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Capítulo 33 - Mala reputación

Había pasado toda la tarde en el bosque hasta que el sol se ocultó y supo que era momento de regresar a casa. El coche de los Beaton estaba estacionado en la entrada de Gretton. Escuchó un poco de la conversación de Maxwell con Elizabeth.

―Estaré a cargo de Fayth Square y la fábrica, nos mudaremos un tiempo hasta que las cosas mejoren. Isaac, pequeño, deja de llorar ―dijo él, elevando su tono de voz por encima de los lloriqueos―, mi padre saldrá de la ciudad por su salud, se instalará en Kempsey en casa de tía Margaret.

―Deseo que mi tío mejoré pronto ―exclamó, preocupada―. ¿Hay alguna noticia de mi madre?

―No, ninguna. El inspector Crawford nos visita a menudo, ha registrado todo el condado y no hay pistas de su paradero.

Elizabeth notó su presencia en el vestíbulo. La acorralaron sin darle tiempo a subir a su alcoba.

―Prima, es necesario que hable contigo. ―Maxwell apresuró sus palabras al ver que Valentina subía las escaleras―. Lo que ha hecho el señor Blair a nuestra familia es insólito, y no se quedará así. He hablado con mi abogado, y el coronel Blair está de acuerdo. Vincent Blair ha faltado a su palabra como caballero, nos ha humillado, mereces un resarcimiento.

Valentina se detuvo, guardó silencio y sacudió su cabeza.

―No me interesa su maldito dinero. Puede quedárselo.

―¡¡¡Valentina Annie Hayward!!! Cuida tu vocabulario.

―Descuida, Lizzie ―aseguró Maxwell, ayudando a su esposa a colocarle el gorro de lana al niño―. Es normal, es una noticia reciente. Volveré otro día y hablaremos con calma sobre esto. Déjale mis saludos al señor Brownson.

Escondía su rostro bajo la almohada cuando Elizabeth apareció para traerle un té de hiervas. No se había alimentado todo el día y ya le dolía la cabeza de tanto pensar. Tenía que aceptar la ayuda, así que después de beber el té le lavó el cabello y la peino antes de irse a dormir como solía hacerlo Emma cuando era pequeña. Cuando vio su reflejo se sintió una extraña, la tristeza le había apagado su rostro. Era una joven pálida por la naturaleza de su piel, pero nunca se vio de tal manera, ni en los días más insoportables con los castigos de Adelaida.

―Se ha burlado de mí, todo este tiempo.

―Queridísima Valentina ―exclamó, acariciando su cabello―, si te sirve de consuelo nos ha engañado a todos. ¿Quién imaginaría que te involucraría en un matrimonio falso? ¡Ah! Pero ya la pagará. ¿Cómo se atreve a jugar con los sentimientos de una Hayward? Me parece que debes hablar con el primo Maxwell.

―Ningún dinero va a reparar lo que siento, Lizzie. El coronel Blair y su esposa han sido injustos conmigo, me han injuriado de la peor manera y ahora quieren comprar mi perdón. ―Valentina le quitó el peine de la mano y se recostó en su lecho―. Ya basta, es mejor que vayamos a dormir.

Elizabeth se quedó en su habitación con la excusa de que no podía dejarla sola, no tenía quejas, su compañía le hacía bien, ya estaba cansada de pensar en las mentiras de ese caballero. Quería olvidarlo y volver a enfocarse en las cosas importantes como la investigación. Todo ese asunto del matrimonio le habían quitado minutos de tiempo que podía usar buscando más pistas sobre el paradero de Adelaida. Tenía que buscar información sobre quien era Alice y que relación tenía con su padre. ¿Por qué el jinete perseguía a los Hayward? Estaba harta de Vincent Blair, solo había sido un error.

A la mañana del día siguiente recogió la correspondencia que había estado evitando todo este tiempo, escribió a Emma pidiendo disculpas y relatando lo que había ocurrido. Su respuesta no tardó en llegar, le alivió saber que su hermana mayor no le guardaba rencor, que le estimaba y deseaba verla pronto en Melville.

―Emma envía saludos, me ha dicho que le gustaría que viajáramos a Cambridge. Dice que tiene una sorpresa para nosotras, le he preguntado, pero no le he sacado información, ya sabes cómo es.

―¿Una sorpresa? ―replicó, sentándose mientras empapaba el cuchillo con la mermelada―. ¿Se mudará?

―Lo dudo ―dijo Valentina, revolviendo su té.

Elizabeth arrugó la nariz, soltó la tostada y corrió el plato hacia un lado.

