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Capítulo 38 - Juego Macabro

El tren marchaba con lentitud dejando ver los paisajes del sureste de Coxwell. Valentina dejó caer su cabeza sobre el asiento perdiéndose en sus cavilaciones. Era difícil olvidar la espantosa muerte de una inocente mujer siendo repudiada por todo el pueblo. Todos los recuerdos de Adelaida se alojaron en su mente sin dejarle ser consciente del presente. Recuerdos que seguían doliendo, recuerdos de una madre hosca y una infancia triste. Un anhelo en su corazón que había cambiado el rumbo de su vida.

Ahora sabía la verdad, la que por tantos años buscó, pero no era suficiente si no podía compartirla con el mundo entero y condenaría a los verdaderos responsables. Todavía había misterios y cabos sueltos en esta investigación. Empezaban por Lord Barlow y todos los que lo rodeaban, incluyendo el inspector Adam Crawford.

Inició la investigación siendo una niña, engañada por el odio y determinada por la justicia. Creía que todos sus males acabarían cuando Adelaida fuera juzgada. Ahora muerta, condenada por un crimen que no cometió, el mal continuaba paseando por las calles impune después de haber destruido su familia.

―El señor James saldrá mañana ―habló Vincent―. Ya verá. Empezaremos nuestra investigación desde cero. Encontraremos la forma de que Barlow pague por sus crímenes.

Valentina lo miró de reojo sin quitar la vista de la ventanilla, y asintió. Agradecía que el señor Blair estuviera junto a ella para ayudarle. Volvían a estar unidos para resolver los crímenes del condado, pero temía confiar en él otra vez. Era pronto para perdonar los errores del pasado. Era consciente de como el rencor le estaba ofuscando la razón. Se sintió inquieta. Se quitó la chaqueta y miró hacia todos lados intentando deshacerse de ese calor que le recorría el cuerpo.

El tren se detuvo. El guardia salió de la cabina, y se oyó al dependiente gritando la llegada a Grassborg. Ultima llamada hacia Kempsey. El señor Blair se preparó para salir, tomó su maletín y le indicó que tomarían la diligencia hacia Hemfield. Fue tan repentino que ni él lo advirtió, Valentina se apresuró a salir dejando a la larga fila protestando. Corrió por el andén número cinco hasta llegar a la avenida. No supo si Blair la siguió, ni tampoco le prestó atención, solo lo escuchó gritar su nombre mientras corría.

―Solo yo puedo ponerle fin a todo esto ―pensó en voz alta, esperando para cruzar la calle―. Haré que Lord Barlow se arrepienta de haberse metido con los Hayward.

Las oficinas del ayuntamiento quedaban al otro lado de la ciudad. Volvió a transitar por Sykes road recordando la noche que escapó de su hogar con la idea de denunciar a las autoridades a Adelaida. Los recuerdos cada vez le resultaban de lo más insoportables, no podía controlarlos, aparecían en su mente de manera incesante logrando aturdirla. Miró el enorme edificio, se mezcló con los demás hombres y entró al ayuntamiento.

La secretaria del alcalde estaba bastante concentrada en su charla que no la advirtió cuando entró. No fue fácil encontrar la oficina del vizconde de Heddleston. Buscó entre las puertas los nombres de cada funcionario, debía estar cerca. Advirtió a la policía de Crawford en el pasillo, sin otra alternativa se metió en la oficina de su derecha. Por fortuna los hombres se dirigieron a la oficina del final del pasillo y no notaron su presencia.

Observó el lugar con curiosidad, se disponía a salir cuando reconoció el retrato del vizconde en la oficina. Celebró en silencio y se dispuso a buscar. Valentina caminó a gachas hacia el escritorio. Debía encontrar una prueba contundente para incriminar al aristócrata. Sobre el escritorio no había ni un solo papel, solo la reluciente placa enmarcada con el nombre: ministro Lord Frederick Barlow.

Volvió a escrutar que no hubiera nadie detrás de la puerta de vidrio. En los archivos encontró varias fichas ordenadas alfabéticamente. En ellas pudo ojear la cantidad de sumas pagadas por las obras, los contratos para demoler los edificios de Hovel Tales y la aprobación del alcalde para la construcción del puente. Lord Barlow tenía todo el control del condado, pero lo más insólito fue cuando encontró el contrato con Beaton's Factory. El vizconde de Heddleston donó una docena de barcos para las fábricas, incluida Drummer y Haversham. El contrato había sido firmado por Maxwell Beaton y Edward Sambrooke. Furiosa dejó los archivos y cerró el cajón con fuerza.

