Por más que Valentina buscará una excusa para hablar sobre lo sucedido el señor Blair estaba completamente retenido por las recomendaciones del inspector Crawford. Los transportó de Delt hasta la sala para testificar ante el magistrado. El juez Grimmer atendió a las pruebas del inspector Crawford. Tal como lo había planeado Vincent presentó su coartada y admitió ser el autor del homicidio en legítima defensa. Luego de que su prometida ratificará el testimonio, el tribunal y el juez estuvieron de acuerdo en absolverlo de los cargos.
Valentina contemplaba la ventanilla sin inmutarse mientras el inspector Crawford repasaba los eventos acontecidos.
―Quiero ser claro, el juez seguirá investigando. El forense está trabajando con los cadáveres hallados en Winterstone, si hallará alguna inverosimilitud en el testimonio podría volver a llamarlos a declarar. Descuiden, la mujer aún no ha sido identificada. Podría tratarse de una prófuga de la justicia o del sanatorio de Laane's no sería la primera vez que alguien escapa de ese agujero del demonio.
La mención del sanatorio llamó su atención. El inspector hizo una pausa para encender su cigarrillo.
―Estaré a cargo de la investigación y te mantendré al tanto, Blair. Pueden estar tranquilos, resolveré esto.
Vincent le agradeció repetidamente haciendo una ligera inclinación de su cabeza. Valentina resopló y se acomodó en el asiento.
―¿Disculpe? La señorita Caroline Hayward desapareció hace ocho años, y su cadáver ha estado en Winterstone todo este tiempo. Hay un lunático y una mujer que solía llamar madre que quieren asesinarme, ¿Cómo puedo confiar en usted?
El inspector Crawford sonrió y se quitó el cigarrillo de su boca para responder.
―No la juzgo, señorita Hayward, ha estado bajó mucho estrés en tan poco tiempo. También estaría enfadado si fuera usted, pero no le queda otra alternativa que confiar en mi palabra.
Apretó los labios con la intención de contradecirlo, pero Vincent la tomó la mano tratando de contener su ira.
El cochero estacionó en Fayth Square, vacilaron unos segundos antes de salir. Maxwell se había instalado en la residencia, ya que el señor Beaton había enfermado tras la desaparición de su sobrina, fue lo que le dijo el mayordomo al recibirlos. El inspector Crawford le contó la situación en Winterstone, el hijo mayor de los Beaton sugirió omitir esta noticia por la salud de su padre. Al oírlos el señor Beaton salió con una bata y su bastón. Estaba bastante agitado, y su furia se encendió más cuando vio a su sobrina.
―Tu pobre tía Edith no ha dejado de llorar desde que huiste. Ha sufrido cólicos, espasmos de la angustia. ¿¡En qué estabas pensando, Valentina Annie Hayward!? Te he dado comida, ropa y una familia, pero sigues sin obedecer. ¿Sabes todo lo que hemos sufrido? ¿No te parece suficiente? ―Maxwell lo frenó. El señor Beaton se recostó en el sillón con una mano en su pecho―. No voy a soportar tu ingratitud, niña. Envía a la doncella para que la acompañe hasta su cuarto, no saldrá de ahí hasta que yo lo ordene.
Se sintió culpable de haberle causado tantos problemas a sus tíos. No lo había sopesado antes, estaba cegada con continuar con su investigación que no reparó en lo que sentirían ellos. No había visto a tío Bernard tan furioso como esa noche. El anciano tenía sus razones, una hermana prófuga de la justicia y una sobrina que escapó la misma noche que había sido amenazada de muerte.
Fue escoltada fuera del despacho dedicándole una mirada de súplicas a su prometido. Estaba arrepentida de haberlo obligado a llevarla a Winterstone. Lo último que vio fue al señor Blair tomando asiento mientras Maxwell ayudaba a sentarse a su padre. La doncella intentó alejarla de la entrada de la habitación, pero ella se negó a moverse. Quería oír la conversación y no le importaba las recomendaciones de la mujer.
―Deme tan solo unos minutos, y le prometo que me encerraré en la habitación como mi tío lo ordenó.
