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Capítulo 4: Aeropuerto

Lisa

Luego de haber hecho múltiples pruebas médicas y psicológicas, habíamos logrado quedar dentro de la tripulación, las tres.

Después de que nos hubieran informado que habíamos quedado seleccionadas, habíamos tenido que comenzar con cursos y trámites. Sacar las visas de trabajo era un poco aburrido, nada complicado, pero si aburrido y un poco largo. ¿Qué trámite era divertido en realidad?

Los cursos de capacitación, por otro lado, eran divertidos. Ninguno era muy largo y nos enseñaban cosas básicas y simples.

Luego de casi un mes, pudimos renunciar al restaurante y tuvimos nuestros boletos de avión en nuestras manos.

Teníamos que volar a España, donde sería el lugar de partida del crucero, para luego viajar por el agua hasta llegar a distintos destinos por el mundo. El crucero duraba ciento diecisiete días y tenía paradas en casi todos los continentes, por eso el viaje se llamaba "vuelta al mundo".

Ninguna había estado en España antes, por lo que estábamos muy emocionadas por viajar y poner nuestros pies en el lugar por un tiempo, aun si era corto.

—¿Han volado en avión alguna vez? —nos preguntó Amanda, mientras hacíamos nuestras maletas en la sala.

—Fui a Grecia con mi familia alguna vez —respondí—. Era el sueño de mi mamá, pero para tener casi treinta años no conozco mucho.

—¿Y tú? —le preguntó a Elsa.

—No.

—¿Jamás?

—Creo que no, significa que no...

—Me imagino que tú has viajado a muchas partes —le dije a Amanda.

A pesar de que Amanda era considerablemente menor que Elsa y yo, suponía que su primer viaje en avión debió ser cuando aún era niña.

—No tantas, mis padres conocen más —respondió—. Mi primer viaje fue a los nueve, fuimos a Alemania y desde ahí fuimos en tren a Francia, Grecia, Polonia, Italia y más partes de Europa. También viajamos a Egipto en mi cumpleaños número veinte y fuimos a México, Brasil, India, Australia, Sudáfrica, China y Corea... del Sur —aclaró.

—O sea, que has estado en todos los continentes del mundo —dije.

Amanda se quedó procesando lo que le había dicho.

—Es cierto..., pero siempre he querido conocer lugares de España y de otros países de Latinoamérica —agregó—. Al menos podré ver algo de Barcelona esta vez.

—¿Puedo preguntar algo un tanto estúpido? —preguntó Elsa.

Amanda y yo asentimos.

—¿Es peligroso viajar en avión?

—¿Les tienes miedo? —preguntó Amanda con un tono de curiosidad.

Elsa negó repetidas veces, claramente nerviosa.

Ella jamás me lo había dicho, pero por como actuaba en ese momento, podía suponer que sí temía viajar en avión.

—Es muy seguro —le dije yo—. Quizás te duelan un poco los oídos por la presión, pero si chupas un dulce durante el despegue y el aterrizaje, podrás soportarlo.

—¿Eso por qué?

—Es un truco —dijo Amanda—. Tragar, bostezar, masticar o chupar estimula los músculos que abren las trompas de Eustaquio y pueden aliviar la presión en los oídos.

Ambas la miramos sorprendidas. Esa explicación había sido mucho más específica de la que esperábamos.

Amanda rio avergonzada.

—Papá me lo explicó en mi primer viaje —explicó—. Y bueno, cómo es difícil mantenerte bostezando y tragando, lo mejor es masticar o chupar algo.

—Llevaré dulces entonces... —dijo Elsa. Luego de varios segundos, volvió a hablar—: ¿Y si se cae el avión? ¿Y si se cae en el mar?

—Elsa, los aviones se caen rara vez —le aseguré—. No soy buena en matemáticas, pero la probabilidad de que suceda debe ser muy baja.

—La probabilidad de que un avión se accidente es de uno por cada un millón trecientos de vuelos —habló Amanda, mirando la pantalla de su celular—. O eso dice Google. No puedes desconfiar de Google.

—Sí, sí puedo —dijo Elsa—. Mucha información es errónea.

—Si el avión se cae, se caerá y ya. Deja de tortúrate.

—Que buen consuelo.

—Tanto como los tuyos —me burlé.

[...]

Podía ver a Elsa temblar mientras íbamos en el taxi que nos llevaría al aeropuerto.

