➤ Especial de Navidad
24 / 12 / 2020
— ¿Se me ve bien? —salí del baño alisándome el vestido con mis propias manos.
— Te ves preciosa —asintió Anya estando sentada en mi cama acomodando algunos accesorios sobre esta.
Yo me reí y me paré frente a ella para luego ponerme de espaldas.
— ¿Me subes el cierre?
Ella accedió de inmediato y me subió el cierre acomodando los pliegues de mi vestido.
Anya es, probablemente, la enfermera a quien más amor cogí, y fue de las primeras en atenderme. Incluso, el segundo día que estuve aquí y empecé a tener un ataque de ansiedad, ella vino y se quedó conmigo viendo una película hasta que mi madre volvió. Es casi de la misma edad de mi madre, sólo que su instinto maternal se norma mucho más desarrollado. Según me dijo, tiene dos hijos, son menores que yo, deben tener alrededor de ocho y diez años.
Después de casi dos meses en el hospital, al fin voy a poder volver a casa, precisamente hoy, el día de Nochebuena. Pronto va a anochecer, aunque debido a las nubes parece que llevamos todo el día con esta hora.
Ahora sólo estábamos esperando a que el doctor y mi familia vinieran para irnos a casa.
— ¿Quieres ponerte una diadema o algo así? —preguntó mirando algunos de los complementos que tenía sobre la cama.
— Umm... ahora seguro que mis abuelos querrán ir a la iglesia de camino a casa, así que me voy a llevar un gorrito, está haciendo mucho frío. Y prefiero que no me combine del todo a estarme congelando.
Anya rio y husmeó un poco más en mis cosas hasta sacar un gorro de lana no demasiado grande y colocarlo sobre la cama.
— Este te queda bien. Llevas el vestido negro, el gorrito es blanco... Y con el abrigo te va a combinar bien, ya verás.
— Oky —canturreé mientras lo tomaba y me lo colocaba en la cabeza viendo cómo, efectivamente, me daba un cambio significativo.
— ¿Quieres que te maquille? —en ese momento se amplió mi sonrisa y asentí sentándome delante suyo mientras sacaba su estuche con maquillaje.
Después de unos minutos yo ya estaba lisa y mirándome al espejo una y otra vez asombrada por verme así... Hace mucho que no me veía tan arreglada, mis ojos estaban delineados y tenían sombra algo discreta, mis labios estaban rojos completamente e incluso mis pestañas habían duplicado su tamaño con el rimen. Ya me había maquillado varias veces en toda mi vida pero no me había visto tan arreglada desde octubre, desde que me detectaron el cáncer.
— ¿Te gusta? —preguntó mirándome desde la cama.
— ¡Sí, me encanta! —asentí muchas veces antes voltearme hacia ella y abrazarla con fuerza escuchando cómo reía y me correspondía al abrazo.
Me puse a recoger todo lo que habíamos usado y algunas cosas más que he estado usando estos días, en cuestión de media hora ya tenía todo guardado en mi maleta y sólo esperaba a que al fin llegaran por mí estando echada en la cama con el teléfono.
No es como que tenga cientos de amigos con los que hablar, ahora mismo estaba hablando con Acker, me estaba contando lo que van a hacer ellos en la ARDI esta Navidad, al parecer saldrán con los demás chicos a dar una vuelta, quizás acaben en alguna fiesta de Navidad de la que Acker querrá salirse pronto. Nunca le han gustado esas fiestas, siempre pasaba la Navidad con nosotros en San Petersburgo al buscar ese ambiente familiar de la época cuando no podía irse a Polonia.
Y justo cuando me dijo que tenía que irse a bañar, alguien llamó a la puerta y le permití el paso casi de inmediato.
Al primero que vi entrar fue a Kurt quien se acercó a mí rápidamente, pero antes de abrazarme, me juntó las rodillas doblándolas hacia un lado.
— Cierra las patitas, que no estás en tu casa para ir enseñando los calzones —dijo en voz baja aún manteniendo ese tono de broma que hizo que me empezara a reír y la risa aumentara por estar acostada.
Él se acercó ahora sí para abrazarme y yo me quedé agarrada a él para que me incorporara en su movimiento de levantarse después de un rato.
