Capítulo 36 - El dolor nos cambia
En el despacho de Gretton encontró a John Brownson dormido en su escritorio. Se veía agotado así que decidió no despertarlo. Su rostro se encontraba sobre varios papeles mojados por la tinta que había derramado hasta el suelo. Desde la desaparición de Elizabeth no lo había visto descansar un segundo. Solía encerrarse en su despacho sin cenar ni mediar una sola palabra con los empleados, a no ser que tuvieran relación con la búsqueda de la policía. Valentina tampoco lo había olvidado, estaba tan ocupada ayudando a Thomas que por momentos parecía ajena a lo sucedido, pero por las noches su mente divagaba en todas las posibilidades del paradero de su hermana.
La carta era una prueba de la rebeldía de Elizabeth, si bien podía afirmar que había sido escrita por su puño y letra, había algo que le resultaba extraño de su repentina desaparición. Su hermana experimentó cambios singulares, tanto como ella, antes que concluyera el año. Valentina fue testigo de la noche que impactó a la joven y casi acaba con su vida. El jinete estaba tras ella y su hermana. Sintió un dolor en el pecho. La preocupación le invadía. ¿Y si ese demente estaba detrás de la desaparición de Elizabeth? Se limpió las lágrimas con la manga del vestido apenas vio a Vincent entrar al bar.
―Ha sido una noche larga ―comentó él―, el señor James me pidió que lo viéramos en su hogar. Me figuro que usted ya sabe la ubicación, ¿cierto?
El cantinero le sirvió una jarra de cerveza y un tazón lleno de maní.
―Así es, son solo unos pocos metros de aquí ―dijo, desganada―. Lo llevaré en cuanto termine su bebida.
Vincent bebió en silencio sin quitarle los ojos de encima hasta que ella se dio cuenta y él se obligó a bajar su mirada.
―Adelante, diga lo que quiera decir ―exclamó Valentina, intolerante.
―No merezco...
―Ahórreselo.
―Bueno ―expresó él, cabizbajo―, parece que hay algo que la tiene preocupada. Sé que no es de mi incumbencia, pero si pudiera servirle de ayuda.
―No lo creo ―suspiró―, temo que Elizabeth este en peligro. Es una muchacha inteligente, no lo comprendo, ¿por qué ahora? ¿por qué huir y abandonar su hogar? Dedicó toda su vida a convertirse en la heredera de Gretton y ser la esposa ideal. Fue criada para ello y, de repente, renunció a todo, no tiene sentido.
―Quizá, siguió a su corazón. ―Vincent ocultó su sonrisa detrás de la jarra.
Valentina soltó una carcajada entremezclada con angustia y gracia.
―Vaya, todavía recuerda mis absurdos consejos. Ojalá fuera así, quisiera creerlo.
Estaba a punto de llorar, pero se sacudió y trató de olvidarse de su hermana por un segundo. Tomó su capa, y mientras se abrigaba le dijo:
―No hay tiempo que perder. Lo llevaré con Thomas, y le sugiero que termine esa cerveza de una vez o lo haré yo misma.
Caminaron por el puerto con el objetivo de llegar rápido hacia las casas abandonadas. Sin embargo, esa mañana había más gente de lo acostumbrado que cualquier día fuera de la temporada de pesca. Miles de aldeanos protestaban ante los obreros de la constructora. Una de las promesas de campaña de Lord Barlow fue construir un puente que uniera los puertos de Hovel Tales y Stonepond, claro que para dicha construcción se destruirían las viviendas precarias, dejando a varios hombres, mujeres y niños sin un techo. Las familias habían hecho carteles para la protesta. La policía de Crawford ya se encontraba en el lugar para mantener el orden.
Vincent trató de ayudar a su acompañante a atravesar el gentío. La multitud estaba desesperada por huir de la represión de la policía, todos empujaban hacia atrás y no había forma de salir. En ese momento una anciana cayó frente a ellos. Vincent se apresuró a ayudarla a reincorporarse y sacarla fuera de la multitud que no daba tregua. Valentina los ayudó. La policía había avanzado sobre los manifestantes y ellos habían quedado en el medio. Lograron evadirlos cuando se ocultaron en el callejón.
―Ese vizconde ―se quejó―, quiere destruir todo lo que se encuentre a su paso. ¡Gracias, caballero! Puedo sola.
