Capítulo 19 - Tea Party
Recordó su deseo cuando la vela se apagó en su cumpleaños número once. Durante toda su infancia se había obsesionado con encontrar la verdad sobre la muerte de su padre. Creía en el caballero noble y respetado que fue, o lo que por influencia de su abuela creyó. Un padre amoroso, dedicado a su familia sin ningún enemigo, sin ninguna mancha. Ahora la antigua nota que había encontrado en el despacho tenía sentido. Esa criatura miserable cargaba con una gran culpa: un hijo bastardo y ser la causa por la que la amante se habría quitado la vida. ¿Qué fue de aquel niño? ¿Dónde habría caído un huérfano que acababa de perder a su madre? ¿Volvería para reclamar su herencia? William Adams Hayward había perdido su respeto. Por primera vez puso en duda todo en lo que creía. Tantos años de investigación y dedicación, ¿de que servían?
—¿Quién más conoce el secreto de Rosemary? —se preguntó, antes de quedarse dormida.
Esta cuestión permaneció grabada en su mente hasta la mañana del día siguiente. Emma decoraba una tarjeta opalina con figuras al estilo barroco. Podría haberlas enviado a hacer en el taller de la ciudad, pero ella quería causar una buena impresión a Lady Lamber. Aprovechó este momento para pasar el tiempo con su hermana mayor. Necesitaba enfocar su atención fuera de los problemas. No era tarea fácil ignorar las dudas y preocupaciones que le provocaron esa carta. Estaba tan abstraída que no pudo terminar de recortar siquiera la primera tarjeta.
—¡Qué falta de respeto! No has escuchado una palabra de lo que dije —gritó Emma, despertándola de su ensimismamiento.
—Lo lamento —pronunció, débilmente—, no tuve un buen descanso.
—¡Ah! ¿Y eso por qué? Supongo que no has estado merodeando por el bosque de nuevo, ¿o me equivoco?
Valentina movió la cabeza. Dudo antes de hablar. Sabía que tarde o temprano su hermana se enteraría, pero no quería ser ella la que destrozara la imagen que tenía de su padre.
—No. Estuve pensando y no pude dormir. Nada importante —explicó ella. Suspiró y trató de fingir una voz más animada—: Entonces, ¿me escogiste como tu dama de honor?
—Al parecer no has estado tan distraída como creí —expresó Emma. Dejó a un lado las tijeras y continuó—: Insisto en que, como mi dama de honor, quiero que me acompañes a la fiesta de té que Lady Lamber organizará en Melville. No será como los eventos del condado. He visto en la lista de invitados muchas familias distinguidas. Tiene un programa de juegos y actividades bastante variado. ¡Será divertido!
—Esperaba que ya lo supieras, Emma. Nuestra madre no me dejaría viajar a Cambridge ni siquiera si el mismo sir Henry Lamber en persona se lo suplicara.
—¡Eres tan pesimista! —protestó—. Me consta que vendrás de todas formas. Yo me encargaré de Adelaida. Tú no te preocupes.
Valentina se limitó a contradecirla. Emma continuó recortando los bordes chuecos del papel mientras terminaba de relatar los detalles de la boda. Se celebraría el segundo miércoles de septiembre. Lady Lamber no se abstenía a las creencias populares que designaban a ese día y mes como uno de los mejores para celebrar una boda.
—Creo haber escuchado mal —habló Elizabeth, suspicaz—, ¿o haz dicho que tu boda será en septiembre?
Nerviosa por el silencio Valentina acotó:
—¡Siéntate, Lizzy! Estamos haciendo tarjetas para la fiesta de té de Lady Lamber.
—¿No responderás a mi pregunta, Emma? —insistió.
—No, no tengo porqué darte ninguna explicación —espetó ella, tirando la tarjeta sobre la mesa.
—¿¡Cómo!? —Elizabeth avanzó desde el umbral enfurecida—. ¿Es que no recuerdas que hace menos de un mes el señor y la señora Brownson pactaron la boda para la primera semana de Noviembre? ¡Debes cambiar la fecha!
