04 | Valiant of the Western Island
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CAPÍTULO CUATRO
VALIANT DE LAS ISLAS WESTERN
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Una extraña sensación de incertidumbre y nerviosismo se apoderó de sus huesos, cuando vio a Lord Valiant arribar a la sala del trono, con el pecho inflado y la espalda recta en su andar hacia donde había sido convocado. Su simple presencia le provocaba una terrible inquietud, haciendo que sus manos sudasen y sus piernas comenzaran a temblar. La razón de ello: exponer al caballero del uso de magia, cuando, tras lo ocurrido con Sir Ewan, Merlín y ella descubrieron que el escudo estaba encantado.
Cuando Merlín se percató de aquello le regaló una pequeña sonrisa tranquilizadora, transmitiendo a través de su mirada que todo iría bien. Pero Aravis no era de fiarse a la primera, había visto de primeras el estilo de pelea del Caballero Valiant y, sabiendo la magia que utilizaba en su escudo, estaba casi segura de que este tipo de acusación podría tornarse mal y Merlín podría ser aquel en sufrir las consecuencias.
Del otro lado del salón, los nobles reunidos y convocados murmuraban sobre el posible motivo por el cual estaban convocados a horas previas del torneo. Morgana y Gwen murmuraban entre ellas, lo bastante absortas en su conversación, que la pelinegra supuso estarían hablando sobre el motivo por el cual Arturo había solicitado una audiencia con su padre. Sin embargo, antes de acabar consumida en sus pensamientos, el Rey Uther Pendragon no tardó en aparecer con dos guardias que se apostaron con sus lanzas contra la pared. Su andar era rápido, con su capa ondeando y ni siquiera detuvo su caminata cuando pasó junto a su hijo.
—¿Por qué has convocado a la corte? —preguntó directamente sin darle más rodeos al asunto.
—Creo que el caballero Valiant está usando un escudo mágico para ganar el torneo —respondió el príncipe Arturo, con tranquilidad lanzó una mirada ceñuda al acusado y dio un paso hacia el centro de la sala para hacerse notar.
Ante la mención de magia, el Rey se detuvo y se giró quedando a escasos centímetros del trono. Aravis inspiró profundamente, la mirada del Caballero Valiant ciertamente no parecía sorprendida de severas palabras, pero tampoco revelaba nada que pudiese ser usado en su contra. Cuando el Rey inquirió al respecto, este simplemente se limitó a dar un paso hacia Uther para explayarse.
—Mi lord, eso es ridículo, jamás he usado magia —respondió con simpleza el hombre, en ningún momento perdió la cordura. Se mantuvo tan tranquilo como sí hablaran del clima, Aravis cruzó los brazos sobre su pecho y suspiró—. ¿Su hijo tiene evidencias que apoyen esta indignante acusación?
—¿Tienes evidencias?
—Las tengo.
Con un simple ademán, Merlín avanzó al centro de la sala donde el Rey, Valiant y Arturo aguardaban por las pruebas. Sin esperar más, llegó hasta el Rey a quien le tendió la cabeza de la serpiente que había cortado del escudo del Caballero la noche en la que fue en búsqueda del antídoto para Sir Ewan. El Rey frunció el ceño ante la extraña cabeza, girándose un poco para examinarla a profundidad. Cuando lo hizo, su voz siseante y tranquila, se dirigió hacia el Caballero imperturbable.
—Déjeme ver el escudo —solicitó finalmente, girándose para ver al Caballero de las Islas Western, su mirada aún seguía sobre la cabeza de aquella serpiente.
—Que no se acerque tanto.
Con preocupación, Aravis vio a Merlín aproximarse a Arturo y susurrarle para advertirlo. El príncipe desenvainó su espada ante la advertencia, sus ojos fríos se posaron en los del misterioso caballero, cuya acusación no había provocado ningún efecto en él.
—Con cuidado.
Con las uñas en la boca, Aravis se aproximó para observar mejor lo ocurrido. El Rey pasó las manos, cubiertas por sus característicos guantes de piel, sobre la superficie completa del escudo, pero de este no emergió nada como ella había presenciado con Merlín tiempo atrás. Algo no estaba bien, sí esas serpientes eran mágicas tendrían que ser invocadas, ¿pero hacerlo en la sala del trono? Sin duda sería arriesgado, Merlín no podía, su cercanía con Arturo lo delataría en segundos puesto que todos los ojos estaban sobre ellos. ¿Y ella? Ni hablar, su magia apenas era funcional para cosas que todavía no comprendía. Ella no sería capaz.
