01 | The Dragon's Call
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CAPÍTULO UNO
LA LLAMADA DEL DRAGÓN
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El destino es una fuerza que va más allá de lo imaginable. Algunas personas, creían ser lo suficiente capaces para reescribir su futuro, pero sin importar las circunstancias y los cambios, el resultado siempre iba a ser el mismo. Aravis nunca creyó que tendría un destino. Al contrario de muchos, sabía que había personas destinadas para la grandeza, como su amigo Merlín, un joven brujo de gran potencial. Pero ella, la historia la retrataría cómo la última de su especie. La única sobreviviente. El final.
Así que cuando Hunith le ofreció una salida a lo que sería de su destino, ella la tomó. Moría de nervios por saber qué sería de ella, que le depararía el futuro, en qué aventuras o con que desgracias se iba a encontrar. Pero toda clase de miedos desapareció cuando vio el Reino frente a sus ojos. A través del bosque, el castillo se veía pequeño, los rayos del sol iluminaban con calidez las torres más altas y la naturaleza cantaba. Pero toda magia acabó, cuando Merlín la llevó a la realidad en tan solo una oración.
—Creo que este es nuestro adiós.
—¿Qué? —Ella hizo su mejor esfuerzo por no gritar, apretó los dientes y miró a Merlín—. Pensé que me ibas a acompañar hasta la entrada y ya después tomaríamos caminos distintos. Tú lo dijiste, Merlín...
El viento sopló en su dirección. Para algunos, este hecho pudo significar un mal clima, pero para ellos, era la prueba del nerviosismo que comenzaba a sentir la pelinegra.
—Está bien, está bien, pero solo porque no te controlas. No llevamos ni un día en Camelot y ya quieres llamar la atención. —Aravis le dio un codazo, que lo hizo quejar—. Auch. Ya, ya no diré nada.
Aravis suspiró. Lo cierto era que su magia era todavía una fuente en la que no tenía tanto conocimiento como Merlín; y este tampoco sabía dominarlo por completo, pero sí más que ella y además, la cantidad de su magia era inconmensurable.
Fue una suerte para Aravis ser acogida por Hunith cuando tenía tan solo dos años, de alguna manera, su padre se había asegurado de encontrarle un lugar seguro para vivir antes de que él muriese. Desde entonces, Aravis había crecido junto a Merlín en el pueblo de Ealdor, hasta que Hunith decidió que no era seguro para ellos seguir estando ahí y arriesgarse a ser descubiertos por lo que eran.
Para Merlín era fácil, pasaría desapercibido acogido por Gaius, el médico de la corte en Camelot. Pero Aravis... Hunith comentó que llamaría más la atención de Gaius sí se presentasen ambos con él y los expondría más al peligro. Literalmente estaban entrando a la boca del lobo y Aravis iba a entrar más profundo, como invitada de la familia Vermillion de la nobleza. Ella no supo los detalles, pues Hunith no le quiso explicar demás, únicamente le dijo que confiaba en ellos para que la cuidasen; aunque le advirtió sobre el uso de sus dones.
La paciencia no era una virtud de Aravis y por ello, aún perdía el control con el uso de su magia. Pero sí quería vivir más de un día en Camelot, debía obligarse a sí misma a lograrlo.
—Cúbrete con la capa —sugirió Merlín cuando ingresaron al Reino, luego de un extenso recorrido, la gente del pueblo caminaba haciendo sus deberes.
Aravis nunca había visto a tantas personas en un mismo lugar, Ealdor era un pueblo chico y tranquilo. Pero aquí, las casas del pueblo estaban junto a los locales; a medida que pasaban, era difícil el no perderse entre las personas y tras unos largos minutos caminando, finalmente llegaron a la entrada del castillo. Algunos guardias, apostados en la entrada, sostenían una lanza. Aravis creyó que los detendrían cuando pasaron, sin embargo no fue así. Adelante de ellos, la pelinegra alzó la vista para observar la inmensa construcción, de paredes blancas y muros resistentes. Eso era Camelot. Estaban en el que sería su futuro hogar.
