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Capítulo 27 - Celos

El señor Beaton se preocupó cuando recibió la nota de su sobrina notificando que regresaría antes de lo previsto. Por supuesto que ella no dio indicios de su disputa con la hermana mayor. Eso le habría causado un disgusto. Prefirió hablar sobre ello en cuanto llegara a su hogar.

La ida tal como el regreso fue agotador. Para cuando estuvieron en el distrito de Coxwell ya tenía las piernas entumecidas por el viaje. La señora de Bernard Beaton recibió a su sobrina y el apuesto caballero que la acompañaba con entusiasmo. Quiso saber todo sobre él sin reparo alguno. Vincent, con benevolencia, solicitó una pronta entrevista con el señor Bernard Beaton.

No esperó mucho cuando el mismo se presentó alarmado por el ajetreo de los empleados. Bernard estaba desconcertado. Avistó a la muchacha con una simpática mueca de complicidad. Tía Edith que no comprendía su juego repitió las palabras de Vincent, lo que hizo irritar a su esposo. Él mismo escoltó al señor Blair a su despacho.

—Pediré que te preparen la tina, queridísima. Ven, siéntate. Tienes que contármelo todo, no omitas ni un solo detalle. ¿Qué tal ha sido el viaje? ¡Oh! ¿Estas cansada? Ah, perdona a esta vieja tonta. Es que, no puedo esperar para que me relates tu viaje. —Masajeando sus mejillas agregó en un aire de melancolía—: ¡Ay! Mírate. Ya eres toda una mujer. Me recuerdas a mi cuando tenía tu edad.

Valentina contó a su tía sobre sus paseos matutinos con Emma en Melville. Trató de no mostrar ningún sentimiento sobre ello. Después de todo no era mentira que había pasado buenos días hasta ese entonces. Tía Edith la escuchó con la excitación de un niño pequeño. Sabía bien que las intenciones de la buena señora eran saber más de Vincent Blair.

—Ah, fue tan amable en acompañarte. ¡Qué modales! ¡Qué soltura! Debes tenerle gran estima, ¿no es cierto?

Asintió ruborizada. Tía Edith le animó a seguir hablando sin perder el entusiasmo. Valentina continuó su relato, cautivando las emociones de su tía con el paseo que dio junto al señor Blair en Cambridge. En ese momento se preguntó qué opinión tendría su tío Bernard del compromiso. ¿Debió habérselo hecho saber antes de aceptar? ¿Compartiría él las mismas opiniones negativas que la hermana mayor de las Hayward? ¿O era ella única en su complejo modo de pensar?

Estas dudas la acompañaron durante un largo rato hasta que escrutó al señor Beaton estrechando la mano de Vincent en la salida de su despacho. La tía Edith se apresuró a interrogarle desde la sala.

—Entonces, ¿Tendremos el placer de que nos acompañe a cenar esta noche, señor Blair?

Vincent, acorralado, se acomodó la chaqueta.

—Me temo que no será posible esta noche, mi señora. Debo atender unos asuntos en la capital.

El señor Beaton que ya estaba enterado de esto asintió. Le dio unas palmadas al muchacho y le acercó el sombrero que sostenía el empleado.

—Ansiamos tener el placer de conocer pronto al coronel y la señora Blair.

Vincent hizo una leve inclinación, y con prisa abrió la puerta del salón torpemente.

Tuvo la ligera sospecha de que su tutor podría haber rechazado su oferta. De no ser por su escasa capacidad de disimulo hubiera creído firmemente en ello. El mostacho del señor Beaton se extendió en un gesto de alegría, profiriendo sus bendiciones a la futura unión con el joven Vincent Blair. Sorprendida, pero no menos complacida de su decisión, fundió en un abrazo demostrando todo el cariño y devoción que guardaba.

Al compás de dos leves aplausos de la señora de Bernard Beaton que se congratulaba por las noticias.

—¡Ah! Otra boda, tendremos otra boda —resopló, risueña.

Durante la semana no hizo otra cosa más que pensar en su compromiso. Sin dejar ver su inseguridad participó en todos los eventos que preparó su tía Edith. Su dicha era tan formidable como los días que Gertrudis celebraba su reciente compromiso con el señor Evanson dueño de los molinos de Dunton Hills en Yorkshire y amigo de su padre, pero ella no tenía ni la ligera sospecha de los pensamientos de su querida sobrina. Ahora después de haber perdido la confianza en su íntima amiga y hermana, ¿a quién podría recurrir? Escribió a Thomas James notificándole la boda y extendiendo una invitación para reunirse esa misma semana. Sin embargo, el niño al que le entregó la nota dijo que no le había visto hace dos días. Valentina se preocupó hasta que con el pasar de los días recibió el mensaje de su amigo, el cual no entendió por su descuidada caligrafía. Lo único que logró descifrar fue que se encontraba fuera de la ciudad. Tenía la sospecha de que sin poder avanzar en el crimen de su hermano habría vuelto a caer en sus antiguos vicios.

