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26. Vacío

La sensación de vacío en el pecho era algo que no estaba sobre ni infravalorado. Era eso que te hacía sentir humano y que me mantenía cerrando cajas. Con una sensación de fuego en mi interior. Con el alma partida en pedacitos tratando de meter en una caja lo que no quería ver con los ojos.

Me iría de allí, porque tras buscar a Amanda no encontré más que vacío. Le di unas horas después de que me terminó y pasé por ella para hablar mejor las cosas en frío y lograr entendernos. Pero sus palabras fueron tan claras que todavía me causaban alergia.

—Necesito que me des un poco de tiempo y espacio para poder volver a ser razonable —dijo con toda la seriedad del mundo, aunque yo todavía no lograba entender por qué necesitaba algo tan absurdo.

—¿Te hago ser irracional?

—Mucho —me dijo. Y eso me hirió todavía más.

—Pero no quiero dejarte —fui honesto. En este punto no me importaba empeorar un poco las cosas, ya no había nada más allá.

—Necesito dejar de ser tan codependiente de ti y pensar por unos instantes que puedo perderte —yo perdí el norte de la conversación.

—¿Por qué? ¿Por qué pensarías tal cosa si no puedes perderme?

—Esto no tiene sentido, Justin —me dijo negando con la cabeza—. No quiero que lo nuestro sea así, quiero que sea sano, quiero que funcione y quiero que no nos terminemos matando o en una situación terrible como hace unas semanas.

Y esto era lo que me tenía cerrando cajas en mi casa. Quitando todo del medio y pensando seriamente en dejar a Cami aquí en este garage cerrado.

No podía estar aquí. No donde en todas las esquinas me la imaginaba sonriendo, donde miraba a los rincones porque estaba seguro de que quería hacerme alguna jugarreta o donde su calor y su suave aroma a dulce y café no calentara mi alma por las noches en el maldito sofá frío que compré pensando en ella.

No podía sobrevivir en este maldito ambiente vacío que esta vez no hice nada para perder.

Era del todo distinto a cuando terminé con Alice, no había nada suyo en mi casa, simplemente ella iba e iluminaba todo, luego se iba y se llevaba su luz. Iba, volvía, y así estábamos, porque esa era mi casa de soltero, y porque no podía apegarme demasiado a una chica por la que debía trabajar día y noche y no podría casi ni ver.

¡Era absurdo! Pero más difícil de superar en casa, que ya yo estaba acostumbrado a que fuera vacía y lúgubre cuando ella no estaba.

Pero este lugar era del todo diferente. Todo aquí era suyo. Lo había comprado pensando en ella, me había ayudado a elegirlo o simplemente lo había traído aquí. Este lugar era tan suyo como mi corazón, y lo odiaba tanto que necesitaba alejarme.

No podría tolerar perder algo de esta forma tan estúpida. No podría pensar en que mi sola presencia la hiciera una peor persona, aunque evidentemente así fuera. Y entonces, ¿qué es lo que había hecho mal?

Había buscado la luz por días, intentado sobreponerme y seguir adelante mientras "el tiempo" pasaba. Pero ya no quería darle más espacio, y la idea de montarme en el coche e ir a su casa me mataba por dentro porque yo había jurado que siempre volvería por ella, y ella no quería que volviera.

La puerta me desconcentró de mis cavilaciones mientras cerraba una caja con varias herramientas de trabajo.

—Pasa —le dije entre dientes, ya sabía quien era. Y eso estaba bien.

—¿Dónde estás? —me preguntó y yo me levanté con la caja entre las manos. Sin darme cuenta me golpeé contra la alacena que tenía sobre la cabeza y solté la caja que se me resbaló del cuerpo para caer estrepitosamente sobre el suelo. Soltó una carcajada amigable y se aproximó a la sala donde estaba tratando de recoger algunas cosas.

—¿Sucedió algo? —inquirí al verlo con gesto divertido simplemente pensando cómo ayudarme.