No la contradijo y permaneció tras ella. Valentina trató de escuchar la conversación del señor Beaton a través de la puerta. Temía que su mal comportamiento acabara con su compromiso y fuera enviada a un instituto monástico al este del país. El señor Beaton soltó su furia contra el joven. Por fortuna, Vincent no estaba solo, su buen amigo y tutor el inspector Crawford lo defendió de las falsas acusaciones del anciano. Maxwell abogó por su prima, no sabía bien si fue para ayudarle o para mitigar la situación que podría provocarle un disgusto a su padre. El señor Beaton reafirmaba sus mismas palabras una y otra vez, era un desacierto de Vincent Blair el poner la integridad de su prometida en tela de juicio.
―No he recibido la esquela del coronel Blair aun, pero dado los acontecimientos no podemos esperar más, se adelantará la ceremonia a dos semanas. ―Se oyó al señor Beaton toser y luego el ruido de su bastón sobre la alfombra―. Déjeme darle un consejo, señor Blair, ceder a los impulsos de su futura esposa es un grave error. De caballero a caballero, sugiero que adopte otra actitud si usted quiere un matrimonio próspero.
Valentina subió las escaleras corriendo, se encerró en la habitación y repitió con desdén las palabras de su tío. No sería una esclava de él, ni de su futuro esposo. ¿Por qué deberían adelantar la boda? El señor Blair se había portado como un caballero, y su tío estaba siendo injusto.
Durante la semana no supo nada sobre el señor Blair, ni mucho menos sobre su amigo Thomas. El señor Beaton controlaba toda la correspondencia. Tenía prohibido salir de la habitación. Cenaba allí, y algunas noches recibía la visita de tía Edith. No se mostraba tan enfadada como su esposo, pero si podía notar su decepción. Ya no le gustaba hablar de la boda y con tan solo la mención de Vincent Blair buscaba una excusa para retirarse.
El viernes se le permitió salir solo con la excusa de las festividades. Gertrudis quiso animarle con los preparativos de la boda.
―¿Ya has pensado en el vestido que usarás? Conozco una modista que hace los mejores vestidos. Le diré a mi madre que nos lleve con ella ―continuó, y sin dejarla hablar―. ¡Ah! El señor Beaton ya es un viejo cascarrabias. Claro que puedes salir con tu prima favorita. Esto no es una prisión. Además, vas a casarte en menos de una semana, hay que salir y divertirnos. ¡Vamos!
De pequeñas nunca habían tenido una buena relación, ya que Gertrudis y Elizabeth casi siempre la ignoraban. Esa muchacha de baja estatura y cabello rizado no había cambiado en nada, era una entrometida como su madre y amaba las bodas. Hasta había hecho su propio cuaderno de todas las tiendas que recomendaba para las nupcias. Esa misma noche, alentada por su hija, tía Edith le mostró el ajuar que había estado preparando para su sobrina. Fue un momento conmovedor para ambas, y la perfecta ocasión para remediar sus errores, pidió disculpas por haberle preocupado y causar tantos disgustos a la familia. Quizá, impulsada por la nostalgia de ver a su sobrina convertida en una mujer, la estrechó entre sus brazos sollozando a gritos. Esto selló su reconciliación.
El domingo de Pascuas los Beaton se prepararon para asistir a la parroquia de Twin Valley. Tras abrochar su corsé, la doncella reparó en la cicatriz del brazo de la joven, dejó escapar un grito y corrió a buscar las vendas. Le quitó la venda manchada con sangre y preparó una botella con yodo para curar la herida.
―Déjame sola, por favor ―ordenó ella, sin quitar la vista del espejo.
La doncella dejó caer la botella atemorizada por su voz y salió de la habitación. Valentina trazó con sus dedos cada línea de la cicatriz reconociendo el símbolo que se formaba, el mismo en la tumba de su padre y su abuelo. ¿Qué significaba? ¿Era acaso una marca de la muerte?
―Silencio ―pensó en voz alta―, solo los muertos guardan silencio.
Llegaron unos minutos más tarde de lo habitual. Tía Edith estaba ansiosa de conocer al sucesor del párroco Marshall. La señora Brownson asistió en compañía de Elizabeth, ambas ocuparon el asiento contiguo a Maxwell y su esposa. Valentina encontró al señor Blair en la primera fila y no se separó de él ni un segundo. Se sentía aliviada de verlo, quería contarle todo lo que estaba sintiendo, pero su tía la apresuró a sentarse ya que la misa estaba a punto de comenzar. A pesar de la muestra de desaprobación de tío Bernard, ocupó el asiento contiguo a su prometido.
