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Capítulo 30 - Peligro en Winterstone

La residencia de Winterstone, al igual que el pueblo de Delt, no era un sitio lujoso y bien poblado. Sabía bien por su abuela que los condominios habían sido deshabitados tras la sequía del año 1814. Delt perdió vida y fue apartado del condado de Coxwell. Fue un viaje arriesgado, sin habitantes en las calles ni rastros de una posada cercana, se sentía como visitar un pueblo fantasma.

Bajó del faetón encontrándose un sitio lúgubre, vidrios quebrados de una frágil ventana incapaz de sostenerse, manchas y basura por todo el pórtico. Una vivienda completamente abandonada.

Cuando Vincent preguntó si estaba segura de que era la dirección correcta ella respondió:

―La señorita Caroline Hayward desapareció hace más de ocho años después de haber enviado a asesinar a su propia madre. ―Valentina reflexionó sobre sus sospechas sobre Rebecca―. Fue la primera en denunciar a Adelaida. Debe haber quedado alguna pista de lo que ella sabía.

―Puede que suene descortés ―dijo él, asilando su levita―, pero deberíamos regresar otro día. No he visto un alma rondar en este pueblo. Es peligroso, no tenemos donde refugiarnos de la tormenta. ―Vincent continuaba hablando mientras Valentina observaba abstraída las ráfagas en el horizonte―. Con suerte llegaremos a una posada en Northley, si partimos ahora mismo.

―No puedo. Necesito saber qué es lo que trama Adelaida, ella ha dejado esa nota. Por favor, sé que hay una pista, algo que puede ayudarme.

Vincent no estaba convencido de quedarse parado en medio de una tormenta, pero no iba a abandonar a su prometida en ese sitio, cumpliría su promesa de protegerla. Valentina era testaruda, no abandonaría Delt hasta hallar una prueba de la denuncia de Caroline Hayward y una pista de su posible paradero. Las ráfagas de viento incrementaron su velocidad. El capitel que estaba desgastado por el tiempo fue el primero en ceder, hojas y ramas fueron arrastradas hasta la entrada. Avistaron a los animales que se soltaron del faetón y se perdieron en el campo. Enceguecida por la tempestad trató de encontrar las manos de su prometido, de un golpe lograron entrar y se refugiaron en la residencia.

Lo primero que hizo Vincent fue asegurarse de la salud de su prometida. Luego se separó para buscar un cerillo y unas maderas que sirvieran para encender la chimenea. Caminó lentamente por la habitación oscura, supuso que estaba dentro del salón de Winterstone, ya que era la habitación más cercana a la entrada. A tientas ayudó a buscar los cerillos. Sintió un hedor asqueroso que provenía del salón, y como sus botas se empapaban de un líquido viscoso. Se tapó la nariz para poder soportar las náuseas. En ese momento se produjo un silencio que fue acontecido por el resplandor de un relámpago iluminando toda la habitación. Pudo reconocer el líquido carmesí sobre el cual estaba parada, era sangre. La misma que había empapado la alfombra que limpiaba Bertha hace años atrás. El trueno la hizo sobresaltar más. Temblando volvió su atención a las paredes: el empapelado estaba cubierto por el dibujo de un símbolo en repetidas posiciones. El símbolo silencio de negra, el mismo que había encontrado en la carta de amenaza. Se estremeció.

Cada parte de su piel se congelaba, como si un fantasma estuviera tras ella se encogió del miedo. Retrocedió de la alfombra trastornada. El ventarrón irrumpió en la sala, los cristales del tragaluz cayeron como una lluvia, en un segundo el candelabro cedió. Valentina saltó y golpeó sus brazos contra los peldaños. El tronido apagó la voz de sus gritos. La puerta no paraba de azotarse. Las ramas golpeaban la única ventana entera de la habitación contigua. La tormenta había cobrado una fuerza que despertaba el miedo de que el edificio se derrumbara. Había perdido el rastro de Vincent, y en la oscuridad no podía siquiera guiarse hacia él. A tientas subió hasta el rellano y siguió hasta el segundo piso con la escasa luz de los relámpagos.