Sus preocupaciones solo incrementaron cuando la puerta se abrió y Gaius ingresó, con el rostro consternado. Algo no andaba bien. Mordió su labio inferior y cruzó nuevamente sus manos detrás de su espalda para dejar de morderse las uñas. Al centro del salón, vio a Merlín y Arturo susurrar algo, antes de que el sirviente del príncipe se aproximara al médico de la corte.
—Como puede ver, mi lord, es un escudo ordinario —señaló con simpleza el Caballero.
—Él no va a dejar que las serpientes cobren vida —contestó el príncipe, alzando los brazos hacia la multitud expectante, una pequeña sonrisa socarrona curvó sus labios.
—Entonces, ¿cómo sabré que lo que dices es cierto? —preguntó su padre y Aravis frunció el ceño ante el extraño trato del Rey hacia su propio hijo, ¿acaso no confiaba en él?
—Tengo un testigo, el caballero Ewan —explicó Arturo—. Fue mordido por una serpiente del escudo, el veneno lo dejó gravemente herido. Sin embargo ha recibido un antídoto y él confirmará que Valiant está usando magia.
—¿Dónde está el testigo?
—Debería estar aquí... —Arturo observó detrás de él hacia donde Gaius y Merlín susurraban, no había señales del Caballero Ewan en ninguna parte del salón. Con la incertidumbre de su ausencia, se aproximó hasta su sirviente y médico para obtener respuestas—. ¿Dónde está?
Los murmullos de los tres hombres fue lo único en presenciarse dentro del salón en los minutos venideros, Aravis observó el rostro tranquilo y desafiante del Caballero Valiant; quién, al sentir su mirada, clavó los ojos en ella y le sonrió. Cuando la paciencia se agotó en el Rey, espetó.
—¡Estoy esperando!
Dejando a Merlín y Gaius, Arturo regresó a su posición antigua frente a su padre. Algo no estaba bien, vio su rostro cabizbajo y la sonrisa socarrona desaparecer de sus labios tan pronto regresó a ellos, entonces, expresó las noticias hacia la corte. Sir Ewan había muerto. Aravis contuvo un jadeo, el rostro de Uther Pendragon se contrajo en un rictus decepcionado, clara muestra de la pérdida de tiempo que su hijo le había hecho pasar.
—Entonces no tienes pruebas que apoyen esta acusación —declaró con total muestra de enfado el Rey, Arturo abrió la boca para replicar, pero el hombre prosiguió—. ¿Has visto a Valiant usando magia?
—No —respondió con honestidad, el silencio tenso y la mirada decepcionada de su padre lo obligaron a proseguir—, pero mi sirviente vio a la serpiente.
—¿Tú sirviente? —Uther se dio la media vuelta para encararlo con descaro, el tono en su voz al referirse a Merlín hizo que Aravis apretara los puños y gesticulara una mueca—. ¿Haces estas atroces acusaciones contra un Caballero con la palabra de un sirviente?
Como sí la vida de un sirviente no valiera, pensó con repulsión la pelinegra. El coraje en su interior hizo que sus dedos temblaran y se obligó a observar cualquier cosa menos al Rey, ni siquiera le dirigió una mirada a Arturo, porque el ver su expresión avergonzada y humillada ante su padre solo hizo que el coraje hirviera en su sangre. Debía concentrarse, había tomado el antídoto de Gaius al amanecer así que no había probabilidad que generase un incendio, pero incluso así pudo sentir el calor de las yemas de sus dedos. Fue la voz de Arturo la que le permitió regresar a la realidad.
—Yo creo que él dice la verdad —expresó con sinceridad y aquello hizo que una chispa de gratitud brotara sobre el pecho de la pelinegra.
Incluso con eso, el príncipe no parecía muy seguro de sí mismo como en otras ocasiones. Ahí, en medio de la sala de un juicio que él había comenzado, todas las miradas estaban sobre él, las críticas no se hicieron esperar a través de los murmullos y sería cuestión de instantes para que su orgullo saliera lastimado.
—Mi lord, ¿voy a ser juzgado por los rumores de un muchacho? —preguntó con ironía el Caballero Valiant, retomando la palabra tras haber esperado a las supuestas pruebas.
Merlín no dudó en dar un paso hacia ellos, antes de que alguien lo pudiese detener. Ciertamente afectado de que su palabra no tuviese valor en un sitio como ese.
—¡Vi a las serpientes cobrar vida! —expresó con seguridad.
Lo que pudo haber sido una prueba para una posible investigación, para el Rey fue un insulto que se dirigiera de esa manera.