―Está quemado, señora Palmer. Puede traer otro, ¡Gracias! Bien, pues yo si tengo una sorpresa que te la diré ahora mismo. Mañana, iremos al baile en Northfolks.

―Definitivamente no.

―¡Valentina! ―se quejó, tras darle un gran trago a su jugo―. Sabes cuanto aborrezco los bailes públicos, pero ahora si quiero ir y contigo. Además, las Price irán y Lady Barlow también, le has caído bien. Vamos, será divertido. El señor Brownson no volverá hasta unos días y me niego a ir sola.

Valentina vaciló.

―Te prometo que, si no te sientes a gusto, regresaremos a la casa. Di que sí, por favor...

No muy convencida, aceptó la invitación. La señora de Gretton movió a toda la casa. Mandó a almidonar las enaguas, y preparar los vestidos que usarían. Estaba ansiosa por estrenar el vestido carmesí que compró en Londres. Era un baile público, pero Elizabeth jamás se vestiría con sencillez. Para Valentina escogió un vestido azul, el mismo que había usado para el baile de Harvey Hall. Las doncellas le ayudaron a vestirse y las peinaron casi igual a pedido de su señora con un moño de trenzas y una coronilla de flores a juego con el vestido. Antes de ir a Northfolks visitaron a su primo Maxwell, sorpresivamente él mismo se ofreció a acompañarlas como en los viejos tiempos. A la señora de Maxwell Beaton le gustaba la idea de ir a un baile, pero quería quedarse en casa con su pequeño hijo.

Los bailes públicos eran bien concurridos. En la entrada se atestaba el gentío, no todos participaban de la sala de baile. Comúnmente los caballeros usaban el departamento contiguo para jugar a las cartas y las damas mayores se aglomeraban buscando entre los caballeros jóvenes y adinerados un buen partido para sus hijas. Entendía porque Elizabeth odiaba los bailes públicos, el caos en la entrada le había arruinado el peinado.

―Al fin, estamos dentro ―exclamó Elizabeth, fastidiada―. Ya déjalo, te ves bien. Ah mira, ahí está la señora Price.

Valentina celebró con ironía. Le desagradaba esa anciana, y era un sentimiento mutuo porque la misma no se limitó a fingir su antipatía por la menor de las Hayward. Emily huyó a la otra punta del salón con excusa de revisar las piezas que tocaría la orquesta esa noche. Catherine, se veía intranquila, parecía con ganas de hablar, pero reparaba todo el tiempo en su madre. No soportó la incómoda situación y se acercó a la ventana para tomar aire. Frente a ella observó una pareja que se tomaba la mano y reían tontamente, no pudo evitar pensar en el señor Blair. ¿¡Por qué le había mentido!?

―Disculpe, mi señora ―oyó detrás de ella una voz francesa, pero poco convincente en su acentuación―, ¿sería usted tan amable de concederme el honor de bailar la siguiente pieza?

―¿Thomas James? ―dijo entre risas, y fundiéndolo en un abrazo.

Thomas la apartó y acomodó su traje sin dejar su acento falso.

―Demostraciones de afecto en público, ¡que impertinente, Mademoiselle! ¿No estaba usted comprometida?

Su sonrisa se apagó y él comprendió de inmediato sin tener que explicarle.

―Creo que podría visitar Richmonts de nuevo ―se burló él.

―Hay unos cuantos libros y pinturas valiosas. ―Valentina le golpeó el brazo―. Extrañaba verte, tengo mucho que contarte. Para empezar, he visto al jinete de nuevo. Creo que ha asesinado al obrero de Hovel Tales, tenía su gorra y escribió el nombre de Lily para que yo lo viera.

―Vaya, eso es escalofriante, ¿por qué murmuras?

―Bueno, Elizabeth está aquí y temo que escuche...

―¿Y su pomposo esposo vino con ella? ―preguntó él, animado. Buscando a la joven entre el tumulto.

―Olvídalo, Thomas. Nunca te daría una oportunidad.

―No me llames así ―carraspeó, acariciando su mostacho falso―, mi nombre es Jean-Paul Vermont.

Valentina disfrutaba de las bromas de su amigo cuando Catherine se acercó. Los dos guardaron silencio. ¿Cómo explicarían su relación sin mencionar el pasado de Thomas como bandido?

―Prima querida ―dijo él, astuto―, ¿no me habías presentado a esta dama encantadora?

―¡Ah! Claro, señorita Price. Él es mi primo Thomas James. ¿Lo recuerda? Él me acompañó a Richmonts.

Catherine lo miró varias veces.

