17. Fuera de control
Besé sus labios. Sus labios suaves, dulces, con ese tenue aroma a café y dulce. Me aferré a su cadera y sentí ese suave temblor en sus manos cuando se cerraron en torno a mi cuello. Entonces me detuve sabiendo que estaba arruinando todo este asunto.
Me detuve por su bien, abrí los ojos y ella simplemente se quedó inmóvil, como si quisiera desaparecer en ese instante. Fue entonces que una suave queja, un suspiro, como un sonido que no podía decir si era de complacencia, de dolor o de miedo se escapó de sus labios y sus ojos verdes se centraron en mí.
—Estoy fuera de control —me dijo—. De verdad lo siento, Edward —pero sus manos no soltaban mi cabello y su cuerpo ceñido al mío no dejaba de temblar.
—Es mi culpa —le aseguré cuando ella volvió a soltar ese insoportable suspiro y un golpe de su aliento me llegó directo a los labios.
Lo seguí como un adicto y volví a besarla sin poder evitarlo. Una y otra vez, porque me encantaba hacerlo, porque era como si las piezas encajaran, porque había sido idiota al intentar vivir sin su aroma cerca.
Y si hasta ahora estábamos fuera de control, cuando me abracé con fuerza de sus caderas y ella simplemente me rodeó con las piernas y me dejó cargarla mientras la besaba, las cosas no podían ponerse peor.
La respiración nos aumentó a mil mientras el calor se apoderaba por completo de mí y este instinto animal me hacía recostarla del sofá mientras sostenía con fuerza sus caderas. Amanda seguía besándome una y otra vez y yo inevitablemente enterré el rostro en su cuello para besar lo más de su piel que pudiera. Yo simplemente pasé las manos por su abdomen y su espalda hasta que le quité la camisa para trazar un camino de besos que me llevaba de vuelta a sus labios, recordándome que toda mi vida quería regresar a ese preciso lugar.
Era una sensación más fuerte que yo mismo, era la necesidad imperante de seguir besando cada una de sus pecas y de quedarme ahí mismo por el resto de mis días.
Escuchaba su respiración en mi oído derecho, cada vez más rápida, ahogando suspiros que ahora sabía que eran de complacencia. Pero entonces tomó demasiado aire y yo intenté ponerles freno a mis ganas para escucharla.
—Te amo, Joshua —susurró y yo me detuve de inmediato.
—¿Qué?
Y vi los ojos cafés de Alice centrarse en mí cuando me separé de ella y verla de frente.
—Esto es... Un error —me dijo al mirarme de frente y yo me sentí demasiado confundido. Tanto que el mundo me dio vuelta—. Debo irme, perdón —se levantó del sofá y yo me vi a mi mismo en el espejo, sin camisa, con las mejillas rosadas y la respiración acelerada.
—Alice, espera —le pedí intentando poner orden a mi cabeza. ¿Cómo podía ser que la hubiese confundido con Amanda?
—No debimos hacer esto —me aseguró mientras trataba de localizar su camisa con la mirada. Me alboroté el cabello con los dedos y corrí tras ella, porque, ¿qué más podía hacer?
—Lo sé, pero por favor no te vayas —le supliqué al tomar su mano un segundo cuando la puerta se abrió dejándome al descubierto.
El corazón había abandonado la comodidad de mi pecho para irse corriendo. Respiré demasiado aire cuando Amanda se movió sobre mi brazo recordándome que era una noche fría, y la estaba abrazando.
El pijama grande de Amanda se movió cuando se acurrucó todavía más en mi brazo dejándome ver sus pecas bajo la luz que se colaba desde la ventana. Hacía unos minutos tenía una imagen vívida de mí mismo besando esas mismas pecas, en la misma proporción. Cerré los ojos un instante intentando de poner algo de control en mi propia cabeza, y entonces, de sus labios se escuchó ese sonidito, esa suave queja que me convencería de hacer cualquier cosa.
Amanda seguía muy dormida y su labio inferior se movía tenuemente, como si hablara dormida, pero yo no pudiera entender lo que decía. Y entonces me percaté de algo: realmente deseaba volver a besar esos labios rosados, pequeños, suaves y con ese sabor a café y a dulce que me habían arreglado la vida una semana atrás.
Esto estaba verdaderamente mal.