Barlow era astuto, sabría que cualquiera podría entrar a su oficina y no dejaría nada que lo ensuciara a su alcance. Su búsqueda fue en vano. Estaba limpio. Solo faltaba la gaveta que tenía en frente. Había un archivo, una insignificante carpeta en un cajón enorme. Lo tomó y leyó "defunción de Rosemary Field". Comenzó a transpirar. Los papeles constataban lo que había investigado, los mismos testigos y el cuerpo encontrado en las costas de Kempsey. Sin embargo, había algo más guardado en la carpeta. La identificación de Rosemary junto a la de Lady Margaret Barlow. Comparó ambas, misma fecha de nacimiento 17 de mayo de 1810 en Forethorne. En el mismo archivo encontró una crónica que anunciaba la reconstrucción del sanatorio Laane's impulsado por la vizcondesa de Heddleston, actual directora. En otros papeles estaba el contrato de los gastos de la construcción con la firma de la vizcondesa de Heddleston, tenía la misma letra que Rosemary Field. No podía ser una simple coincidencia. Barlow había usado el nombre de Beaufort Lavie para cometer los crímenes, ¿podría ser posible que Rosemary Field estuviera viva?

No tuvo mucho tiempo cuando la puerta se abrió, se llevó la identificación y se escondió bajo el escritorio.

―No comprendo, querida mía, como te has perdido el lujo de ver a esa mujer retorciéndose en su miseria ―oyó a Barlow desde el umbral.

―¿Para qué? ¿Para regodearme del sufrimiento de esa muchacha? No hay nada que celebrar, Jonathan. Ya obtuviste lo que querías, déjala en paz ―la voz de Lady Barlow sonaba diferente―. Iré a tomar aire.

Lord Barlow cerró la puerta con fuerza. Valentina tuvo miedo. Podía ver sus pies paseándose delante del escritorio. El vizconde se detuvo un momento y sintió como su silencio le avecinaba que se acercaba el peligro. Tembló y se abrazó a las piernas. Oyó el chirrido de la silla y el gritó de repente:

―¡Vaya! Mira lo que tenemos aquí, he cazado una rata.

Sin darse cuenta la arrastró con violencia hacia el centro de la oficina.

―Sabía que vendrías a mi... Valentina Hayward ―dijo él, relamiéndose los labios. Reparó en el papel que tenía de la mano y se lo quitó―. Ah, ya veo, estuviste jugando a la detective, otra vez. Eres una muy mala niña. ¿Acaso esa mujer que tuviste como madre no te enseño a respetar la oficina de un ministro? ¡Mira que desastre!

Valentina permaneció inmóvil temblando mientras el vizconde se paseaba por su escritorio.

―Te has portado muy muy mal. ―Lord Barlow se volvió hacia ella sujetándola de los hombros, comenzó a reírse y a disfrutar como se encogía para no verle el rostro―: Y las niñas que se portan mal deben ser castigadas. Lo sabes, ¿no? ¡¡¡responde!!!

El grito la hizo retroceder.

―¿Por qué? ―titubeó―. ¿Por qué mi familia? ¿Cuáles son sus razones?

Lord Barlow soltó una carcajada y comenzó a caminar por la habitación.

―Buen intento, cariño. Aquí soy yo el que debería hacer las preguntas. ¿Qué más da? Te lo contaré si eso te hace sentir menos miserable. Ese papel, es tu respuesta.

―¿Rosemary?

―Si ―respondió él, destapó una botella de whisky y sirvió en dos vasos―. Rosemary Field. La mujer incógnita. La amante y asesina de William Hayward. Y por supuesto, tu madre...

Valentina sintió que la habitación comenzaba a moverse. Estaba perdiendo el aliento, no podía creer en sus palabras. Otra vez era un truco de Lord Barlow.

―Eso es mentira ―dijo, afectada―, Rosemary se suicidó, encontraron su cuerpo en el muelle.

Desde su silla Lord Barlow se limpió una falsa lagrima y golpeó el escritorio con su puño sin parar de reír.

―¡Ah! Que desilusión, me temo que te he sobrestimado, Valentina. Pensé que eras mucho más inteligente. ―Apoyó los codos sobre la mesa―. Rosemary nunca murió. El suicidio de la pobre amante de William Hayward fue solo el inicio de el plan. La coartada perfecta para que nadie, nunca, jamás supiera quien asesinó al imbécil de Hayward.