―Por supuesto lo recuerdo, tiene una mascota muy agradable. A Emily no le gustan los animales, pero siempre quise tener un perro ―se lamentó ella, y luego volviéndose con prisa a Valentina agregó―: Ah, señorita Hayward, le debo una gran disculpa. Estos últimos meses me he comportado mal, he sido una mala amiga. Quiero que sepa que no sabía yo que usted tenía interés por el señor Blair. Ha sido culpa mía. No debí guiarme por los caprichos de mi madre. Ahora que sé lo que le ha hecho siento mucha culpa, y aborrezco a ese hombre. No le ha bastado con burlarse de los sentimientos de Emily que también le ha causado daño a usted. ¡Cuánto lo lamento!

―No se preocupe, señorita Catherine ―Valentina le tomó la mano y le dio unas palmadas de consuelo―. Fue mi culpa, debí haberle dicho lo que ocurría, pero eso es parte del pasado. El señor Blair y yo no tenemos ninguna relación.

―Así se habla ―dijo Thomas, arrepintiéndose al instante―. Digo, disculpe, estamos muy disgustados por lo que ese caballero hizo con nuestra querida Valentina. Espero nunca verle la cara a ese desgraciado, porque si lo veo...

―Suficiente, primo ―dijo ella, entre dientes―. Suficiente, ya entendimos.

Todavía faltaban bailarines para la contradanza cuando la señorita Price los invitó a unirse. Thomas no dudo, y Valentina aceptó para vigilarlo de cerca. La atención de Catherine estaba puesta solo en Thomas, al parecer comenzaba a agradarle. Se lo comentó a su amigo, pero este era reacio a creer que una muchachita tan fina se interesaría en alguien como él.

―Te agrada la señorita Price y no puedes negármelo ―se burló ella, al concluir el segundo baile.

Thomas se cruzó de brazos y no le respondió. Se mofó de él hasta que se cansara y le pidiera el tercer baile. A la señora Price no le hizo ninguna gracia cuando lo vio, pero Catherine aceptó. Estaba disfrutando más de lo que imagino el baile en Northfolks. Elizabeth había bailado con el vizconde y luego con Maxwell, el cual sorpresivamente se había presentado a un baile público después de tantos años y era lo que todo el mundo comentaba. Valentina observaba a sus amigos bailando mientras hablaba con Lady Barlow, la vizcondesa la elogió por su apariencia y se alegró de volver a verla. Pero la calma terminó cuando se abrieron las puertas y el gerente de baile anunció la presencia del coronel Blair, su esposa y su hijo Vincent Blair.

Los músicos pararon de tocar. Emily corrió hacia su hermana desesperada.

―¿Cómo se atreve a aparecerse? Después de lo que hizo conmigo, y su mala reputación. Vámonos, Kathy.

―Ah, Emily ―protestó ella, ignorándola―. Estoy pasando un buen rato con mis amigos la señorita Hayward y su primo el señor James.

―¡Como quieras! ―Emily salió de la pista refunfuñando.

―Vaya, ¡que caprichosa!

―¡¡Thomas!! ―reprochó Valentina.

Catherine dejó escapar una carcajada con una mano tapando su boca.

―Caray, señor James. Usted dice lo primero que piensa.

Mientras el bandido presumía ante la muchacha, Valentina había notado que Vincent no le había quitado la mirada desde que entró. Él y el coronel Blair charlaba con el vizconde, pero no parecía prestarle atención a su conversación. Todo le hacía recordar el día que lo conoció.

―¿Así que es usted entrenador de galgos? ¡Impresionante! ―dijo Catherine, admirada.

―Primo, quisiera irme ―masculló, Thomas no le hacía caso y continuó presumiendo hasta que vio que los ojos de su amiga se humedecían―. ¡Por favor!

―Lo siento, es mejor que también me retire, no quiero cruzarme a ese embustero.

Buscó a su hermana por todo el salón, incluso preguntó a unas damas si le habían visto, pero nadie sabía nada Elizabeth había desaparecido. Fue en el momento que cruzo la pista de baile cuando por accidente chocó con la señora Blair.

―¡Usted otra vez! ―protestó la mujer, sacudiéndose el vestido―. Me figuraba yo que por vergüenza no se presentaría ante ningún evento público, pero es peor de lo que yo imaginaba. ¿A qué ha venido? ¿Busca otro caballero para engañarlo y casarse con él?

―No comprendo, señora Blair, apenas nos conocemos, ¿por qué guarda tanto odio hacia mí?

Las mujeres dedicaron una mirada de resentimiento a la joven, la señora Blair se dio la vuelta y la enfrentó.

―¿Odio? ―se burló―. Se equivoca, muchacha, yo no la odio, pero si quiere que sea honesta desearía que usted se marchará lejos de este condado y mi hijo.

