Capítulo 15 - Silencio
El doctor McDowell regresó tan pronto fue notificado de la recaída. Sus conocimientos estaban fuera de proveer una cura para Elizabeth. Lo que padecía era mucho más complejo que un resfriado, y no menos letal si se tomaba los debidos recaudos. El sedante surtió efecto en cuestión de minutos, al menos le concedió un sueño profundo a la paciente. Antes de partir dejó sus indicaciones.
―En estos casos existe un profesional: Un alienista. Se encuentra al sur del condado. Es muy cauteloso con sus pacientes, él le proporcionará el tratamiento adecuado. Ha tratado con muchas personas con estos síntomas y aún peores, en el sanatorio de Laane's. Por supuesto, no se preocupe, Elizabeth no iría a ningún lado. Su caso es leve.
―Le agradezco, doctor McDowell ―exclamó Adelaida, estrechando con fuerza la mano del médico.
Elizabeth reposaba. Valentina la contempló con ternura y cierta lástima. Hace un tiempo hubiese creído que se trataba de una farsa. Ciertamente su relación fraternal no era buena, a causa del egoísmo, las envidias y el orgullo que las separaba, pero los rencores habían quedado en el pasado. Protegería a Elizabeth a cualquier costo, y resolvería el misterio que las envolvía a ellas y su familia.
―¿Qué crees que estás haciendo? ―espetó Adelaida, ni bien la vio salir.
―Mi hermana necesita descansar, no quería molestarla con el ruido...
―¡No te hagas la tonta! Ese cuento no me lo creo. Pretendes involucrarla en esos delirios tuyos. Te aprovechas de su vulnerabilidad para quedarte con la herencia.
Sin darle la posibilidad de defenderse continuó con sus acusaciones.
―Conozco bien tus intenciones y no voy a permitir que metas esas descabelladas historias en la cabeza de mi querida Lizzy.
―Ella sabe lo que vio. Yo estaba allí. ¡Yo la salvé! Ese jinete vino hacia nosotras...
―¡Detente! ―protestó Adelaida, tapando sus oídos―. No voy a seguir oyendo esos disparates.
Valentina la siguió por el pasillo firme en sus convicciones.
―Están sucediendo cosas extrañas. ¿Va a ignorarlas? ¿Como lo hizo con nuestro padre? Él necesitaba ayuda por eso se quitó la vida, ¿verdad?
Por un momento Adelaida permaneció inmóvil. Hasta que se volvió hacia ella y le propinó una bofetada.
―¿¡Como te atreves a ensuciar la memoria de tu padre!?
Sin más que agregar, salió por las escaleras con los ojos humedecidos de indignación. Estaba resuelta a cuál sería su próximo destino solo bastaba encontrar la oportunidad de escapar sin ser vista.
En la tarde del día siguiente, recibieron a los Beaton bien dispuestos a ponerse al tanto de las noticias. Gertrudis, que había llegado hace unos días a la ciudad, se mostró preocupada por la salud de su prima favorita. Por supuesto que Adelaida intentó por todos los medios persuadirlas de sus cuestiones. Aseguró que Elizabeth se pondría bien en cuestión de tiempo, mucho antes que llegara el día de la boda. Estaba claro que no había cosa más importante para ella que casar bien a sus hijas.
―¡Gracias, sobrina! ―dijo la señora de Bernard Beaton, aceptando la taza que le ofreció Valentina―. Esperemos que Lizzy ya esté establecida en Hemfield antes del invierno. La llegada de nuestro retoño tiene fecha para fines de noviembre. ¡Ah! No puedo esperar. Maxwell desea poder asistir a la boda, pero bien sabemos que su deber es permanecer en Plyrose cuidando de su esposa y su hijo.
―¡Cuánto gozo! Plyrose será realmente bendecida.
―Sin duda, querida Adelaida.
Advirtió a su hermana mayor, que siquiera había proferido un sonido durante la reunión, levantarse de un abrupto hacia la cocina. Esto llamó la atención de los invitados, pero como siempre Adelaida tenía una respuesta para todo.