—¿Cuál es el problema? —se burló Emma, con aire de superioridad—. Descuida, no tendrás que compartir el altar. Así lo decidió nuestra madre, yo estaba presente cuando lo convinieron con Lady Lamber.
—¡Cínica! ¿Quién te crees? —masculló—. Aunque te cases con un baronet no se te quitará lo desagradable.
Emma se levantó de un saltó encendida por su injuria.
—Pues, me alegro de al menos no ser como tú, Elizabeth. No me voy a casar por dinero y vivir las miserias que deja un matrimonio forzado. ¿Todavía sigues esperando que John Brownson un día te ame? ¡Ja! Si él pudiera elegir una esposa créeme que no serías tu.
Elizabeth agachó la cabeza. Su respiración agitada la preocupó. Temía que la agresión la llevara a la locura y tuviera que presenciar una escena poco agradable. Emma no dio tregua.
—Sientes celos de mi —murmuró, abatida—, sabes que nuestra madre siempre me prefirió antes que a ti.
Emma dejó escapar una carcajada. Los gritos le hacían doler la cabeza. La situación la estaba superando.
—Te equivocas, Elizabeth —dijo, firme—. Siempre sentí lástima por ti. Eres ingenua. Eres débil. ¿Y sabes qué? Nunca serás feliz.
—¡¡¡Ya basta!!! —bramó.
Tanto Emma como Elizabeth guardaron silencio ante la sorpresiva reacción de su hermana menor. Valentina no fue capaz de contener la angustia. La aparición de esa carta y el conflicto entre sus hermanas la había sensibilizado. Ninguna comprendía la razón de su llanto. Elizabeth la envolvió entre sus brazos mientras que Emma, pasmada, las observaba.
—Suficiente, ya no peleen —exclamó entre lágrimas. Tomó la mano de Emma y luego la de Elizabeth, y agregó—: No quiero perderlas a ustedes también. ¡Por favor! Dejen el rencor de lado. Somos hermanas, debemos estar unidas.
—¿Por qué dices esas cosas, querida Valentina? —cuestionó Elizabeth, apenada.
—No nos perderás. —Emma se agachó hasta ella, miró de reojo a Elizabeth y dijo—: Solo es una tonta pelea, ¿no es cierto?
Elizabeth asintió débilmente.
Valentina recordó las últimas palabras de su abuela antes de irse. No había otro deseo en aquella anciana que ver a sus nietas juntas. Su relación desde niñas no había sido la mejor, incluso hasta ese día existían las peleas. Quería cumplir el último deseo de la señora Hayward. Sin importar la desilusión que guardaba desde el día que la había despojado de ser la heredera. Conociendo la posible existencia de otro Hayward, quien tan solo con su mención podría destruirlo todo, quería a sus hermanas más unidas que nunca.
Nadie volvió hablar de fechas ni nada que pudiera volver a inducir a la disputa. Si Adelaida lo mencionaba alguna que otra vez durante la cena Emma y Elizabeth sabían desviar la conversación. Esa noche, al percibir que estaba lejos de tener la atención de sus hijas pasó a contar sobre el evento próximo. Era una mala noticia para la hermana mayor. Tal parece que Lady Lamber no se encontraba bien de salud y se veía obligada a aplazar la fiesta de té para el mes próximo. Antes de que Emma se pusiera de mal humor Adelaida se adelantó a escribirle que se ofrecía a organizar la reunión en su hogar.
Emma opinó que Wallet Crescent no era adecuado para una reunión; sin embargo, estaba empecinada en ser la anfitriona que inventó mil excusas para que aceptara. Al final de la cena, Valentina le hizo saber su opinión. Podrían acomodar los muebles y celebrar la fiesta de té en el comedor. Por primera y única vez en su vida la madre estuvo de acuerdo. Sabía que Adelaida no dejaría pasar la oportunidad para volver a poner a su familia en buena sociedad, y que mejor que ese evento para comenzar.
—Conozco las intenciones de Adelaida, pero no lo voy a permitir. No seré un peón en su juego. ¡No! Yo no, no soy como Elizabeth.
Valentina se quejó por su comentario.
—¡Ah! No me censures —protestó Emma—. Sabes que es mejor que la reunión no sea en Melville, así no tendrás excusas para no asistir.
