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22. Papá (Parte 1)

—¿No vas a contestarle a tu papá? —le pregunté a Amanda, quien tenía la cabeza metida en el motor del auto intentando alcanzar algo que no podía ver. Yo tenía el teléfono en la mano, y lo silenciaba entre cada llamada, pero luego de cuatro intentos, ya me empezaba a imaginar que debía ser urgente.

—Estoy trabajando, Justin. Me mataría si se entera que he soltado esto para atenderlo —gritó desde el interior del capó mientras yo me reía de su dedicación y me acercaba para ayudarla.

A día de hoy acababa de mudarme a mi nueva casa pequeña. Era un alquiler cerca de donde vivía Amanda, había una oficina en la planta de arriba donde estaba nuestra pequeña empresa que todavía no tenía un nombre formal y abajo estaba mi habitación, una gran sala con televisor y sofá cama, una cocina y un garage donde mi sexy novia estaba trabajando Cami, mi primer amor, mi preciosa Camaro SS del 71', porque sí, mi auto era una chica.

—Aquí está —susurró antes de levantarse bajando los pies hasta la plataforma y arqueando su espalda de una forma casi poética, levantó una pequeña goma con los dedos.

—¿Y eso es?

—No lo sé, tu basura de hace cuatro años —se burló—. Pero podía trabar el motor si caía en el sitio equivocado y no podía permitírmelo.

—¿Trabar el motor? —bromeé mientras me acercaba para peinarle los mechones de cabello que sobresalían detrás de su coleta—. Para eso tendría que encender.

Sin decir demasiado, tiró la goma a un lado y caminó hacia el asiento del piloto. Yo solté una carcajada ante su seguridad, pero no había forma que después de solo hacer algunos cambios superficiales mi viejo auto que tenía más de un año sin usar volviese a encender como si nada. Ya yo había intentado todo y me parecía que aún tendría que invertir un poco más.

Sin embargo, ella se sentó en el asiento, metió la llave y la giró dejando un sonido seco en el aire, que pronto se transformó en el precioso ronquido de mi Cami. Si hubo algo que amara más que el sonido de mi auto fue la sonrisa brillante y suficiente de Amanda al mirarme emocionado.

—¿Lo ves? Solo necesitaba el toque femenino —me dijo con una media sonrisa antes de meterse de vuelta al motor para acelerarlo y comenzar a hacer anotaciones en una pequeña libreta que tenía al lado del coche. Entonces, yo vi latir con delicadeza el tatuaje de una llave inglesa muy pequeña que tenía bajo la oreja, apreciando por primera vez esta pasión suya por los coches, la mecánica y todo para lo que yo me consideraba un medio inútil.

—¿Por qué no estudiaste mecánica? —le pregunté cuando apagó el motor del coche. Ella seguía tocando partes y anotando cosas en su libreta cuando me dirigió por primera vez con sus preciosos ojos verdes y ni una sola mancha de grasa en el rostro.

—No podría trabajar con mi padre todo el día —se quejó—. Además, me gustan más las computadoras.

—¿En serio? Porque no te había visto así de feliz frente a un ordenador nunca.

—Porque nunca prestas atención —se rio mientras arrancaba una hoja de su libreta y me la entregaba—. Será caro traer a Cami de vuelta, pero podremos hacerlo.

Yo comencé a ver la lista de cosas que debíamos reparar y me sentí pobre nuevamente. Sonreí y ella simplemente puso sus manos sobre sus caderas en una pose que nuevamente la hizo ver increíblemente sexy.

—Si siempre que trabajes en ella te vas ver así de hermosa, podemos empezar ahora mismo.

—Es que ya he empezado, justo ahora voy a limpiar los inyectores y... —de repente un sonido infernal desde la calle nos interrumpió. Yo no pude evitar sentir ganas de vomitar.

Era el motor de un coche antiguo, un Volkswagen. Se notaba que irradiaba contaminación ambiental por doquier y cualquier persona que viviera a dos manzanas de aquí se enteraría de su llegada. Pero a nadie le afectaba ese sonido tanto como a mí.