El doctor me dio una última revisión rápida y después confirmó que en mis radiografías podía verse que el tumor estaba mejorando, bueno, había dejado de crecer desde hacía un mes y esperaban que con la quimioterapia que retomaré en febrero al fin se deshaga sin necesidad de operarme.
Kurt tomó mi maleta y mi abuela me agarró del brazo para salir de la habitación y poder irnos a la casa de una vez por todas.
— Violet, ¿ya viste qué guapa está tu hija? —Kurt le habló a mi mamá quien estaba sentada en las bancas del pasillo junto a mi abuelo.
Ella se levantó cuando escuchó la puerta abrirse y se acercó a mí para darme un abrazo y luego besar el borde del gorro blanco que tenía.
— ¿Quién te maquilló? Con ese vestido y el maquillaje parece que te estoy recogiendo del salón de belleza —rio mirando mi vestido por la parte abierta de mi abrigo haciendo que yo también me riera.
— Mamá, el hospital y el salón de belleza son lo mismo. A veces me cuestiono si Anya es enfermera o estilista, yo ya no entiendo nada.
Caminamos por el pasillo hasta llegar al ascensor y en poco tiempo ya estábamos a punto de salir después de haberme despedido de todas las personas que conocía y veía en mi camino hacia la salida.
Me subí el cierre del abrigo y mientras esperábamos a que mi abuelo trajera el coche y nos recogiera aquí enfrente, bajé la mirada hasta mis pies. Llevaba puestas las zapatillas que me regaló mi hermano en mi cumpleaños y apenas había podido utilizar, pero no pude evitar frustrarme al sentir cómo me temblaban aún más las piernas llevando los tacones.
Por culpa del tumor el mes pasado empecé con problemas para caminar, a veces mis piernas pierden la fuerza de repente o simplemente comienzan a temblar como si estuvieran soportando un peso al que no están acostumbradas. Por eso ya se me hizo costumbre caminar cogida del brazo de alguien cuando salgo a la calle y tomarme del barandal de la pared cuando estoy en el hospital para evitar una caída que ni siquiera yo puedo predecir.
En casa a veces me apoyo un poco de los muebles, pero debido a que los trayectos son cortos, no suelo tener el problema de caerme sin poder agarrarme de nada.
— Ven —antes de darme cuenta y tenía a mi hermano tomándome del brazo para salir hacia el coche—. ¿Qué tal? ¿Ya te acostumbraste a los tacones o aún estamos en ello?
— Ya les cogí el truco, además es un tacón grueso, no son tan difíciles de usar —cruzamos juntos la entrada y pude sentir el gran contraste del frío exterior con la calefacción que había dentro.
Nada más llegar al coche yo me senté y me froté las piernas buscando calentarlas un poco con mis guantes.
— Vamos a pasar a la iglesia y a comprar lo último que me falta para acabar la cena —dijo mi abuela desde el asiento de adelante y yo sólo asentí para luego acercarme a la oreja de Kurt y reírme.
— Yo ya venía preparada para ir a la iglesia.
— Como si no conocieras a tu abuela, hija mía —respondió en murmullos.
Nos detuvimos en una de las iglesias de la ciudad y después de poner la requerida moneda, tomamos nuestras velitas y yo me encargué de encenderlas y dejarlas en el candil junto a todas las demás.
Tampoco se nos fue mucho el tiempo allá, estuvimos unos minutos en los que mis abuelos rezaban mientras que yo me limité a persignarme y mirar en silencio las decoraciones, hace mucho que no vengo y la verdad es que siento la iglesia mucho más pequeña de lo que recordaba.
Al irnos seguí a mi abuela y di un beso a las imágenes de la entrada antes de volver al coche y seguir el camino de poco más de media hora hasta llegar a Romanovka, la zona donde está la casa de mis abuelos. Es una zona rural y bastante tranquila, encima nuestra casa está un poco más alejada de los principales comercios.