―Lady Barlow es Rosemary...

El vizconde aplaudió con ironía.

―Hasta que al fin comienzas a pensar con claridad. La encantadora vizcondesa de Heddleston fue en su pasado Rosemary Field, la institutriz de los Hayward. No me complace contártelo de este modo, pero ya eres lo suficiente mayor. Verás, Rosemary tuvo un amorío con Hayward, de ese error naciste tu. Pero mi querida Rose no te quería, ya teníamos nuestra familia ¿para que necesitaría una bastarda con la sangre del enemigo?

La historia de Barlow comenzaba a tener sentido, aunque le doliera era una huérfana y no sabía quién eran sus verdaderos padres. Nunca le importo averiguarlo tenía una deuda con los Hayward y ellos eran su familia.

―Ella te abandonó, tal y como se lo había pedido, cerca del río a la suerte de Dios. Y mírate, tan mal no te ha ido. Encontraste a tu padre, que lástima que él no supo que eras su verdadera hija, hubiera sido muy conmovedor.

Barlow se levantó y le ofreció una copa, ella la rechazó, pero con violencia él la apretó de las mejillas para que bebiera. Valentina tosió y se sostuvo de la ventana tratando de calmar su ahogo. Rasguñó la madera del marcó que se despedazaba poco a poco.

―Pase años buscándote, la hija bastarda de William Adams Hayward y Rosemary Field. No fue fácil, pero aquí estas. Regresaste a mí ―exclamó Lord Barlow, sintiendo el aroma de su copa de whisky―. Por cierto, fue descortés de tu parte rechazar ese precioso vestido, sabes lo mucho que costó, fue hecho por una de las mejores costureras en Londres, especialmente para ti. Pero tuviste que dárselo a Elizabeth. ―Negó con la cabeza clavando su mirada de desaprobación―. Pobre Lizzie. Tú misma la entregaste a mis manos.

Valentina dejó escapar un grito, llevó su mano a su pecho y trató de erguirse para mirar al asesino de su hermana. No podía contener su rabia.

―Sabes, cuando la conocí supe de inmediato que no tenía la sangre de Rosemary. Era demasiado débil y dócil.

―No se atreva a hablar de mi hermana, asqueroso y vil...

―¿O qué? ¿No quieres oír como Elizabeth vino a mis brazos? ¿Cuándo le prometí que la protegería a ella y Adelaida? Pobrecilla, era tan ingenua. Al igual que esos niños, no recuerdo sus nombres, ¿Tu sí?

Valentina cobró fuerzas, levantó su mano para propinarle una cachetada, pero Barlow detuvo su brazo violentamente y se lo dobló. Luego de oír los lamentos de la joven, el aristócrata le susurró en el oído:

―He esperado por este día tantos años. Tengo un obsequio para ti.

Sintió escalofríos y repulsión cuando el vizconde corrió su cabello. Tocó su cuello y le colocó el collar. El mismo collar de los dos lobos enfrentados que había perdido desde niña.

―Tu madre quería que lo tuvieras cerca...

Nunca había sentido tanta ira. Era algo que cobraba cada vez más fuerza, a pesar del temblor en sus manos. Lord Barlow estaba tan cerca de ella, se daba las libertades de tocar su cuello y las mangas de su vestido que había roto con su violencia. No quería imaginar lo que ese despreciable humano estaba pensando en hacerle. Tan solo imaginar a Elizabeth, ser engañada vilmente por ese hombre y que con sus manos él mismo se encargó de asesinar.

―Mi querida Valentina, ¿Qué se siente haberlo perdido todo?

Volvió a rasquetear el marco quebrado de la ventana.

―Pero todavía puedes recuperarlo. Ya no hay porque pelear ―susurró, oliendo su cabello―, nosotros somos tu única familia. Tu única esperanza. ―Valentina avistó desde la ventana a Vincent frente al ayuntamiento―. Él no puede ayudarte, ni siquiera sabes quién es. ¿Aun confías en él? Después de todo lo que te ha hecho. No llores, pequeña. No tienes que tener miedo. Ven... a mí.

Antes de que Barlow le pusiera un dedo encima recogió la astilla y la clavó en su rostro. El vizconde retrocedió jadeando de dolor y tratando de deshacerse de los trozos de madera. Aún con el ojo izquierdo herido tuvo la fuerza para retenerla cuando intentó escapar. La lanzó con tal ferocidad que rompió los cristales de la vitrina. Sintió los fragmentos de vidrio sobre su cuerpo, y el dolor de los cortes en su piel. Estaba desorientada. Su cabeza había impactado con el mueble y sentía una jaqueca intensa que no le permitió moverse en unos segundos.