Asomé la cabeza y vi el coche verde vómito aparcarse frente a mi calle. Maldije mi suerte una y diez mil veces antes de volverme a Amanda.

—Por favor, necesito que te vayas —ella levantó la cabeza del coche y me miró con gesto divertido, pero al verme bien su gesto se puso serio.

—¿Qué sucede?

—Mi padre está aquí —traté de no sonar como un niño pequeño, pero sin éxito. Amanda frunció el ceño y soltó la herramienta que usaba.

—¿Qué? ¿Cómo?

—No lo sé, pero debes irte —le repetí y ella hizo una mueca de desagrado.

—¿Por qué? ¿Te avergüenzas de mí?

—¡Qué va! Me avergüenzo de él —el sonido del motor dejó de irradiar por todas partes y vi la puerta abrirse para vislumbrar a una versión algo mayor de mi padre, con arrugas, canas y cara de amargura. Hacía más de un año que no le veía, pero para mí lucía al menos 10 años más viejo.

Tendrían que haber visto el rostro de mi papá mirando a Amanda. De aquí al fin del mundo lo podía en sus pensamientos simplemente burlándose de que tuviese a una mecánica, una mujer trabajando en mi auto.

—Por favor, ve por agua o algo mientras yo intento que se marche —le supliqué a Amanda quien soltó una media sonrisa al verme tan nervioso y simplemente asintió.

—Pero después me dices por qué fue todo eso —me pidió huyendo por la puerta interna del garaje cuando mi papá finalmente se paró delante de mí y me miró de arriba abajo.

—Señor Mitchel, qué difícil es dar con usted.

—Bastaba con que me llamaras, Eddie. Sigo conservando el mismo número telefónico —le repliqué tratando de discernir para qué había venido hasta aquí.

—¿Y arruinar la sorpresa? Jamás me habría enterado de que una mujer te hace de mecánico si... —yo lo interrumpí con un bufido.

—No estoy para chistes misóginos, ¿qué es lo que quieres?

—¿Qué más iba a querer? Hablar con mi hijo inútil, ya que estoy en la ciudad —dijo como si fuese la gran gracia. Su cabello rubio ya estaba canoso y su mano cayó sobre mi hombro haciéndome sentir fuera de lugar.

—¿Y de qué quieres hablar? —inquirí.

—¿No me invitas a pasar? —Respiré profundo y no supe si negar o asentir—. Bueno, tal vez quieras invitarme un café con Alice, ponernos al día y... Bueno, me marcho mañana —yo lo miré con profundidad.

—Si quieres ir a tomar café con Alice, puedo darte su número —le repliqué esperando que entendiera que ya no salíamos.

—¡Sabía que no podrías conservarla! Gracias por no decepcionarme, pequeño inútil —gruñí por lo bajo.

—Para tu información, estoy muy bien. Tengo novia, una empresa en auge y una nueva casa.

—Ah, ¿sí? ¿Y es tan buena como Alice? —lo interrumpí.

—¿Vienes a mi casa a insultarme, Eddie?, ¿en serio? —lo reté y él soltó una carcajada.

—¿Quién es la desdichada? ¿Siquiera es tan bonita como Alice? —siguió y yo simplemente lo empujé con el hombro mientras me alejaba de él. Pero siguió hablando—. Seguro que es bonita, pero ni la mitad de inteligente. Es más, ni siquiera debe ser ni la mitad de inteligente que tú, porque para estar con un inútil como tú... —me di media vuelta para responderle cuando vi a una versión bastante enojada de Amanda pasar la cochera y tomar su bolso.

Mi padre volteó y la miró de arriba abajo antes de poner un gesto burlón.

—Por favor, no me vas a decir que... —pero antes de que dijera una idiotez por la que yo tuviera que golpearlo, Amanda pasó por su lado golpeando su hombro y redujo el paso para mirarlo apenas al voltear.

—Me voy, cariño. Te dejo en tus asuntos —me dijo cuando pasaba cerca de mí, pero su tono reticente me indicaba que estaba sumamente enojada, y yo no la culpaba.