Valentina observó a la mujer indiscretamente, ya la había visto antes, era la anciana mestiza de ropas coloridas que tenía su collar. Examinó su cuello, pero no le llevaba puesto.
―No quiero sonar impertinente, señora, pero recuerdo haberla visto una tarde con un medallón de dos lobos. Hace años perdí ese medallón, y creo que usted lo tiene.
La anciana vaciló antes de responder.
―Claro, el medallón. Es una reliquia de mi tribu, lo conseguí en el mercado por unas monedas, no podía dejar que cualquier persona lo tuviera. Lo lamento, querida, pero no tengo el collar, ese vizconde, me lo arrebató hace unos días cuando visite a mi pequeña en Greystone Hill.
―¿Lord Barlow? ―replicó Vincent.
―Así es, muchacho, ese vil hombre nos despojó de nuestras tierras, masacró a los nuestros y secuestro a los más jóvenes. No nos quedó nada.
Thomas que pareció advertir sus voces bajó para saber que estaba pasando. Valentina reflexionó sobre las palabras de esta mujer, Lord Barlow era un asesino, ya no le quedaban dudas de que estaba detrás de las desapariciones de los niños. La anciana les contó que el vizconde de Heddleston y su esposa eran cómplices de la tortura y esclavización de las mujeres jóvenes de su tribu, incluida su hija.
―¿Sabe algo sobre un jinete? Han dicho que Lord Barlow lo utiliza para secuestrar niños.
―Hay muchas historias sobre ese demonio. ―La anciana miró hacia ambos lados con temor―. Ya tengo que irme, si quieren saber más con gusto les contare todo cuando me visiten.
Después de indicarles donde quedaba el lugar donde se estaba hospedando la anciana se marchó. Valentina se abstrajo en sus pensamientos recordando desde el primer día que oyó sobre el vizconde de Heddleston. Estaba triste por la desilusión de su amiga Lady Barlow, pero no quería admitirlo frente a los caballeros. Elizabeth había sido quien se la había presentado, siempre hablaba maravillas de el vizconde y su esposa. La idea le produjo escalofríos. ¿Podría ser posible? ¿Elizabeth se había fugado con Lord Barlow? No, no tenía razón de ser. Si el aristócrata debía mantener su reputación intacta no dejaría que una mujer lo arruinara todo. Pero, de alguna manera, sabía que él estaba detrás de la desaparición, era la única persona que su hermana confiaba y en quien menos la policía sospecharía.
―Iremos al ayuntamiento ―explicó, arrepintiéndose de sus palabras―. Señor Blair, ¿cree que el inspector Crawford nos escuchará?
―Lo hará ―aseguró Vincent―. Él fue mi tutor, le enseñaremos las pruebas que lo relacionan con los niños, y lo que le ha hecho a esas personas y sus tierras. Haré que investiguen a Lord Barlow y sus secuaces.
Thomas negó con la cabeza riendo.
―¿De verdad creen que la policía nos ayudará a investigar a un aristócrata? ¡Qué demonios! Si él secuestro a Oliver lo haré pagar. Andando.
Valentina se mantuvo callada durante el viaje. Recordó el día que John la beso. Era su culpa, Elizabeth había huido para no enfrentarla. Quizá no había medido las consecuencias, y quien sea que estuviera con ella era cómplice de haberle incitado a tomar tal decisión. No estaba segura de su relación romántica con Lord Barlow, pero había algo extraño que conectaba al vizconde en todos los crímenes.
El edificio era enorme. Los tres observaron cada parte del lugar antes de cruzar la acera. Valentina se preguntaba si todavía no era muy tarde para regresar a Hemfield y pensar en otra idea. La secretaria del inspector Crawford dijo que no se encontraba en su despacho. Suspiró aliviada. Quizá era una señal para tomar las cosas con calma. Sin embargo, no tuvieron tiempo de salir cuando apareció el carruaje del vizconde. El paje abrió la puerta a Lord Barlow y su acompañante, nada más y nada menos que el mismísimo inspector Crawford.
―Blair, ¿Qué haces aquí? Señorita Hayward, no creí que los encontraría juntos. ¿Qué es lo que necesitan? Estoy muy ocupado hoy, quizá pueda atenderlos mañana.
―Crawford necesitamos hablar contigo ―dijo Vincent, y viendo a Lord Barlow con desaire agregó―: a solas.
El vizconde se acomodó el saco, y como de costumbre hizo notar su presencia.