—¿Quién no tendrá excusas? —replicó Adelaida, recogiendo la bujía de la mesa.
Emma echó una mirada a su hermana antes de responder:
—Estaba pensando que Valentina podría unirse a nuestra fiesta de té, madre. Sería de excelente ayuda para entretener a los invitados.
—Ah, no. ¡Por supuesto que no! Lizzy ya tiene encargada esa tarea. Valentina estará demasiado ocupada en la cocina para hablar con los invitados. No te sulfures, querida. ¡Déjamelo todo a mí!
Valentina entornó los ojos, ya nada le sorprendía de su madre.
—Debo protestar. No puedo permitir que mi dama de honor se pierda este evento. Es ella un miembro importante de esta familia como nosotras. Valentina no es una criada.
Dejó caer su trémula sonrisa, y todo rastro de benevolencia con su hija mayor.
—Recuerdo haber sido clara desde el principio. Valentina prometió a su tío cumplir con sus responsabilidades mientras viva en esta casa. Eso fue lo acordado. ¿De qué otra manera podría colaborar con su pobre madre y hermanas? ¿Cuál es su gracia?
—¿Cómo puede ser usted tan cruel?
—¡¡Cuidado con tus palabras, Emma Hayward!!
—Emma, ¡por favor! —masculló Valentina, absorta por la determinación de su hermana—. No hagas enfadar a nuestra madre.
—Deberías ser un poco más considerada. Sin mi ayuda no estarías en posición de casarte con un caballero de renombre como sir Henry Lamber. ¡Ah! Pero si deseas que sea imparcial, ¿por qué no empiezas trapeando los pisos de la cocina con tu querida hermana?
—¡Sería un placer!
Emma confrontó a su madre. Bien dispuesta a hacerle ver sus falencias. Adelaida estaba enajenada por la ira.
—¡Tú tienes la culpa! Si tu hermana arruina su compromiso con sir Henry serás la única responsable.
—No puedo responder por la decisión que ha tomado Emma —expresó Valentina, hastiada—. Ella no ha dicho ninguna mentira. Usted ha sido cruel e injusta, madre. ¡Con permiso!
Tras ella oyó un sinfín de gritos. Emma estaba cargando la cubeta cuando entró. Había ahorrado esa agua tibia para la bañera, pero no tenía intenciones de recriminarle. El hecho de que la defendiera una vez más ante las injusticias de su madre no tenía precio. Claro que Adelaida no dejaría pasar este desplante suyo.
—¿No crees que quizá podrías olvidar esta disputa y seguir con los preparativos del evento?
—No habrá evento si tú no estás, Valentina —dijo Emma, lamentándose por haber mojado la falda del vestido al arrodillarse—. ¡Esto es imposible!
—Lo hago todos los días. Sé que quieres que asista al evento, pero podría hacerlo de otra manera.
—¿Cómo? ¿Sirviendo aperitivos? ¿Guardando los abrigos de los invitados? Valentina, tu no mereces esa vida. No puedo ser cómplice de esto. ¡Ya no!
Entre lágrimas dejó escapar una sonrisa.
—Tú has dicho que debíamos estar unidas, y tienes razón. Sabes, me preocupa lo que pueda pasar cuando ya no esté yo ni Elizabeth aquí.
—No lo había pensado de esa manera.
—Yo si —expresó compungida—. Temo que nadie pueda ponerle un freno a Adelaida.
—En ese caso, podría mudarme a Fayth Square. Dudo que el tío Bernard sea capaz de negarse. ¡No te preocupes, Emma! Puedo cuidarme. Ahora deja eso. Terminaré de cepillar esas cerámicas por ti.
No muy convencida por su respuesta, pero si lo bastante cansada para dejar la cubeta Emma la envolvió en un abrazo. Le había mentido. No había dejado de pensar en eso desde que supo del compromiso. Era consciente que sin sus hermanas la vida con Adelaida en Wallet Crescent sería imposible. Esa mujer era de lo más despiadada. Si no fuera por las intervenciones la habría dejado en la calle desde que era una niña. Debía resolver pronto donde viviría llegado el momento, pero con mucha cautela para no despertar ninguna sospecha de Emma. Esto la alarmaría y podría retrasar la boda con sir Henry.