—Cielo... —comencé a decir cuando mi papá bufó y yo me volví a encararlo, pero Amanda también se detuvo y lo miró de arriba abajo una vez más. Su mirada me hizo sentir intimidado incluso a mí.

—Mucho gusto, la desdichada —le dijo extendiéndole la mano. Eddie cambió su expresión por una de vergüenza.

—Eh... Niña, discúlpame, yo... —ella retiró la mano sin que mi papá se la agarrara y lo miró nuevamente con gesto retador.

—Soy más de la mitad de inteligente que él —le aseguró—. De seguro un hombre tan... —e hizo un gesto de desdén, que seguramente podría rellenar con cientos de adjetivos—... particular como usted se daría cuenta si se diera la oportunidad de conocerme.

—Pues... —entonces Amanda se dio media vuelta y caminó hacia su auto.

—No se preocupe, no creo tener intención de conocerlo —finalizó antes de lanzar el bolso por la ventana del coche y dar vuelta para montarse.

—Tiene carácter —dijo mi papá, como un elogio o como un insulto, pero se quedó atrás mientras yo corría a hablarle. Me situé en la ventana del piloto cuando ella metió la llave del coche y yo llamé su atención.

—Perdóname, yo... —ella negó.

—Soluciona tus asuntos, Edward, después hablamos —me cortó y yo abrí los ojos como platos.

—¿Estás enojada conmigo? —me sorprendí cuando ella pareció analizarlo y entonces soltó un gran suspiro que casi sonó como un resoplido. Dirigió sus ojos verdes a mí y suavizó un poco la mirada.

—Es evidente que ya tienes suficientes problemas —alzó su mano y acarició mi barba suavemente.

—¿Y por qué te ibas a ir sin despedirte? —ella sonrió y me dio un pequeño beso en los labios.

—¿Crees que soy la mitad de inteligente que tú? —me preguntó y yo solté una carcajada.

—Más de la mitad —repliqué. Pero sentí temor de que me preguntara por las comparaciones de mi padre. Simplemente porque yo nunca la comparaba con Alice, entonces no tenía una respuesta si llegaba a preguntarme si creía que era más bonita que Alice o alguna cosa así. Entonces supe inmediatamente cómo expresar lo que pensaba en mi cabeza y simplemente retiré el cabello de sus ojos para que me viera bien cuando dijera lo siguiente—. Eres lo mejor que me ha pasado en toda la vida —y decía toda la verdad.

—¿Toda, toda, entera? —me dijo con los ojos tan brillantes que ya no quería que se fuera. Quería quedarme con ella en ese instante y en la vida entera.

—Toda, toda, completa, total y completa. Sin lugar a dudas —le dije cuando me robó un pequeño beso y sobó mi brazo.

—Ve a enfrentar tus gigantes, amor —y su voz me infundió fuerzas.

—No tenías que irte —me quejé y ella sonrió.

—Tengo que ir a enfrentar los míos —dijo mostrándome su teléfono con doce llamadas perdidas. Su padre se había vuelto un dolor en el trasero.

—¿Los enfrentarás como lo hiciste con los míos? —me reí y ella asintió.

—Cuidado quien se meta en mi camino —asintió cuando yo le di un beso más y me alejé del coche.

—Avisa cuando llegues, amor —le pedí antes de que ella se despidiera con los dedos y echara a andar el coche dejándome con una imagen sencilla de mi papá en la puerta de mi casa.

—No deberías desperdiciar algo así —fue lo primero que mi papá dijo cuando estuvo cerca de mí.

—¿No vas a decir que es demasiado para mí? —él soltó una risa que me pareció burlona.

—Me parecen el uno para el otro —pero el tono peyorativo que usó terminó por volarme los tapones. Entonces lo miré de frente.

—Soy feliz, ¿quieres tomar un café y hablar de lo que te trajo aquí? ¿o quieres irte y dejarme en paz con mi felicidad? —corté por lo sano esa discusión necia en la que me decía inútil y se metía con mi novia.