—¡¿Cómo osas interrumpir?! —gritó ofendido el Rey, viendo con superioridad al sirviente delante. Incluso aunque Arturo había tratado de detenerlo, no había sido lo suficientemente veloz—. ¡Guardias!
Dos soldados tomaron a Merlín de sus respectivos brazos con gran brutalidad, Aravis tuvo que aferrarse del brazo de Gaius, quien se posicionó a su lado, para no cometer una imprudencia y mordió las uñas de sus dedos. El joven mago forcejeó en un intento por liberarse, pero fue arrastrado con facilidad hacia la salida. Sin embargo, poco antes de llegar, la siseante voz del Caballero Valiant llegó a oídos del Rey.
—Mi lord.
—Esperen.
Uther levantó su mano y los guardias se detuvieron, aún sin soltar a Merlín de su agarre.
—Seguramente está confundido —habló el hombre, con una voz suave y para nada molesta que Aravis le hubiese creído de no haber visto a las serpientes con sus propios ojos—. No quiero que lo castiguen por mi causa.
Porque la voz de Merlín no tenía valor en un sitio como ese, donde él era un simple sirviente. Aravis también había sido testigo y sabía que podía declarar su verdad frente al Rey en ese instante y probablemente ser escuchada. Pero revelar su verdad significaría responder a preguntas que pondrían en cuestión su honor e integridad y aquello traería problemas, no solo para ella, sino para la familia Vermillion.
El Rey asintió ante las palabras del Caballero y dirigió una mirada a su hijo.
—¿Ves? Así se comporta un caballero, con galantería y honor.
—Mi lord —habló con una voz tan calmada y, en cierta manera, provocativa—. Sí su hijo hizo esas acusaciones es porque teme enfrentarme, entonces con humildad aceptaré su retiro.
Aravis retiró el agarre hacia el médico y observó el semblante del acusado. Arturo, presa de la vergüenza, pareció volverse más pequeño tras las simples palabras del Caballero, quien lo había declarado un cobarde frente a la corte. Reid, a un lado de Morgana, hizo el amago por defender el honor de su amigo, pero su padre lo detuvo a tiempo. Y el rey, incrédulo, ni siquiera dudó en las palabras de Valiant.
—¿Eso es cierto? —preguntó, mirando fijamente a su hijo—. ¿Deseas retirarte del torneo?
—¡No! —exclamó tan pronto recuperó el habla de la conmoción.
—¿Entonces qué debo pensar de esto?
Apenado, Arturo no pudo seguir viendo a los ojos a su padre ante su pronta humillación. Miró por unos segundos a Valiant y posteriormente observó a la multitud callada. Aravis pudo sentir la tensión del ambiente en el que se habían cernido y aguantó su respiración, hasta que Arturo retomó la palabra.
—Obviamente ha habido un gran malentendido. —Se expresó apenado, con la mirada en el suelo. Envainó su espada en su funda y se dirigió a su Rey y al Caballero—. Retiro la acusación contra el Caballero Valiant —añadió, e inclinó la cabeza en su dirección—. Por favor acepte mi disculpa.
—Aceptada —respondió el Caballero con una desvergonzada gentileza que hizo a Aravis resoplar.
Dando por culminada aquella embarazosa situación, el príncipe Arturo fue el primero en darse la media vuelta y salir furioso del salón. Aravis permaneció en su lugar, un poco conmocionada por lo ocurrido... Había albergado un poco de esperanzas sabiendo las escasas posibilidades de que les creyesen, pero esto complicaba todo. Arturo tendría que competir por su honor y arriesgando su vida en el intento sí Valiant planeaba hacer uso de su escudo encantado. El simple pensamiento de la magia en su escudo la llenó de repulsión, llegó a su realidad cuando Morgana pasó por su lado, haciendo una señal para que la siguiera.
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—... Y no puedo explicarme cómo es que no tomó la palabra de su propio hijo en consideración —prosiguió Aravis molesta y exasperada. Apenas habían acontecido un par de horas desde lo ocurrido en la sala del trono, el torneo se había pospuesto para el siguiente amanecer—. Es decir, sí Arturo confió en la palabra de su sirviente debió haber sido por un buen motivo, ¿no?
Aravis se sentía realmente inútil cuando pensaba en la poca ayuda que podía ofrecerle a Merlín. El Gran Dragón los había declarado protectores del príncipe Arturo por una razón y ella no sentía que encajaba para el papel. Quizás como una sirvienta, tendría la oportunidad de andar a sus anchas y encontrar una manera para ayudar a su amigo... Pero así como una dama, apenas tenía sentido de lo que tenía que hacer, cuál era su deber, cómo debía actuar sin generar sospechas. Lo peor era fingir que no conocía a Merlín, sus interacciones se habían vuelto realmente limitadas en los últimos días.