―Disculpen, deben ser los nervios por mañana. Sir Henry Lamber en persona cenara con nosotras en Wallet Crescent.
―¡Qué maravilla! ―espetó la señora de Bernard Beaton―. Tengo excelentes referencias del baronet. Es una excelente oportunidad para la familia codearse con aristócratas. ¡Me figuro que no te conformarás con menos, cuñada!
―Estas en lo correcto como siempre, Edith.
Retiró los platillos sobrantes y fue tras Emma. Valentina tenía sospechas, pero su hermana nunca era honesta con sus sentimientos. La encontró un poco turbada, dando vueltas por la habitación. Cuando esta la advirtió cogió un lienzo a medio terminar y se propuso a terminar de bordarlo con prisa. No tuvo oportunidad siquiera de exponer sus cuestiones. Emma las eludió todas, y disgustada ante la mención de Maxwell la obligó a salir.
Ya cuando Valentina regresó al saloncito Adelaida había conseguido entretener a sus invitadas. Por fortuna, no repararon en la ausencia de la hermana mayor y continuaron con el asunto principal: la cena con sir Henry Lamber. Adelaida se mostró algo apabullada ante las sugerencias de su cuñada. La señora de Bernard Beaton se daba aires de grandeza, cuando se trataba de eventos sociales, ella era toda una experta y para conseguir un matrimonio ventajoso era conveniente oír cada uno de sus consejos.
Entonces, fue así como la madre resolvió contratar un catering para la cena, liberando a Valentina de la responsabilidad de cocinar esa noche. Tal parece que Adelaida estaba desesperada por causarle una buena impresión al baronet. Silvie, aceptó encargarse de guiar a los empleados para la cena.
No podía desaprovechar la oportunidad, sintió lástima de no poder ayudar a Emma antes de la velada, pero tenía que continuar su investigación. Tomó un papel apuntando el nombre del alienista David Bennet. Luego la dirección del sanatorio de Laane's que encontró en la mesita de luz de Adelaida. A esto le agregó anotaciones sobre las palabras de Elizabeth: visiones, problemas para dormir, locura, la muerte de Arthur Hayward. Se decía que su abuelo había muerto años antes que ella naciera de una enfermedad del corazón, nunca supo la fecha su abuela no se lo mencionó, pero Elizabeth sabía cosas que la impulsaron a continuar con su investigación.
El tiempo era esencial. Faltaba un cuarto para las cinco cuando oyó las campanas de la iglesia de Twin Valley, esa sería su primera parada. Buscó entre medio de los niños a la esposa del sacristán para que le llevará con el párroco. Fue en ese momento que supo que el párroco se había tomado unos días de descanso después de las fiestas. Valentina rezongó. Damian Marshall era su única opción en ese momento. La señora se interesó en saber más de ella, con la excusa de que le notificaría al párroco de su visita. Tomó varios recaudos en su respuesta no quería que esto llegara a oídos de Adelaida.
Dio varias vueltas por la zona hasta que oscureció. Su presencia comenzó a suscitar la curiosidad de los pueblerinos. No habría forma de acceder al certificado de defunción de Arthur Hayward si el párroco no estaba presente. Se asiló bien la capa y bajó la colina.
El cementerio se hallaba sobre una pequeña pendiente. Estaba cercado por un tapial que se alzaba sobre la entrada. Cruzando el portillo había unos escalones que conducían al sendero principal.
Reconoció el panteón familiar por la figura de mármol que se ubicaba en la tumba de su abuela. Comenzó a arrancar los tallos que crecían alrededor de la lápida. Estaba segura de que encontraría alguna anomalía en el obituario. Adelaida ocultaba la verdad. Ella estaba involucrada en lo que ocurrió con William solo necesitaba pruebas.