Todo había sido un error. Debió ser sensata y haber esperado a que el tiempo fuera bueno, pero ¿qué opción había cuando la policía era incompetente y una asesina prófuga la había amenazado de muerte? Las respuestas tenían que estar ahí, donde William Hayward creció. Sin el testimonió de Caroline era difícil llegar a una conjetura de como Adelaida había evadido tanto tiempo a la justicia, pero estaba segura que encontraría la prueba que necesitaba.

La lluvia comenzó a amainar. Las ráfagas de viento desaparecieron. El cielo se despejó tan solo dejando ver el ojo de la tormenta. La noche se abría paso. En esa falsa calma, oyó un sonido. Una leve vibración que provenía de la habitación al final del pasillo. Creyendo que estaba perdiendo la cabeza clamó hacia su prometido, y con la poca claridad caminó por el pasillo. Vincent se asomó por el rellano, él también podía escucharlo. El sonido continuó transformándose en una suave melodía.

―¿Es ella? ―pronunció Valentina, trastocada por sus emociones―. ¿Es posible? ¿Caroline?

Vincent le advirtió. Caroline Hayward era una prófuga de la justicia y podría ser peligrosa. Embriagada por el dulce sonido se condujo hacia él. Las maderas crujieron a cada paso. Mientras cada nota de piano alimentaba la calma en la tempestad. Abrió la vieja puerta de roble augurando la esperanza de ver a su tía y resolver el misterio. La escasa luz dejó al descubierto una figura de un caballero de levita oscura que continuaba la melodía sin reparar en su presencia. Valentina no reparó en él al entrar en la habitación. Casi como una burla el desconocido ladeó su cabeza dejando ver su rostro cubierto por vendajes. Lo reconoció. Era el jinete que había atormentado a su hermana esa noche. Gritó y trató de escapar hasta que la persona que esperaba detrás de la puerta la tomó fuerte por el cuello. El jinete no se inmuto y volvió a tocar la lúgubre melodía desde el inicio.

Se resistió, pero su captor tenía mucha fuerza. Reía como una demente dejando un aliento asqueroso sobre sus hombros. La empujó con fuerza hacia el suelo causándole un golpe en la cabeza. La mujer sonreía con sus dientes negros, un vestido desteñido y rasgado. El cabello gris y largo hasta las rodillas. En medio de la contusión recobró los sentidos. Las botas negras del hombre pasaron sobre su cabeza, cerró la puerta y escuchó los gritos de Vincent en una seguidilla de golpeteos en la escalera. No podía oír con claridad que sucedió con su prometido, pero la voz ronca del jinete repetía una y otra vez que se callara. En otro vistazo la reconoció, la lunática de Greenwalls estaba agazapada preparando un cuchillo y una soga. La mujer de sus pesadillas infantiles estaba frente a ella, viva. Era real. No tenía fuerza. En su desesperación agitó las piernas tratando de quitarla de encima, pero ya era tarde cuando la lunática le pisó el brazo izquierdo y clavando el cuchillo sobre su antebrazo trazó un símbolo. Valentina dio un alarido tan fuerte que irritó a la mujer que hincó el cuchillo con más fuerza. Las lágrimas brotaron. ¿Era este su fin? ¿Por qué aun no la había asesinado?

Acabando su fechoría la levantó del piso y ató sus manos ensangrentadas. Valentina estaba rendida. La mujer la empujó por el pasillo amenazándola con el cuchillo para que bajara las escaleras, con tal brutalidad que cayó de rodillas sobre el rellano.

―Camina, niña ―gritó, con esa voz rauda y rasposa que le hacía estremecer.

La lunática la tomó del brazo empapándose de la sangre que derramaba su herida. Gimió pidiendo que la dejara ir. Tratar de convencer a un alienado era en vano, pero aun así lo intentó. Sin embargo, solo provocó la ira de esta que continuó empujándola y golpeándola.