Le hubiera gustado observar a detenimiento cada esquina del castillo y adentrarse a toda la construcción. Pero sus deseos fueron interrumpidos cuando el sonido de tambores allanaron el patio. Una multitud de personas rodeaban una tarima con un taburete, un poco curiosos, Merlín y ella compartieron una mirada y se aproximaron hasta infiltrarse en el gentío. Aquello no le daba un buen presentimiento y su intuición se lo comprobó cuando dos soldados pasaron hasta la tarima, arrastrando consigo a un hombre de ropas andrajosas.
—Que esto sirva de lección para todos. —En medio de la multitud, Aravis alzó la vista para ver al portador de aquella voz. Con una capa rojiza con el emblema de los Pendragón y una corona en su cabeza, no tardó en deducir que aquel hombre era Uther Pendragón, el Rey de Camelot y el causante de las miles de muertes. Ella inspiró profundo, sentía el enojo profundo hervir en su sangre. Ese hombre, era el motivo por el que ella era una huérfana—. Este hombre, Thomas James Collins, es declarado culpable de conspirar para usar conjuros y magia. Y de acuerdo con las leyes de Camelot, yo, Uther Pendragón, he decretado que tales prácticas sean castigadas con la pena de muerte. Me enorgullezco de ser un rey justo —Aravis contuvo el aliento y se aferró al brazo de Merlín, quien al igual que ella, miraba atónito al Rey de Camelot—, pero por el crimen de brujería, solo hay una sentencia que puedo aprobar.
El hombre fue tumbado, hasta que su cabeza tocó el taburete debajo de él. Aravis retiró la vista del Rey solo para observar con miedo al verdugo alzar el hacha y acabar con la vida del hombre. Antes de que el arma llegase a su objetivo, Aravis alcanzó a pellizcar el brazo de su amigo y apartar la vista alarmada. El viento a su alrededor sopló un poco fuerte y Merlín le lanzó una mirada de advertencia.
—Cuando llegué a estas tierras, este reino estaba sumido en el caos. Pero con la ayuda del pueblo, la magia fue erradicada y así, declaro un festival para celebrar los veinte años desde que el gran dragón fue capturado y la liberación de Camelot de la maldad de la hechicería. ¡Que las celebraciones tengan comienzo!
El pecho de Aravis subía y bajaba lentamente ante su respiración pesada, Merlín la miró a los ojos y acarició su brazo.
—Debemos separarnos ahora sí —murmuró Merlín, aprovechando que la atención estaba centrada en el Rey y sus palabras—. Será más sencillo sí te introduces a la familia primero, ahora que Uther está aquí.
Los murmullos no tardaron en cubrir el patio, las personas alrededor del ahora cuerpo inerte del hechicero, se comenzaron a dispersar para proseguir con sus actividades matutinas. Aravis se llevó una mano al broche de la capa para ingresar al castillo, sin ella puesta. Pero antes de dar un paso hacia la fortaleza, un grito ahogado congeló sus huesos. Era el lamento de una mujer. Alrededor de ella, las personas se empujaron, dejando a la vista a la mujer que lloraba, con la mano en el corazón y la vista ante el cuerpo sin cabeza delante de ella.
—¡Solo hay una maldad en estas tierras y no es la magia! —manifestó la mujer, sus palabras ahogadas con sus sollozos y lamentos—. ¡Es usted! Con su odio e ignorancia. ¡Usted mató a mi hijo! Y le prometo que, antes de que esta celebración llegue a su fin, usted compartirá mis lágrimas. Ojo por ojo, diente por diente, ¡Un hijo por un hijo!
Aravis miró alarmada a la mujer y con inseguridad, alzó su rostro para ver a Uther, con una mirada de incredulidad. Aquello solo significaría una sentencia para ella.
—¡Arréstenla!