Se realizó el convite, sin ningún contratiempo, el jueves de la segunda semana de junio. Una fiesta de té era un evento social muy popular en el país. Principalmente, en el condado de Coxwell. Era tan importante como un baile. Se decía que no había tea party's como los de la señora Dunn, esposa de un ex-mandatario. Hubo un tiempo en que la buena señora pensó en publicar un libro sobre las reglas para tener una exitosa reunión. El libro se referiría principalmente a los deberes de la anfitriona. El proyecto pereció por la fuerte contraposición del señor Dunn y algunos de sus representantes. De todas maneras, los consejos de la señora Dunn fueron transmitidos a las mujeres de todo el condado. Adelaida fue una de sus fieles seguidoras. Por lo que este evento estaría influenciado en la misma.
Para su sorpresa, Adelaida se apareció esa mañana en su puerta. Traía consigo varias cajas. Entró en la habitación sin decir ni una sola palabra. Dejó las cajas en la cama. La obligó a que se desvistiera, sacó un centímetro y midió sus brazos, cintura y cuello.
—Eres escuálida —habló apresurada—. Igual que lo era Margaret antes de tener a sus hijos. Me ha enviado estos vestidos. ¡Espero que te queden! Ya vístete, muchacha. No hay tiempo que perder. Usa esos guantes, y ese bonete también.
Valentina estaba tan asombrada que no pudo contener un ataque de risas. Emma lo había logrado. Oyendo los gritos de su madre se apresuró a vestirse.
Para el evento, se contrató a una escasa cantidad de personal para la cocina y otros que se encargarían de servir a los invitados. Silvie estaba al mando. Se puso feliz al saber que Valentina sería parte del evento. Todavía estaba atónita por la decisión de Adelaida, aunque ella no pidió su ayuda para la organización, le gustaba cerciorarse que todo estuviera en condiciones. De a ratos se paseaba por la cocina, y le gustaba hablar con las muchachas. Era extraño tener el tiempo libre.
Estaba examinando la mesa del comedor cuando se cruzó con Elizabeth en el camino.
—¡Buenos días, Valentina!
—¡Buenos días, Lizzy! ¡Que bonitas! —señaló el enorme ramo de rosas—. ¿Son del señor Brownson?
—Por supuesto, él me las envía.
—Tenía entendido que estaría ocupado atendiendo sus asuntos en el estudio —pensó Valentina en voz alta—. La señora Brownson confirmó su asistencia y vendría en compañía de la señora Halket.
Elizabeth cambió de semblante y dijo:
—¡Ah! Pues, es su manera de mostrar sus disculpas por no poder asistir.
—¡Ya veo! —expresó Valentina, desconfiada.
—Me quedaría hablando contigo, pero tengo que poner las rosas en un jarrón. ¡Con permiso!
Elizabeth y Emma cruzaron miradas cuando se encontraron en las escaleras. Valentina reflexionó sobre su conducta. ¿Por qué John le enviaría flores a su prometida? ¿Estaría tratando de enmendar su compromiso luego de que le pidiera que se escaparan juntos?
—¡Oh! Valentina —expresó Emma, estirando los brazos hacia su hermana—. Te ves preciosa. —Sonó la campana—. ¡Ah! Ya ha llegado nuestro primer invitado.
Al instante, Adelaida apareció alterada. Faltaba un cuarto para las doce, no esperaban a los invitados al menos en media hora más. La primera invitada era la señora de Bernard Beaton. Tía Edith quería asegurarse de llegar antes para ayudar en la fiesta de té. Adelaida suspiró hastiada y fingió estar de acuerdo en todo lo que decía su cuñada. Si había algo que sabía de su madre era que odiaba que se entrometieran en sus asuntos. A la señora Beaton la acompañaba su hija Gertrudis, y su nuera Charlotte. Emma mostró unos modales bastante afectados. No esperaba menos de ella. Sabía lo que había sufrido desde el día de la boda hace unos dos años atrás. La señora de Maxwell Beaton era una dama agraciada. En principio se mostraba con una apariencia sutil, sin embargo, tenía unos ademanes poco convencionales. Era una señorita parlanchina y excesivamente indiscreta, algo que era difícil de tolerar.
