Telaraña de pasado
El domingo, los gemelos buscan entre las alhajas de su madre encontrando algunas monedas de oro y cobre.
—Nos estamos quedando sin dinero —avisa Dorian dándole las monedas a su hermano—. Y sin cosas que vender.
—Lo sé, Dorian —murmura Alex contando las monedas—. Necesitamos un trabajo.
—Siempre podemos vender las pociones de Morgana —propone el menor de forma risueña, ganándose una sonrisa sarcástica de parte de su hermano.
—Nos vamos a tardar más en conseguir un comprador que en lo que Morgana nos va a convertir en ingredientes para la sopa —advierte bromista.
Ambos hermanos se dan un empujón brazo a brazo entre risas antes de salir de la habitación y bajar las escaleras rumbo a la puerta.
—¡Niñas, ahora volvemos! —anuncia Dorian.
—¡¿Necesitan algo?! —pregunta Alex.
—¡No! —gritan las tres pequeñas desde arriba.
—Si las tres estaban arriba pudimos haber pasado a preguntarles —comenta Dorian mientras salen de casa.
—Milly siempre está arriba, pero pensé que Vanya y Mor estarían abajo —repone Alex inclinando la cabeza.
Ambos gemelos se encogen de hombros antes de trazar un camino con sus manos de sus pies hacia el cielo haciendo que un par de nubes azules los envuelvan y se desvanezcan en el viento.
Cerca de la colina que alberga la cerrada de la Academia Havenkunst hay una pequeña glorieta conocida como la Plaza Oriente, por su similitud con la plaza central, en ésta plaza, se extiende un no tan amplio mercado lleno de productos comestibles a precios bajos y accesibles. Los gemelos aparecen junto con sus nubes a la entrada de este, siendo recibidos con el bullicio propio del lugar.
—Entonces, fruta, carne, dulces y… —enlista Dorian, alargando la “y” al darse cuenta que olvidó algo.
—Especias —completa Alex tras unos breves segundos de suspenso.
—Cierto —exclama Dorian —¿Nos alcanza para todo?
—Apenas, creo —responde el mayor antes de hacer un ademán con su mano para indicarle al menor que lo siga.
Están caminando por los primeros puestos cuando un grito y unas risas conocidas suenan tras ellos.
—¡Williams!
Ambos voltean y ven tras como tras ellos llegan Lázaro y Eveldrith con un par de sonrisas amistosas y una bolsa para el mercado.
—Chicos, hola —saluda Alex con una sonrisa de confusión.
—Que raro verlos por acá —comenta Dorian.
—Sí, usualmente no venimos, pero como ya no somos los criados de mi abuela porque estamos casi todo el tiempo en la academia, ahora nos toca hacer la despensa —explica Lázaro encogiéndose de hombros.
—Gajes de oficio, ni modo —responde Alex.
—Me da curiosidad saber por qué ustedes dos viven juntos —menciona Dorian— ¿Hace cuánto se conocen?
—Uy, hace años —contesta Eveldrith sacudiendo la cabeza.
—Nueve años para ser exactos —apunta Lázaro levantando su índice hacia el cielo—. Yo había llegado de fugitivo al campamento Transformista y Eveldrith estaba escondido enfermo en la casa de al lado.
—Casi me rompe la cabeza por estar jugando con una piedra, pero me dejó bajar a jugar con él y nos hicimos grandes amigos —termina de contar Eveldrith abrazando al peliazul.
—Eso es destino, no queda la menor duda —asegura Alex.
En eso se escucha una estruendosa campana que empieza a sonar, alertando a todo el mercado.
—¡Ladrón! ¡Detengan a ese ladrón! —gritan y de pronto se empieza a ver cómo la muchedumbre comienza a alborotarse.