La magia podía manifestarse de muchas maneras, para Aravis, la magia se presentaba a través de un aroma semi dulce, como la mezcla de varias pociones y dulces. No era un olor placentero, mientras más tiempo hicieran uso de la magia, se volvía pesado y alentaba sus sentidos. La magia le transmitía las emociones y en aquella mujer, sintió el deseo de venganza, el odio opacando el corazón de la mujer y la rabia corriendo por su sangre caliente. Entonces, la mujer comenzó a murmurar unas palabras en una lengua diferente y antes de que los soldados llegasen a ella, desapareció ante el aire de un vendaval que ella misma formó con su magia.
Pero cuando lo hizo, el peso de esa magia inundó las fosas nasales de Aravis y ella pudo sentir la maldad en el corazón de esa pobre mujer, el enojo y el deseo de venganza. Y todo se volvió oscuro.
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En algunas ocasiones, Aravis seguía recordando a sus padres. Nyx, una doncella dragón y Roth, un humano. Por las historias y las cartas, sus padres se habían dedicado valientemente a la protección de los dragones en Camelot, a criarlos, entrenarlos y darles un propósito en la vida. Como guardiana de los dragones, su madre tenía dones de la naturaleza que le ayudaban a hacer mejor su trabajo; los elementos de la tierra le otorgaban su poder, para que ella pudiese cumplir con su propósito. Aquella era una especie distinta de magia, sí es que podía llamarse así, pero no era mala.
No obstante, a ojos de Uther Pendragón, toda rareza era un mal que debía ser purificado. Asesinó a todos los dragones del clan de las doncellas, las tomó desprevenidos. Él sabía que las doncellas no eran un peligro para él, no hasta que estuviesen completamente vinculadas con su dragón. El rito que se hacía para lograrlo, no ocurriría hasta meses más tarde. Y él tomó la oportunidad. Mató a su madre y perdonó la vida de su padre... Por un tiempo indefinido, hasta que lo cazó, aprisionó y ejecutó; dejando a Aravis sola en el mundo. Y ahora, ella estaba viviendo en el techo del asesino de sus padres.
—Así que tú eres Aravis. —La pelinegra parpadeó un par de veces, regresando a la realidad de un sopetón. Vio el plato de comida frente a ella, la mesa larga acompañada de varios extraños y el Rey Uther mirándola fijamente, con una copa de vino en su mano. Lord Vermillion la miró, dedicándole una mirada confiable y ella suspiró, asintiendo lentamente—. Un nombre muy curioso.
—Así es, Majestad —respondió, tras inspirar profundo. Rezó mentalmente para que el fuego de las antorchas no se alterara con sus nervios—. Mi nombre es Aravis Na Beinne.
—Aravis «de la montaña» —continuó el monarca, bebiendo un sorbo de su vino. Él la veía con intriga y cierta curiosidad, ella decidió no devolverle la mirada y centrar su atención en el platillo que tenía por delante; tuvo la osadía de probar un poco de él—. Un nombre muy interesante, en verdad. ¿Tus padres vivían en una? Lord Vermillion me ha contado muy poco.
Algunas horas antes, tras recobrar la conciencia, Aravis tuvo la oportunidad de presentarse ante Lord Vermillion y su esposa. Hunith, madre de Merlín, le había otorgado una carta que debía presentarles antes de decir algo. Ella no tuvo la oportunidad de leerla o saber el contenido de esta, pero parecía ser información muy importante, pues tras terminarla de leer, la señora Vermillion arrojó el papel al fuego. Después de ello, platicaron un poco, Lord Vermillion le dijo cómo debía presentarse ante el Rey y que historia debía contar. Y a partir de ese momento, esa iba a ser su verdad, sí quería mantenerse a salvo dentro del Reino.
Ahora, eso hacía. Estaba formando la mentira de su vida, porque esa era la opción que tenía. Pero cuando miró a los ojos de Lord Vermillion, supo muy en el fondo, que quizás podía confiar en él.