Le siguieron a ellos, el señor y la señora Price, sus hijas y a menos de quince minutos llegó la señora Brownson, quien compartió el carruaje con el señor y la señora Halket. Maxwell llegó a las pocas horas para acompañar a su esposa y dar aviso que el señor Beaton no podría asistir debido a unos asuntos en la fábrica. Emma se aireaba en la ventana. No sabía si eran sus nervios por el evento o el hecho de tener que concederle todas las atenciones a la señora de Maxwell Beaton.
Pobre de Emma. El tiempo le había ayudado a despojarse de esas vanas ilusiones, pero no de tener que tolerar a quien ella un día había amado. La presencia de Lady Lamber le sentó bien a su ánimo. Pronto, pudo liberarse de la insufrible conversación con Charlotte para enfocarse en el viaje de sus principales agasajados.
Sir Henry le hacía bien. Parecía disfrutar escucharlo, casi siempre tenía algo interesante por decir. Ni la presencia de su madre lo limitaba a ser galante y elogiar a su prometida. A ella no le gustaba. Era una anciana adusta, cada tanto protestaba y quería acaparar la atención. Emma quiso saber si el señor Blair asistiría esa tarde, ya que no había respondido a su invitación.
—No lo creo —dijo Lady Lamber, interrumpiendo a su hijo—. No he tenido noticias de él desde que se supo que abandonó el regimiento. Ese muchacho puso en vergüenza a toda la familia. Ha perdido el juicio.
—Madre, le he reservado un asiento cerca de la ventana —exclamó sir Henry, incomodado—. ¡Acompáñeme!
—¿El señor Blair abandonó el regimiento? —replicó Emma, preocupada—. No lo sabía. Vaya, no me imaginó porque ha de haber tomado tal decisión.
Valentina miró a Catherine y Emily que se encontraban en el comedor.
—Tampoco yo —dijo apática.
Los últimos invitados fueron las señoritas Jenkins quienes habían sido buenas amigas de Emma cuando asistía a las clases de danza. El ambiente de la reunión era sereno, todos disfrutaban del convite. Valentina no tenía ánimos de hablar con ningún invitado. Nunca fue buena para iniciar una conversación. Tampoco le gustaba su vestido, pese a que Elizabeth y Emma decían que le hacía ver más adulta. Era muy apretado y escotado, y para su gusto el rosa pálido nunca fue de su estilo.
Mientras las señoras tomaban el té y conversaban a gusto, Valentina escapó a la cocina. Silvie quiso saber si había algún inconveniente, pero ella lo negó y declaró que se sentía más a gusto lejos de los invitados. La cocinera, Amelia, era una señora humilde, hablaba de sus hijos con mucho orgullo. Era una persona interesante de escuchar, era auténtica. No como las personas que estaban ahí, compitiendo por quien tenía mejor vida que la otra. Amelia decía que preparaba los mejores guisados de todo Coxwell, invitó a Valentina a su precaria casa en Hovel Tales. Ella aceptó con mucho gusto y pensó en Thomas al preguntarle si podría ir acompañada. Eunice, otra de las muchachas que habían sido contratadas para servir, también quiso unirse a la cena.
—Por supuesto que sí, están todas invitadas.
Fue en ese momento que sonó la campana. Los invitados estaban tan concentrados en su conversación que lo habían ignorado por completo. Había pasado un cuarto de hora de la hora estipulada. Ya que Adelaida y Emma estaban ocupadas Valentina decidió atender al último invitado.
Vincent Blair esperaba detrás de la puerta con una sonrisa poco habitual para alguien que llegaba tarde. A ella le sorprendió su falta de preocupación. Estuvo un largo rato observando el vestíbulo sin ademanes de unirse al grupo.
Antes de hablar Valentina carraspeó con suavidad.
—¡Permítame su sombrero, señor Blair!
—¡Gracias! —vaciló Vincent, entregando su chistera—. De nuevo, mis disculpas por la tardanza.
