
2.
Observa de reojo a su padre. El gobernante de La Legión; Raze Petrov. Era un hombre que había de temer. Con sus mil ochocientos años de antigüedad viviendo entre los humanos, tenía el suficiente conocimiento de saber elegir muy bien a sus amigos y destrozar a sus enemigos. Aunque en sí tenía un enemigo en particular muy poderoso desde el principio de su transformación en que los hogares de ambos se construyeran después de tantos siglos vagando por las penurias del infierno. No podía tocar a su contrincante porque al igual que él, Phineas Grayson era el gobernante de Los Caídos. Ambos estaban en clanes diferentes y se odiaban hasta la muerte.
Morgana Petrov era la menor de dos hermanos. Y la más rebelde de toda la familia. No aceptaba de buenas a primeras las reglas que imponían en su hogar y siempre tenía roces con su padre, pues además, éste último tenía un defecto muy molesto y despreciable para todos los hermanos.
Le gustaba enrollarse con mujeres lo suficientemente más jóvenes que él. Ya se sabía por todos los clanes sus peculiares gustos. Aunque su madre y su padre ya no estuviesen juntos, saber eso era de lo más molesto para todos. Por eso ella lo odiaba y en ese momento mucho más.
—Entonces..., ¿estás diciendo que debo asistir a la casa de los Grayson? —su padre asiente imperterrito. No daría su brazo a torcer para que su segunda hija, la que odiaba que la llamaran «Reina de La Legión», y que no aceptaba su cargo al trono, se escaqueara de esa forma. Jamás lo permitiría. Ella bufó enojada.
—No quiero ir.
—No es cuestión de querer, querida, sino de deber. ¡Tú deber! Por eso esta conversación no tiene ningún sentido. —Levantó su iPhone y la ignoró.
Ella se levantó furiosa por no poder salirse con la suya y subió a su habitación corriendo. Cerró la puerta de un golpe que estremeció la casa entera. «No te atrevas a escapar, porque te hallaré y será mucho peor, Morgana», escuchó la voz autoritaria y seria de su padre en su mente. Gritó una letanía de insultos.
—¿Pero qué le pasa a mi hermanita pequeña? ¿Acaso la nena no ha conseguido su dulce? —se volvió con un respingo hasta su hermano que estaba en la cama recostado y con una tablet en sus piernas. Ella frunció el ceño.
—¿Cómo entraste?
Stefano Petrov levantó su rostro.
—Tengo mis métodos —dijo con una pequeña sonrisa y sus ojos tornándose de un color rojo oscuro que lo caracterizaban a la perfección.
—No lo vuelvas a hacer. No querrás que tu cama se incendie mientras estas en compañía con tus putitas, ¿verdad? —lo vio con maldad.
Su hermano mayor se levantó de la cama y al primer parpadeo estaba a escasos centímetros de ella.
—¿Cómo te atreves a desafiar a tu rey? —Ella rio maliciosa por sus palabras.
—Así como te atreves a irrumpir en mi relación con Dominïk. Sabes que odio que interfieras.
—Ese vampiro no te conviene, hermana. Es parte de la familia enemiga de nuestro padre. Deberías al menos seguir esa regla.
—Nunca. Lo amo. Eres consciente de ello. —La miró con la boca abierta por sus palabras tan directas sobre los sentimientos hacia el vampiro. Entonces cambió de táctica.
—Dime algo: ¿él siente lo mismo?
Morgana no respondió. Se quedó mirando a su hermano con mala cara y él fue notando como poco a poco sus ojos cambiaban del hermoso verde esmeralda a un púrpura intenso que daba pavor. Dio un paso al frente y dijo en tono bajo:
—Tu maldita intromisión te hará desaparecer muy pronto, Stefano.
La desafió también y le sonrío frío.
—Ya veo. Supongo que tu omisión significa lo que ya sabía.
—Largo. De. Aquí.
Su hermano se marchó muy furioso con Morgana y dando un portazo estremecedor. «¿Cómo podía enamorarse de ese vampiro Grayson si él jamás dejaría su vida por la de ella?.»
Desapareció por el bosque tenebroso, lleno de almas malditas, Ocultos, Depredadores, Sombras y, Cazadores Nocturnos que rodeaban su hogar y no volvió hasta la noche entrada.
Morgana se vistió con una camiseta de manga corta oscura muy ajustada, junto a una chaqueta y pantalón de cuero negro de cintura alta ceñidos a sus caderas y a sus torneadas piernas largas. Buscó en su armario y sacó una caja. La abrió y tomó los zapatos de tacón altísimos y se los calzó a sus pies número seis. Su cabello negro lo aplastó lo mejor que pudo y sujetó con dos horquillas de brillantes. Se maquilló con colores oscuros, tomó su teléfono de la cama y salió de su habitación, preparándose mentalmente para la cena que se llevaría a cabo en media hora y también para volver a ver a Dominïk después de dos semanas sin verlo desde aquella noche de torrida pasión en el edificio donde Morgana vivía en el centro de la ciudad. Estaba ansiosa por verlo e inquieta por ver a su familia. Los Grayson y los Petrov juntos, no era la mejor combinación que se pueda hacer. Ella no odiaba a la familia de Dominïk pero tampoco los apreciaba. Además, su origen no le permitía ser amable con vampiros. Solo con uno y aún seguía preguntándose cómo era eso posible.