Pasó la tarde completa viendo vajillas que no pensaba comprar. Elizabeth estaba tan animada con la boda, quería comprar todo lo que veía y ni siquiera le encontraba razón para despilfarrar el dinero de esa manera. Fue en esa tienda donde encontró a Lady Barlow.

—Tenía planeado hoy mismo enviarle mis congratulaciones a usted y el señor Blair —comentó la vizcondesa luego de elogiarle por su buen aspecto esa tarde.

En el condado de Coxwell las noticias corrían más rápido que el mismo tiempo. Valentina aceptó las felicitaciones de la vizcondesa, con un frío remordimiento por no hacerla parte del convite que se realizaría la noche del sábado. Elizabeth le habló de la cena de compromiso. No la conocía tanto como su hermana, pero era una dama agradable y le inspiraba confianza. Cuando Elizabeth le extendió la invitación para la cena en Richmonts no supo cómo reprenderla sin que Lady Barlow se diera cuenta.

—Lo lamento, Valentina —dijo Elizabeth, cuando estuvieron en el coche y le hizo saber su error al tomar una decisión así.

Valentina, abstraída, se encontraba en la sala oyendo los planes para la boda. Los días pasaban y todavía sentía que estaba siendo injusta al no ser sincera con sus sentimientos. Vincent, que había vuelto de la capital esa misma mañana, se interesó en saber que tenía tan callada a su prometida. Valentina se paralizó. Tenía que buscar una buena excusa.

—He cometido un error, señor Blair —confesó, y deteniéndose un segundo a pensar en lo que diría—. No pude contra mis impulsos, y... invité al vizconde y la vizcondesa de Heddleston a nuestra cena de compromiso. ¡Le pido que me perdone!

La señora de Bernard Beaton profirió un alarido. Vincent rió, y le masajeó la mano en un gesto de comprensión.

—Señorita Valentina, usted tiene el derecho a invitar a quien desee. Si dice usted que el vizconde y la vizcondesa son sus amigos, entonces serán bienvenidos —Y agudizando su voz con picardía agregó—: Recuerde, pronto será dueña de todo Richmonts.

Valentina sonrió a su tía Edith que se mostraba admirada por la condescendencia del caballero. Entre una mezcla de remordimiento y pesar contempló a Vincent mientras convenía con su tutora el lugar donde se realizaría la boda. No era digna de merecer su estima. Se sentía tan minúscula a su lado. Él era tan noble, cuando ella no era capaz de reconocer lo que sentía. ¿Cuán diferente era este matrimonio del de John y Elizabeth?

Dueña de Richmonts, pensó pellizcando sus manos mientras observaba su alrededor. Imaginó como sería su vida. Bajando las extensas escaleras del vestíbulo. Oyendo el tumulto de los empleados que auguraban con temor la presencia de la señora de Richmonts.

—Señorita Valentina, ¿está todo en orden? —cuestionó Vincent, apartándola de su ensueño.

Ella asintió tomando la copa que la empleada había terminado de servirle. Vincent retomó su conversación con el vizconde y la vizcondesa. Estaba tan comprometido a atender a los invitados que se había dejado convencer fácilmente. Todos disfrutaron de la cena. A excepción de Adelaida que en las últimas semanas había presentado un aspecto desmejorado a causa de los problemas judiciales. Quizá, Adelaida tampoco amaba a su esposo y por eso lo asesinó. Trató de ocultarlo por tantos años, pero al fin y al cabo la mentira estaba a punto de terminar. La señora Brownson hablaba con su nuera, mientras que John, El señor Brownson y Adelaida los escuchaban. Había un silencio de complicidad entre estos últimos que por la falta de discreción de uno de los invitados fue expuesta.

Lord Barlow comentó a la señora Hayward lo apenado que se sentía por la injusticia que estaba pasando su familia y, aunque Valentina notó un ligero sarcasmo en sus palabras, Elizabeth le agradeció por su gesto. Si bien el asunto podría haber concluido allí y dar relevancia a los halagos de la señora Brownson hacia el cocinero de Richmonts el vizconde continuó:

—Supe que la audiencia será en unas semanas. Es demasiado pronto. Qué decadencia de nuestro sistema judicial. Acusar a una pobre viuda, después de tantos años y sin prueba alguna. ¡Insólito!