La casa de mis abuelos está al lado de un par de casas más del mismo estilo: con bastante terreno que usan para criar algunos animales e incluso plantar algo, básicamente es una granja muy pequeñita. Y ahí es donde me he criado, teniendo que tomar el tren hasta San Petersburgo para ir a entrenar e ir a clases ya en los años superiores. Pero la verdad es que me gusta bastante, vivo en una casa amplia con todo el terreno del mundo para mi familia -cosa que en la capital no podríamos permitirnos- y estoy a media hora de una ciudad tan grande como lo es San Petersburgo.
Estuvimos esperando en el coche a que mi abuela y mi mamá compraran lo necesario y al fin llegáramos a la casa.
Dejé mi maleta en mi habitación después de llevar más de dos semanas sin pisarla. Le eché un recorrido viendo cómo todo estaba ordenado y apenas había polvo sobre las cosas. Tenía todos mis peluches, mis decoraciones y mi adorada pared de madera con distintos rayones plateados en el tablón que está al lado de mi armario. Ahí es donde escribo fechas importantes o días que hayan sido muy especiales para mí.
Miré incluso cómo mi bajo seguía en su lugar sin tener signos aparentes de haber sido manoseado por Kurt en mi ausencia.
— Tal vez más tarde, mi amor... —le hablé al instrumento superando la tentación de ponerme a tocarlo ahora mismo y me giré hacia mi espejo.
Me quité al fin el gorrito de lana pudiendo ver cómo ya sólo tengo cabellitos milimétricos en toda la cabeza, pero realmente esto no me desmotivó ni nada, de hecho sólo pude sonreír para mí misma al volver a verme la cara maquillada y brillante como no lo ha estado en meses.
En serio ahora mismo me siento la reina del mundo, me siento tan contenta con tan sólo verme y... sentirme bonita a pesar de todo. Seguramente al salir a la calle estando flaca, sin gracia, con los ojos casi hundidos por las ojeras, sin pelo y de un pálido enfermo mucha gente murmurará lo fea que me veo o incluso sentirán lástima por mí. Pero es que ahora mismo yo siento que podría ser Miss Rusia, Miss Europa y Miss Universo sin problema alguno, me siento tan bien conmigo misma por estar feliz a pesar de todo y me siento la chica más guapa del universo. No es tanto por el maquillaje... es por sentirme contenta y confiada conmigo misma.
Suspire sonriendo aún más mirándome al espejo antes de ponerme el gorrito de nuevo y tomar mi abrigo cruzando por la cocina para querer salir hacia el jardín.
— Ma, Kurt está afuera, ¿no? —pregunté de pasada deteniéndome en la entrada para quitarme las zapatillas y ponerme mis botas para evitar que se me congelen los pies.
— Sí, está en el taller.
— Okay.
Me puse los guantes y salí cerrando la puerta inmediatamente para correr apretando el paso hasta el taller de mi abuelo encontrándome a mi hermano revisando la moto que parece llevar unos días sin funcionar.
— ¿Qué haces, Cobain? —pregunté cerrando la puerta detrás mío y pasando mi mano por el antiguo Lada de mi abuelo mientras me acercaba a Kurt.
— Viendo qué onda con esta cosa... Ayer ya la reparé pero sigue perdiendo aceite —respondió viéndose concentrado en solucionar lo que le sucedía.
— ¿No es que el motor está quemando el aceite? —pregunté recargándome en el coche e intentando mirar un poco por encima la moto.
— No, no le salía humo y ya le revisé el motor. Quién sabe qué pasa... —suspiró.
— ¿Qué tal el filtro?
— Decente. No es eso.
Me quedé pensativa mirando cómo él seguía toqueteando cosas en el motor intentando solucionar algo.
— Oye, ¿y ya revisaste si tiene bien el tornillo y la arandela de vaciado?
— No, la verdad es que no se me había ocurrido —se detuvo en seco y volteó hacia mí dándome la razón.
— A ver, pasa eso —intenté quitarle la llave de la mano y ponerme en cuclillas a su lado para revisar aquello que dije, pero él me detuvo poniéndome la parte interna del brazo delante.
— No, no, no, te vas a manchar de aceite —entonces se levantó quitándose los guantes y dejándolos en el asiento de la moto para luego tomar su chaqueta y voltearse hacia la puerta—. Ya mañana lo revisamos, sino vas a acabar toda mugrosa y yo no voy a tener tiempo de arreglarme. Vamos, lo dejamos para mañana.
