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16. Iniciativa

Este era mi nuevo escritorio. Una mesa de madera antigua en la sala de Amanda, un ordenador viejo, un cuaderno de notas y un juego de tarjetas de negocios recién impresas. ¿Por qué estaba en la sala de Amanda? Porque mi conexión a internet en las afueras era una auténtica porquería y no tenía más amigos. Ella había tenido la iniciativa de prestarme su conexión a internet si yo tenía la iniciativa de hacer las compras de su casa, que ella no tenía más tiempo de hacer porque su padre era demasiado absorbente.

Si lo miran bien, no era un tema de iniciativas, sino una especie de alquiler de un espacio de oficina. Sin embargo, con el sofá cama tirado en medio de la sala con la televisión y los restos de nuestra película mala de anoche, esto no lucía demasiado como una oficina.

No era que vivíamos juntos, yo iba a mi casa la mayoría de las noches desde que empecé a trabajar aquí hace una semana. Y solo hacía excepciones cuando Amanda llegaba muy tarde como para dejarme el coche.

Sé que suena como una pareja muy comprometida, pero la verdad es que seguíamos siendo los mejores amigos. Sí, y antes de que pregunten, no amigos de los que se besan, sino de los que ven películas y se ayudan el uno al otro por iniciativa propia. Porque si bien la iniciativa de besarme en el coche había sido de ella, ahora ella tenía la franca noción de que no debíamos mencionarlo nunca más, y yo tampoco iba a intentarlo.

Una notificación encendió mi escritorio sacándome de mis cavilaciones y entonces vi el surgimiento de una nueva iniciativa.

Alice: ¿Ocupado?

Sí, desde que Alice, Lanna y Amanda eran las chicas super poderosas, Alice se mostraba más dispuesta a hablarme. Compararía este momento preciso con el instituto, cuando Alice y yo éramos solamente amigos y ella confiaba demasiado en mí. Hablábamos continuamente, y estaba muy seguro de que nos estábamos acercando por su propia iniciativa.

No tenía muy en claro si esto era porque ella se sentía demasiado segura de mi relación con Amanda, o si era porque había notado un cambio en mí y quería verificarlo por sus propios medios.

Yo: ¡Ojalá! ¿Qué sucede?

Respondí rápidamente mientras revisaba mi correo electrónico en búsqueda de alguna respuesta. Nuevamente, todavía no había obtenido nada.

Alice: Necesito a un programador que diseñe un catálogo virtual, ¿conocerás alguno?

Sonreí. Alice siempre buscaba una u otra forma de levantarme el ánimo. Después de mi despido, había gastado una buena suma en el registro de una empresa a mi nombre, tenía tarjetas de presentación y ya había iniciado en la búsqueda de clientes sin mucho éxito.

Yo: Conozco a una buena empresa que podría ayudarte. Agaphe's Corp, tienen sitio web.

Amanda me repetía día tras día y hora tras hora que era demasiado pronto para desanimarse, pero mis ahorros iban en descenso y mis frustraciones comenzaban a aflorar haciéndome sentir temor.

Alice: Buscaba algo más personal.

Entonces cerré el ordenador, tomé el móvil y una chaqueta. Estaba muy seguro de que Alice me iba a pagar por esto, aunque yo no le cobraría nada. Y tener un cliente en mi portafolio era mejor que ninguno. Además, la compañía de restauración de Alice estaba muy bien posicionada en el mercado, y yo podía diseñar alguna otra cosa que le hiciera mucho más fácil la vida en todos los aspectos.

Cuando me aproximé a salir por la puerta principal recibí una llamada telefónica que me hizo detenerme.

—¿Sí?

—¿Cómo vas, Edward?

—Aburrido —le respondí mientras abría la puerta y cerraba con llave. La voz alegre de Amanda siempre hacía que el día se viese mejor, pero hoy estaba algo frustrado y necesitaba darle un giro a todo esto.

—¿Saliendo de casa?

—Voy con un nuevo cliente —escuché cómo se movían cosas a su alrededor.

—¿De qué se trata? —me preguntó, aunque su voz se escuchaba algo distante.

La petit princesse quiere que desarrolle un sistema de catálogo —ella chistó.

—¿Se lo ofreciste gratis? —inmediatamente comprendió que se trataba de Alice, pero me extrañó mucho su reacción hostil.

—La verdad ella me llamó —contesté a la defensiva mientras comenzaba a caminar por la calle en dirección al negocio de Alice.

—¿Debería creerte? —me preguntó y por un instante me sentí acorralado.

—Ha sido su propia iniciativa, y necesito el dinero —me escudé.

—Bueno, entonces ve y presta un excelente servicio —replicó con tono ácido y yo me sentí muy extraño, no quería que Amanda estuviera enojada.

—¿Qué sucede, Junior? —inquirí con tono despreocupado.

—¿De qué?

—No lo sé, tú dime.

—Debo irme —expresó.

—Espera, ¿cómo estás? —le pregunté rápido, justo antes de darme cuenta que estaba hablando solo.