—Los antepasados de mis padres vivieron en el Reino de Daobeth —explicó—. Venían de una familia noble muy importante, Señor. Hasta que los dragones llegaron.
—Ah, sí, una lástima. Los dragones arrasaron con todo el Reino, lo recuerdo muy bien.
—Mis antepasados se vieron orillados a refugiarse en una montaña —prosiguió, viendo con temor los cubiertos a un lado de su plato. Aravis no sabía cómo usarlos.
Tomó la copa y se llevó el vino a sus labios, el sabor dulce fue diferente a todo lo que había probado antes y su rostro fue de tal asombro, que el Rey se rio.
—Este es uno de los mejores vinos de Camelot, ¿no es así, Arturo?
El rey señaló al mentado Arturo y fue ahí cuando Aravis centró su atención en los demás presentes. Aparte de el señor y la señora Vermillion y el rey, en la mesa estaban sentados dos jóvenes más. Dos muchachos que parecían ser de la misma edad, el más cercano a los señores Vermillion tenía el cabello dorado y rizado, unos ojos azules como los de una tormenta y el otro, se encontraba sentado a lado del rey, quien debía ser Arturo, él también era rubio, pero su cabello no era tan dorado como el del otro muchacho y sus ojos azules eran ciertamente más claros. Arturo miró a su padre y luego, la miró a ella.
—Así es, padre —concordó—. A menos que a usted no le haya parecido en lo absoluto deleitable.
—Oh no, sí lo fue —intervino, desviando su mirada hasta los demás comiendo. Observó cautelosa como cortaban la carne y ella, lentamente, les imitó—. No había probado un buen vino en mucho tiempo.
La plática lentamente giró en torno a los platillos, el vino y las celebraciones de Camelot. Aquello permitió que Aravis se relajase un poco, mientras comía, trató de participar lo mínimo en las conversaciones y se aseguró de responder cortésmente a las preguntas que le hacían. Al cabo de unos incontables minutos, que se sintieron como horas, se disculpó, comunicando que había sido un día largo y esperaba descansar y fue despedida por el Rey y los Señores Vermillion.
—Reid te acompañará a tus aposentos —comentó el Señor Vermillion, cuando Aravis se incorporó.
Así que ese era el nombre del chico de cabellos rizados y rubios. Él no dijo nada, se incorporó, despidiéndose de su amigo y la acompañó fuera del comedor. El silencio fue el único acompañante de ellos, cuando salieron a la soledad de los pasillos en la noche y el viento nocturno acarició sus cuerpos. Aravis suspiró, sin saber sí debía decir algo.
—No tenías porque acompañarme —expresó al cabo de un rato—. Creo que recuerdo un poco donde está mi habitación.
—El castillo es grande, tomará tiempo a que te acostumbres —contestó con suavidad el joven, él caminaba un paso detrás de ella, pero a su lado. Con las manos cruzadas detrás de su espalda, Aravis lo miró un poco—. Además, no podía negar las órdenes de mi padre.
—¿Tú padre...? —Aravis frunció una ceja, Lord Vermillion no le había dicho nada sobre tener un hijo—. Por un momento pensé que el príncipe y tú eran hermanos —expresó, un rubor cubrió sus mejillas y Reid se río.
—Oh no, sin duda no. Arturo y yo no somos iguales en nada.
—Pero los vi platicar.
—Somos amigos por eso —contestó con simpleza, cruzaron un pasillo hasta llegar a unas escaleras—. Nuestra amistad no tendría sentido de no ser así.
El frío del viento se coló por una ventana cercana y acarició la nuca de Aravis. Su piel se le erizó al sentir la caricia del aire y antes de que pudiese responder, un murmuro erizó su piel. Era una voz. Aquella voz pronunció su nombre en un extraño acento, haciéndola girar de lado en lado. Pero en los pasillos no había nadie.
«Aravis»
Un escalofrío recorrió su espina dorsal, nuevamente miró hacia los lados y se detuvo antes de subir el último escalón.