Sus esperanzas se desvanecían hasta que oyó a Vincent corriendo hacia ella. Desenvainó una daga, arrastró a la mujer y amenazó con cortarle el cuello. La lunática reía desaforada. No tenía miedo siquiera teniendo la hoja del cuchillo sobre su piel. Vincent arrojó a la mujer hacia el piso y luego liberó a su prometida. La guió hacia la salida, pero ya era tarde cuando irrumpió el jinete amenazando a la joven con una espada.

―Vincent... ―masculló ella, inmóvil.

Él afectado, pero con una ira incontrolable negó con su cabeza. Asiló bien la daga amenazando al jinete.

―Suelta el arma, o la muchacha muere. ¡Tú elijes!

Vincent no respondió. Cada vez apretaba con más fuerza el arma, hasta que con amargura soltó la mano de Valentina, se interpuso sobre el jinete, el cual retrocedió.

―Corre ―gritó enérgico―. No mires atrás.

El jinete dio la orden a la lunática de capturar a la joven. Esta se limpió la nariz ensangrentada y como una bestia fue tras ella. Lo único que Valentina vio fue como los caballeros luchaban. Temió por Vincent, pero sin un arma era inútil quedarse allí. No podía protegerlo. Recobró fuerzas y en medio de la llovizna corrió hacia el granero de Greenwalls. Era inútil esconderse en el bosque, la encontraría y ambos estarían muertos en la madrugada. Supo que el granero había sido el escondite de la lunática y quien mejor que ella lo conocería, sin embargo, la oscuridad era su ventaja y la única opción de vivir. En cuanto llegó al granero atrancó la puerta con una madera. Observó cada parte del lugar, los corrales estaban demasiado expuestos. Las viejas maderas del portón comenzaron a moverse. La mujer tenía la fuerza y locura para derribar la entrada. Debía actuar rápido. Fue hacia los fardos de paja y encontró lo peor, un esqueleto escondido. No lo dudó. Esa camisa hecha trizas evocó el recuerdo del viejo granjero de nariz ganchuda, el señor Martyn. Cerca del cadáver se hallaba una horca clavada sobre el fardo. La tomó y subió por la escalera. La lunática logró derribar la entrada. Una ventisca corrió por todo el granero. Permaneció inmóvil escondida tras dos toneles de agua.

―¿Dónde estás, Valentina? ―pronunció con una irónica voz simpática―. No queremos hacerles daño.

Continuó enmudecida con la piel erizada, una filtración en el techo del granero mojaba su brazo. Con la horca tras ella se tapó la boca cuando el agua tocó su herida.

―Tu querías respuestas sobre tu padre, y es por eso que estamos aquí.

Le extrañaba la astucia de la demente.

―Yo siempre viví aquí. ¿Lo recuerdas? Fuimos viejas amigas. Tú me encontraste y nadie te creyó ―continuó apenada.

La historia tenía sentido, pero sin duda era una trampa. Comenzó a escuchar la voz cada vez más cerca. Tenía que prepararse para luchar.

―Pero pude liberarme de ese viejo decrépito gracias a ti. Yo tengo las respuestas que buscas, Valentina. ―Pudo oír su risa, y atisbó que ya estaba acercándose hacia los barriles―. Sé quién asesinó a tu padre, sé dónde está Caroline.

Uno, dos, tres los crujidos de la madera la advirtieron.

―Yo puedo ayudarte...

Era tiempo. Lanzó uno de los barriles hacia ella logrando distraerla, pero la lunática la cogió de la manga del vestido. Con la horca sobre la otra mano la pateó en el estómago dejándola caer al borde de la ventana. Su plan falló. La lunática se alzó tan de repente. Valentina la embistió asilando bien la horca y clavándola sobre su cuello. Agitada vio a la mujer retorciéndose y escupiendo sangre.

―Eres una traidora, como tu madre...

Valentina retrocedió con torpeza cayendo por la borda. Se sujetó de la escalera con su brazo sano. No podía aguantar. Se soltó y logró amortiguar la caída en el pajar. Con una mirada desorientada avistó el cuerpo de la lunática desangrándose en el granero.