Me quedé mirando el teléfono pensando en volver a presionar su nombre y hablar con ella. Pero al mismo tiempo me sentía reiterativo, molesto, fastidioso. Si había trancado el teléfono era porque no quería hablarme, ¿no? ¿Estaba enojada? Sonaba enojada, pero, ¿por qué? En este punto yo simplemente estaba trabajando, pero fuera de eso, no existía razón para que estuviera enojada.

Pero, ¿y si lo estaba? Entonces, ¿yo no estaba cumpliendo mi palabra? Le prometí siempre regresar por ella, y aunque esto era demasiado romántico y vehemente para la duda que hoy se me presentaba, ¿esto contaba como no regresar por ella, aunque estuviese en un evidente ataque de malcriadez?

Presioné el dedo sin pensarlo mucho más, negándome rotundamente a ser ese tipo que rompe sus promesas. La respuesta no tardó en llegar.

—¿Qué, Justin?

—Me dejaste con la palabra en la boca, Amanda —le repliqué en el mismo tono, ella respiró profundo.

—¿Qué hice qué?

—Te estaba preguntando cómo estás —le dije con la voz pausada y ella se estaba obligando a bajar el ritmo para responderme.

—Agotada, esto de servir a mi papá me agota.

—¿Quieres que vaya por ti? —pensé de inmediato—. Al final de la tarde, cuando termines —su padre era supremamente absorbente con los horarios, ella no podía salir de casa antes de las 6 de la tarde.

—Yo tengo el auto —me recordó y yo me encogí de hombros.

—Eso no me impediría llegar a dónde estás.

—¿Y? Vienes en taxi, ¿y?

—Y averiguo por qué estás tan enojada —fui supremamente directo mientras cruzaba en una esquina y me quedaba de pies en la acera. Ya estaba en la cuadra donde quedaba el negocio de Alice.

—No estoy enojada —disimuló y yo seguí.

—¿Y por qué me dejas hablando solo?

—No te dejé hablando solo —intentó escudarse cuando yo solté una risita.

—¿Qué es lo que hice? —le pregunté—. No puedo encontrar algo que haya hecho para que estés enojada. ¿Podrías decirme? Así consideraría evitarlo.

—¿Por qué? —me sorprendió su respuesta.

—¿Cómo que por qué?

—¿Por qué evitarías hacer algo que me moleste?

—Porque no quiero que estés enojada, eres más agradable cuando estás de buen humor —no pude evitar reír, era una cuestión de lógica.

—A ver si te entendí. Acabas de tener la iniciativa de llamarme para preguntarme por qué te tranqué el teléfono para poder arreglarlo, ¿estoy en lo cierto?

—¿Y qué si lo hice? —pregunté, ¿lo estaba haciendo sonar como si fuese algo malo? Entonces soltó una carcajada.

—Tranqué el teléfono porque llegó el repartidor de víveres y tuve que salir a recibirlo —pero algo en su tono no me convenció—. Sin embargo, amo esta versión atenta de ti, vamos a conservarla.

—¿Versión atenta? ¡Ya quisieras! —ella volvió a soltar una carcajada fresca que me hizo reír a mí también.

—¿Ya llegaste al negocio de Alice?

—Estoy en la esquina —le dije cuando se escucharon varios ruidos en el fondo y luego un golpe.

—Mal... —casi pude imaginarla mordiéndose los labios. Había bajado mucho el lenguaje de camionero en los últimos meses, y tenía esa costumbre de morderse los labios y presionar las manos cuando tenía ganas de soltar una tremenda maldición.

—Junior, ¿estás bien? —escuché un suspiro y me detuve.

—¿Arruinaría tu negocio si vienes por mí ahora?

—¿Qué sucedió? —le pregunté buscando con la vista un taxi.

—Es que si me quedo voy a matar a mi papá —se quejó.

—¿Qué hizo?

—Simplemente no puede dejar las botas en otro lugar y tiene que hacer que yo me mate por las escaleras —se quejó demasiado alto —me detuve y sonreí.

Perdón —se escuchó en el fondo—. Amanda, ven, necesito que...

—Será mejor que vayas —le dije con una media risita.

—De verdad voy a matarlo.

—¿Todavía quieres que vaya por ti? —le pregunté, solo en caso de que quisiera escaparse de esa situación. Ella soltó una media risa sonora.

—Yo iré por ti en dos horas, asegúrate de estar listo.

—Cuenta con ello —le dije con voz tranquila—. Ahora toma un respiro y ve a atenderlo. Yo te dejaré tranquila para ello.

—Eh, Edward—me llamó la atención antes de que trancara.

—¿Si?

—Gracias por volver por mí —dijo con la voz baja, como cuando tenía vergüenza de decir algo.

—Te dije que siempre volvería por ti —reafirmé, pero dentro de mí sentía el pecho hinchado de la emoción al saber que no me había equivocado. Así estuviese errado con respecto a que estaba enojada, ella valoró mi iniciativa y yo pretendía hacer eso cada vez.

—Te quiero —susurró.

—Y yo a ti —le dije con tranquilidad antes de que ella trancara el teléfono y yo prosiguiera hacia el negocio de Alice con el pecho erguido y una sensación de realización que no me quitaría nadie.