— Bueno —asentí yendo detrás de él hacia la puerta. Pero cuando giró para apagar la luz ya teniendo la puerta abierta y dio un paso en falso hacia atrás, inconscientemente le puse una mano en la espalda para ayudarlo a equilibrarse y luego los dos salimos—. No sé cómo los abuelos no te han prohibido usar la moto si no te puedes mantener de pie solito, chico.
— No es lo mismo, hay que cogerle el truco.
— ¿Y por qué no le coges el truco a mantenerte bien en el suelo? —pregunté caminando detrás suyo con las manos en los bolsillos.
— Es que es diferente, no sé cómo explicarlo —se encogió de hombros dejando ahí el tema para seguir el camino hasta la casa de nuevo.
— ¡Oye, vamos a darle de comer a los pollitos! —nada más pasar al lado del corral recordé que llevo mucho tiempo sin darles de comer y la ilusión que me hace, por eso lo tomé del abrigo y él sólo rio para seguirme hasta la caseta donde guardamos el maíz quebrado.
Él tomó el saco y yo la tacita de metal con la que vamos rellenando los comederos.
— Ya hay más pollos —exclamé sorprendida al notar cómo ya había varios pollitos más correteando por el corral.
— Sí, nacieron hace unas semanas —asintió acercándome el costal para que yo tomara un poco de maíz y lo dejara en el comedero para luego ir al siguiente corral y alimentar también a las gallinas.
En un rato terminamos todo y al fin dejé que Kurt se bañara y terminara de arreglar para la cena mientras yo ayudaba a mi abuela a terminar la comida. Realmente es Kurt a quien mejor se le da la cocina, pero la verdad es que habiéndonos criado con mi abuela, con la señora Mariska Kovacs, es imposible que superáramos los quince años sin saber hacer una comida completa por nuestra cuenta. Mi abuela ama cocinar y aún más enseñar a otros o cocinar con alguien más, así que desde pequeños hemos estado en la cocina.
Y lo peculiar es que nuestra abuela nos enseñó como le enseñaron a ella, es decir, nos enseñó desde cómo coger agua del pozo que tenemos cerca de los corrales, cómo recoger lo que se cultiva en el huerto e incluso cómo cocinar con los animales que tenemos.
No es que no me guste cocinar, sólo que a veces me desespera tener que esperar tanto en la preparación de algunas comidas. Aunque eso sí, algo que me encanta sin importar que haya que esperar un tiempo, es preparar mermelada. De hecho soy la encargada de hacer las mermeladas y pelar papas en casa.
Es una anécdota divertida cómo me convertí en la encargada de pelar papas... Cuando yo tenía como quince años, mi abuela estaba preparando comida para Año Nuevo y se le ocurrió hacer ensalada de papas en cantidades dignas de Año Nuevo. Evidentemente nos puso a Kurt y a mí a pelar los casi diez kilos de papas que compró, y él se desesperó después del medio kilo, pero aunque yo también me estresaba, sólo para ganarle y poder reírme de él el año siguiente, me quedé sentada y pelando papas sin quejarme el resto de la mañana.
Cuando mi abuela le perdonó la vida y lo dejó tomar un descanso, yo ya había cambiado el pelador por un cuchillo para ir más rápido. El problema era que yo estaba bajo la advertencia de mi abuela de que no desperdiciara producto usando el cuchillo, pero evidentemente perdí bastante papa al quitar la piel con un cuchillo sin mucha precisión.
Así que para salvarme de un regaño, tomé las cáscaras y la freí con sal haciendo una especie de papas fritas como nos contaba el abuelo que las comía. Resulta que me salió bastante bien y ahora yo siempre pelo las papas y frío las cáscaras consiguiendo uno de los snacks favoritos de mi hermano y yo: las cascaritas fritas.
Después de tal vez tres horas, al fin llegó la hora de sentarse a la mesa. Me puse mis zapatillas de nuevo y todos nos sentamos y pudimos empezar a cenar.