Morgana la miró con compasión. No parecía tan afectada por lo ocurrido, pero tampoco se veía tranquila. Bebió un poco de la taza de té que Gwen les había ofrecido y el vaho flotó encima de ella.
—Es diferente aquí, no sabemos sí lo que vio su sirviente fue real o no —respondió, alzando los hombros. Aravis suspiró y revolvió su cabello, aún seguía sin tocar su taza de té—. E incluso sí lo fuera, ya viste que para Uther la palabra de un sirviente no tiene valor.
Gwen se removió incómoda, la doncella de ambas se encontraba a escasos pasos de la mesa de los aposentos de Morgana, con las manos cruzadas sobre su falda. Aravis se sentía mal por no poderla invitar a unirse a ellas y tomar un poco de té, supuso que aquello no molestaría a Morgana... Pero la duda se extendía en ella como una ráfaga de viento brumoso.
—¿Ni siquiera cuando implica la vida de su propio hijo? —preguntó con tal indignación que la taza en sus manos comenzó a calentarse.
De la conmoción y el pronto ardor en sus palmas, la taza cayó de sus manos y el contenido se derramó sobre la mesa. Gwen se aproximó de inmediato para limpiar el contenido, la pelinegra terminó de pie cuando algunas gotas calientes resbalaron hacia su regazo e inspiró profundo, tratando de tranquilizarse. Sus manos temblaban incontrolables.
—¿Estás bien? —preguntó de inmediato Morgana, dejando la taza sobre la mesa y dirigiéndose hacia ella. Aravis asintió, inspeccionando sus palmas, pero aquello no fue suficiente para Morgana, quien se aproximó y tomó las manos entre las suyas para verlas—. Oh, sin duda no lo estás, te has quemado... Pero el té no estaba tan caliente, ¿verdad, Gwen?
—No, mi lady, procuré enfriarlo un poco antes de servirles.
—No ha sido culpa del té ni de Gwen —aclaró la ojigris prontamente, no queriendo generar desconcierto o confusión—. Sostuve por mucho tiempo la taza, debe haber sido eso. No pasa nada, ya se me quitará el dolor.
—Deberías de ir a ver al Médico de la Corte —comentó Morgana sin dilación, soltando sus manos. Su semblante aun seguía un poco preocupado—. Gwen, acompañala, ya me encargo de esto yo sola.
—Pero mi lady, ya casi termino —replicó la morena, aterrada ante la idea de dejar a Morgana con la mesa así y luego ser posiblemente reprendida por no atender a sus obligaciones.
—Ve, no pasa nada —insistió tranquilizadora, retirando el trapo de sus manos—. Eres doncella también de Aravis, puedo encargarme de esto yo sola.
Sin hacer esperar, Gwen condujo a Aravis hacia las cámaras de Gaius para que atendiera a su herida. Se veía realmente preocupada y consternada por lo ocurrido y la pelinegra no dijo nada de lo avergonzada que se sentía, ojalá pudiera decirle que la culpa había sido de ella por exaltarse y no porque Guinevere había dejado el agua hirviendo demás.
—Tendré más cuidado en la siguiente ocasión. —Se disculpó por enésima vez la doncella, estaban a unos pasos de llegar a la habitación asignada para el médico de Camelot—. No sé qué pasó, cuando apagué el fuego, comprobé que estuviera en la temperatura indicada... Espero que esto no le genere cicatrices, oh, Aravis...
Guinevere sonaba tan preocupada que la culpa cegó a Aravis y estuvo a casi nada de revelarle que la imprudencia había sido de ella misma por dejarse dominar en sus emociones. Afortunadamente llegaron a las cámaras de Gaius antes de que cometiera el error de su vida y Gwen le explicó rápidamente sobre lo acontecido al viejo médico.
—Gracias por traerla, Gwen —agradeció el hombre, viendo de soslayo a Aravis. La ojigris no tardó en percatarse que el hombre había deducido la causa de sus quemaduras—. ¿Puedes ir a buscar a Merlín? Me parece que está un poco agobiado por su reciente despido.
—¿Arturo lo despidió? —preguntó la doncella con el entrecejo fruncido.
—Sí bueno... Después de todo, fue Merlín quien le dijo sobre el escudo mágico.