Caminó hacia la finca turbada. En su mente evocaron los recuerdos de esa niña que vio a una mujer comiendo un animal muerto. Oyó como una tortura los gritos en su cabeza: la voz de Emma, Bertha y su tía Caroline desmintiendo su historia. Había asesinado a una persona. No conocía su nombre, pero había sido su pesadilla desde que tenía once años. Sus palabras resonaron sobre su cabeza: traidora, ¿madre? Ya no sabía cómo sus piernas continuaron andando sobre el pastizal mojado. Estaba enloqueciendo. La lluvia nubló su vista. Corrió y se detuvo por la fuerte jaqueca. Se asiló del árbol viendo la finca de Greenwalls.

―Vincent ―murmuró, no le quedaba aliento―. Vincent, ayúdame.

La lluvia cobró fuerza. Observó hacia el cielo viendo como el agua se convertía en sangre que empapaba su rostro. Gritó perturbada frotando sus brazos y manos con desesperación. Cayó de rodillas sollozando. Volvió su vista tratando de encontrar la luz de la luna, pero el cielo oscuro se cubría con las nubes de la tormenta.

Tan solo pasaron unos segundos cuando oyó a el señor Blair gritando desde el campo. Perdió la consciencia, y como en un sueño lo último que recordó fue cuando la cargó sobre sus brazos.

Los pajarillos se asomaron sobre una ventana hecha pedazos. Estaba desconcertada. Por sus recuerdos dedujo que se encontraba en la habitación de su tía Caroline. Todavía le dolía la cabeza, pero aun así se levantó. Aflojó su corsé húmedo, y reparó sobre el vestido carmesí que se encontraba al lado de la cama. Se vistió lo más rápido que pudo, teniendo cuidado con el vendaje que tenía sobre su brazo derecho. Al verse en el espejo de la cómoda de la habitación tuvo un fugaz recuerdo de lo sucedido en la noche. Su tía Caroline guardaba unos aretes en las gavetas, se los puso y recordó haberla visto de niña con los mismos. Tomó unos zapatos del otro mueble cuando uno de estos se resbaló y cayó bajo la cama. Se agachó, corrió las sábanas y a tientas buscó el calzado cuando sus manos encontraron el horror. Una calavera yacía bajó la cama. Valentina gritó y sollozó al mismo tiempo. No, no podía ser ella. Caroline estaba muerta. Vincent acudió al instante y trató de calmarla.

Se sentaron en el sillón del salón principal. En medio de la mesa el candelabro que por poco habría caído sobre la joven. Valentina estaba con la mirada perdida. Perturbada. Tratando de atar cabos a todo lo que sus ojos presenciaron. Vincent descansaba la cabeza sobre su mano.

―¿Está muerto? ―preguntó, impávida.

Él se sacudió asustado ante la pregunta. Comenzó a mover las manos inquietó y no respondió. Valentina clavó su mirada y repitió su pregunta irritada.

―Escapó ―exclamó Vincent, avergonzado.

―¿Cómo?

―No lo sé, luchamos. Logre cortar uno de sus hombros ―explicó, confundido―. Estuvo a punto de matarme, pero decidió escapar.

Valentina no podía entender porque el jinete le había perdonado la vida. Vincent se sentía un cobarde, y no quería hablar del tema. Volvió a recordar las palabras de la lunática: estamos aquí para ayudarte. Si realmente era cierto. ¿Si nunca tuvieron la intención de matarlos? Se quebró en llanto al recordar sus manos empuñando la horca.

―Señorita Valentina, tranquilícese por favor. Lo resolveremos. ¿De acuerdo? No hay nadie que pueda demostrar lo contrario yo asesiné a esa mujer. ¿Está bien? Ella quiso atentar contra su vida y yo la defendí. El tribunal estará de acuerdo que solo fue defensa propia. Le pediré al inspector Crawford que mantenga todo en secreto. Nos olvidaremos de este día.

―No puedo ―sollozó―, nunca olvidaré este día. Yo la asesiné. Esa mujer sabía cosas sobre mi familia, puedo apostar que conoce a Adelaida y tuvo que ver con la muerte de la señorita Caroline.