—¿Lo escuchaste?
—¿Qué cosa? —Reid frunció el ceño.
—Tuve la extraña sensación de que alguien decía mi nombre —comentó, retomando la caminata delante del rubio. Él la miró con extrañeza, antes de seguirla.
—Al Rey le pareció gustar mucho tu nombre —dijo Reid, finalmente llegaron hasta las habitaciones. Se detuvieron en una que Aravis no dudó en reconocer—. Seguro fue eso, no recuerdo cuántas veces dijo tu nombre durante la cena.
Él río ligeramente y Aravis le imitó, mordiendo su labio inferior.
—Sí, seguro fue eso, gracias por acompañarme, Reid.
—Un placer.
Con una inclinación, el rubio desapareció por donde había llegado, Aravis se adentró a su habitación sin perder el tiempo, recargándose en la puerta tras cerrarla. Eso había sido complicado. Su pecho subía y bajaba rápidamente y la luz de las veladoras parpadeó un poco ante sus propias emociones.
«Aravis» Nuevamente esa voz, pudo ser capaz de escuchar un gruñido y luego, la voz se intensificó. «ARAVIS».
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Para el anochecer del día siguiente, Aravis ya le había encontrado maña a la vida en la corte. Se le asignaron una sirvienta para que le ayudase, una joven de nombre Guinevere lo bastante amable como para relajarla y resolviera todas sus dudas sobre el estilo de vida en Camelot. Gwen era también la doncella de Morgana Le Fay, la joven que no había asistido a la cena el primer día de su llegada; por ello, el tiempo que estaba con ella era realmente limitado, pero Aravis prefería eso. No siempre contaba con la certeza de estar de un humor tranquilo.
Conforme el tercer día pasó, Aravis entretuvo su día recorriendo el castillo a solas. Estuvo buscando a Merlín en todas partes, pero no encontró rastros de él, hasta que al anochecer Gwen la mantuvo al tanto de lo ocurrido, el día anterior se había metido en problemas con el príncipe Arturo y había pasado la noche tras las rejas. Como castigo por ello, durante la mañana fue condenado a recibir una docena de vegetables (o quizás más) en su rostro. Aquello fue todo un espectáculo, contó Gwen y Aravis se contuvo la risa.
—Parece un chico problemático, ¿eh?
Por supuesto que Gwen no sabía que Aravis conocía a Merlín, pero tras la información y preguntarle discretamente el nombre, confirmó que se trataba de él. Y cómo sí lo hubiera invocado por magia, ahí estaba él, tocando a la puerta de su habitación.
—¡Gwen! —exclamó Merlín con sorpresa, Aravis se hizo la desinteresada y fingió cepillarse el cabello—. No sabía que también trabajabas aquí, ¿o estos son los dormitorios de Lady Morgana?
—Oh no, trabajo ahora también para Lady Aravis —informó amable la doncella, recargada en el marco de la puerta. Aravis no lo vio, pero pudo imaginar su sonrisa burlesca por aquello.
—Justo a ella es a quién busco, Gaius me mandó a otorgarle una poción para dormir.
—¿Para dormir? ¿Tiene problemas para dormir, mi lady? —preguntó Gwen curiosa, Aravis negó y se incorporó, para verlo finalmente—. Este es Merlín, el chico del que le platicaba hace unas horas.
—Ah, vaya espectáculo —comentó. Merlín se encogió en su lugar y Gwen le regaló una sonrisa tímida—. Esto sería todo por hoy Gwen, sé que eres doncella principalmente de Lady Morgana y yo me sentiría realmente mal sí te cargara de trabajo innecesario.
—Sí me necesita, sabe donde encontrarme.
Aravis la vio marcharse, antes de abrir la puerta e invitar a Merlín a pasar, comprobando que no hubiese nadie más viendo.
—¿Quién es el que quiere llamar la atención? —dijo, en cuanto estuvieron a solas. Merlín se paseó por la recámara y se robó un par de los bocadillos que tenía Aravis—. Eres muy malo para seguir tus propias advertencias, te estuve buscando todo el día.