Amanda le había dejado su auto a sus padres y su hermana mayor revisaría el departamento y se aseguraría de que todo estuviera en orden por los próximos tres meses.

—Solo serán catorce horas de viaje —intenté calmar a Elsa.

—Oh, sí, que tranquilidad —dijo con ironía—. Mi primer viaje en avión y dura una eternidad.

—Amanda ha viajado por más de veinticuatro horas y no sufrió, ¿no es así?

—No, pero dicen que pasar mucho tiempo sentada puede aumentar el riesgo de una trombosis —informó—. Así que intenten estirar las piernas o ir al baño de vez en cuando.

Elsa me miró en pánico y yo solo pude querer matar a Amanda. ¿Por qué debía sonar inteligente cuando no lo necesitábamos?

—Si a todos les diera trombosis por viajar muchas horas, entonces no se viajaría tantas horas —deduje—. Solo es algo que podría pasar, casi tan remoto como que el avión se caiga.

—Agregaré la trombosis a la lista de cosas malas que me pueden pasar en este viaje —dijo.

—Nada puede ser peor que la comida de avión —aseguré.

—Eso también está en la lista —me informó.

Yo solo rodé los ojos, pero debía decir que no me fascinaba la idea de cenar y desayunar en un avión. Además de que las porciones eran tan miniaturas como las de un restaurante elegante, no tenían un sabor apetitoso, o eso recordaba de mi último viaje.

Cuando llegamos, Amanda pagó el viaje en el taxi por completo como agradecimiento por haberla ayudado a la contrataran y entramos al lugar.

Ya habíamos hecho el chequeo online y habíamos impreso las tarjetas de embarque, por lo que fuimos a entregar las maletas más grandes para que fueran a la bodega del avión.

Solo nos quedamos con los bolsos pequeños y mochilas en las manos para llevarlo con nosotras.

Inmediatamente después de entregar las maletas pasamos por el control de seguridad del aeropuerto, donde pasaron nuestros bolsos por rayos x y nos registraron con detectores de metales.

Luego de que no hallaran ningún problema, pudimos ir a la zona de espera para embarcar.

Podía ver como la pierna de Elsa se movía sin control por los nervios y, además, mordía su labio, arrancándose pedazos.

—No hagas eso, es repugnante —le dije.

—No quiero subir —susurró—. No puedo.

Eso me preocupó, en especial porque noté que comenzaba a respirar con problemas.

En eso, Amanda se levantó de su asiento y le entregó una bolsa de papel.

—Úsala para respirar.

Elsa la tomó algo insegura, pero hizo lo que Amanda le dijo. Puso la bolsa en sus labios y comenzó a aspirar y expirar con ayuda de la bolsa.

—Aún queda tiempo para subir, podemos ir a tomar algo o comprar algo a esas lindas tienditas de recuerditos —le propuse—. Los que son excesivamente caros solo porque no podemos salir de aquí y no podemos elegir variedad de locales, lo que nos deja obligados a aceptar las ofertas disponibles que dan los monopolios aquí dentro... maldita economía.

Ambas me quedaron mirando confundidas.

—Yo puedo pagar esas cosas —dijo Amanda.

—Sí, pero la gente con menos dinero se ve obligada a pagar una cantidad absurda por...

—Olvida la economía —me pidió Elsa—. Solo vamos a distraernos, por favor.

—Bien —accedí—, pero no les daré mi dinero.

Las tres fuimos con nuestros bolsos a las distintas tiendas de cosas que había dentro. Como había dicho, no había gran variedad de tiendas, pero al menos nos podíamos distraer viendo las cosas.

De pronto, se oyó en un aviso en los parlantes:

—Pasajeros del vuelo 102 de LATAM Airlines con destino a Barcelona, presentarse en puerta cuatro para embarque.

—Nuestro vuelo —dijo Amanda—. Hay que ir.

Las tres salimos de donde estábamos y fuimos en dirección a la puerta indicada, pero a diferencia de Amanda y yo, Elsa iba muy poco emocionada.

Cuando nos pusimos en la fila para entregar nuestras tarjetas de embarque, no pude evitar sonreír.

—Vamos a un crucero —dije, para luego repetir más fuerte—: ¡Vamos a un crucero!

—De hecho, vamos a un vuelo primero, pero lo que digas —dijo Elsa, detrás de mí.

Yo solo la ignoré y seguí imaginado como sería trabajar en un enorme crucero de lujo.

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