Con la visión nublada reconoció a Lady Barlow entrando a la oficina. Se acercó hasta ella y limpió con su pañuelo la sangre de su rostro.

―Confíe en usted, pero es tan vil como su esposo ―expresó Valentina, sintiendo el sabor a sangre en su boca. Cada palabra que articulaba le producía más dolor―. Confiese la verdad, dígale su verdadero nombre al mundo y enfrente las consecuencias, Rosemary.

Lady Barlow cruzó una mirada de odio hacia su esposo.

―Puedo explicarlo, querida. No es como tú crees.

―No me toque ―masculló, y con un gran esfuerzo logró levantarse―. Todos van a saberlo. Van a pagar por lo que le hicieron a mi familia y a esos niños.

Mareada por el golpe en su cabeza caminó hacia fuera del ayuntamiento. Varias personas se le acercaron alarmadas por la sangre, pero ella los apartó de su camino. Se asilo a la columna del edificio, y gritó:

―¡Ciudadanos de Grassborg! Necesito su atención.

Vincent se había reunido con el inspector Crawford, cuando la vieron corrieron hacia ella desesperados. La multitud se detuvo para escuchar, miraron a la joven desconcertados.

―Quiero denunciar públicamente al vizconde de Heddleston por asesinato.

Lord Barlow salió del edificio tomado del brazo de su esposa.

―Este hombre que ven sedujo a mi hermana y la asesinó con el arma de un oficial. Puso una trampa contra mi madre Adelaida quien fue ejecutada hoy mismo por un crimen que no cometió. Lady Barlow se esconde tras la máscara de la vizcondesa de Heddleston, pero su nombre verdadero es Rosemary Field, la asesina de William Hayward. Ella y su esposo planearon su falsa muerte, la coartada perfecta para que nadie sospechara del asesinato.

Lord Barlow la ignoró y bajó los escalones junto a su esposa acercándose a la gente. Llevaba la cara vendada por la herida en su ojo izquierdo. La gente comenzó a murmurar asombrados por los dichos de la joven.

―¡No puedes negarlo, Barlow! ―Valentina lo señaló tratando de no caerse―. ¿Creíste que te tendría miedo? Ustedes asesinaron a mi familia y secuestraron a Oliver James y Lily Harrison. Usaron el nombre del señor Lavie para cometer los crímenes, y ese jinete los ayudo.

Vincent tenía la cara enrojecida por la ira. Amagó para subir hacia Valentina, pero Crawford lo apartó.

―Inspector Crawford, esta joven irrumpió en las oficinas del ministro y me atacó. ―Lord Barlow acomodó su levita y le dedicó una mirada a Vincent―. Debería ser arrestada ahora mismo.

―No se atreva...

El inspector Crawford empujó a Vincent y le hizo un gesto a sus hombres para que se lo llevaran.

―Ciudadanos de Grassborg, esto es algo que no puedo permitir, pero permítanme demostrarle la redención de una niña víctima de su linaje. Elizabeth Hayward murió por ayudar a la fugitiva de su madre quien asesinó a su padre William Hayward. Adelaida Beaton era una demente, y al igual que ella Valentina Hayward creció a su imagen. La pobre no sabe quiénes son sus verdaderos padres, muchos saben que los Hayward la acogieron como su propia hija después de perder a su hijo a temprana edad ―Lord Barlow apretó la mano de su esposa fingiendo su pena―. Lamento que mi nombre y el de la vizcondesa de Heddleston sea manchado de esta manera. Ciudadanos, ¿van a creerle a las calumnias de una desequilibrada como esta niña? Ya se ha oído que ha enfrentado a la policía en las calles de Hovel Tales. Sus amigos son sabandijas, ladrones, asesinos que destruyen nuestro pueblo. ¿Van a permitirlo?

―No ―gritó el gentío.

―¡Que vaya a la horca! ―oyó gritar a otros.

―¡Es una demente!

Valentina no podía ver los rostros de los ciudadanos. Lord Barlow había ganado su confianza, y nadie creía en su historia. Estaba perdida. Tomó aire esperando lo peor.