—Tú sabes que no deben vernos juntos, todavía —respondió el pelinegro, dándole un mordisco al pan—. Estuve haciendo un par de favores a Gaius, es todo y aproveché eso para venir a buscarte.
—Meterse con un príncipe seguramente no fue uno de esos favores.
—No, no lo fue.
—Merlín, es tu tercer día en Camelot y ya estás en problemas. —Ella lo miró entre angustiada y enojada, cruzada de brazos—. ¿Estás herido?
—Un poco. —Él terminó de comer otro de los bocadillos y se limpió los rastros de comida en su ropa—. Dijiste que me estuviste buscando todo el día, ¿qué pasó? ¿Te hicieron algo? Sabes que puedes ir con Gaius cuando no me encuentres.
—No, nada de eso. Son extrañamente amables y no me acostumbro a esa vida —admitió—. Antier en la cena, estaban esos extraños cubiertos, al principio no sabía como debía comer. Me puse muy nerviosa, pero Uther me comenzó a hablar y eso acaparó la atención de los demás, estuve imitando cómo le hacían los demás, pero creo que quedó muy torpe mi imitación. Y hoy, creo que finalmente les encontré truco para hacerlo.
—¿No te pusiste muy nerviosa, verdad?
Ponerse nerviosa, significaba para Aravis ventarrones abruptos, fuegos descontrolados u otro tipo de manipulación con el elemento que tuviese más cercas. Por suerte, de momento no había ocurrido nada que alterara sus nervios.
—No incendié nada —expresó y Merlín negó lentamente con la cabeza—. Pero no es por eso que te estaba buscando, he estado escuchando una voz. Repite mi nombre varias veces —murmuró, sentándose sobre la cama—. No creo que sea la voz de una persona.
—¿Qué es lo que dice esa voz? —Merlín se mostró un poco más intrigado y Aravis suspiró.
—Mi nombre. Cada noche, lo dice sin falta, es cómo sí me estuviera llamando. Esperando a que vaya a su encuentro.
Permanecieron silenciosos, hasta que lentamente, Merlín le confesó lo mismo. Y ahora, era hacia donde se dirigía. En busca de aquella extraña voz que pronunciaba sus nombres.
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Aravis nunca hubiera podido llegar sola al lugar de procedencia de aquella mística voz. La ventaja de la magia de Merlín, era que no necesitaba de recitar hechizos, muchas de las cosas que las hacía con solo pensarlo ocurría. Cubierta por una capa roja de pies a cabezas, Aravis salió de su habitación siguiendo a Merlín hasta donde la voz les llamaba. Pronunciaba el nombre de ambos, pero un poco más el de Merlín. Recorrieron partes inexploradas por Aravis, pero el pelinegro se veía un poco más familiarizado y consiguieron burlar a los guardias, con uno de los trucos de su amigo.
Bajaron y atravesaron pasillos que Aravis no pensó que existían, hasta que terminaron en la entrada de una extraña caverna. Cada paso que daban hacia lo desconocido, los aproximaba más a aquella misteriosa voz que pronunciaba sus nombres.
La oscuridad los envolvió cuando se adentraron a la cueva y, gracias a la antorcha que sostenía el joven mago, pudieron hacerse camino. El fuego de la antorcha incrementaba a medida que Aravis sentía más nervios y Merlín le lanzó varias miradas de advertencia. Finalmente, giraron por varios lados hasta que las únicas paredes a lado de ellos eran conformadas por rocas sólidas. Había un espacio pequeño dentro de la cueva, ampliamente grande, parecía imposible que un lugar como ese existiera bajo los cimientos de Camelot.
Cuando se detuvieron, una risa los recibió, de la misma voz de aquel que les habló.
—¿Dónde estás? —preguntó Merlín sin rodeos, Aravis se inclinó para ver debajo de la roca en la que se encontraban un vacío. Todo era rocas, separadas e unidas a otras.