—Café está bien —aceptó caminando detrás de mí hacia la casa.

Me quedé pensando en su incapacidad de decir un comentario sarcástico, en su falta de certeza a la hora de burlarse de mí o en la razón por la cual no había seguido diciéndome inútil mientras entraba a la casa.

Después de todo, esta era mi relación con mi papá. Él era plomero, y uno de los antiguos a los que les gustaba remarcar sus músculos, su autoridad de macho y el hecho de que alguien que no se dedicara a lo mismo que ellos era un inútil. Como yo: un inútil de primera que decidió trabajar como una mujercita tras un escritorio.

Desde que mamá murió, papá salió de casa para mantenernos a ambos, pero solamente hizo eso: enviar dinero. Me dejó solo en casa toda mi adolescencia, y solo volvía para decirme lo decepcionado que estaba de mí. Trató de enseñarme el oficio, y yo lo aprendí a los golpes, a las humillaciones y a la mejor manera del súper plomero al que todos amaban contratar porque era super eficiente, pero todos odiaban cada vez que abría la boca.

Era eso. Mi papá no sabía como callarse. Y en respuesta, yo aprendí a quedarme callado para toda mi vida. Jamás querría ser como él.

Por eso ahora no entendía cómo era que permanecíamos en silencio mientras le servía el café y me sentaba en mi cocina bien equipada a rodar el azúcar por la mesa mientras él revolvía la taza de lado a lado.

—Eddie... —intenté cortar el silencio incómodo cuando sus ojos casi blancos me escrutaron y me quedé en silencio.

—¿Eres feliz? —me preguntó y yo asentí convencido, pero debo decir que su pregunta me sorprendió.

—Lo soy. Tengo un buen trabajo, un buen lugar donde vivir y una chica increíble con la que lo comparto todo —expliqué y él asintió lentamente.

—¿Y te arregla el coche? —bromeó. Pero ya sus bromas no sonaron burlistas. Solté una risita incómoda.

—¿Te sorprendió mi chica? —alardeé y él sonrió asintiendo.

—Tiene un carácter... —comenzó y le completé.

—De los mil demonios —reconocí sin poder parar de reír. Amaba eso de mi Amanda.

—Es una pena que no quiera conocerme —dijo dándose un sorbo de café. Yo fruncí el ceño. Si acaso en toda mi vida habría tenido dos o tres conversaciones serias con mi papá, y una de ellas había sido sobre Alice, con quien él quería que yo me casara. Pero ahora parecía estar pensando lo que sucedió en estos breves minutos y yo simplemente no lo entendía del todo.

—¿Estás bien? —le pregunté al detectar cierto tono melancólico en su voz. Levantó la mirada y tragó grueso otra vez.

—Lo lamento mucho por hacer sentir a tu novia incómoda, hijo. Y por decirte inútil todo el tiempo. La verdad es que no creo que seas un inútil —sus palabras me golpearon el pecho y me sorprendieron tanto que no pude ocultar mi asombro—. Sé que siempre he sido un imbécil, pero...

—¿Estás bien? —volví a preguntar y él sonrió en un gesto casi cálido, casi humano. ¿Mi padre estaba muriendo o algo así? Me preocupé inmediatamente y me acerqué un poco a él—. ¿Qué sucede?

—No sé como decirte esto... —empezó y entonces se tomó su café nerviosamente.

—¿Qué es, Eddie? —me impacienté. ¿Qué demonios estaba sucediendo?

—Conocí a una mujer maravillosa —me explicó—. Y tuvimos un hijo juntos —las ideas se me atragantaron en el pecho y me sentí estúpido por haberme preocupado tanto. Pero mi papá no había terminado cuando sacó su teléfono y buscó una fotografía. Entonces me enseñó a su nuevo hijo: el que seguramente lo haría todo bien y no sería un inútil.

—Es muy bonito —le respondí con reservas y entonces él se acercó más mostrándome a la bolita blanca con ojos claros y cabello rubio.