―Me disculpo por no haberle escrito, señorita Valentina ―murmuró él, sin mover la vista del frente―. Me temo que su tutor no quiere que la vea antes de la boda, lo ha ordenado explícitamente.
―No me importa, necesito hablar de lo sucedido con la única persona que sé que me comprenderá ―dijo, suplicando que volteara a verla―. Todas las noches esa mujer me atormenta en mis pesadillas.
―Lo sé ―admitió Vincent, entornando los ojos―. Quiero que sepa que estos días la he tenido en mis pensamientos, y hoy rogaré por el alma de esa mujer ante Dios. Sé que Él es justo y la perdonará.
Le agradeció antes que la parroquia permaneciera en silencio para recibir el sermón de apertura del párroco. Esa lunática había atentado contra sus vidas, aun así, el señor Blair no le guardaba rencor y tenía misericordia. Era diferente a lo que sentía ella. Se preguntó así misma si tendría el perdón de Dios como Vincent le aseguraba. Pues, para su abuela no había pecado que no sea perdonado si había arrepentimiento, pero, ¿qué pasaba si no se arrepentía? Estaba tan segura que si regresara a ese instante volvería hacerlo otra vez. Algo había cambiado desde la noche que sus manos se mancharon de sangre.
El nuevo sacerdote era joven, no llegaba a los cuarenta. Tenía una apariencia fornida, bastante bien arreglado para ser un simple párroco de un pueblo. Se presentó ante los feligreses con unos ademanes poco formales, demostrando ser totalmente inexperto.
Comenzó hablar de las pascuas, su significado para la iglesia y tras un larguísimo sermón el sacristán preparó la copa de vino y las migajas de pan se fueron dispersando. Vincent parecía convencido por las palabras del párroco, al igual que los demás congregantes. Sin embargo, Valentina se sentía insegura, algo no estaba bien. Su mente divagaba en los recuerdos del pasado, lejos de la realidad, no podía escuchar nada.
Observó el techo y luego las paredes con una sensación asfixiante, el sudor cubrió su frente y párpados. Entre las repetidas veces que paseo su vista por el lugar, vislumbró un símbolo en la pared. Cerró los ojos y acarició su brazo debajo de la manga, la cicatriz todavía le ardía. Volvió su mirada al frente, el símbolo ya no estaba. Empezó a temblar, su boca estaba seca y el aire se tornaba cada vez más pesado. Observó detrás de las ventanas de la parroquia una figura oscura acercándose. Trató de restarle atención convenciéndose a sí misma que se trataba de su mente jugándole una mala pasada de nuevo. Vincent bebió de la copa de vino. Tras volver su vista hacia la ventana Valentina reconoció al jinete, pudo ver esa sonrisa chueca y sus labios torcidos asomándose por los vitrales. Con el dedo empapado de sangre dibujó las letras lentamente formando el nombre de Lily, antes de marcharse lo vio dejando caer una boina similar a la que llevaba el obrero de Hovel Tales. Contuvo sus lágrimas y supo lo que significaba, el padre de la niña perdida estaba muerto, él lo había asesinado. Sacudió su cabeza con rapidez en un estado de conmoción, aún podía verlo mofándose de su miedo. El sacristán le acercó la copa. No podía respirar. El vino le recordaba la sangre de esa noche. Volvió a sentirse desesperada por el hedor que recubría todo su cuerpo. El jinete volvería por ella, ya se había deshecho del obrero y ahora estaban todos en peligro. Tenía que advertirle a Thomas, antes que fuera demasiado tarde.
Se sintió mareada. Volvió a ver la ventana y no lo soportó, soltó un grito de horror dejando caer la copa. Toda la iglesia se precipitó. El sacerdote abandonó el púlpito y la ayudó a levantarse. Reparó en el tatuaje que dejaba ver detrás de su manga. Sabía que lo estaba viendo porque se reía de ella. Salió de la parroquia aterrada, Vincent la alcanzó y la contuvo en sus brazos. Podía oír los murmullos desde afuera. Reconoció a tía Edith desvaneciéndose del disgusto.
―Estaba ahí, lo juro ―sollozó aturdida―. Asesinó a ese hombre de Hovel Tales, él buscaba a su hija.
Vincent la tomó de las mejillas y trató de calmar su respiración.
―Sé que no me cree. Estoy perdiendo la cabeza, eso es lo que él quiere. Si, de eso se trata este macabro juego, quiere que pierda la cabeza.