Cuando llegó al salón familiar se encontró con una escena que la sorprendió muchísimo. Su madre tenía la mirada encendida y de sus manos salía fuego puro a punto de incendiar al más idiota que se atreviera a acercarse. Al otro lado del salón estaba su padre sin expresión en su rostro. Estaba absolutamente serio. Veía a su madre intensamente, desafiándola abiertamente a que diera el primer paso. Ella estaba furiosa, sentía la tensión que emanaba su cuerpo, como filosas cuchillas. Levantó una mano con toda la intención hacia su objetivo. Actuó rápido. Apareció en frente de ella y las llamas rojas y amarillas chocaron contra su torso. Quemando la ropa hasta traspasar la tela y dañar la piel. El impacto la lanzó hacia atrás. Su madre gritó con sorpresa.
—¡Oh, hija! Lo siento. Lo siento.
—Maldita sea. ¡Ves lo que causas! —Su padre estaba enojado.
La espalda de ella había chocado contra su pecho. Se quejó un segundo. Vio su cuerpo y lentamente fué absorbiendo los daños que el fuego había causado. Ese era uno de sus dones. El fuego vampírico no podía herirla a diferencia de otros vampiros que los mataban con tan solo una chispa. La ropa volvió a la normalidad al igual que la carne quemada, levantó la vista y vio con reprobación a Catherine Petrov.
—La próxima vez que intentes matar al rey de La Legión... —murmura sin emoción en la voz—. Asegúrate de que yo no esté presente para no tener que salvarlos tanto a él como a ti, madre. —Espeta.
Catherine la miró con tristeza y culpa y Raze no dijo palabra. Sus hermanos que habían presenciado toda la escena en silencio no hicieron comentarios después y no intentaron hablar con Morgana cuando ésta salió toda sulfurada de la casa familiar.
Treinta minutos más tarde, la familia Petrov estaba siendo recibida por los Grayson. Se saludaron como si fuesen viejos amigos que no se ven en mucho tiempo y al verse la cara, Raze y Phineas, la tensión se levantó y los ojos de ambos centellearon de un color vino oscuro.
Pasaron al salón de la casa y conversaron por largo rato.
—Estas muy guapa, Morgana —la aludida volteó al escuchar las palabras teñidas de deseos de la menor de los Grayson a su espalda.
En ese momento se encontraban en uno de los balcones de la casa. Apartadas de los demás que ya se estaban dirigiendo al comedor para el gran banquete.
—Follarte a mi hermano te funciona de mil maravillas. —Soltó con malicia Sophie Grayson.
Ella era una chica muy llamativa, sexy, descarada y atrevida. Su cabello era de un rojizo bellísimo y ondulado, de cuerpo voluptuoso, senos grandes, piernas torneadas y un buen culo de que hacer gala. Con su mano echó su cabello hacia atrás y la vio de forma impertinente. Morgana le sonrió.
—Pues..., no lo había notado, ¿sabes? Aunque debo admitir que si es cierto.
Sophie la miró sin entender a que se refería con eso último. Rio bajito.
—Si debo agradecerle a tu hermano por la belleza de la que soy bendecida, entonces, lo haré...
—Supongo que... —no la dejó terminar e hizo caso omiso de la atrevida forma en que la vampira la había interrumpido.
—... Le agradezco porque él me folla muy duro y me gusta. Lo disfruto más que la sangre y no me avergüenza decirlo. —Soltó sin amilanarse por la mirada desafiante de la vampira.
—Ya.
—Exacto.
Se retuvieron la mirada por largo tiempo, sin retractarse en el desafío que deseaban ganar. Morgana sabía que era hermosa al igual que la vampira sabía que era muy apetecible para muchos hombres. Pero en algo tenía desventaja Sophie y era que ella amaba en secreto a Morgana. La deseaba desde que posó sus ojos grises en los de ella verdes. Morgana estaba confundida. Porque no sabía si eran cierto o no los rumores que decían sobre los gustos sexuales de la menor de los Grayson. Ella notaba a veces la mirada de Sophie diferente cuando la veía. Porque era igual que el deseo carnal, el anhelo reprimido, el cariño, la ternura. Pero las constantes provocaciones hacia ella no hacían más que enredarla en un conflicto de emociones contradictorias. No tenía idea si en verdad la vampira gustaba de ella o no.
En ese momento el ambiente se llenó de una electricidad diferente.
—¿Terminaron ya con sus riñas de niñas malcriadas?
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