Es imposible que exista el silencio en mi casa, mucho menos en las cenas. Mi abuela me pidió que le pusiera la música que quería en la televisión y, por si no era suficiente ambiente, estuvimos hablando horas en la mesa.
— Violet, ¿me pasas el pan?
Mi mamá le pasó la canastita de pan a Kurt y él me ofreció también antes de que siguiéramos escuchando cómo el abuelo nos contaba su anécdota de cómo pasaban la Navidad en el taller donde trabajaba allá en Budapest cuando era joven.
Siempre me ha gustado cenar con toda mi familia. La Navidad antes de que llegara mi madre seguía siendo muy divertida, podría decirse que mis abuelos son de todo menos aburridos, y teniendo que criar a dos nietos pequeños impidió aún más que se volvieran tranquilos y apagados como podría pensarse -aunque tampoco son unos abuelos precisamente mayores teniendo en cuenta que mi madre nos tuvo a los 18 y 20 años-. Volvieron a pasar por el proceso de criar niños teniendo que correr detrás de nosotros y hacer de todo para entretenernos y educarnos bien aún sin tener padres.
Así que siempre nos poníamos a bailar o jugar en Navidad. A veces el abuelo nos encendía una fogata en el jardín y cenábamos lo que preparábamos allá, o conseguíamos fuegos artificiales y los encendíamos afuera... No nos aburríamos nunca, y este año tampoco parece ser la excepción.
Nos estábamos preparando por si esta Navidad yo la tuviera que pasar en el hospital, pero al final resultó que pude venir a casa y no habrá diferencia con otros años.
Creo que aún estando en el hospital, nos lo hubiéramos pasado bien de una forma u otra, pero claro que yo preferiría mil veces venir a casa. Así que me hace muy feliz el estar simplemente aquí sentada con mi familia, hablar como siempre lo hacemos y pasar la noche de forma tan espontánea como cada año.
Yo suspiré y me recargué en el hombro de Kurt respirando con los ojos cerrados ese peculiar aroma de la cena y del ambiente en general.
— ¿Estás bien? —preguntó rodeándome los hombros con su brazo.
— Estoy oliendo la Navidad —asentí aún con los ojos cerrados y giré la cabeza un poco hacia arriba—. Mmm... sí, qué bien huele la Navidad.
Escuché cómo mi mamá se reía al igual que Kurt quien luego me acarició el brazo y una vez me incorporé suspiró.
— Bueno, creo que ya es hora de decirte...
— ¿El qué?
— Ah, sí, tu hermano te preparó un regalo especial —asintió el abuelo mirándonos aún abrazados.
Kurt asintió y pasó un trago del kvass que tenía servido en un vasito al lado de su copa dramatizando el momento incluso con aquel trago de alcohol.
— Como mañana es Navidad y es día de compartir y ser buenas personas, tu regalo del niño Jesús va a ser que me voy a levantar antes de las tres de la tarde para ponerme a cortar leña, hacer la fogata y vamos a comer shashlik cocinado en la hoguera.
La risa de mi madre hizo que me diera cuenta de lo amplia que era mi sonrisa antes de que lo abrazara con fuerza y lo sacudiera a los lados riendo un poco también.
— De verdad, qué hermanito tan bueno me tocó, me cuida y todo —chillé acariciando su brazo con la cabeza.
— Claro —rio un poco antes de pellizcarme la punta de la nariz y volverme a abrazar recargando su cabeza encima de la mía—, encima estás enfermita, debes comer shashlik para que te cures rápido, ¿sí o no?
— Clarísimo que sí.
*** *** ***
¡Feliz Navidad a todos!
Este fue el pequeño especial que preparé para la ocasión. Algo sencillito y coqueto, anécdotas de Adelina, cómo es su vida en San Petersburgo y su Navidad del año pasado. Ojalá y les haya gustado ^^
Espero también que estén como ella, contentos a pesar de todo y disfrutando de la compañía de quien tengamos en esta nochecita.
Cenen muy rico todos, disfruten su fiesta y pásenlo muy bien con la family. Les mando mucho amor y copitos de nieve navideños... Y un poquito de shashlik que les comparte Adelina <3
¡Feliz Navidad a todos, nos vemos muy pronto! ^^/ <3
Atsushi~
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