—Es idéntico a ti, ¿no te parece? —me preguntó cuando yo medio sonreí y noté el parecido que existía entre los tres.

—Sí, lo es —admití sin ganas.

—Se llama John Edward —me dijo con orgullo y yo asentí una vez más—. Vine a invitarte a conocerlo, nos quedaremos esta semana en la ciudad.

—Parece que ahora tienes una nueva oportunidad —lo felicité y él frunció el ceño como si algo le doliera.

—¿De qué? —preguntó.

—De hacerlo bien. De no criar a un inútil —él respiró profundo y me miró a los ojos.

—Lo lamento mucho, hijo. De verdad lo siento —me suplicó y yo tragué grueso—. Siempre he sido descuidado y un idiota con mis palabras. No creo que seas un inútil. Creo que yo lo soy —se explicó como si le costara horrores—. Siempre me he creído incapaz de todo y al verte temer por las cosas que querías hacer, me reflejaba en ello. Pero admiro que hayas ido por encima de lo que yo pensaba o de mi negligencia para alcanzar tu vida, lo que ahora tienes —sus palabras se me atragantaron tanto que las odié.

—Aún si no tuviera nada, si siguiera solo y viviendo en las afueras de la ciudad como un pobre asalariado, no tenías derecho de llamarme inútil —le repliqué.

—Lo sé.

—No tenías derecho de burlarte de mi novia, ni de mi vida —añadí y él asintió.

—Lo sé.

—No tenías derecho de menospreciarme cada vez que me veías tras cada cosa que hacía.

—Lo sé.

—¿Y entonces por qué lo hacías?

—Porque creí que te haría más fuerte.

—Lo soy —le respondí—. Pero no gracias a ti. Nadie se hace fuerte a punta de golpes, nos hacemos fuertes al aprender a resistirlos y al sanarlos.

—No lo sabía, pero ahora lo sé —admitió y yo tragué grueso al recordar mi vida entera frente a mis ojos.

—Soy más fuerte, soy valiente y no soy un inútil. Pero no es gracias a ti —aclaré por si fuese necesario—. No me hice más fuerte al dedicarme a trabajar el triple para pagar una casa que no tenía para vivir con mi novia porque tú me dejaste a mi suerte. La perdí a ella por creer que el trabajo dignificaría mi vida.

"Tampoco me hice más fuerte al esconderme de todo y todos tras un jefe tirano que me trataba exactamente igual que tú en el trabajo. Me hice más útil al darme mi propio lugar y avanzar en mi carrera por mis propios medios.

"Y no me hice más fuerte tampoco al tratar de recuperar a la mujer que creías que era la mejor opción para ser mi esposa. Me hice valiente al dejar todo eso a un lado y seguir adelante para conquistar a una mujer que me complementa, a la que realmente amo y que tengo mucha suerte de que quiera estar conmigo a pesar de lo que crecer con un padre como tú me hizo.

—Es por eso que quiero que conozcas a mi hijo —replicó bajando la cabeza con profunda humillación. Nunca lo había visto en una postura tan doblegada.

—¿Qué? —le pregunté tratando de recuperar el aliento.

—Quiero que tu hermano crezca cerca de ti, y que aprenda de ti —me dijo—. No quiero dañarlo como hice contigo. No quiero que sea un bully como yo. Quiero que se parezca a ti —admitió con una voz casi tan queda que tuve que poner toda mi atención para escucharlo. Y entonces pude darles crédito a sus palabras, y aceptar su petición sabiendo que estaba profundamente arrepentido.

—Está bien, papá —musité. Él levantó la cabeza sorprendido y yo fruncí el ceño—. Pero tengo condiciones.

—Las que quieras... —dijo con una media sonrisa y yo esperaba realmente en mi corazón que este fuera el comienzo de una nueva relación en el que ambos pudiésemos obtener un poco más de lo que hicimos en el pasado. Porque después de todo, Amanda había tenido razón, y toda mi mejora hacia una mejor persona no estaría completa si vivía odiando a mi papá.

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