―Eso no pasará, señorita Valentina. No voy a permitirlo. ―Vincent bajó el tono de voz―. Le creo, lo he visto con mis ojos esa noche, pero, ¿cómo se lo explicaremos a estas personas? Nunca van a creernos. Debe tranquilizarse, él ya no está aquí.
Vincent se separó examinando la ventana de la parroquia donde ella señaló haber visto al jinete. Cuando volvió mostró a Valentina los restos de sangre que aún quedaban en la ventana y la boina que ella identificó como la del padre de Lily.
―¿Dónde dijo que conoció a ese hombre?
Había olvidado contarle la historia que tenía como protagonista al jinete y los niños desaparecidos, entre ellos el hermano menor de su amigo Thomas James. Pensó que era pronto para develar la información de su búsqueda así que omitió los motivos y con quien se encontraba cuando la policía le daba una golpiza al obrero que buscaba a su hija.
―Entonces, ¿dice usted que ese jinete secuestró a esos niños?
―Encontré la prueba de una de sus víctimas, el niño lo dibujó antes de ser raptado.
―No lo entiendo ―dijo Vincent, desorientado―. ¿Por qué ese hombre estaba en Winterstone? ¿Y por qué sería tan cínico de aparecerse en una parroquia donde todo el mundo pueda verlo?
―Es como un fantasma ―murmuró―, no todos pueden verlo. Volvió para que supiera lo que es capaz de hacernos, él mató a ese obrero y ahora seguimos nosotros. ―Observó hacia lo lejos al párroco despidiendo a los feligreses y se escondió en los brazos de su prometido―. Señor Blair, no confío en ese hombre. Él sabía lo que estaba viendo. Además, vi tatuajes en sus brazos, era un número extraño. Por favor, no permita que él nos case, se lo suplico.
―Está bien. Nos casaremos en la iglesia de Calliesther. No dejaré que nadie le haga daño, se lo prometo.
Después del escándalo en la parroquia, Elizabeth la acogió en su hogar. Gretton tenía mejor aspecto ahora que estaba habitado, habían contratado a dos muchachas y un sirviente para la finca. Debido a su trabajo John solía ausentarse por prolongadas semanas. Valentina sospechaba que le gustaba estar fuera de su hogar, ya que requería mucho esfuerzo de su parte mantener un matrimonio sin amor. Después de tomar el té, se sintió lo bastante relajada para mencionar el tema tan delicado que le había trastornado esa mañana.
―Lizzy, sé que el doctor te ha ayudado a olvidar esas pesadillas.
Elizabeth permaneció inmóvil mirando el cubo de azúcar
―Pero, sé que debes recordar lo que ocurrió esa noche, cuando vimos a ese jinete...
Su hermana soltó una risa nerviosa.
―¿Jinete? ―repitió.
―Así es, caminabas dormida y ese hombre intentó arrollarte.
―¡Qué imaginación tienes! Voy a pedir que traigan más budín de chocolate.
Valentina resopló desilusionada. Era inútil. No podía volver a someter a su hermana a ese momento traumático, pero necesitaba protegerla. Si el jinete se había deshecho del obrero que buscaba a su hija no dudaría en ir tras las personas que lo habían visto. Elizabeth dio indicaciones a la criada, soltó su taza con suavidad, y cuando las empleadas estaban fuera del salón le dijo:
―Acompáñame a la biblioteca.
Confundida, siguió sus pasos, perdida entre tantas habitaciones. Elizabeth la llevo hasta el salón, ahí había una pequeña biblioteca, un espacio para sus pinturas y un piano. Comenzó a buscar en el librero dejando caer un montón de retratos y pinturas que había realizado.
―Aquí esta. ―Elizabeth le tendió un bosquejo con grafito. Lo había encontrado después de que se recuperara. Era tan similar al dibujo que había hecho Oliver en la pared de su hogar―. ¿Es él?
Valentina asintió. Elizabeth se asiló el chal y tembló.
―¿Volviste a verlo? ¿Le has dicho a la policía? Lo atraparan, ¿verdad?
―No lo sé, Lizzy ―confesó, contemplando el dibujo―. Ese hombre es un demente, y está dispuesto a asesinar. Quisiera saber porque nos persigue y si tiene relación con nuestro padre, pero todo es tan confuso. Prométeme que me dirás si vuelves a verlo, o a cualquier persona extraña. No está solo.