―No se preocupe, señor Blair. Tendrá su oportunidad de hablar con el inspector Crawford, no le robaré mucho de su tiempo.
―Descarado ―masculló.
Thomas no midió su ira apenas escuchó al aristócrata se lanzó hacia él. Vincent logró
―Fue usted, usted fue quien envió a secuestrar a mi hermano Oliver James y años después a Lily Harrison. ¡¡¡Desgraciado!!! Va pagar por lo que les hizo a esos niños.
El vizconde de Heddleston se apartó alarmado. La policía apareció tan pronto oyeron los gritos.
―Mi señor, ¿usted sabe a quién se dirige? ¡Qué locura! ¿Secuestrar niños? ¿Por quién me toma? ―exclamó, poniendo sus manos en la cintura y alzando la barbilla―. Inspector Crawford, debe usted hacer algo. No permitiré que se manche mi nombre con tan aberrante calumnia.
El inspector Crawford asintió remordiéndose ante las protestas de Vincent. Los policías apresaron a Thomas de inmediato y se lo llevaron. El vizconde no se quedó para ver el arresto, en seguida entró, custodiado por un policía, a las oficinas del ayuntamiento.
―Adam, ¡por favor! Tenemos pruebas de lo que ha hecho. Masacró a una tribu y esclaviza a sus mujeres para que trabajen en su mansión, y está relacionado con la desaparición de los dos niños de Hovel Tales, suelta a ese pobre hombre.
―¡Cierra la boca! Vincent, señorita Hayward ―Le dedicó una mirada llena de preocupación a ambos antes de continuar hablando―: No quiero volver a oír esas tonterías sobre el vizconde de Heddleston. ¿Saben con quién se están metiendo? Los puede colgar a los tres si a él le apetece. Olvídenlo ya mismo. Hablaré con él, es posible que su amigo salga pronto si presenta sus disculpas. No me mires con esa cara, Blair, ustedes se los buscaron, con suerte evitaré que lo envíen ante la corte.
Valentina estaba a punto de estallar de los nervios. Las malas noticias continuaron cuando el comandante y cinco oficiales aparecieron frente a Crawford con prisa.
―Señor, recibimos una denuncia de que la prófuga Adelaida Beaton se encuentra en las calles de Forethorne.
―¿Qué hace ahí parado, comandante? Recluté a diez hombres y preparé los coches. ¡Hay que atraparla antes de que escape!
Al oír esto corrió hacia la acera viendo los cuatro coches de la policía a toda marcha. Lord Barlow pasó por su lado saludando con su galera y escondiendo una sonrisa en sus labios.
―Debemos ir tras ellos, Vincent. ―Valentina se asiló con fuerza de él para no tropezar con las escaleras―. Por favor, necesito saber si es ella.
Vincent procuró tranquilizarla hasta llegar a su calesa. Valentina estaba exaltada por la noticia. Tenía la ligera sospecha de que podría ser una mentira, aunque por la actitud del vizconde la llevaba al peor de los augurios. Forethorne no quedaba tan lejos de Grassborg, era un pueblo donde vivía gente de clase alta, la casa del difunto señor Lavie a pocas millas de Greystone Hill la mansión del vizconde de Heddleston.
La policía cerró el paso, Valentina saltó de la calesa y corrió hasta la calle. Oyó los gritos del inspector Crawford ordenando que detuvieran el carruaje donde se encontraba Adelaida. Cuando se acercó vio a una mujer con una capa azul descendiendo del coche, reconoció al instante los rizos de Elizabeth. El policía la detuvo para que no avanzara, trató de deshacerse de él, pero entre los forcejos observó el inicio de la tragedia. Lord Barlow se encontraba junto al oficial que disparó hacia el carruaje. Los ciudadanos se tiraron al suelo alarmados por el impacto. La joven se desplomó en la calle al instante que recibió el disparo en el estómago.
―¡¡Elizabeth!!! ―gritó, rasguñando al policía.
El carruaje que llevaba a la prófuga se detuvo a los pocos metros. Adelaida fue tras su hija sollozando, la policía no dio tregua y en ese mismo momento la capturaron. Los gritos de la mujer desconsolada cundieron por todo el centro de la ciudad. Elizabeth se desangraba en los brazos de su hermana.
―Vas a estar bien, te lo prometo, mi queridísima Lizzy. ―Besó sus manos ensangrentadas con fervor mientras se ahogaba por la angustia y desesperación―. Quédate conmigo, ¡por favor!