—Descuide, los invitados ya ingresaron al comedor. No habrá ningún inconveniente si se une a ellos.
—En realidad —expresó él, con picardía—, pensaba que usted podría acompañarme hasta allí. ¿No le parece?
Valentina se ruborizó.
—Sería extraño —expresó ella, riendo a causa de los nervios—, no quisiera arruinar el evento de mi hermana. Con gusto le pediré a una de las empleadas que anuncie su llegada.
—Me disculpo, he sido impertinente —dijo Vincent, rascándose la nuca—. Esperaré con gusto a quien usted envíe.
Encargó a Eunice la tarea. No fue capaz de regresar al vestíbulo hasta que Blair se fue. La cocinera se reía amistosamente de su aspecto mientras que su compañera hizo varios comentarios de los invitados haciendo énfasis en el joven.
—El señor B. no ha dejado de preguntar sobre cierta muchacha. ¿Quisiera dejar de esconderse en la cocina, señorita Hayward?
Las miró por encima del hombro tratando de contener su risa.
—Anímese, señorita —acotó la cocinera—. No queremos que el señor B. se decepcione.
—No me gusta esa gente —protestó Valentina.
—Nadie la obliga a que le guste —explicó Eunice—, pero podría fingir como todos lo hacemos. ¿Qué le parece?
Animada por las empleadas se unió a la fiesta de té. Cuando entraron el señor Blair desvió su conversación con las Price para seguirle el rastro. "Se lo dije" le murmuró la simpática muchacha y se dirigió a servir el té a la señora Beaton. Emma la tomó de la mano con alegría. Continuaron la conversación con sir Henry Lamber.
Cuando Elizabeth terminó de tocar. Pidió expresamente a su hermana que la acompañase con el piano. Valentina se excusó para no crear disturbios con Adelaida, sin embargo, su hermana insistió tanto que Emma se unió a su causa.
—¿Sabe tocar el pianoforte, señorita Valentina? —cuestionó Vincent.
—Es muy buena en ello —añadió Elizabeth, entusiasmada.
Adelaida parecía tan cansada de la conversación con su cuñada que ni siquiera mostró desaprobación. Todos estaban expectantes por escucharlas, en especial el señor Blair. A fin de cuentas, la madre estaba orgullosa ante la impresionante interpretación de una Arperggione Sonata de Frank Schubert. Fue tal el entretenimiento que la tocaron una segunda vez para mayor disfrute.
Vincent le felicitó por tal maravillosa pieza. Valentina no se equivocaba al decir que no le gustaba la gente de ese evento, aunque, su tía Edith y Gertrudis eran sinceras al expresar su orgullo por semejante talento, había aplausos y felicitaciones que guardaban cierta envidia. No estaba pactado, pero todo aquel que quisiera tocar era bien recibido. Emily Price, tan ansiosa por compartir la pieza musical que hasta había traído sus partituras, se llevó una gran desilusión. Es que para una jovencita con esa egolatría podría resultar devastador no cumplir con las expectativas del caballero que le interesaba, o al menos eso pensó Valentina para justificar el comportamiento desvergonzado que tuvo a continuación.
El señor Blair era vehemente en sus intereses. Le preguntó cuando había empezado su afición por el pianoforte, y quien había sido su maestro. Por cada respuesta Elizabeth compartía una mirada de complicidad con Emma.
Luego de que una de las empleadas saliera Emily llamó a Valentina descaradamente para que cambiara las bebidas, ya que le resultaba demasiado frío para su gusto. Emma le respondió que le pediría con gusto a una de las sirvientas que le trajera otra bebida. Catherine repitió las mismas palabras que la anfitriona. Emily insistió en que fuera Valentina, y recalcó que tenía entendido que ella servía a las tareas de la casa. Elizabeth estuvo a punto de ponerla en su lugar, pero sin ánimos de crear una disputa fue hacia la cocina para traer otra bebida.
Sin prever en sus malas intenciones Emily Price dejó caer el vaso de limonada sobre el vestido de Valentina.
—¡Oh! Qué torpeza. Lo lamento, señorita Hayward. Tendrá que limpiar eso.