Elizabeth dejó caerse en el sillón.
―Debo decirte la verdad ―pronunció ella, preocupada―. El día que el doctor McDowell fue a verme lo escuché hablar con Adelaida sobre nuestro padre.
Valentina se ubicó a su lado escuchando atentamente.
―Él mencionó que nuestro padre tuvo un episodio similar a lo que me sucedía cuando murió el abuelo Arthur. Creí que se equivocaba, pero Adelaida asintió y recordó haber sentido miedo cuando su esposo decía que un jinete lo perseguía y que aquello había causado la muerte de su padre. ¿Es posible que se trate de la misma persona?
―No tengo dudas ―asintió Valentina, pasmada.
Ahora comprendía todo. El jinete que las atormentaba podía estar involucrado en las tragedias de los Hayward. No podía afirmar que él había asesinado a William, pero sí que tenía relación con el verdadero autor del crimen. Recordó la nota que guardaba su padre en Winterstone. ¿Quién era Alice? Podía relacionarla con una muchacha del sanatorio, ya que por ese motivo podría haber escrito él el nombre en la crónica. ¿Tendría relación alguna con la lunática y el jinete? ¿Qué investigaba William en ese entonces?
Valentina le contó sobre su encuentro con el enmascarado en la iglesia. Elizabeth, conmovida por la historia del obrero y la niña desaparecida abrazó a su hermana menor. Le pidió que no dejara Gretton, admitiendo que necesitaba de su compañía. Sabiendo que al regresar a Fayth square su tío la encerraría en su habitación, decidió aceptar.
En cuanto recibió la invitación, el señor Blair apareció en Gretton a la hora estipulada. Bebió té y comió unos bollos junto a las hermanas Hayward. Elizabeth no reparó en hablar mal de su tío, fue la diversión de la tarde. Había cambiado bastante desde que se convirtió en la señora Brownson. Parecía sentirse libre de decir lo que pensara, sin tener a Adelaida detrás de ella.
Luego del té, descansaron en la sala. Valentina practicó algunas notas en el pianoforte. Extrañaba tocar. En Fayth Square tío Bernard tenía horarios en la tarde para descansar y no quería ruidos molestos en la casa.
―No hay ruido más molesto que la risa de tía Edith ―acotó Elizabeth, colocándose un delantal.
―¡Lizzy! ―protestó, sin poder contener su risa.
―Muy bien, tortolitos ―dijo sonriendo―. Es hora de pintar. Señor Blair, ¿puede acercar esa silla? Si, ahí. Queda perfecto. Siéntese. Valentina colócate a su derecha. No, no me gusta.
Elizabeth movió todos los muebles de la habitación, y se pasó horas buscando el plano perfecto. El primer boceto no le gustó, así que rehízo todo el retrato. Vincent encontraba esta situación divertida, le gustaba hacerle cosquillas a Valentina y hacer enojar a la artista por moverse.
―Vamos, son casi las tres. No quiero perder la buena luz. Valentina siéntate en el sillón. Señor Blair, ubíquese a su izquierda. Perfecto, no se muevan. Acomódate bien las mangas de tu vestido, hermana. Eso es. ¡Me encanta!
Cuando Elizabeth concluyó el retrato se negó a mostrarlo. Decía que no podían ver el regalo de boda, así que pidió que se fueran hasta que terminara de enmarcarlo.
Pasearon por el bosque durante lo que restaba de la tarde. Vincent jugaba con una manzana que había cogido del árbol mientras Valentina observaba los pajarillos que deambulaban.
―Supongo que le ha sorprendido verme en Gretton. Me instalaré por unas semanas, Maxwell ha dicho que está bien que pase tiempo con mi hermana y que tío Bernard se está recuperando.
―Es bueno tenerle cerca, puedo protegerlas si están a tan poca distancia.
Valentina mostró una corta sonrisa.
―Sabe, con lo que sucedió en Winterstone y el jinete acechando, siento que debo estar preparada... para pelear.
―¡Claro que no! Si hay peligro usted debe gritar, yo iré por mi escopeta y alertaré a todo el pueblo para ayudarle.
―¿Qué tal si no hay tiempo para gritar? ―Valentina se detuvo y lo miró a los ojos―. Si alguien amenazará a Elizabeth o a usted quisiera ser yo quien los proteja.