Curiosa, Aravis se separó un poco de Merlín para observar a su alrededor. Una respiración pesada hizo eco a través de las paredes y el vacío mismo. Aravis jadeó, insegura de permanecer en la orilla, pero antes de hacer un movimiento siquiera, algo... alguien emergió desde las sombras de la cueva. Su gruñido, pese a no ser muy fuerte, la mantuvo en alerta. El corazón le comenzó a latir con suma violencia cuando la criatura se posicionó una roca delante de ellos. Merlín jadeó, trastabillando un poco hacia atrás con la antorcha en mano.
—Estoy aquí —profirió la criatura, un dragón.
Aravis sabía de la existencia de los dragones, su misma existencia estaba ligada a ellos, criaturas que creía extintos. Y en su llegada a Camelot, Uther Pendragón confirmó el tener apresado a uno de los más poderosos dragones de Albión. Pero, en su estadía en la corte, ella nunca hubiera pensado que aquel que le hablaba y recitaba su nombre se trataba de aquel dragón. Una criatura colosal, de escamas doradas y tamaño gigantesco. Un dragón, quizás, el último de su especie. Y lo tenía relativamente cercas a ella.
Tras percatarse de ese hecho, retrocedió colocándose detrás de Merlín, quien se veía tan asustado como ella.
—¿La última doncella aterrada de mí, un dragón? —Volvió a comunicar la criatura, las llamas de la antorcha saltaron, sobresaltando a Merlín del susto y el dragón río, pero entonces, centró su atención en el joven frente a él—. Qué pequeño eres, para tan grande destino.
—¿Por qué? ¿A qué te refieres?
El miedo abandonó el cuerpo de Merlín, pero la curiosidad se reflejó en el brillo de sus ojos. Él dio un paso al frente y miró directamente al dragón.
—¡¿Qué destino?!
—Tu don, Merlín, te fue dado por una razón —dijo el dragón, la piedra bajo sus garras comenzó a rasgarse y algunas saltaron hacia el vacío debajo de ellos. Sin más, el dragón se apoyó sobre sus patas hasta terminar sentado, de manera que Aravis podía verlo mucho mejor sin estirar tanto el cuello.
El alivio cruzó el rostro de Merlín tras escuchar esas palabras, él finalmente relajó su cuerpo y bajó un poco la antorcha en sus manos. Aravis tomó una profunda bocanada de aire y se acercó, para escuchar mejor.
—Entonces sí hay una razón —dijo, aunque las palabras sonaron más para sí mismo.
—Arturo es el único y futuro rey que unirá las tierras de Albión —prosiguió el dragón, tanto Aravis como Merlín fruncieron el ceño tras escuchar la mención del príncipe—. Pero él deberá afrontar muchas amenazas tanto de amigos como enemigos.
—No veo qué tiene que ver conmigo —interrumpió Merlín—. O Aravis.
—¡Todo!
—Sin ustedes, especialmente sin ti, Merlín; Arturo nunca tendrá éxito. Sin ti, no existirá Albión.
—No. No, lo has entendido mal —expresó un incrédulo Merlín, retrocediendo un poco.
—No existe lo correcto o lo incorrecto —proclamó el dragón, acercando su rostro más a ellos. Sus ojos dorados, observaban fijamente a Merlín, como sí pudiera leerle el alma a través de ellos, como sí supiera algo de él que los demás no conocían, no aún y Aravis contuvo el aliento—. Únicamente lo que es y lo que no es.
Pero Merlín, poco conforme con su respuesta, replicó como solo él sabía.
—En serio, ¡sí alguien quiere matarlo, puede hacerlo! —exclamó, alzando los brazos en sincronía con sus palabras—. De hecho, les echaré una mano.
El dragón soltó una risa ronca y Aravis se le unió, un poco. La seguridad en las palabras de Merlín era indudable, apretó su mandíbula y se mantuvo firme a su decisión.