―Pues eso no sucederá, madame. He nacido en Coxwell y no planeo irme.

Valentina se asiló del brazo de Catherine y se alejó de la mujer que protestaba por lo bajo. No se limitó a responderle, ni siquiera cuando sus gritos atrajeron toda la atención de los invitados.

―Desgraciada ―gritó la señora Blair, exagerando su disgusto―, mujer de mala vida.

Catherine la asiló más fuerte del brazo, le pidió que la ignorara y siguieran su camino en busca de Elizabeth, pero Valentina no se contuvo.

―Usted mi señora, es un ser repugnante.

La multitud elevó un grito de sorpresa, al igual que la señora Blair, ofendida se escudó en los brazos del coronel Blair. Nunca le había gustado llamar la atención, mucho menos que todo su alrededor hablara de ella, pero su controversia no pudo pasar desapercibida. Elizabeth apareció en el momento justo para sacarla de ese embrolló. Maxwell se disculpó con el coronel Blair y su esposa en su nombre, con la ayuda de la presencia de Lord Barlow lograron que el ex soldado apaciguará su furia.

―¡Pobre, señorita Valentina! ―expresó Catherine―. Esa mujer la ha injuriado, no lo merece usted.

Estaban cerca de la entrada cuando unos caballeros sacaban a la fuerza al borracho del pueblo, el hombre decía incoherencias y era lo bastante robusto para que los tres hombres pudieran cargarlo. Thomas se ofreció a ayudarlos, solo para llamar la atención de la señorita Price; sin embargo, fue un error. Perdió su bigote falso en el forcejeo, y el hombre lo reconoció al instante.

―Oye, yo te conozco. Eres esa sabandija con la que solía jugar a las cartas... ¿Cómo era el nombre? ¿Rafe?

―Me confunde usted ―dijo él, tratando de tapar su rostro.

Los caballeros lograron cargar con el ebrio, pero él puso resistencia e insistió en conocer a Thomas James.

―Ya sé ―dijo, arrastrando sus palabras―. Eres Raven, mi amigo, ¿Cómo has estado? ¿Te acuerdas de mí? Oye, ¿Todavía sigues en el negocio? No te he visto por el bar hace años.

―Señor James, ¿de qué está hablando? ―cuestionó Catherine, preocupada.

Thomas empezó a sudar y balbucear.

―Es un ebrio, señorita Price, no sabe lo que dice...

―Claro que sí sé, él es Raven, un rufián de Hovel Tales. Lo conozco de niño, solíamos beber juntos y apostar, ¿no te acuerdas, Rave? Vamos, dile a la señorita. Ganaste mucho esa noche, eras el mejor... haciendo trampa.

La señora Price y Emily se acercaron a oír los desvaríos del ebrio, Thomas lo soltó y los demás caballeros se lo llevaron. Catherine estaba devastada, y él no fue capaz de seguirle mintiendo.

―¿Es usted un ladrón? ―replicó, y corrió a los brazos de su madre.

Después que la señora Price insultara al joven, Emily se quedó observando a Valentina que trataba de calmar a su amigo.

―¿El bandido y la huérfana? ―escupió, con resentimiento―. ¿Quién lo iba imaginar, señorita Hayward? Es usted de lo peor, aléjese de mi hermana.

Elizabeth que había estado escuchando todo negó con la cabeza y le aviso que la esperaría en el coche. Valentina se volvió hacia los invitados, la mayoría los observaba con desprecio y murmuraban sobre ambos. Reconoció a Vincent haciéndose paso entre el gentío y se llevó a Thomas afuera.

―Valentina, lo lamento, es mi culpa. No debí haber venido.

―Mi querido amigo ―dijo ella, sosteniendo la puerta del coche―, vuelve al baile y diviértete. No permitas que te molesten.

―No lo creo ―expresó Thomas, apenado―. ¿Ha visto como me ha mirado la señorita Price? Tiene razón para odiarme.

―Ya se le pasara, yo hablaré con ella.

Antes que ella se despidiera de su amigo el señor Blair irrumpió gritando su nombre para que no se fuera, con prisa se subió al carruaje.

―Señorita Valentina, por favor permítame disculparme en nombre de mi madre. Jamás imaginaría que se dirigiría con tal impertinencia hacia usted.

―No tiene usted porque responder a la falta de educación de su madre.

Dicho esto, golpeó la puerta para que el cochero avanzará. De la ventanilla de atrás observó a Thomas hablando con Vincent. No le dio importancia y recostó su cabeza en el respaldo de su asiento. 

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