Eso no parecía lo correcto, pero no lo expresó en voz alta. Gwen se despidió y se encaminó en busca del joven, cuando estuvieron solos, Gaius alzó una ceja en busca de una explicación.
—No pude evitarlo, Gaius —comentó con pesar—. No sé, tuve tantas emociones durante la sesión, me indignó ver que el Rey no creyó en su propio hijo y me enfadé más cuando se dirigió a Merlín de esa manera.
—¿Tomaste tu poción para contrarrestar los efectos de tu magia?
—Sí, por ello no pasó nada en el salón del trono...
—Hasta ahora, ¿seguías hablando del tema?
—Es que no pude evitarlo —expresó en lamento, sentándose en una de las sillas—. Se siente tan raro estar aquí, pretendiendo ser alguien que no soy... La mayoría de mis recuerdos de mi infancia son con Merlín y coexistir en un mismo espacio con él, fingiendo que no lo conozco, ha sido más difícil. ¿No hubiera sido más sencillo sí llegaba a Camelot como sirvienta? Al menos nos humillarían juntos.
—No hables así, niña. —Gaius le dio unas palmadas en su espalda para reconfortarla, se sentó frente a ella con un par de ungüentos en mano y la miró—. Hay una razón por la cual Hunith decidió mandarte al cuidado de los Señores Vermillion, debes confiar en que ha sido la mejor causa. Estarás a salvo bajo su nombre... Sería muy peligroso para ti o Merlín el estar juntos.
Aravis asintió y sorbió su nariz, algunas lágrimas se habían deslizado bajo sus orbes después de sus palabras. Pero sabía que tenía razón, no podrían haberse presentado juntos o los peligros hubieran sido mayores en el caso de que uno de los dos fuese descubierto.
—No le vayas a contar a Merlín de esto —pidió, cuando Gaius colocó una venda sobre sus manos para que el ungüento hiciera efecto—. De nada de lo que te dije.
—No lo haré, mi lady.
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Arturo había recibido la visita de varias personas en el transcurso del día, personas que como él, estaban preocupados por su bienestar en el torneo del día de mañana. El primero en ir fue Merlín, a quién despidió en un arranque de ira y coraje. Después recibió a su mejor amigo Reid, quien le reconfortó un poco y le demostró la confianza que existía en ambos y luego otra vez volvió Merlín a implorarle que se retirara del torneo, cosa que no estaba en sus opciones.
El príncipe hubiera esperado la presencia de todos, inclusive la de su padre —quien no optó por mostrarse y hablarle tras lo acontecido en el salón del trono—, pero no esperó ver a Aravis en horas tan tempranas, a quien conocía de pocos días y con la que había tenido la fortuna de platicar muy poco. Dejó entrever su sorpresa y la invitó a pasar cuando sus nudillos tocaron el marco de la puerta por segunda ocasión.
Ella tenía un semblante consternado, preocupado se atrevería a decir. Algunas ojeras cubrían por debajo de sus ojos grises, el cabello negro recogido en un trenzado elegante y un vestido rosa con capa rojiza que contrastaba contra su tono de piel.
—Aravis, qué sorpresa.
—Te vi entrenar en la noche, en el patio —confesó la dama, ingresando a sus aposentos donde un nuevo sirviente se encargaba de ayudarle a colocar la armadura—. ¿Creíste en las palabras de Merlín?
—Ya no sé en qué creer —respondió con un suspiro, agradeciendo al sirviente cuando este culminó de abrochar la pechera y abandonó la habitación para que hablaran con mayor privacidad—. E incluso sí es cierto, no puedo retirarme de la pelea.
—¿Por qué? —El tono en el voz de Aravis se intensificó, haciendo que el rubio frunciera el ceño—. Sabes que Valiant usará su escudo, es la única oportunidad que tiene para vencerte en el torneo... Sé que nos conocemos de a poco, pero he visto como eres y he conocido hombres como Valiant que harán lo que crean necesario para asegurarse a sí mismos. Ten cuidado.
Arturo no pudo evitar mostrar su sorpresa, estaba acostumbrado a que otros hombres le dijesen sus pensamientos sin temor alguno... Pero no estaba acostumbrado a que las mujeres se dirigieran a él de manera directa, excepto por Morgana quien siempre había tenido claros pensamientos y asertivos comentarios al expresar cuando algo no le parecía correcto.
—Lo tendré, gracias, Aravis.
Sin decir una palabra más, la muchacha se despidió con una suave inclinación y abandonó el montículo dejando a Arturo en completa soledad, listo para enfrentar a su destino.