—Ninguno de nosotros puede elegir su destino, Merlín —comentó—. Y ninguno de nosotros puede escapar de él.
Merlín negó con la cabeza, mirando con los ojos entrecerrados al dragón. Lentamente, retrocedió.
—No. De ninguna manera, no —negó, tras percatarse en que las palabras del dragón eran completamente serias, volvió a mover su cabeza en señal de negación e infló los mofletes un poco—. Debe haber otro Arturo, porque este es un idiota.
—Quizás sea tu destino cambiar eso. —Dando por concluida la charla con Merlín, los ojos dorados del dragón se centraron ahora en su acompañante. Él la miró con cautela y Aravis se cohibió un poco. Este dragón, no era ordinario—. Aravis Na Beinne.
—Na Beinne es solo un nombre que uso para proteger mi identidad en Camelot —habló, con cautela. Miró de reojo a Merlín, su cuerpo ligeramente encorvado, el brazo que no sostenía la antorcha cruzado sobre su pecho. Una expresión de enojo, frustración y deseo por querer saber más—. Soy solo Aravis.
—Al presentarte como Aravis Na Beinne, tú misma has marcado la secuencia de tu destino.
—Usted dijo que ayudaría a Merlín a salvar a Arturo —comentó, frunciendo una ceja. Merlín gesticuló un resoplido—. ¿Tiene algo que ver con eso?
—Tú serás el camino que guiará a Merlín y Arturo hacia su destino —explicó lentamente el dragón. Aravis no comprendía lo que le estaba diciendo, la criatura se inclinó un poco y sus garras rasgaron más rocas bajo él—. Pero tu destino, es otro. Tú eres la última doncella dragón, todo tu linaje está muerto...
—Y no hay mayor propósito para mí, todos los dragones están muertos, con excepción tuya.
—Descubrirás que el mundo guarda secretos al alcance de Uther Pendragón —interrumpió el Gran Dragón—. Como la Doncella Dragón, aún tienes un destino que perseguir. Lo sabrás cuando el momento llegue, porque ahora, eres la guardiana, Aravis. —Ella hizo el intento por replicar, abrió y cerró la boca por largos instantes, había tantas preguntas que quería formular. Había tantas cosas que quería saber—. Como Guardiana, debes hacer lo que consideres correcto, pero ten cuidado de las malas intenciones de las personas que te rodean, porque tu condena, afecta a toda una especie.
No hubo tiempo de réplicas. Sin esperar a su respuesta, el Gran Dragón extendió sus alas y las cadenas que lo ataban se escucharon cuando se alzó en vuelo. Merlín corrió hacia adelante, intentando retenerlo, intentando buscar las palabras para llamarlo de vuelta.
—Espera... ¡Espera! —pidió, un poco alterado. Aravis seguía sopesando en sus palabras—. ¡ESPERA! ¡DETENTE! ¡Necesitamos saber más!
La oscuridad y el silencio, fue la única respuesta que obtuvieron.
¡Hola!
Primer capítulo publicado. Espero que no se haya sentido muy apresurado o forzoso, quise abarcar la mayoría del primer episodio, pero como vieron me salté unas partes. En sí fueron los queridos encuentros de Arthur y Merlín, me moría de ganas por escribirlos, pero esa Aravis no andaba presente, ajaja. En fin, solo quisiera decir que estaré escribiendo de a dos o tres capítulos aquí, por cada capítulo de la serie. Quizás hasta salgan más.
Aunque me hubiese gustado abarcar en un solo capítulo de aquí lo que ocurre en un capítulo de la serie, me di cuenta que es muchísima información y no quiero sobrecargarlo. Mi intención era que este capítulo saliera un poco corto, pero ya vieron que anda algo largo, superando las 4k palabras jaja.
Hice una breve introducción a la familia Vermillion, but no worries que eventualmente los conocerán más. Also, pueden pronunciarlo como "Varmilion".
Espero que les haya gustado, no olviden de votar, ¡háganme saber que les pareció!
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