Empapada, fue auxiliada por Elizabeth mientras que el señor Blair miraba con desaprobación a la muchacha. Catherine estaba roja de vergüenza, aunque no más que Valentina. Nadie se atrevió a decir algo a Emily que se había dado la media vuelta riéndose.
—Esa niña malcriada, deberían darle una buena lección —protestó Silvie, mientras le ayudaba a desvestirse. Nunca la había visto enfadada, era una muchacha tímida y cautelosa para hablar de los demás.
—Yo lo haría —dijo Elizabeth, indignada—. Valentina, no me pidas que sea condescendiente. Sé bien que es la prima de mi futuro esposo, pero no puedo dejarla que se salga con la suya.
—Debería usted haber visto la expresión del señor B. ¡Qué caballero es! ¡Cuán preocupado estaba por usted! No se fije en esa muchacha, está celosa. —Eunice le ayudó a vestirse—. Tendrá lo que se merece, tarde o temprano.
Valentina agradeció la amabilidad de ambas. Casi no las conocía, pero ellas habían empatizado con su situación. Elizabeth había actuado a favor de ella. Hace años atrás no lo hubiera imaginado, solía tener estos comportamientos contra su hermana menor, esto la hacía convencer de que su relación había cambiado.
Cuando veía a Vincent volvía a su mente esa carta que había develado un secreto oscuro de su padre. También recordaba que había estado la noche que descubrió el ataúd profanado y los documentos de la investigación que habían hurtado. Tenía desconfianza. Había abandonado el regimiento y se lo veía animado, y con el afán de querer escoltarla hasta el comedor; sin embargo, no estaba interesado en ella. El señor Price le había obligado a ser su pareja de baile. Luego, la unión de sir Henry y su hermana los hizo toparse en varias ocasiones.
Estaba sentada en uno de los peldaños del tercer piso sin ánimos de regresar al evento cuando vio a Vincent subiendo las escaleras.
—Mis disculpas —dijo él—. No sabía que estaba aquí, solo iba de camino al tocador.
—A su izquierda, en la segunda puerta —pronunció, desganada.
Vincent no se movió. Miró hacia todos lados. Era como si buscara una excusa para continuar hablando.
—Lamento lo que sucedió.
—¿Usted responde ahora a las acciones de la señorita Price?
—No, en absoluto. Solo permítame...
—¿Permitir que?
—¡Ser su amigo! —sostuvo Vincent, firme.
Valentina no estaba dispuesta a ceder. No podía fiarse de él. Todavía guardaba ciertas asperezas.
—¿Qué le hace creer que yo quisiera ser su amiga? No sé nada sobre usted. De repente, piensa que puede tener la amistad del quien se le plazca tan solo con decirlo. ¡Es mucho más que eso!
—¿Por qué es tan dura conmigo? Solo intento ser amable.
Reconoció que estaba siendo injusta. Quizá, desquitando su ira con la persona equivocada.
—Lo lamento —confesó—. Es que, por alguna razón, desde la noche que lo conocí, pensé que no era de su agrado. Supe que el señor Price lo obligó a ser mi compañero de baile, de saberlo antes me habría negado. No tenía usted porque hacerlo.
—El señor Price no me ha obligado, yo me he ofrecido. Es mi culpa haberle causado esa mala impresión. —Vincent resopló, sentándose en el peldaño más próximo al segundo piso agregó—: Es posible que me haya apresurado a juzgarle sin conocerla bien, pero ahora estoy dispuesto a cambiarlo, si usted me lo permite.
—Puede.
—Eso es suficiente para mi —expresó él, campante.
—¡Espere! Tengo una pregunta —pronunció Valentina, vacilando. Vincent volvió a acomodarse en el viejo peldaño—. ¿Usted recuerda el sobre que me entregó ese viernes por la mañana hace exactamente un mes?
—Si, lo recuerdo. Un sobre de un empapelado amarillento, frágil y sucio, supuse sin ir más lejos que podría ser una carta. Estaba dirigido al difunto William Hayward. Entonces se lo entregué personalmente para que llegara a manos de... ¡Oh! Dígame una cosa. El sobre nunca llegó a la señora Hayward, ¿cierto?