Con extremo cuidado me las arreglé para dejar a Amanda rendida entre las almohadas del sofá y salir a donde el frío de la ciudad me azotara las ideas y dejara de recordarme la suavidad ficticia que mi mente había imaginado de la piel de Amanda, de su calor y de su forma de besarme. Necesitaba dejar de pensar en esto y necesitaba con todas mis fuerzas dejar de estar fuera de control.
Fui a la cocina y me tomé un vaso de agua fría intentando dejar de imaginar una y otra vez la escena en la que era Alice quien estaba frente a mí. Esto era demasiado confuso, no era lo que yo deseaba, ¿o sí? Porque se trataba de un sueño, y uno muy real que quizás tuviera la intención de contarme algo que no sabía sobre mí mismo, ¿y esto qué era?
Incluso en mis sueños yo era el perdedor al que le decían en la cama que amaban a otro. Y la verdad es que, de cualquier forma, meterme a la cama con Alice se sentía del todo incorrecto. No solo una parte, sino completamente, y esto era porque yo no necesariamente deseaba estar con ella en esa posición.
Me asomé desde la cocina y vi a Amanda enrollada entre las sábanas tratando de encontrar el calor, y me encontré con un nuevo problema. ¿Y si me estaba enamorando de ella? Es decir, ¿cómo podía ser posible algo tan ridículo? Sin embargo, aquí me descubría tratando de mirar esas pecas claras en sus hombros, que me atraían a volver con ella, abrazarla y dormir seguro como no había estado en años.
Esto era un error, y uno tremendo, porque ella no estaba ni cerca de enamorarse de mí. Ella simplemente estaba haciéndome un favor, y uno muy largo. Ahora confiaba en mí, éramos amigos cercanos, hablábamos de todo y nos apoyábamos en todo y yo, yo ya me estaba muriendo por arruinarlo todo con ella.
Yo no era suficiente para Amanda, no era más que un cobarde y un tonto que la usaba para engañar a su ex novia de que era una mejor persona. Pero no era ninguna de esas cosas, y este nuevo deseo simplemente era un reflejo de ello.
Bajé la mirada y respiré profundo. Eran las 4:30 am, y yo no iba a dormir más por esta noche. Tenía que sacarme esta idea de la cabeza como fuera. Caminé hacia el mueble para buscar mis zapatos y cuando me estaba levantando sentí sus dedos enrollarse en mi cabello.
—¿Qué sucede, Edward? —susurró cuando yo volteé como quedando en evidencia. Sinceramente sus dedos en mi cabello me recordaban demasiado a mi sueño ultra real.
—Vuelve a dormir, linda, por favor —le pedí volviéndome para pasar un dedo por el contorno de su nariz. Fue instintivo, verla cerrar los ojos nuevamente era algo muy tierno. Vi como esbozó una pequeña sonrisa y luego frunció el ceño antes de volver a abrir los ojos.
—Vuelve a dormir, hace frío —me pidió intentando localizar mi mano en el sofá cama. Yo instintivamente tuve la necesidad de acercarle la mano para que la alcanzara y me atrapara lo antes posible. Cerró sus dedos en torno a los míos y me haló.
—Es que ya no tengo sueño —le aseguré mientras la permitía conducirme de vuelta a recostarme en la cama.
—Yo te doy del mío —me dijo cuando se recostó nuevamente en mi brazo y lanzó la cobija sobre los dos. Entonces se estremeció ante el frío que el simple aire bajo la cobija nos causó, pero a mi me estremeció particularmente su reflejo de ubicar su mano debajo de mi cuello y tomar uno de los rizos de mi nuca.
—Mandy... —llamé su atención, pero era evidente que estaba mucho más dormida que despierta—. Junior... —la volví a llamar y ella intentó con todas sus fuerzas espabilar. Levantó un poco la cabeza y quedó tan cerca de mi alcance que pude respirar de nuevo el mismo aliento que ella. Solo que esta vez no había café, todo era dulce, tan dulce como solo ella podía ser.
—¿Si? —me preguntó, pero seguro que no me estaba escuchando, estaría ya en los brazos de Morfeo y yo temblando como un idiota ante la forma como rodeaba ese rizo en mi cabello.
—Estoy perdiendo el control —le aseguré. Era una advertencia más que nada cuando ella simplemente se sonrió, como si estuviese a salvo y no le importara que yo le confesara que ya estaba fuera de control.
—Ya era hora —susurró antes de posar un pequeño beso en mi mejilla y volver a recostarse en mi hombro para dormirse a sus anchas.