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El aire estaba cargado de tensión cuando Arturo llegó al campo para combatir la prueba final en contra del Caballero Valiant de las Islas Western. Aravis había encontrado espacio a un lado de Guinevere y Lady Morgana, quienes miraban anhelantes hacia el campo donde sería llevada a cabo tan brutal batalla. Con las piernas temblorosas, la pelinegra consiguió sentarse a un lado de Gwen y pudo ver cómo la joven doncella mordía sus uñas de preocupación. Los murmullos en las gradas le hicieron saber que no eran las únicas preocupadas, todos lo estaban a su manera —dado sí fuera cierto lo del escudo mágico o no—. Los presentes habían visto luchar al Caballero con anterioridad, determinación y fuerza brutal que había acabado con todos sus oponentes dejándoles con severas contusiones y heridas... Por excepción del pobre Sir Ewan quien había perecido a causa de las serpientes de su escudo.
Los vítores y los aplausos no tardaron en allanar el campo cuando los dos contrincantes se presentaron, Arturo se colocó el casco sobre su cabeza y Valiant cruzó su espada, tocando brevemente la del príncipe para comenzar la prueba final. El grito Valiant hizo que la piel se le erizara, dando inicio a tan temida batalla.
Se enfrascaron en una brutal pelea que comenzó como un torrente en aguas heladas, el ruido del metal al entrecruzarse con el otro fue lo único que se escuchó en los minutos posteriores. Los presentes estaban lo bastante preocupados o interesados como para murmurar algo, Aravis veía la danza entre espadas y escudos con temor a que las serpientes saltasen de su escudo para atacar al príncipe. Incluso con su mar de pensamientos, vio al Rey desde su respectivo asiento observar la batalla con gracia y entusiasmo. La ojigris apenas podía encontrar sentido a su cabeza que el hombre hubiese preferido creer en las palabras de un desconocido a las de su propio hijo.
Enfrascada en sus pensamientos y corajes, fue la mano de Gwen al tomarla del brazo fuertemente, la que la devolvió a la realidad donde Arturo y Valiant combatían ferozmente.
—Lo siento —murmuró la doncella con el rostro rojo de la pena, Aravis le restó importancia y en su lugar tomó sus manos para brindarle consuelo, aunque ella estaba igual de preocupada.
No había gentileza en sus golpes, la pelea había comenzado brutal y desde entonces mantenía el mismo ritmo. Aravis podía sentir el coraje de Arturo al tratar de demostrarse a sí mismo y a su pueblo que no era un cobarde como quedó el día anterior y Valiant demostraba a través de sus golpes, que estaba dispuesto a todo con tal de ser el ganador. Ambos caballeros se enfrascaron en una danza que a simple vista era difícil de seguir, la multitud se volvió loca entre tanto vitoreo y gritos, porque el ritmo de la pelea solo se intensificaba conforme los minutos pasaban.
Con preocupación, Aravis observó a la multitud en busca de Merlín a quien no había visto desde la reunión en la sala del trono el día anterior. Giaus le había comentado que el joven había pensado en una idea para mostrar a las serpientes en público, pero el hechizo era complicado. Supuso que aquel era el motivo por el cual se encontraba ausente.
Con los órganos de su cuerpo amarrados, Aravis se aferró al agarre de Gwen —quien a veces, cuando Arturo era lastimado, la apretaba con más fuerza— y casi sollozó de alegría al ver a Merlín arribar. Mientras tanto, la lucha se tornó intensa entre los caballeros, Valiant no desperdiciaba las oportunidades y cuando contraatacaba con un choque de espadas, aprovechaba para asestar un golpe y empujarlo con su escudo, hasta que el príncipe consiguió propinarle una patada a Valiant y con su espada retirarle el casco.
Fueron unos breves instantes de descanso, en los que Arturo retrocedió retirándose a sí mismo su propio casco para tener una pelea más equilibrada y se deslizó la cota de malla revelando su rubia cabellera, húmeda por el sudor de su cuerpo. Giró su espada con un simple movimiento de muñeca y recibió el ataque de Valiant interponiendo su escudo y creando un choque de espadas que duró muy poco cuando el caballero le pisó el zapato y aprovechó la proximidad para alzar su escudo hacia arriba, el cual impactó con gran fuerza sobre su mandíbula y lo tumbó al suelo del impacto.