El rubor cubrió casi todo su rostro. Sabía que con la simple mención Vincent sería capaz de descubrir el engaño. Quería llegar al fondo de donde provino esa carta.
—Lo hallé en una de las gavetas del despacho. El señor Farwell estuvo de acuerdo en poder hacer algunas refacciones en la habitación. Entonces, vi la oportunidad de convertir ese sitio en una biblioteca para la familia Blair. Me tomé unos días hasta decidir qué haría con tal reliquia. Había oído historias sobre el señor Hayward, y no quería meterme en problemas con la señora. Supuse que la sola mención de su difunto esposo podría trastornarle.
Creyó que con su respuesta podía llegar al paradero del responsable de la carta. En vista a su relato no cabía dudas de que había estado frente a sus narices todos estos años. ¿Pero cómo no pudo verlo antes? Si la carta había estado todo este tiempo en Richmonts era posible que los investigadores habían ignorado el contenido de esta. ¿Qué debía hacer con esta información sin que Adelaida lo sospeche?
—Señorita Valentina, ¿Hay algo en esa carta que le preocupe?
—No —replicó con voz atona—, solo recuerdos de mi padre. Nada más.
—Entiendo. No quiero entrometerme en sus asuntos familiares. Me disculpo.
Tras pasar un corto silencio tuvo la necesidad de compartir lo que estaba sintiendo, aunque no de una forma espontánea para no despertar las sospechas. De alguna forma fue con intención de probar su confianza en Vincent.
—¿Alguna vez sintió que las personas que usted creía conocer de pronto se convirtieron en un misterio para su vida?
—No exactamente —pronunció él, sutil—, pero sé a lo que se refiere.
—¿Está tratando de tomarme el pelo? —Valentina dejó escapar una risa.
Por primera vez comenzaban a entenderse. Era cuestión de tiempo darse cuenta de que las ideas acerca de su persona que había interpretado esa noche en Harvey hall eran erróneas. Siendo sincera consigo misma, podría surgir una buena amistad entre ambos. En un momento se quedaron en silencio. No de esos silencios que pueden resultar engorrosos, algo más próximo a lo que podría denominarse una complicidad.
—¡Señor Blair! —se oyó gritar a Lady Lamber en el vestíbulo—. ¿Dónde se ha metido ese muchacho?
Vincent borró su sonrisa y se precipitó a responder. Lady Lamber no se oía contenta.
—Estaría encantado de continuar esta conversación en otra ocasión.
—También yo —exclamó Valentina, afable.
Tras las reprimendas de Lady Lamber, siguió la voz de Adelaida que tal se oía muy interesada en escuchar las excusas que habían retrasado al joven. Valentina se apresuró a esconderse por si alguno se le ocurría expiar por el rellano.
—Me disculpo, he sido un imprudente. Es que uno no se da cuenta del tiempo cuando contempla el empapelado de la sala.
Luego de esta declaración se oyó la típica expresión de admiración de la madre que se hacía difusa al alejarse.
—Sabe usted señora Hayward he visto ese mismo diseño en la propiedad del señor Wembley. Pues, cuando solía vivir en Hopper Street la señora Blair era buena amiga de los Wembley y a mí me gustaba quedarme en su saloncito.
Adelaida quedó embelesada con su trato. Robó el crédito a Valentina de que ella misma había elegido el diseño. Quiso saber todo sobre Londres y como era Hopper Street. Vincent la entretuvo un buen rato. Lady Lamber protestaba mientras caminaba del brazo de su sobrino.
Poco después de finalizar la fiesta de té, Adelaida les contó a todos con lujo de detalles el relato del señor Blair, a quien ya le consideraba amigo de la familia. Valentina trató de no mostrarse afectada. La astucia con la que había persuadido a la madre le hacía gracia. Desde ese día supo que algo había cambiado. Ahora bien, sabía que la carta había estado en Richmonts y que su propietario no había sido nada más que un portador de esta. Probando su inocencia. Esta vez, él ya no le daría motivos para odiarle. Esta vez, ya no tenía la misma opinión negativa de Vincent Blair.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro