarar las cosas pero no sabía cómo si encima tenían compañía. Y no tan grata de por medio. Sophie gruñó enfadada. De repente empezó a expandirse un humo espeso y gris muy asfixiante pero al único que le afectó fue a Dominïk. Arrugó la nariz y vio a su hermana con mala cara. El humo desapareció y antes de que pudiera reprenderla por su rebeldía, ella se acercó a él y le gruñó entre dientes en la cara:

—¡Aquí no te la folles! Ten un poco de respeto por tu familia, Dom.

Y se marchó.

Cuando Morgana la sintió lejos de ellos se acercó a Dominïk.

—¿Podemos hablar? —la miró completamente.

Hurgó dentro de ella y lo que vio le hizo sentir poderoso, fuerte y débil. Su alma le pertenecía por completo, al igual que su corazón latía desesperado por él. Ella lo amaba y él era tan hijo de puta que no permitiría que ella se fijara en nadie más. Nunca. Su sentido de pertenencia se expandió fuerte y gruñó por lo bajo tan solo pensar que alguien más se atreviera a tocarla. Siquiera a mirarla.

Morgana era la mujer más hermosa y deslumbrante que había tenido el placer de conocer. Podía ser tan dulce e inocente como también salvaje y apasionada. Era adorable, juguetona, torpe en algunas ocasiones pero seguía siendo perfecta para su alma negra. Él sabía que estaba completamente jodido por ella. Había caído por su belleza y fuerza. No podía ser de otra manera. Eso era imposible. Sus ojos verdes lo estaban tentando a caer por ella en ese instante sin proponerselo. «Ay, dame fuerzas para no ceder.»

Tenía ganas de cargarla sobre sus anchos hombros y llevársela lejos de allí, lejos de todos, para tenerla consigo y ser feliz con ella. La amaba demasiado que era tan doloroso estar cerca y no poder tocarla. Reprimió sus impulsos primitivos y se alejó.

—Dominïk, por favor... —se sintió el ser más jodido al escuchar la voz quebrada de ella—. Por favor, no te alejes... no me alejes... permite... permite que explique...

—No es necesario. Se ha terminado. —Dijo tajante.

—Pues para mi no. Te amo.

El tiempo se detuvo. Y su corazón muerto dio un salto impresionante en su pecho. La miró anhelante. Ella aprovechó ese instante de conflicto que él vivía en su interior y saltó sobre él. Tomó con ambas manos sus mejillas y lo besó. Profundamente. Movió los labios suave, él gimió quejumbroso, tratando de apartarla pero ella resistió y no lo permitió. Entonces él rodeó su estrecha cintura y la apretó contra su cuerpo. Le comió la boca con deseo y fervor. Con necesidad de su dulzura. La dulzura que podía encontrar únicamente en ella. Se apartó un instante y sus ojos centellearon al ver la cara de deseo en su amada. Lo deseaba. Podía sentirlo.

—No me vas a alejar, Dominïk. Te amo. Tú me amas. Yo lo sé. Tú lo sabes. No me importa lo que piense tu familia, lo que piense mi familia, lo que pienses tú. O lo que piense la jodida rebelión. ¡¡Qué se vallan todos a la mierda!! Tú, maldita sea, no me vas a alejar.

Sophie Grayson no podía soportar más ver la cara de idiota enamorado de su hermano mayor. Los celos la estaban carcomiendo por dentro. De un momento a otro, la maldita oscuridad se cerniría sobre ambas familias que ya se encontraban sentados en la gran mesa, si seguía presenciando la escena de Morgana y él mirarse sin importarles nada. Cerró sus manos formando puños, agarró la cuchara que tenía a su derecha y la dobló por la mitad con violencia. Sus ojos estaban más que rojos. Podía verse el infierno en sus encendidos cristales.

—Es muy bueno, Elaine. Me encanta la comida. Tal vez cuando tengas tu propio Gourmetme pase por allí. —Se abrió paso la voz de Stefano.

—Uh, gracias. Me encantaría también tener mi propia cadena.

Elaine Grayson era como decir la chica buena. Nunca hacia nada que pudiera comprometer a la familia. Se levantó de la mesa, se disculpó y fue a la cocina.

—Morgana —la aludida miró a Amelia Grayson. La vampira que todos Los Caídos respetaban y por la que Phineas daría su vida—. ¿Estás lista para asumir tu responsabilidad al lado de tu hermano?

Morgana tragó con dificultad. De haber podido habría incendiado la mansión solo para evitar responderle. Combatió con todos sus impulsos y sus poderes. Levantó la vista y forzó una sonrisa.

—Por supuesto. Y estoy segura de que con la ayuda de Stefano seré una excelente líder.

—De eso no te quepa la menor duda, hermana.

Se levantó la tensión nuevamente. Stefano presumía de algo que no era cierto. Y eso a Morgana le sentaba como el infierno.

Raze se levantó y todos lo vieron.

—Iré un momento al baño. Creo que algo no me ha sentado bien.

Morgana intentó contenerse pero no pudo y dijo:

—¿Cómo es eso posible, padre? —Raze la miró sin entender al igual que todos—. Eres un vampiro. Uno de los antiguos. Si no te ha caído mal el libertinaje un pedazo de carne de cerdo no te matará.

Su madre se levantó y llegó al balcón, Phineas se mantuvo firme, Amelia exclamó una sorpresa, sus hermanos la reprendieron, Sophie soltó una risa impertinente y Dominïk solo la observó intensamente hasta que Raze desapareció por una esquina muy furioso.

Morgana estaba demasiado tensa y se debía a estar en una casa encerrada con vampiros y estar distante con si amado. La furia la estaba matando.

—La comida está buena —vio a Amelia y ésta le sonrío en agradecimiento—. Lastima que la carne esté tan cruda y la sangre me de náuseas.

Sophie soltó una carcajada. Phineas se levantó furioso y la miró desafiante con los ojos encendidos. Al mismo tiempo se puso en alto Dominïk. Ella ni se inmutó. No pensaba doblegarse ante ninguno de ellos. Apartó la silla y vio al gobernante de Los Caídos.

—No es necesario que me acompañe. Conozco el camino. —Salió de allí con una incontrolable furia.

Al llegar a su hogar, alzó la vista y vio la casa familiar. La impotencia no pudo contenerla mucho más y gritó. Lo hizo por largos minutos hasta que se tranquilizó. Con la respiración acelerada echó una vista al bosque que se ocultaba tras su hogar. No lo pensó dos veces y se perdió en la negrura.

El fuego crepitaba cuando lanzó las llamas de sus dedos al árbol gigante que tenía en frente. Estaba sentada en una ceiba. Había neblina y se escuchaban susurros y algunos búhos cantando. También se oían los gritos de terror de los inocentes en la oscuridad. Iba a lanzar otra llamarada cuando detectó un movimiento por el rabillo del ojo. Se levantó a una velocidad indescriptible, de sus dos manos salía fuego y se puso en guardia hacia el intruso.

Bajó ambos brazos.

—No temo a la muerte. Moriría feliz si es por ti.

—No lo digas ni en broma. —Dominïk se acercó y la abrazó. Pasó en forma de caricia lla mano por su espalda hasta que por fin la sintió relajarse. Ella lo abrazó de vuelta y escondió su rostro en el hueco de su cuello. De un momento a otro cerró fuerte los ojos y deslizó su lengua por una de su venas. Dominïk se estremeció. Respiró hondo.

—Te amo, cielo.

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