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Capítulo 3: Pequeño Accidente

Lisa

Cuando llegamos al restaurante, Amanda estaba tomando unas órdenes.

Eran la una de la tarde, una de las horas en las que más se acumulaba gente, pues era hora de almuerzo para muchas personas.

Elsa y yo nos sentamos en una mesa poco popular, la cual estaba cerca de los baños. Esas siempre eran las mesas con menos demandas, por lo que sería el lugar donde menos estorbaríamos.

Luego de que Amanda tomara nuestra orden, esperamos a que comenzara la repartición de platos, la cual era la parte difícil.

Media hora después, vimos como Amanda salía de la cocina con dos bandejas en sus manos.

—Sopa —me dijo Elsa, con preocupación—. Y botella de vino.

Eso era malo. Si tiraba una de las bandejas, estaría muy mal.

Primero, sirvió el vino en una mesa, con la otra bandeja temblando sobre su mano. Podía ver como la sopa iba a de un lado a otro, lo que me ponía muy nerviosa. No era solo malo que la sopa pudiera salir del plato, sino que el solo hecho de que los bordes de este se mancharan, arruinaba la impecable presentación que debía mantener un restaurante de calidad.

Luego de servir el vino con éxito, comenzó a caminar nuevamente y cuando pensé que ya nada podría salir tan mal, un hombre se levantó de la nada y chocó con Amanda, quien le tiró la sopa encima, manchando su camisa y, en mayor medida, sus pantalones.

—Ay, por Dios.

Me levanté rápidamente para ir a ayudarlos, pues Amanda había quedado en shock, mientras el hombre se quejaba.

Pude notar que se estaba quemando, por lo que lo único que hice fue tomar el vaso de whisky a las rocas que había en una mesa y lanzárselo al hombre en los pantalones.

Él me miró sin entender porque lo había hecho, por lo que decidí explicarlo:

—Era para enfriarlo.

—Y ahora no sólo huelo a almuerzo, sino que a bar —contestó.

—No todo puede ser perfecto en esta vida.

En ese momento, noté que el jefe de garzones iba hacia nosotros.

—Por favor, no digas que fue su culpa —le pedí—. Di que fue mía.

—¿Ah?

—Yo me paré, la empujé y tiré la sopa encima —expliqué, desesperada.

—¿Qué sucedió aquí? —preguntó el jefe—. ¿Lisa?

Yo lo miré y tragué, nerviosa.

—Hola, Oscar —saludé—. Esto fue mi culpa, iba a ir a tomar aire cuando me desequilibré y empujé a Amanda sobre el señor...

Lo miré, esperando su nombre.

—Shaun Davis.

—Sobre el señor Davis —terminé.

—¿Eso es cierto? —le preguntó Oscar a Shaun.

Él me miró de reojo y luego asintió.

—Sí, fue un accidente e intentó arreglarlo, así que no hay gran problema.

—Lo lamento mucho señor —se disculpó Oscar—. Podemos darle algo para compensar...

—No —lo interrumpió Shaun—. Está bien, no hay problema.

Oscar asintió.

—Amanda, arregla este desastre —le ordenó—. Con permiso.

Amanda, con ayuda de otro garzón, comenzaron a quitar el mantel sucio de la mesa y a limpiar la sopa que había caído al suelo.

—Espero nunca volver a encontrarme con dos desastres como ellas —comentó Shaun, en susurró, creyendo que no lo habíamos oído.

—Y yo con un mal agradecido como tú —dije yo.

Él me miró ofendido.

—¿Qué es lo que debería agradecerles?

—Te ayudé —le recordé.

—No fue la gran ayuda que digamos.

Iba a responder otra cosa, pero no estaba para pelear con tercos hombres que se creían superiores por tener un traje de marca y poder comer en un restaurante cinco estrellas. Yo hacía la comida ahí y, aunque era mucho mejor que comida congelada o puré instantáneo, era simple comida, al fin y al cabo. La ropa cara era ropa, la comida cara era comida y los seres humanos con dinero, seres humanos.