Crucé la puerta tarareando alguna canción y en primer plano me encontré a Lanna sentada en el aparador principal. Se me quedó mirando como si no quisiera que yo estuviese ahí y yo me figuré a entender que Lanna nunca quería que yo estuviese en lugares cercanos a Alice.

Pero ya que la iniciativa había sido mi aliada hoy, respiré profundo y proseguí con lo que tenía ensayado en mi mente desde hacía más de una semana.

—Buenos días, Lanna. ¿Cómo estás?

—No tan bien como tú —dijo con sencillez bajándose del aparador. Una parte de mí deseaba hacer esto de las disculpas frente a Amanda, que jamás me creería que me disculpé con Lanna Jhonson cuando ella no me estaba mirando.

Pero lo cierto es que Amanda tenía razón, y el hecho de disculparme con Lanna no tenía nada que ver con agradarle a Mandy, sino con ser una mejor persona que era capaz de reconocer que había sido un completo imbécil. No sabía qué podía responderme Lanna, pero no había rastro de Alice en la sala y no tendría otra oportunidad como esta, debía tener la iniciativa.

—Quería disculparme contigo —comencé. Ella volteó, como si estuviese buscando a quien me dirigía, entonces volvió a fruncir el ceño.

—¿Por qué?

—Por ser un idiota —ella soltó una carcajada irónica.

—Estás varios años tarde.

—Ya lo sé —le repliqué entre dientes, su actitud reticente me lo hacía difícil—. Pero es que recién me di cuenta —entonces ella dio un paso más al frente y me encaró con sus ojos oscuros y retadores.

—¿Qué es lo que notaste? —me dijo y su firmeza casi me borra los pensamientos.

—No creo que estés enamorada de Alice, como muchas veces dije. Tampoco eran en serio todas las insinuaciones sobre que fuesen homosexuales o que Alice me engañara contigo —traté de ser enfático en esto, porque no creí que estuviera lo suficientemente claro.

—Si no era en serio, ¿por qué lo dijiste? —me preguntó dejando ver un ápice del dolor que pude vislumbrar en su mirada.

—Porque soy un idiota —asumí, era la verdad—. El efecto que causas en Alice me daba envidia, y yo pensé que tarde o temprano la convencerías de no estar conmigo.

—¿El efecto que causo en Alice?

—La haces feliz, la tranquilizas, la ayudas a pensar.

—Sí, eso hacemos las hermanas —me replicó cansada, como si lo hubiese repetido mil veces.

—Ahora lo entiendo —le dije, no tenía que defenderse de mí—. Ahora entiendo que es un lazo de hermandad genuina y que no representa nunca un peligro para Alice. Solo representaba un peligro para mí, que le estaba haciendo daño a ella. Perdóname.

—Alice está grande, y puede decidir con quien estar. Nunca intenté persuadirla de que te dejara —confesó.

—Te lo agradezco, aunque lo merecía.

—¿Por qué haces esto, Justin? No lo entiendo —me preguntó aun tratando de entender.

—Éramos amigos, Lanna. Y yo no recuerdo la última vez que no fui un idiota contigo.

—Bueno, yo tampoco te la he puesto fácil —sonrió rascándose el cabello y entonces me dirigió la mirada otra vez—. Esto no nos hace amigos nuevamente —aseguró—. Todavía no confío en ti.

Yo no pude evitar sonreír al verla reír con camaradería, alejarse con un gesto menos reticente y montarse sobre el escritorio.

—Me lo he ganado a pulso —le repliqué antes de preguntar por Alice y descubrir que había salido u momento para comprar algo de beber.

Entonces algo mágico pasó, Lanna se quedó sentada en el escritorio mirando hacia la ventana y en lugar de quedarnos en un silencio incómodo hasta que Alice llegara, como había sucedido cientos de veces, Lanna comenzó a comentarme una anécdota de su trabajo, algo que tenía que ver con un programador que contrató para hacer el sistema de ventas y que el tipo trató de cobrarle con comida gratis por un año.

Estuve tan fascinado por su historia que comenté y me reí de sus chistes, pero no había nada más que trivialidad en aquello. ¡Y me encantaba! Porque realmente Lanna era una persona alegre que esparcía mucha alegría, y yo tenía más de 5 años sin percibir ni una gota de esto, porque no nos tolerábamos, porque me odiaba y ahora todo esto parecía haber tenido una pausa por mi iniciativa de reconocer que me había equivocado.

Quizás había cosas que no fueran simples, como restaurar nuestra relación de amistad, o entender cada que Amanda se ponía de malas y me trancaba el teléfono, pero hasta este día no me había dado cuenta de que yo, en lugar de ser quien siguiera entorpeciendo mis relaciones, y seguirme preguntando lo que otras personas pensaban cuando había algún malentendido, les preguntaba o me explicaba.

Esta iniciativa valía oro, porque simplemente era como yo admitiendo que quería que algo se solucionara, que era tan importante para mí como para reparar en ello y dar un paso adelante para hacer lo posible para que todo estuviera en una mejor condición; yo simplemente haría mi parte en el asunto. Y quizás viviríamos en un mundo mejor si todos hiciéramos al menos nuestra parte.

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