—Te rompiste aquí —me señaló la frente y yo levanté la mano para darme cuenta de que estaba sangrando.

—Maldita sea —musité dejando todo para ir a mirar lo que había hecho.

—Hijo —me persiguió cuando yo me detuve y lo miré de frente. Entonces me di cuenta que no sabía por qué había pedido visitarme.

—¿Sucedió algo? —le pregunté—. ¿Jean está bien? —mi papá se me paró de frente y me examinó un momento el rostro.

—Muy molesto porque no le permitimos comer sandías todo el día —bromeó mientras sujetaba mi rostro y presionaba un poco mi frente para fruncir los labios—. No es grave, solo límpialo con agua.

—¿Hhmm? —musité, realmente no entendía, ¿mi papá me estaba cuidando o algo?

—Jean está bien, lo he dejado con Sandra en casa mientras arreglamos todo para que te mudes —me explicó luego de seguir hasta el baño y sacar una toallita humedecida. Me la puso en la mano y yo me le quedé mirando de nuevo—. Para tu cabeza, hijo —me hizo señas con la mano—. ¿Seguro que estás bien?

—La verdad... —lo pensé y me quedé en blanco.

—Supuse que con lo de Amanda, tal vez necesitarías ayuda para empacar —continuó mientras yo me pasaba la toallita por la herida con un leve ardor en esto.

—¿Ayuda? —él se encogió de hombros.

—Sé que nunca hemos sido cercanos, pero también sé lo que duele perder a alguien que amas mucho —me explicó alejándose y yo comencé a entender. La relación con mi papá había mejorado, él estaba aprendiendo a controlar su lengua y yo estaba aprendiendo a estar en contacto con él.

Por eso, y por Jean Edward, mi hermanito, había decidido que el mejor lugar para irme era la ciudad donde ellos vivían. Lejos de estos suburbios y lejos de todo lo que me recordara a Amanda. Me quedaría entonces con ellos unos días mientras me asentaba en la ciudad y encontraba una nueva oficina, así como un nuevo departamento para desplegar mis operaciones.

—Vaya, gracias —fui sincero. Lanna me había hecho compañía unos días, y Alice se había mantenido en su nube dorada de Joshua atendiendo a mi petición de que lo mejor era alejarnos por un tiempo. Pero ya era hora de continuar adelante con mi vida y dejar que Amanda fuese feliz, razonable y alineada como siempre había sido cuando yo no había estado con ella.

—¿Cómo te ayudo? —me preguntó mostrándome las manos y yo le señalé unos servidores que tenía en el suelo.

—Hay que guardar eso —le señalé cuando me acerqué para darle unas cajas.

—Y... —comenzó a decir mientras yo me agachaba para buscar otras cosas—. ¿Cómo estás?

—No lo sé. Supongo que me mantengo con vida —fui total y completamente honesto cuando él asintió y empezó a embalar algunas cosas.

—¿Qué fue lo que sucedió? Pensé que todo iba en orden —yo me figuré a dar una respuesta honesta una vez más.

—Yo también, y todo se fue al demonio en una sola conversación.

—¿Tu crees? ¿En una sola conversación? —me preguntó y me dejó pensando en esto unos instantes.

—Eso parece —le dije—. Aunque supongo que ella tenía mucho tiempo pensando en ello.

—¿Esto es por otro tipo?

—Dios, no —le repliqué—. Es por cosas malas que sucedieron, malas decisiones que ella tomó y que la pusieron en peligro —él se quedó pensando un momento y luego me miró.

—¿Estás mejor sin ella? —me preguntó luego de pensarlo bien.

—Por supuesto que no —estaba seguro de eso.

—¿Y ella está mejor sin ti? —me tuve que obligar a detenerme para pensarlo muy bien. Y esa sensación de vacío me removió el interior.

—Eso espero —él medio bufó y yo supe que uno de sus súper comentarios estaba muy cerca. Pero se obligó a mantener el silencio—. ¿Qué?

—Nada.