El señor Brownson carraspeó de forma brusca. Lady Barlow estaba abochornada.

—Si necesita ayuda, señora Hayward no lo dude. Conozco a un excelentísimo abogado que podría ocupar el lugar de la defensa para su caso. Yo me haré responsable de todos los gastos que sean necesarios para demostrar su inocencia.

—Le agradezco, Lord Barlow —respondió Adelaida, provocando un ruido molesto al soltar el tenedor en la vajilla.

—Es usted muy amable —acotó Elizabeth, maravillada.

Valentina encontró en los nervios del señor Brownson una incomodidad desmesurada, lo que provocó que sus inquietudes salieran a flote. El comedor ya estaba en silencio cuando ella habló:

—Usted conocía bien a mi padre, ¿no es cierto, señor Brownson?

Nunca se había dirigido al vetusto abogado de esa forma, lo que sorprendió tanto al padre como al hijo. John trataba de frenar a la muchacha con una mueca desde el otro lado de la mesa.

—Desde luego, he considerado al señor William Hayward, que en paz descanse, como uno de mis más íntimos amigos.

—Entonces, ¿se consideraría usted ser lo suficiente cercano para determinar la causa por la que él se quitó la vida?

La osadía de la joven puso al señor Brownson de una manera poco vista. Perplejo. Se bebió el vino de un tirón y pidió amablemente a la muchacha dejar los asuntos de su trabajo fuera de la cena.

Adelaida fundió su mirada en Valentina, quien con suspicacia llevó su atención a ella de inmediato. Sabía el desprecio que le inspiraba, y de alguna manera sintió el placer de hacerle sufrir. La declaración del señor Brownson terminó de convencerla de la ambigüedad que el mismo letrado tenía con su cliente. Entre ellos existía una especie de pacto, un silencio unánime. Si el señor Brownson creía que su buen amigo había decidido acabar con su vida o existía una persona ajena a la causa de la muerte, no lo sabríamos. Era impasible a los hechos, se tomaba su trabajo como una gran responsabilidad. ¿Podría él salvar a Adelaida de las manos de la justicia?

Vincent trató de resolver la inconveniencia invitando a los caballeros a quedarse a disfrutar del postre en el comedor, pero el ambiente continuó tenso entre Valentina y Adelaida. Su relación nunca había sido buena, y desde entonces ninguna se molestó en disimular la aversión hacia una y a la otra. Como si el mismo Bernard estuviera presente, la tía Edith sacó a Valentina del embrollo cuando esta volvió a mencionar la audiencia que se tomaría luego de las festividades.

Lady Barlow demostró más libertad lejos de su esposo. A ella no parecía importarle los inconvenientes familiares. Quería conocer más de Valentina y su flamante prometido. Estaba feliz de tener alguien ajeno a la familia esa noche. Hasta los últimos minutos había creído que no la vería; sin embargo, Lord Barlow aclaró el malentendido que había causado la correspondencia. El vizconde tenía un humor ácido que ponía a todos en una situación comprometedora. Su esposa era una mujer dulce e inocente que respondía a estas actitudes con docilidad.

En el momento que Lady Barlow recurría a la muchacha para disculparse por los comentarios inapropiados de su esposo entró la criada a servir el café. A Valentina le llamó la atención el alboroto de la otra habitación.

—¿Hay algún inconveniente, señora Atwood? —cuestionó Valentina, inquieta.

Rebecca parecía intimidada por la presencia de la vizcondesa, sirvió el café y no respondió.

—Los caballeros suelen ser muy ruidosos —comentó la tía Edith—, deben estar jugando al whist.

Lady Barlow acotó que al vizconde no le gustaba perder en los juegos de azar. Con confianza se entretuvo con la unánime opinión de la señora de Bernard Beaton hacia el sexo opuesto.

Los gritos se hicieron aún más sonoros. Dejando a un lado el cotilleo Elizabeth se alzó alarmada reconociendo la voz de su esposo. Valentina salió del salón para ver que estaba sucediendo.

—No puedo permitir que me siga ofendiendo de esa manera, en mi propia casa.

Rebecca frenó a la muchacha que contemplaba perpleja la rabia de su prometido.

—Tómelo como un consejo, señor Blair —exclamó John, con aire de superioridad—. Estoy cuidando a una vieja amiga de las artimañas de un canalla como usted.