De entre el tumulto un pequeña sombra encapuchada se escabulle entre las manos y las personas que intentan atraparla y bloquearle el paso; cuando se acerca a los cuatro chicos, Alex se hace a un lado, supuestamente para dejarlo pasar, y tan pronto como lo siente pasar a su lado se da la vuelta y lo toma por el abdomen para detenerlo; el encapuchado forcejea y trata de liberarse mientras Alex lo aprieta a su cuerpo y Eveldrith se acerca a tirarle la capucha.
—¡¿Aquiles?! —exclaman todos incrédulos al ver al pequeño espíritu de hielo expuesto frente a ellos.
—No me entreguen, por favor, se los suplico —ruega el pequeño en un susurro.
La multitud comienza a acercarse y se escuchan pasos fuertes y apresurados, muy probablemente de quien sonó la campana.
—Síganme la corriente —murmura Eveldrith con prisas—. Sobre todo tú, Aquiles.
Todos asienten, Eveldrith y Lázaro se dan la vuelta para encarar al acusador, Alex se coloca tras ellos y oculta a Aquiles con su cuerpo y Dorian se para tras su hermano sosteniendo a Aquiles por los hombros. Entre la gente sale apresurado un hombre alto, robusto, de melena de leñador y bigote que evidentemente está molesto.
—¿Dónde está ese ladronzuelo? —reclama con furia, Eveldrith se acerca a él con cuidado.
—Señor, cálmese por favor, aquí está —murmura con delicadeza apuntando al pequeño oculto tras el mayor de los gemelos—. Pero por favor, sea razonable debe ser un malentendido. Es un niño.
Aquiles se asoma, sus grandes ojos helados e infantiles brillando con su característica tristeza y miedo dándole un aire de ternura; mira a Eveldrith con queja disimulada pero aún así interpreta su papel de niño asustado. Dorian contiene una risa causando que Alex le de un pisotón para que se mantenga en la farsa.
—Niño o no, es un ladrón —acusa el hombre—. ¿Lo conocen acaso?
—¡No! —exclaman los cuatro, Aquiles se oculta de nuevo.
—No lo conocemos, pero no hace falta, sea realista —repone Lázaro—. ¿Qué se pudo haber robado esa cosita?
—Sí señor, por favor —interviene Alex—. Solo mírelo, es obvio que ni siquiera es de aquí.
Aquiles vuelve a asomarse, los curiosos lo miran con atención, los brujos de hielo son muy escasos en Valerius, aún así los hay, pero son muy diferentes a él; para todos es obvio que, alguien con las características del pequeño, solo puede provenir de un lugar: Harmonia.
—Tal vez no sepa cómo funcionan las cosas aquí —concede el hombre —. Pero aún así tiene que pagar.
Los chicos exhalan un suspiro de resignación, admitiendo que el mayor tiene razón y voltean a ver al pequeño.
—¿Tienes con qué pagar? —pregunta Lázaro.
—¡No seas estúpido, Lázaro! —reclama Eveldrith —. Si tuviera con qué pagar no se habría robado nada.
—¿Qué te robaste? —pregunta Dorian con tranquilidad.
Aquiles los mira con miedo antes de buscar en su desgastada túnica y sacar dos frutas escamosas de color vino con algunas espinas, pero las atrajo a su pecho, como haciendo énfasis en que no las iba a dejar.
—Nosotros las pagamos —exhala Eveldrith descolgándose una pequeña bolsa de tela del cinturón llena de monedas de plata y cobre.
—Si pagamos las dos mi abuela nos va a matar —comenta Lázaro.
—Uhm… ¿gemelos?
—¿Dorian? —cuestiona Alex pasándole las monedas que tomaron esa mañana al salir de casa. El menor las toma y comienza a contar rápidamente.
—Apenas —murmura el menor negando con la cabeza; Alex hace una mueca, pero termina por exhalar un suspiro.
—Completamos la otra —asegura.