—¿No tienes miedo? —le pregunté. Aunque ni siquiera sabía por qué seguía hablándole si ella ya estaba dormida. Pero mi corazón estaba latiendo demasiado rápido y simplemente quería saber si ella de alguna forma sentía lo mismo que yo.
—No —aseguró. Simple y sencillamente. Esto tampoco me decía nada.
A ciencia cierta yo tampoco tenía ni idea de qué estaba pasando. Quizás era simplemente una forma de mi mente de jugar conmigo, de recordarme en un sueño y otro que yo no estaba al nivel de Amanda, ni nunca lo estaría. Quizás por eso la quería ahora, porque los cobardes somos así, nos empecinamos con lo que no merecemos y yo... Podría admitir diez mil veces que no la merecía a ella.
Pero eso no me impedía en nada quererla.
—Mandy...
—Edward, si no me dejas dormir, voy a estar de mal humor mañana —me advirtió alzando el rostro y yo aproveché su advertencia para robarle un pequeño beso en los labios al que me correspondió un instante. Ella se quedó inmóvil y yo sentí como tensó la mano con la que sostenía mi rizo—. Estoy soñando, ¿no es verdad? —no supe cómo interpretar su respuesta.
—Lo estás —le aseguré.
—Entonces haré como si esto no sucedió —me volvió a advertir y yo asentí suavemente.
—Está bien, hagamos eso —le dije acercándola con una mano para besarla nuevamente y maravillarme al entender que ella, al menos semi dormida y con este halo de seguridad en el que seguíamos diciendo que esto no estaba sucediendo, me permití perder totalmente el control.
Y me permití besarla y entender que la quería, realmente la quería. Quería estar con ella en este sentido el mayor tiempo que pudiera. Besé sus labios dulces, suaves y ella se aferró a mí como si fuera lo que no era, lo que ella merecía.
Respiré su mismo aire y contorneé con suavidad sus labios, su nariz, su rostro, su cuello y la besé como mejor sabía sin importarme cuán fuera de control estuviéramos.
Me pregunté una y otra vez cómo había llegado hasta aquí, hasta simplemente querer aferrarme a la curva de su cadera y no querer soltarme. ¿Cómo es que había llegado a quererla tanto? Y entonces sentí sus manos temblar mucho y me detuve sosteniéndola con las mías.
—¿Qué sucede? —le pregunté con voz baja y ella suspiró.
—No quiero perderte —fue honesta y yo suspiré.
—No podrías —le aseguré—. ¿Por qué lo harías?
—Es que te dejé hacer esto —bromeó y yo sonreí.
—¿Qué cosa?
—Esto —dijo contorneando mis labios mientras yo seguía sosteniendo sus manos—. Estamos fuera de control —y entonces sentí el miedo intenso de ser un cobarde. Lo cual parecía bastante irónico, y no me permitiría jamás condenarla a este juego tonto conmigo.
—¿Qué cosa? —le volví a preguntar cuando ella medio sonrió y pareció entender a lo que me refería.
—Lo que nunca sucedió —dijo bajando la mirada cuando yo la atraje y le sonreí.
—Lo que sucedió en mis sueños —susurré y ella se recostó de mi brazo.
—Estoy bastante segura de que este es un sueño mío. Solo yo sería capaz de arruinar todo de esta forma.
Y recordé los cientos de veces que Amanda alardeaba estar con tipos de bares, con tipos de cualquier parte simplemente porque, como si fuera un chico, le gustaba divertirse de vez en cuando. Yo nunca fui de ese tipo de persona, por lo que no podía decir que lo entendía, y hasta ahora eso no se había convertido en un peligro para mí.
¿Esto es lo que este pequeño momento brillante, tibio y humano había sido para ella? ¿Un ratito de alguna especie de diversión? Me lo pregunté un instante, convenciéndome también de que yo lo había disfrutado.
—No está arruinado —le aseguré—. De hecho, no ha pasado nada.
Y como si mis palabras fueran obras, volvió a levantar su mano hasta mi cuello y enredó sus dedos en mi rizo como hacía un rato.
—Solo te creeré si me prometes que no te irás cuando me duerma —me aseguró.
—¿Por qué habría de irme en tus sueños? —le seguí y ella comenzó a mover el pie derecho, como arrullándose a si misma, y sin querer, lo hacía conmigo.
—Porque todo está fuera de control —susurró volviendo a quedarse dormida y llevándome consigo.
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