―Ciudadanos ―apaciguó Lord Barlow, campante―. Voy a darle la oportunidad a esta joven, porque es lo que quiero para los niños de Coxwell. Valentina Annie Hayward es un claro ejemplo de una alienada, sus desvaríos para inventar la falsa identidad de la vizcondesa de Heddleston y la persecución de un jinete son la prueba irrefutable que cualquier juez la declararía insana. Es mi deber como su ministro y futuro representante del parlamento librar al condado de estas criaturas y llevarlas con los suyos.

De repente unos guardias aparecieron detrás de ella sujetándola de los brazos. Lady Barlow explicó al gentío con poco ánimo.

―El sanatorio de Laane's ha sido reconstruido hace diez años ―añadió Lady Barlow, desanimada―, la señorita Hayward será recluida por su seguridad física y mental.

Lord Barlow dio la orden a Crawford de enviar el carruaje del sanatorio. Mientras los guardias luchaban con la joven para retenerla, Vincent se deshizo de la policía para pedirle a su tutor que la ayudara. El inspector Crawford hacía de cuenta que no escuchaba a Vincent, aunque este le gritó con desesperación que abogara por Valentina, no había forma de hacerlo cambiar de opinión.

―No, no. Suéltenme, ¡por favor! Este hombre asesinó a mi familia, tienen que creerme ―gritó Valentina, los oficiales se agolparon para retenerla.

Observó a Vincent apartando al gentío para acercarse a ella. Se deshizo de los policías y corrió hacia él. Se derrumbó en sus brazos suplicándole que no la dejara. Apretó su frente con la suya y sollozó en silencio.

―Su historia ―susurró Valentina―, ¿ella tiene un final feliz?

―Si ―dijo él, fingiendo una sonrisa entre lágrimas―, una heroína siempre tiene su final feliz...

Valentina apretó los labios, profirió un leve sonido ahogando su pena y clavó su mirada en él.

―Quizá, quizá no soy la heroína de sus cuentos, señor Blair ―titubeó―. No soy fuerte, no soy valiente. Estoy asustada.

El carro no tardó en aparecer, dos hombres y una mujer se encontraban dentro de las penurias. Una mujer totalmente fuera de sí, un hombre gritando incoherencias y el otro golpeaba su cabeza en el toldo de madera del carro. Valentina se resistió a alejarse de Vincent. Los oficiales forcejearon, retuvieron a Blair y la arrastraron hacia dentro con brutalidad.

―Señor Blair ―gritó, sosteniéndose de los barrotes―, por favor no me deje, no deje que me lleven.

―Voy a sacarte de ese lugar, lo prometo. ―Vincent trató de deshacerse del policía―. Tienes que ser fuerte.

―Ya basta, Blair ―dijo el inspector Crawford a su lado―. Deja que las autoridades hagan su trabajo.

Vincent lo enfrentó encendido por la ira.

―No pienso dejar morir a la mujer que amo. Yo no soy un maldito cobarde como tú, Crawford.

El inspector no habló. Vincent no siguió perdiendo el tiempo con su pelea y se prendió de los barrotes sosteniendo la mano de Valentina.

―Llévensela ―ordenó el inspector Crawford, cabizbajo.

Los caballos comenzaron a galopar. La multitud continuó gritando y golpeando el carro. Trató de ignorar las injurias y la violencia con la que se dirigían hacia ella. A comparación con lo que le esperaba no podía preocuparse por nimiedades. El miedo se apodero de ella. Temblaba como una niña pequeña aferrándose a la mano del señor Blair.

―No me deje, por favor.

Vincent desesperado comenzó a correr a la par del carro.

―No voy a soltarte. ¡Jamás! ¡Jamás, Valentina!

El carro tomó velocidad y sintió como las manos de Vincent se resbalaban. Su aliento se quebró en los gritos suplicando que no la dejara. El dolor en su cuerpo se volvió insoportable. Dejo descansar su espalda en el tonel, y se entregó a la angustia. Estaba muerta, a donde quiere que fuera sin la libertad ya no había vida. Sabía que si dejaba llevarse por la ira habría consecuencias, solo que no reparó en la gravedad de ellas. En un segundo todos los recuerdos aparecieron, como si se despidieran de ella. El día de su cumpleaños, la muerte de su abuela, su infancia con su mejor amigo, los días que paso con sus hermanas en Richmonts y el recuerdo del hombre que amó, ahora postrado en la acera repitiendo su nombre y desmoronándose por haberla perdido.

Hay amores que por más que duelan duraran toda la vida, hay monstruos que se esconden tras una capa de poder, hay verdades que por más difíciles de aceptar son ciertas y hay destinos que por más crueles que sean ya han sido escritos.

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