Dorian exhala un suspiro de resignación mientras Alex le entrega a Eveldrith un par de monedas de oro, el pelirrojo saca cinco monedas de plata y las entrega al hombre para pagar. El hombre cuenta las monedas y le devuelve tres monedas de plata que Eveldrith le da a Alex.
—Sigan consintiendo ladrones y quedarán condenados —advierte el hombre antes de dar media vuelta y volver por donde había llegado.
Mientras los altos veían al señor alejarse, Aquiles intentó escabullirse entre ellos, sin embargo, Dorian alcanzó a tomarlo por el cuello de la túnica deteniendo su avance.
—¿Y tú a dónde crees que vas? —reclama el menor de los gemelos.
—Ven acá —advierte Alex tomando al pequeño por un brazo y apartandolo del lugar.
Los cuatro conducen a Aquiles a una zona más retirada de la plaza, alejados de las miradas curiosas que seguían al pequeño ladrón. Ocultos entre algunos edificios y árboles del otro lado de la plaza los gemelos dejan arrinconado a Aquiles mientras todos lo miran acusadoramente.
—Aquiles, ¿qué fue eso? —reprocha Lázaro.
—Tengo entendido que los Naturistas tienen formas distintas de comerciar, pero eso no fue ignorancia, sabías perfectamente que estabas robando —regaña Eveldrith incrédulo —. ¿Por qué hiciste eso? ¿Por qué no pagaste?
—No traigo dinero —responde Aquiles avergonzado bajando la mirada.
—¿Y por qué no le pediste dinero a tus padres antes de salir? —cuestiona Lázaro incrédulo, Aquiles se muerde el labio y se queda en silencio.
—¿Estás con tus padres, Aquiles? —inquere Alex, el pequeño exhala un sollozo y se tapa la cara mientras niega.
—¡Soy huérfano! —exhala entre sollozos.
Todos intercambian miradas de pena al escuchar eso, Alex se acerca al niño y le acaricia la espalda en un gesto consolador mientras él sigue llorando.
—No es por ser insensible pero… ¿Entonces qué haces aquí? —pregunta Dorian confundido.
—Dorian —regaña Alex.
—No, osea, lamento escuchar eso Aquiles —murmura Dorian con los ojos caídos —. Pero, ¿cómo un niño huérfano llegó desde Harmonia hasta aquí?
—Es una duda bastante coherente —admite Lázaro.
—Yo… yo… yo no conocí a mis padres, éramos solo mis hermanos y yo —cuenta Aquiles sorbiendose la nariz y frotando sus ojos —Eso era peligroso para nosotros, éramos lo único que teníamos y si nos hubieran encontrado nos habrían separado, entonces a mis hermanos se les ocurrió escapar rumbo a Valerius.
—Entonces viniste con ellos —murmura Eveldrith con compasión antes de que el chico vuelva a sollozar con fuerza.
—Los tres planeamos nuestro escape, los tres salimos, pero… pero… —la voz de Aquiles se pierde entre sus suspiros y lamentos antes de que pueda continuar —Solo… solo yo llegué aquí.
Los cuatro amigos intercambian miradas de preocupación antes el dolor de su amigo antes de acercarse a abrazarlo para ofrecerle un poco de consuelo.
—¿Cuántos años llevas viviendo aquí? —pregunta Eveldrith con delicadeza.
—Casi once —murmura Aquiles frotándose los ojos.
—¿Dónde vives? —cuestiona Lázaro.
—En la Academia —responde el pequeño con la mirada gacha.
—Comes allí entonces, supongo —comenta Alex, Aquiles asiente —.¿Tienes hambre?
El pequeño lo miró con sus grandes y enrojecidos ojos tristes antes de asentir repetidamente atrayendo hacia sí las frutas que se había robado.
—Come, anda —cede Alex, no hace falta que el chico escuche más, inmediatamente toma la fruta y comienza a comer con voracidad.
—Vives en la Academia desde hace un par de meses —menciona Lázaro pensando —. Pero, ¿dónde vivías antes?