Sin comprender como se había iniciado la disputa, Valentina miraba hacia ambos lados. Lord Barlow bebía y disfrutaba de la escena como si fuera una obra de teatro. Mientras que el señor Brownson obligaba a su hijo a retractarse de sus injurias. Las damas fueron las principales espectadoras de la disputa. Elizabeth reía para ocultar su vergüenza. La señora Brownson estaba más pálida que de costumbre. Al señor Beaton no le afectó la situación. Contagiado quizá por el espíritu indiferente de Lord Barlow continuó jugando a las cartas.

John se volvió hacia Valentina con altanería provocando la ira del señor Blair.

—¡Mis disculpas, señorita Hayward!

Valentina trató de controlar sus emociones. Se encogió en el umbral del salón oyendo las murmuraciones de las damas. Vincent estaba embravecido. Nunca lo había visto de tal forma. El señor Brownson le suplicó que perdonara las ofensas de su hijo. Él desechó el lisonjeo del letrado con escasa cortesía. Buscó la mirada de Valentina a toda costa, como si quisiera descifrar lo que estaba pensando en ese momento.

Lejos fue de ser una velada mágica que la pareja compartiría con sus seres queridos. La peor parte no fue para el señor Blair, que si bien, fue ofendido en su propio hogar, pero no fue afectado de la misma forma que Valentina. Con el remordimiento de no saber cómo alentar a su prometido, ni defender a su amigo. Era consciente que le trastornaría toda la noche.

Lamento este malentendido. Conozco a John, tiene un cariño fraternal por la señorita Hayward, pero eso no justifica su descortesía, escuchó a la señora Brownson con gran pesar deseando que creyera en ella, pero estaba casi segura de que el señor Blair no era ningún crédulo y que tendría muchas cuestiones para ella. John era merecedor de su antipatía.

Valentina asumió la responsabilidad de ser la mediadora de la disputa. No pasó mucho tiempo desde que John había salido de Richmonts cuando logró interceptarlo en el camino.

—¿Me puedes explicar que es lo que acaba de suceder?

—¿Por qué no se lo pide a su prometido, señorita Valentina? —dijo él, sin voltear.

Indignada. Resopló.

—¡Deja de comportarte como un niño, John! ¿Por qué haces esto? El señor Blair no merecía que lo ofendieras de esa forma, y yo tampoco.

John se detuvo. Fue hacia ella enardecido por estas últimas palabras.

—¿Y qué es lo que esperabas que hiciera? ¿Qué celebrará su compromiso? ¿¡Con ese hombre!? Ese mismo que humilló a mi familia. Sé que no te agrada Emily, pero ¿cómo pudiste? —Tragó saliva y mirando hacia ambos lados agregó—: Si tenías sentimientos por él, debiste ser honesta. Usaste a Elizabeth como excusa para rechazarme. ¡Mentiste! Eso te convierte en alguien como él... ¡Felicidades! Se merecen el uno al otro.

—¿Qué? Nada de lo que dices es cierto —espetó ella, mareada—. Piensa, John. Te casaste con Elizabeth y... sé que el compromiso fue repentino, pero es mi decisión. Tu no conoces al señor Blair. Sé que la señorita Price ha tenido expectativas muy altas desde el principio, no se puede probar que él haya alentado sus sentimientos.

—Creo que tampoco tu conoces al señor Blair —interrumpió.

Sabía que John utilizaba a su prima solo como excusa para sus impropios celos, pero puso fin a la cuestión con el mayor hartazgo que la situación la había conducido.

—¿Querías que pasara toda mi vida sufriendo por que el hombre que amé desde que era una niña está casado con mi hermana? —espetó—. Si tan solo dejarás de ser tan egoísta lo entenderías.

Valentina rompió en llanto. Estaba harta de los reproches. Primero su hermana y ahora era el turno de John. No podía revertir la decisión que había tomado pese a quien le pese. John se mostró afectado por sus palabras e intentó a abrazarla. Ella lo empujó y corrió hacia la entrada.

Con las mejillas encendidas y tiritando de frío se detuvo ante lapresencia de Lady Barlow. Se sintió avergonzada. ¿Había escuchado suconversación? La vizcondesa le ofreció su pañuelo. Le dio unas palmaditas en elhombro y la acompañó hasta la habitación. Ella escuchó su pena sininterrumpirla. Valentina le contó de sus dudas sobre el compromiso. Era laprimera persona a la que podía serle sincera sin que la juzgara. Lady Barlow tratóde que se calmará y le ayudó a arreglarse para así regresar al salón.  






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