Fui hacia la mesa en la que Elsa seguía sentada y volví a sentarme.

—Buen espectáculo —me dijo, apenas me senté—. Más entretenido que todas las últimas películas producidas por Netflix.

Yo fingí una risa desganada, lo cual solo provocó que Elsa pareciera aún más divertida.

—Más le vale a Amanda pasar la entrevista o me sentiré más fracasada que si yo no la paso —comenté, para luego beber un sorbo de mi jugo.

[...]

Las manos me sudaban, pero creía estar haciéndolo bien.

Sí, había logrado llegar a la entrevista, las tres lo habíamos hecho, pero esa era la parte más fácil de todo el proceso. Lo más difícil de todo, sería trabajar en el crucero en sí. Eso era como la universidad: entrar no era lo más difícil, sino mantenerse.

Lo único que hacía la diferencia entre la universidad y el crucero, era que de la universidad si podías desistir. Sí, probablemente dejar la universidad y dejar una carrera a medias después de un arduo trabajo no sonaba como una buena idea, pero ¿cómo desistías de un crucero? No estaba segura de que tirarse al mar fuera una opción, tampoco bajarse en un país desconocido.

—Muy bien, Lisa, estaremos en contacto —me dijo la mujer que me estaba entrevistando, al terminar—. Si llegas a ser seleccionada después de esto, vendrán unos exámenes médicos.

—Entiendo. Muchas gracias.

Cuando salí del lugar, Elsa y Amanda estaban en el auto de la segunda. Yo había sido citada un poco más tarde que ellas, pero habían insistido en esperarme.

Cuando me metí al auto, pregunté:

—¿Cómo creen que les fue?

—Bien —respondió Elsa.

—Increíble —dijo Amanda—. Mi entrevistador era muy lindo, además creo que le agradé.

Pude ver por el espejo retrovisor que Elsa, quien estaba en los asientos de atrás, daba una mirada de desagrado.

Esperaba que algún día Elsa aprendiera a tolerar la forma de ser de los demás, aun cuando no fuera del todo agradable.

—¿Qué tal si vamos a comer? —pregunté.

—Yo invito —dijo Amanda, comenzando a conducir.

Las tres habíamos pedido el día libre para poder asistir a la entrevista, por lo que deberíamos trabajar el día que solíamos tener libre. Suponía que pronto deberíamos renunciar al trabajo en el restaurante, pero necesitábamos seguridad de que lograríamos conseguir el trabajo en el crucero o quedaríamos sin nada por ambiciosas.

—¿Y a dónde vamos? —preguntó Elsa.

—Pensaba en comer sushi —respondió Amanda—. El sushi me recuerda a los cruceros.

—¿Solo por qué trae cosas que viven en el agua?

—Así es.

El sushi no era uno de mis platillos favoritos, ni tampoco era una de mis especialidades, pues yo me dedicaba a preparar postres más que nada; pero dependiendo del lugar, había unos bastante buenos.

Cuando el auto se detuvo, nos encontramos frente a un brillante restaurante japonés, en el que obviamente servían sushi como uno de sus platillos.

Bajamos del auto y entramos al lugar para sentarnos en una de las mesas. El lugar tenía muchos colores brillantes y no estaba muy lleno, por lo que era bastante cómodo.

—Aron amaba el sushi —comentó Amanda, mientras mirábamos los menús.

Aron era el ex novio de Amanda, al que aún no parecía superar, pues sus ojos comenzaron a aguarse. No la juzgaba, ya que había pasado muy poco tiempo aun y consideraba que cada uno se tomaba el tiempo que le fuera necesario.

Elsa, quien estaba sentada a mi lado y frente a Amanda, bufó.

—Hay un montón de personas en el mundo que disfrutan del sushi.

—Sí, pero no amo a esas personas —dijo Amanda, con la mirada perdida.

Elsa se pegó a mí.

—No creo poder soportarla por más de tres meses sobre el agua —susurró.

Yo rodé los ojos, pero en realidad, la que no podría soportar que ellas dos se llevaran la contraria, sería yo.

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