―Comprendo ―respondió él, dejando caer sus hombros.
―¿Ha entrenado usted en el ejército? ―cuestionó, retomando la caminata.
―No exactamente. Mi padre se encargó de entrenarme él mismo, quería que este bien preparado para alistarme al regimiento. ―Vincent carraspeó―. ¿Puedo saber a qué se debe su pregunta?
Valentina pellizcó sus manos. Era un disparate lo que estaba pensando, rompía con todos los reglamentos para ser una dama, pero necesitaba decírselo.
―Quiero que usted me entrene...
Vincent dejó escapar una risa, pero al notar la seriedad con la que la joven lo miró se arrepintió al instante.
―¿Está usted hablando en serio?
―Por supuesto que si ―respondió ella, molesta―. Una dama también puede conocer el arte de la esgrima, y saber manejar un arma. ¿Por qué se ríe usted? ¿Cree que no soy capaz?
Adelantó el paso protestando por lo bajo. Vincent la persiguió disculpándose por haberse burlado.
―No quise ofenderle, mi queridísima Valentina. Solo necesito que entienda cuál es la realidad, no está bien visto que una dama pelee, mucho menos en este pueblo. Perdóneme, sería insensato de mi parte ayudarla con esto.
Valentina lo miró fijamente, y dijo con firmeza:
―No quiero ser una damisela en apuros cuando puedo salvarme yo misma. Usted fue testigo. Ya no me interesa lo que digan los demás, ¿y a usted?
Al día siguiente, despertó a las cinco de la madrugada. Elizabeth no se enteró, pero envió a la doncella a comunicarle que cuando despertará avisará de su visita a Richmonts. Caminó por el puente saltando del entusiasmo, sabía que ese día aprendería algo nuevo. Vincent le abrió la puerta y comenzó a reír antes de decir una palabra. Estaba seguro de que ni él podía creer en la disparatada situación, pero le complacía de que haya aceptado.
En el sótano guardaba una gran colección de espadas, dagas y cuchillos, del otro lado de la pared varias clases de fusiles y pistolas. Tal parecía que algunas eran del inspector Crawford, quien no quiso llevarlas a su nuevo departamento en la ciudad y las dejó bajo el cuidado de su amigo. Valentina cogió una de las dagas y contempló el brillo de la cuchilla.
―Eso puede ser peligroso ―dijo Vincent, quitándoselo de las manos―. Empezaremos por lo principal, la esgrima. Venga, vamos al segundo piso, le daré el traje de Crawford.
Valentina se colocó una pechera que era el doble de su tamaño y un enorme casco que no le dejaba ver. Durante la siguiente hora, el señor Blair le explicó cada uno de los movimientos de la esgrima: como sostener la espada y las poses particulares de los esgrimistas. En la primera clase, imitó los movimientos de su tutor. La segunda clase que tuvo lugar después del almuerzo al día siguiente fue chocar las espadas. Rebecca los interrumpió para preguntar si requería de sus servicios. Blair respondió de mala manera a la entrometida mujer que salió lo más rápido que pudo.
―Ahora que lo pienso, me apetece un poco de agua ―exclamó Valentina, quitándose el casco.
―Descuide, yo se lo traigo.
―No ―pronunció impetuosa―. No se moleste, conozco bien esta casa, he vivido muchos años y no ha cambiado mucho. Regresaré en un segundo.
Antes de expresarle sus sospechas sobre la criada, debía estar segura de que no se equivocaba. Decidió enfrentarla esa misma tarde. Rebecca contemplaba el cuadro de la cocina absorta en sus pensamientos, su piel era tan blanca que su rostro conservaba el color rojizo que le causó esa situación bochornosa con su amo.
―Sé lo que usted hizo, señora Atwood ―exclamó Valentina, firme―. No se lo diré a nadie si me dice, ¿por qué?
La mujer no se inmutó.
―Mi abuela estaba muriendo, sus días estaban contados, ¿por qué lo hizo? ¿Cuánto dinero le dio la señorita Caroline por su sucio trabajo?
Rebecca dejó ver su rostro apagado poco a poco, tenía la mirada perdida y sus manos estrujaban con fuerza el delantal que llevaba.
―La señorita Caroline estaba desesperada ―habló la criada, después de meditar unos cuantos minutos―, el doctor McDowell había advertido a la señora Hayward de su enfermedad unos meses antes que se instalara en Richmonts. No había nada que hacer, solo era cuestión de tiempo, pero Caroline estaba harta de ver a su madre sufrir. Fue capaz de entregarle el alma al diablo a cambió de que ella pudiera descansar en paz.