Lady Morgana comenzó a cubrirse la boca del espanto y Aravis poco sintió la intensidad del agarre de Gwen en sus manos, pero escuchó perfectamente el sollozo que emitió. Ella permaneció atónita, sintiendo la furia del hombre al correr hacia Arturo con la intención de rematar con un nuevo golpe. Se colocó por encima de su escudo, impidiendo su movilización y lucharon desde ahí. Arturo en desventaja al estar en el suelo y privado de su movilidad, tuvo que ser lo suficientemente rápido y encontrar las fuerzas necesarias para alejarse cuando Valiant atacó con la intención de dar el golpe final.
La multitud exclamó de alivio cuando el joven príncipe consiguió alejarse a tiempo y la espada de Valiant acabó sobre la tierra. Ese poco tiempo le dio la oportunidad a Arturo de incorporarse, pero se vio prontamente rodeado por el caballero quién sonreía arrogante, saboreando una victoria aún no ocurrida. Valiant retomó el ataque, se ensartaron en una lucha frenética de espadas, la severidad de los golpes del caballero de las Islas Western le hicieron ver a Aravis que el hombre estaba dispuesto a todo para asegurar su victoria. Con su escudo en mano, le fue fácil combatir a Arturo y hacerlo retroceder hasta arrinconarlo en uno de los muros, tumbándole la espada en el proceso.
Forcejearon entre ambos por unos instantes, con el rostro sudoroso, el príncipe consiguió apartarlo de un empujón y retroceder, pero sin la espada en mano sería difícil proseguir la batalla. Entonces, de manera inesperada dos de las serpientes del escudo emergieron de este en un siseo que alertó a la multitud. Todos, inclusive el Rey, se levantaron de sus lugares para observar lo acontecido y por breves instantes, ambos caballeros detuvieron la pelea.
No el tiempo suficiente, las serpientes se deslizaron cayendo en un golpe seco sobre la tierra con las fauces abiertas preparadas para combatir a Arturo. Con sus manos como única defensa, el príncipe no tuvo otra opción más que retroceder ante la persecución de esos animales. Desesperado en busca de algo para defenderse, el rubio terminó contra las gradas. Morgana no perdió el tiempo, al estar cerca de los guardias, no dudó un segundo en tomar la espada de la vaina de uno de ellos y llamó a Arturo para entregársela, quien la atrapó en seguida y usó para ahuyentar a Valiant.
Todavía consciente del peligro que suponían las serpientes, deslizó la espada hacia su dirección y en un simple movimiento les cortó la cabeza. Pero todavía quedaba la amenaza real, Valiant. La danza de espadas duró relativamente poco cuando Arturo acortó la distancia y atravesó el cuerpo del caballero con su espada. Aún sujeto hacia él, con un jadeo, se inclinó y susurró.
—Parece que, después de todo, iré al banquete.
Soltó la empuñadura y el cuerpo de Valiant cayó en un golpe seco. Las personas en las gradas se levantaron con gritos de festejo y aplausos en honor al príncipe, demostrando el orgullo que sentían hacia su futuro Rey. Inclusive Gwen y Aravis se levantaron, el semblante de la primera aun parecía recuperarse de la conmoción transcurrida instantes atrás y Aravis sonrió aliviada. Arturo los miró a todos y sin dirigirse a su padre, se dio la media vuelta y desapareció del campo.
Él había ganado y había demostrado a todos, que sus palabras eran la verdad... No el simple acto de un cobarde. Arturo Pendragón podría ser todo, menos eso.
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Aravis terminó embelesada cuando Reid la escoltó hacia la celebración como su acompañante. El salón estaba ampliamente decorado, con pequeñas veladoras que iluminaban cada pequeño rincón del espacio y flores al centro de las mesas que le daban un aspecto elegante y encantador para la celebración del campeón. Varios de los amigos del caballero ya estaban en el salón cuando ingresaron, algunos inclusive se aproximaron para saludarlos y darle la mano a Aravis, ansiosos por conocer a la misteriosa dama que acompañaba al joven Vermillion.
La pelinegra sonreía a sus palabras y hacía elegantes inclinaciones cuando no sabía qué más hacer, Reid sonreía abiertamente y eso solo generaba que Aravis quisiese darle un pellizco. Se encontraba saludando a una dama, cuando la multitud calló al prestar atención a las palabras del Rey.
—Honorables invitados —mencionó Uther, con una sonrisa amplia viendo hacia la entrada del vestíbulo—. Les doy al Príncipe Arturo, su campeón.
El príncipe salió a la vista, reluciendo su túnica rojiza con una corona dorada que hacía que su cabello se viera aún más dorado. Los aplausos de bienvenida no se hicieron esperar cuando el Rey tomó la iniciativa y, Arturo, orgulloso se dirigió hacia Lady Morgana que esperaba a su llegada, lo tomó del brazo y caminó a su lado donde los invitados aguardaban, viendo y aplaudiendo a los acompañantes.