El rostro de Elizabeth empalideció, sus labios se tiñeron del color carmesí por la sangre que escupía, no dejaba de temblar y con la poca fuerza que tenía se aferró a las manos de su hermana. Vincent apareció tras ellas, dijo que un médico vendría a ayudarla, pero no quedaba tiempo, la joven agonizaba.
―Él dijo que nos protegería ―masculló, entre lágrimas de dolor―, dijo que nos protegería a las dos. Lo prometió.
Los ojos de Mary Elizabeth Hayward se cerraron, y dejó de respirar.
―No, Lizzy, despierta, por favor. ―Valentina se desplomó sobre el cuerpo inerte de su hermana―. Despierta, por favor, no me dejes.
El funeral de Elizabeth fue dos días después de su muerte. En Gretton, John no emitió una palabra tras recibir la trágica noticia. Dos noches en vela, sin cenar. Cerraron las cortinas y la habitación de Elizabeth permaneció cerrada con llave. En la mañana, Valentina lo espió en su despacho, John dejó caer la carta de su esposa en la chimenea. Ella tocó la puerta y dio aviso que la señora y el señor Brownson le esperaban para ir juntos a la iglesia.
El nuevo sacerdote había sido remplazado por un hombre de mediana edad que dio sus últimas palabras para la joven y su familia. Luego del cortejo fúnebre, se enterró a Elizabeth en el panteón familiar. Valentina ya no tenía lagrimas que derramar. En su pecho golpeaba un dolor insoportable que no cesaba. Sus ojos perdieron vida, ya no tenía esa mirada inquieta y abierta. Ante las condolencias solo agradecía, pero sin un ápice de importancia. Incluso tuvo a Emily Price llorando ante ella y no lo notó. John no demostró angustia, parecía tan indolente como Valentina.
Dieron las cinco de la tarde, aun ella continuaba parada frente a las tres personas que había perdido en su corta vida.
―Es en vano, no tengo ninguna palabra para calmar su dolor, Valentina, pero estoy aquí para que sepa que lo lamento ―exclamó Vincent, irrumpiendo el silencio y la soledad de la joven. Estaba tan ensimismada en sus pensamientos que cuando volteó él ya no estaba.
Esa semana se quedó en Gretton, aunque su primo le insistió en que volviera a Fayth square con ellos todavía necesitaba tiempo. El olor de Elizabeth todavía estaba en esa casa. En el silencio podía oírla cantar por los pasillos. La extrañaba tanto, sin su risa y su alegría, ya nada sería igual.
―Debo partir mañana por la mañana ―anunció John, limpiándose la boca―, tenemos mucho que trabajar para el juicio.
Valentina no probó un bocado de la cena.
―¿Vas a defender a la asesina de mi padre?
―No tengo tiempo para tonterías.
Tomó el mantel y lo arrastró dejando que todas las vajillas y platos cayeran al suelo. Encolerizada lo miró y dijo:
―Si Elizabeth no hubiese ido tras esa asesina estaría con vida. ¿Por qué no puedes entenderlo? Adelaida no solo asesinó a mi padre, ella es la culpable de la muerte de tu esposa y mi hermana.
John guardó silencio mirando los platos destrozados, y enfiló hacia su despacho.
―Maldita sea, John ―continuó ella, acorralándolo―. Todo está sucediendo frente a nuestros ojos. Lord Barlow fue con quien Elizabeth huyo, fue quien le prometió que Adelaida estaría a salvo. Me lo dijo mientras moría en mis brazos. Él las engañó y cuando estaban a punto de descubrirlo tomó el arma del oficial y le disparó.
―Has perdido el juicio. No voy a creerte. ¿Que querría el vizconde Heddleston con Elizabeth? Estudie para esto, Valentina. No hay pruebas que demuestren que la señora Beaton sea la culpable. ¿No crees que quizá alguien más este detrás de esto? ¿Por qué después de más de diez años se reabriría un caso que concluyó como un suicidio?
Valentina reflexionó, no quería darle la razón, pero ahora con Lord Barlow de por medio creería que él podía estar involucrado en entregar a Adelaida. Si existiera la posibilidad de que fuera su cómplice en el homicidio, ¿por qué se arriesgaría a que dijera la verdad a la policía?