Sintió el sabor amargo en su boca. Entre tanto, cuando rasqueteó el musgo que cubría la inscripción de la lápida notó algo inusual. Un símbolo. Lo había visto antes, o eso creía, pero nunca había prestado atención a la tumba de su abuelo. ¿Qué podría significar? La fecha de nacimiento y muerte databan: 5 de enero 1758 - 20 de julio de 1831. Desconcertada revisó la lápida de su abuela, la cual había visitado hace unas semanas. Ese maldito símbolo se repetía de igual manera. Luego vio la lápida contigua, tierra removida y un viejo ataúd abierto hasta la mitad. ¿Quién habría profanado la tumba de su padre?
―¡Señorita! Por poco me mata del susto. Creí que todos se habían ido, ¿Le sucede algo?
Valentina señaló el ataúd vacío, pero el lacayo del sacristán atisbó con su lámpara sin comprender lo que ocurría.
―¡Ah! No me extraña nada. Debe ser obra de esos asalta tumbas. Ya miré bien esos garabatos, ¿Cómo se atreven a profanar el descanso de los difuntos? ¡Por el amor del cielo!
―¿No cree que podría tratarse de algún tipo de amenaza? ―murmuró ella.
El lacayo del sacristán contuvo una risa. Valentina alzó su cabeza enfurecida.
―¿Puede usted interpretarlo, señorita? ―carraspeó―. ¡Ah! Qué más da, es el lenguaje del mal. Esos delincuentes venden los cuerpos de los difuntos. ―Inclinó su cabeza hacia el cielo―. El señor todo lo ve. Pero mire usted. Hemos tenido problemas con esos delincuentes hace años, y la policía no hace nada...
Dejó al escuálido hombrecito hablando solo. Era en vano tratar de hacerle cambiar de opinión. Tal vez para él era normal un ataúd profanado, pero no para Valentina quien había investigado hace tantos años la muerte de su padre. Silencio de negra, pensó. Es una figura normal en una partitura musical, pero ¿qué significaba ese grabado en el panteón familiar? ¿Por qué se llevarían los restos de William Hayward?
La caminata por el bosque le dio la tranquilidad necesaria para ahondar en sus cavilaciones. Debía tener alguna relación, era escéptica a las coincidencias. Quien haya colocado ese símbolo, no lo había hecho por una simple broma. Sumida en la desesperación se desvió del camino para corroborar todos los documentos.
Ya en el interior de Undermoon desenterró el cofre que guardaba casi menos de una década de investigaciones. Llevaba consigo el papel para guardarlo allí. Tuvo un mal presentimiento. Lograron vulnerar la cerradura. Los documentos desaparecieron. Se sintió ahogada por la angustia. Esos pequeños trozos de papel tenían un valor importante para su vida. ¿Por qué alguien los hurtaría? ¿Quién querría arruinar su investigación?
Al oír el crujido de las ramas se le heló la sangre. La desesperación le ofuscó los sentidos. No tuvo tiempo de encontrar escondite y quedó atrapada ante el mismo dueño de Richmonts.
―¿Quién es usted? ―inquirió el señor Blair―. ¿Qué está haciendo aquí?
Trató de ocultar su rostro en la caperuza de la capa. No podía revelar su secreto, mucho menos a un joven que le inspiraba desconfianza. Vincent insistió casi a los gritos. No parecía enfurecido, más bien por sus ademanes daba el aspecto de estar atemorizado. El atardecer se había desvanecido y las penumbras no lo dejaban ver.
―¡Le pregunté qué hace aquí!
Este, cubierto con una bata de seda azul, arrimó su lámpara hasta ella y retrocedió. Sin quitarle la vista de encima, repitió su nombre varias veces.
Atónita, dejó caer el cofre. Vincent advirtió el objeto y se acercó aún más para examinar su contenido. En este descuido Valentina se escurrió a sus espaldas logrando así escapar. Ya cuando lo perdió de vista frenó su paso y trató de recobrar el aire. Su investigación había sido estropeada y ahora el señor Blair sabía que deambulaba por sus tierras. No estaba sola, alguien seguía sus pasos, y debía ser cuidadosa.
Hola lectores, recuerden dejar su voto y comentario. Me encantaría saber si les esta gustando la historia o cuales son sus emociones al leer el capítulo. ¡Muchas gracias por leer!
-Mica <3
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