Mientras ambos jóvenes avanzaban, Morgana habló, sin retirar la sonrisa de sus labios.
—¿Ya se disculpó tu padre por no creer en ti?
La pregunta tomó por sorpresa al joven príncipe, quien frunció los labios y suspiró.
—No se disculpará —contestó en un tono que indicaba lo usual de esas situaciones, como sí ya lo hubiera experimentado con anterioridad. Llegaron al final del comedor, donde las personas retomaron su conversación y Arturo se separó, girándose para observar a la dama que lo acompañaba—. ¿No sientes decepción de que Valiant no te escolte?
—Resultó no tener madera de campeón —respondió Morgana, encogiéndose de hombros.
—Fue una gran final de torneo —apuntó con una sonrisa y aire orgulloso.
Morgana amplió las comisuras de sus labios.
—Dímelo a mí. —Se aventuró decir, sus ojos brillaron con malicia y orgullo—. No siempre la chica salva al príncipe.
El simple comentario hizo que Arturo chasqueara la lengua y frunciera el ceño, una sonrisa burlona cruzó sus labios y miró hacia otro lado, antes de verla nuevamente.
—De hecho yo no quería que nadie me salvara —apuntó con una sonrisa burlesca, miró hacia ningún punto específico de la habitación y su rostro se tornó engreído—. Hubiera pensado en algo, mi lady.
—¿Eres soberbio como para admitir que te salvó una chica?
—¿Por qué no fue así? —replicó el príncipe con aire orgulloso, infló el pecho en superioridad y miró a la pelinegra.
—¿Sabes qué? —Morgana apretó la mandíbula, la sonrisa en su rostro había desaparecido—. Desearía que V.aliant me escoltara.
—También yo —respondió el príncipe, con una leve nota de disgusto en su voz— . Así no tendría que escucharte.
—¡Bien!
—¡Bien!
Morgana fue la primera en alejarse, perdiéndose entre la multitud en la búsqueda de su doncella. Arturo simplemente se dio la media vuelta y se aproximó hacia donde Merlín se encontraba, con Aravis y Reid a tan solo unos pasos de él.
—¿Puedes creerle a Morgana? —preguntó a su antiguo sirviente, con un deje burlesco que hizo que Merlín le prestase atención y alzara la vista para comprobar que realmente se dirigía a él—. Dice que ella me salvó, como sí yo necesitara ayuda —prosiguió socarrón.
Merlín no respondió a su comentario. De hecho, había permanecido con el semblante lo bastante serio que no fue difícil darse cuenta que algo no andaba bien. Arturo no pasó por desapercibido aquello, así que tragándose su orgullo, frunció los labios y lo miró.
—Y... yo quería decirte que cometí un error —admitió apenado, el rostro cabizbajo de Merlín se alzó solo para ver al príncipe a los ojos, poco incrédulo de lo que ocurría—. Fue injusto despedirte.
Merlín esbozó una pequeña sonrisa que rápido desapareció cuando el príncipe posó sus orbes en él.
—No te preocupes, invítame un trago y estamos parejos.
Arturo arrugó la nariz ante el simple comentario y negó.
—Es que yo no puedo invitarle un trago a mi sirviente.
—¿Tú sirviente? —replicó Merlín, con las cejas fruncidas—. Ya me despediste.
—Ya te recontraté —dijo, alzando los hombros. Merlín no pudo evitarlo y sonrió abiertamente ante el comentario, pero Arturo prosiguió—. Mis cámaras son un desastre, mi ropa está sucia, mis armaduras deben repararse, mis botas lustrarse —La sonrisa de Merlín comenzó a desvanecerse—, mis perros necesitan ejercicio, mi chimenea limpiarse, mi cama necesita sábanas y alguien tiene que limpiar todos mis establos.
El joven mago se replanteó que tanto quería regresar como su sirviente, sabiendo que ya no había marcha atrás. Con una mueca observó a Aravis quien aguardaba junto a Reid y al verla hizo un gesto lamentoso que le dio a entender un poco la situación, su amiga alzó los hombros y le sonrió, como diciéndole tú mismo te lo buscaste.
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No estoy muy convencida de mi narración, help, ¿no la están sintiendo algo pesada? Me pasa que escribo y me suena fluido, pero cuando vuelvo a releer la siento distinta y no sé que hacer aaaa. Anyways, yo creo que después corregiré todos los caps que van hasta ahora.
Espero que les haya gustado <3
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