—Ibas a decir que eso suena a un tremendo cobarde, ¿cierto? —le pregunté y él negó.

—No.

—Mientes —dije con una media sonrisa fingida.

—Iba a decir que, seguro que estaba mejor sin ti, si ni siquiera puedes estar seguro del valor que tienes en su vida —y la verdad me chocó como un camión, además de su tono tosco y su forma vaquera de decir las cosas—. Perdona, yo...

—...No, tienes razón.

La verdad era bastante egoísta querer conservar a Amanda simplemente porque ella me hiciese una mejor persona. No era la razón correcta, aunque fuese una buena razón para mí. Era por eso que me sentía tan vacío, yo tenía mis motivaciones para ser una mejor persona, y Amanda estaba implícita en muchas de ellas, pero la verdad es que siempre que me impulsó a ser mejor, lo hizo simplemente porque creía que yo ya lo era, no por un interés personal, no por hacerme mejor persona para ella. Era porque ella podía ver en mí la luz, y yo... Yo también podía ver la luz en ella, pero no me figuraba a exteriorizarla tanto como ella hacía conmigo.

Para mí, Amanda brillaba con luz propia y era perfecta tal y como era sin mi intervención. Sin embargo, ella había herido a Alice, su amiga, muchas veces por mi causa. Me había hecho elegir y nos puso en una situación muy peligrosa más de una vez. Ella se enojaba, se marchaba, y decía cosas que no sentía. Era una persona común y corriente, con errores y defectos, quizás tantos como los míos.

Pero Amanda me enseñó a disculparme, me enseñó a ser atento y a siempre volver. Me enseñó a ser constante, valiente, fuerte y disciplinado para alcanzar mis objetivos. Y me enseñó a enamorarme como se debe, cuidando de la otra persona como si fuese lo más frágil sobre la tierra.

¿Y qué había hecho yo?

—No creo que seas un cobarde por dejarla respirar —me dijo papá cuando yo levanté la mirada—. Todos necesitamos unos minutos para darnos cuenta y valorar lo que tenemos.

—Han pasado tres semanas.

—Tal vez todavía no se ha dado cuenta —pensó un poco más cuando yo asentí sintiéndome inseguro. ¿Y si no se daba cuenta nunca?

Entonces se detuvo de lo que hacía y me miró.

—¿No crees que haya futuro en esperarla? —yo me encogí de hombros.

—Supongo que por eso me voy. Si ella cree que no soy bueno para ella, entonces nunca va a volver, y no quiero esperarla —razoné, pero ya no estaba tan convencido.

—Tal vez es valentía —me dijo—. La última vez que te botaron te quedaste llorando por dos años y medio —yo me volteé y lo miré cuando él soltó una risita y negó.

—Perdóname, lo que quiero decir es que... Tal vez está mejor esta vez decidir seguir adelante que estancarte nuevamente en lo que no puedes tener.

Pero sus palabras me taladraron en la cabeza como un martillo que incrementaba el vacío en mi interior. ¿Eso era Amanda para mí? ¿Lo que no podía tener?

Si retomaba el pensamiento de hacía unos minutos, entonces podría intentar algo nuevo, hacer otra cosa. Ayudarla a ver en si misma la luz como yo podría apreciarla. Enseñarla, aprender juntos y ser razonables, amarnos con sentido, con lógica, con inteligencia, pero con amor por sobre todas las cosas y entonces suspiré nuevamente al sentirme vacío.

¿Y si ella no quería nada de esto?

Amanda siempre me había hecho sentir cobarde, pero no era ella, sino el temor incipiente de no poder asumir el reto que decidiría el resto de mi vida. De no ser suficiente, de no hacerle frente, de perderla y de... Ah no, esperen. Ya eso lo había hecho.

Entonces, ¿qué tenía que perder?

Lo único que me quedaba justo ahora era esta tonta sensación de vacío y de cobardía que me mataría aquí, y que me seguiría a cualquier ciudad a la que fuera de aquí en adelante.

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