―Eso lo investigará la justicia, nada malo le sucederá, lo prometo.

―Cuando vi sus ojos ―masculló ella―, no era una mirada humana. Lo sé. Lo vi la primera vez que pisé ese granero de niña, era una bestia embravecida a punto de cazar a su presa.

Vincent parecía preocupado por cómo había afectado el acontecimiento a su prometida. Estaba determinado a convencerla de su relato. Sabía que si la justicia se enterara que ella fue quien empuñó el arma no sería tan dócil como con el hijo del coronel Blair. Era una injusticia que debía aceptar como tal.

Curó la herida de su brazo como pudo, y la volvió a vendar con una tela limpia. Valentina continuaba en un trance que no podía volver a la realidad.

―Yo la asesiné ―murmuró, entre lágrimas―, y no... no me arrepiento de ello. ―Clavó su mirada en él―. No me arrepiento.

Vincent se levantó precipitadamente y cruzó los brazos sobre su cabeza. Mientras que ella trataba de comprender cómo podía sentir tal cosa, pero era la verdad, y si la policía no la escucharía debía decirla, aunque fuera a su prometido. Sabía que el señor Blair era tan noble que no condenaría un alma por más sádica que fuera esta. Eran muy diferentes, pero ahora compartían un secreto. Una noche de tormenta que jamás podrían olvidar.

Con más calma Valentina se paseó por la residencia mientras que el señor Blair caminó hacia la próxima diligencia y mandó a un paje a llamar al inspector Crawford con urgencia. La habitación de su abuela estaba intacta. La colección de sus perfumes sobre su mesa, un retrato enorme de su esposo, y la coronilla que usó en su casamiento en el espejo. Con una sonrisa en los labios y lágrimas en sus ojos cerró la puerta. Vincent le había pedido que no volviera a entrar, pero debía revisar la habitación de Caroline una última vez. Encontró una esquela a medio escribir sobre la mesa que se dirigía hacia su cuñada, estaba manchada con tinta negra, debió haberla volcado ya que el frasco del escritorio se encontraba vacío. Las preguntas inundaron su mente, Caroline había regresado a su hogar y alguien la habría asesinado, probablemente la lunática y el jinete. ¿Habría logrado enviar la denuncia antes de huir? Eso explicaba la tinta derramada, pero, ¿Cómo era posible que esas personas estuvieran esa misma noche que ella? Sabían que iría hacia Winterstone, estaba planeado.

El despacho de Arthur Hayward era tan grande como el de su hijo en Richmonts. No había nada que llamara su atención. Era un hombre muy ordenado y solo había utensilios de una oficina ordinaria. No guardaba cartas ni ningún recuerdo, siempre se caracterizó por ser un hombre insensible, aunque la señora Hayward trataba de disfrazar con alguna palabra menor y decía que su esposo era un hombre de carácter, de buenas intenciones y amoroso con sus hijos.

Había una habitación al lado del despacho del señor Hayward que no había reparado. Sin dudarlo atribuyó que esa fue la recamara de su padre de joven. Una habitación grande, pero estrecha con la cantidad de juguetes y recuerdos que guardaban en ella. Recordó que la criada Bertha dijo que el niño William era un diablillo y se metía en muchos problemas. Cuando se asomó por la ventana avistó a Vincent hablando con el inspector Crawford, seguido por dos policías que había visto en Hovel Tales. Valentina entró en pánico, revisó el escritorio de su padre con prisa. No había nada más que unos dibujos de un infante. Aunque uno le llamó la atención, era bien parecido a la granja de Greenwalls. Detrás de él había un trozo de diario, solo pudo leer el titulo remarcado ya que el informe se había borrado con el pasar de años. El titulo decía: 17 de noviembre de 1828 "Incendio y muerte en el sanatorio Laane's", la letra de la que parecía pertenecer a William escribió sobre la crónica con letras enormes: ¿Alice?

Guardó el articulo y se preparó en el vestíbulo para recibir al inspector Crawford.

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