—Depende —susurra Aquiles después de tragar —Unas mujeres del campamento me cuidaban cuando estaban aquí y me daban ropa y cosas de comer, cuando no estaban a veces me metía a hurtadillas a sus casas o me ocultaba en cualquier lado, murieron el año pasado.
—¿Y dónde has vivido desde entonces? —interroga Dorian.
—En una casa abandonada, a un lado del callejón oscuro —murmura el pequeño.
—¿Al lado del callejón no está la zona de talleres? —inquiere Alex.
—Sí, pero abandonaron uno hace un par de años, dijeron que estaba en condiciones menos que deplorables —informa Lázaro —. Considerando el aspecto físico demacrado de Aquiles y su tamaño, podría creerle perfectamente que ha vivido ahí.
El pequeño los mira a todos con sus ojos tristes y la boca escurriendo con el jugo violeta propio de la fruta antes de comenzar a morder la otra y bajar la vista.
—Aquiles, ¿por qué no nos dijiste lo que pasaba? —reclama Eveldrith con pena. —Somos amigos, para eso estamos, te habríamos ayudado.
—¿Por qué no regresaste a la Academia? —consulta Dorian. —Osea, los viernes después del atardecer ya no entra nadie hasta hoy por la tarde, pero no terminamos tan tarde.
—Fue culpa nuestra, lo invitamos a comer con nosotros y el tiempo se pasó muy rápido —explica Lázaro. —Pero maldición, Aquiles, ¡avisa lo que pasa! ¡Podemos ayudarte o al menos no perjudicarte!
—¡Perdón! —solloza el chico antes de volver a taparse la cara.
Los cuatro esperan a que el pequeño deje de llorar para abrazarlo con cariño y dulzura.
—Todo está bien Aquiles, estamos aquí para ayudarte —asegura Alex acariciandole la espalda.
—¿Cuánto hace que no comes? —cuestiona Dorian.
—Desde que ellos me invitaron —murmura Aquiles apuntando a Lázaro y Eveldrith.
—¡Aquiles! —exhala Eveldrith con tristeza —. Ahorita ya no falta mucho para que puedas reingresar a la Academia, pero para la otra avísanos para que no te vayas tan tarde.
—O sino búscanos —menciona Lázaro —. A mí abuela le encanta quejarse, pero créeme si hay algo que la hace feliz es tener bocas que alimentar, eres bienvenido en mi casa cuando quieras.
—Te diríamos lo mismo, pero en nuestra casa es un solo salario para alimentar a seis personas —comenta Dorian divertido mientras se encoge de hombros —. Así que… no creo que sea conveniente.
—Pero para cualquier otra cosa, nuestra casa también está disponible —asegura Alex.
—Gracias chicos, de verdad —susurra Aquiles con un dulce brillo de alegría iluminando sus ojos —. No sé qué haría sin ustedes.
—No tienes nada que agradecer, Aquiles —afirma el mayor de los gemelos —. Para eso estamos los amigos.
—Mira, ¿por qué no hacemos algo? —comienza Lázaro agachándose un poco para quedar a la altura de Aquiles —. Espéranos aquí en lo que vamos a comprar las cosas y después nos acompañas a mi casa; comes y cenas con nosotros y ya en la noche nos vamos los tres a la Academia.
—¿Sí puedo? —pregunta Aquiles con ilusión inocente.
—¡Claro! —responden Lázaro y Eveldrith al unísono, Aquiles asiente, aceptando la invitación.
—Bien, espíritu de hielo, espéranos aquí —exclama Eveldrith palmeando sus manos —. No nos tardamos.
—Aquí me quedo —asegura Aquiles —De nuevo, gracias.
—Cuando quieras, pequeño —responden los grandes antes de volver al mercado.
Antes de que todos se vayan, los gemelos se despiden del chico con un gesto de mano, para él, no pasa desapercibida la mirada de confusión y desconfianza que Dorian pone sobre sí.
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