Los ojos de Rebecca eran de un azul profundo, con sus lágrimas se hincharon y tornaron de un color rojizo que le causaba escalofríos. No sabía si estaba diciendo la verdad, pero los hechos coincidían.
―¿Por qué permitió que todos estos años culparan a la señora Rowe? No solo asesinó a mi abuela, sino que llevo a otra pobre mujer a su muerte. ¿Cómo pudo usted ser capaz de haberle traicionado a su única amiga?
―Ya basta ―gritó, y luego se asiló con fuerza los brazos―. Es suficiente, por favor.
Valentina no podía sentir lástima de la mujer, aunque se esforzara quería seguir agobiándola con sus cuestiones. Tomó el vaso y lo llenó con el agua del grifo ignorando su presencia. Antes que saliera de la cocina, Rebecca volvió a hablar:
―Señorita Hayward, no voy a pedirle que guarde mi secreto porque sé muy bien que no lo merezco, pero necesito que me haga un favor ―dijo la criada, sin dejar de temblar―. Abandone la investigación, cásese y múdese lejos de este condado, la búsqueda de la verdad la va llevar a un camino sin salida. Por favor, deténgase. Su familia y usted corren peligro.
Las advertencias despertaron aún más su curiosidad, no tenía ningún sentido lo que le pedía, a menos que supiera quien fue el asesino de William Hayward.
―Se lo preguntaré una última vez y espero que sea sincera, esa noche ¿fue Adelaida Beaton quien mató a su esposo?
Rebecca agachó la cabeza y se negó a responder.
―Si usted no me dice la verdad, entonces la hallaré yo misma. ¡Con su permiso!
Vincent quiso saber porque había tardado tanto, a lo que ella respondió que había perdido tiempo contemplando la casa y le pidió disculpas por tener que irse antes de que terminaran con su clase.
El tiempo que duró su regreso a Gretton pensó en las palabras de Rebecca, ahora sabía quién había asesinado a su abuela y las razones de Caroline Hayward que, nunca le habría podido explicar estando muerta. No era una excusa para haber cometido un homicidio, pero le ayudaba a entender por qué lo hizo. Rebecca parecía tener todas las respuestas a los homicidios cometidos en Richmonts, incluso sospechaba que sabía quién asesinó a Caroline, pero estaba negada a hablar. ¿Por qué le importaba tanto que continuara su investigación? ¿A quién quería encubrir? No podía denunciarla a las autoridades. No le serviría de nada que la encerraran, no sería capaz de delatar a nadie, pero todavía podía convencerla de ayudarla.
La tercera clase de entrenamiento se enfrentaron uno con el otro. Vincent le ganó y dejo tumbada a la muchacha. Se incorporó ella sola y le dio una buena revancha llevándose otro punto. Cansado de las interrupciones en la finca, la citó en el bosque antes del atardecer.
―¿Qué es lo que sucede, señor Blair? ¿Y los cascos?
Él tiró la espada y Valentina la tomó con confianza.
―Practicaremos aquí.
La lucha se dio en el bosque frente a Richmonts. Vincent tenía buenos movimientos siendo un joven criado por tantos años para ser un soldado. Sin embargo, Valentina logró derrotarlo en varias ocasiones. Hasta el último enfrentamiento que fue la definición de quien ganaría la pelea, ella se rindió en el suelo emocionada y agotada.
Al ayudarla a incorporarse estuvo a punto de besarla, pero los murmullos de la señora Halket y la señora Brownson que paseaban cerca los interrumpió.
―¡Qué locura! ¿Cómo puede una jovencita luchar contra un caballero?
―¡Válgame Dios! Esa muchacha perdió la cabeza. ¿Vio usted el escándalo que armó en la parroquia? ¡Y ahora practica esgrima! ¡Con su prometido!
Las señoras se perdieron en los jardines de Barworth sin quitarle la vista de encima.
―No me importa lo que digan. La admiro por su valor, es usted una mujer fuerte y valiente.
Valentina sonrió a causa de sus palabras ignorando el peso de sentirse juzgada por las vecinas. Por primera vez, se sentía segura y orgullosa de sí misma, Vincent le inspiraba la confianza que necesitaba.
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