―En la cena de mi compromiso en Richmonts, Adelaida estaba nerviosa, faltaban unos días para su declaración ante el juez. Ahora que lo pienso Lord Barlow disfrutaba incomodarla con sus preguntas impertinentes...
―También lo he notado ―confesó él, irritado―. Mira, si piensas que voy a creer que el vizconde de Heddleston está detrás del asesinato de William Hayward, te equivocas. Lord Barlow no conoció a tu padre, y no hay ninguna prueba de que hayan estado relacionados.
―Pero si el jinete ―pensó en voz alta, caminando por el despacho―. Lord Barlow usaba al jinete para secuestrar a los niños.
―¿Cuáles niños? ¿Cuál jinete?
―Es difícil de explicar, pero sé que no es inocente y lo voy a probar.
John dejó su escritorio, se acercó hacia ella acariciando una de sus mejillas y resopló con fuerza antes de hablar:
―Quiero que no te dejes llevar por los sentimientos de rencor y trates de razonar, Adelaida no asesinó a tu padre, Valentina. Su único pecado ha sido ser una mala madre, y sé que jamás la perdonaras, pero eso no la convierte en una asesina.
Durante toda su vida nunca dudo en sus convicciones: Adelaida era una asesina y pagaría por el precio de la muerte de su padre. Sin embargo, todo comenzó a cambiar. La mujer que había ganado su desprecio y alimentado un dolor en su infancia irreversible estaba tras las rejas esperando la muerte. Todo se había vuelto más confuso que al principio. Si Adelaida no era la asesina que buscó exponer por tantos años, ¿Quién estaba detrás del crimen? ¿por qué Caroline la denunció antes de desaparecer? ¿Por qué Rebecca guardaba silencio? ¿Qué es lo que quería Lord Barlow con esta tragedia de los Hayward?
La investigación se había vuelto un juego peligroso en el que temía continuar. Lord Barlow sería miembro del parlamento en unos meses, un aristócrata con el poder de borrar cualquier rastro de un ser humano. Pero, ¿Cómo el vizconde de Heddleston había conocido a William Hayward? ¿Era el jinete y él la misma persona? No era posible que fuera quien empuñó la daga que le quitó la vida a su padre. Entre tanto más lo pensaba, menos lo entendía. Su cabeza estaba a punto de explotar. Se estiró hacia el respaldo y contempló las estrellas.
―Tampoco puedes dormir ―dijo John, sentándose en el banco.
―No ―confesó Valentina, asilándose bien su chal―. Pienso en mi hermana y en mi padre.
―Lamento haber sido tan duro contigo. Todavía no puedo asimilar la muerte de Elizabeth y...
―¿Cuándo te enamoraste de ella? ―interrumpió.
John sonrió. Ella no le quitó la mirada de encima hasta tener una respuesta.
―¿Por qué tenemos que hablar de esto ahora?
―Porque te conozco, John Brownson. Nunca has sido sincero con tus sentimientos, y sé que si me lo dices estarás en paz contigo mismo. Elizabeth se fue...
Miraba hacia todos lados, sonriendo falsamente y tratando de no derrumbarse, pero Valentina tenía la fuerza de poder destruir esa mascara que John se inventaba para protegerse de sí mismo.
―Cuando supe que te casarías con el señor Blair ―pronunció él con la voz afectada―, sabía que te había perdido. Encontré en Elizabeth sentimientos que ignoraba, pero siempre me sentí un estúpido por no poder amarla solo a ella. Valentina, yo nunca te olvide.
Valentina oyó con tristeza la confesión de amor de John. No se conmovió, no podía sentir nada, aunque se obligará hacerlo
―Sé qué crees que ese enamoramiento por Elizabeth me alejó de ti, pero solo fue un engaño que me hice a mí mismo ―continuó―. Estoy seguro que tú también lo hiciste, sé que nunca amaste a Vincent Blair que fue toda una excusa para olvidarme.
Cuando mencionó a Vincent sintió que su corazón se volvía a destrozar.
―Lo fue ―respondió, con una mirada aséptica―. Todo fue mentira.
No espero a ver la reacción de John, se levantó del banco y volvió a su habitación como si no hubiera ocurrido nada. En medio de una noche de insomnio recordó estas palabras con cierto peso. Dejó caer las lágrimas que guardó durante el día y, con su mente en el baile de Harvey hall donde su historia con el caballero comenzó, se preguntó: ¿Lo fue?
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