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Capítulo 12 - La Invitación

En esa misma semana, John Brownson regresó a Wallet Crescent. El incidente lo había dejado un tanto intranquilo. Necesitaba cerciorarse de que su prometida estuviera bien, o, al menos, esa fue la excusa que le dio. Valentina no quiso opinar, lo acompañó hasta la sala y dejó que se anunciara por sí solo.

―¡Es usted tan atento! ―exclamó Elizabeth, apartando su cuaderno de dibujos―. Siéntese, ¡por favor! Disculpe que no le reciba como merece. Debo confesar que no le esperaba hasta la otra semana. ¡¡Valentina!! ¡Espabílate! ¿Qué no ves que tenemos visitas?

―No hay necesidad que se moleste por mi ―comunicó John―, solo pasaba por aquí y quería informarles personalmente del evento...

En ese mismo instante, Valentina oyó la campana. Se disculpó por tener que abandonarlos y fue a recibir a la madre. Cómo todos los viernes en la tarde Adelaida llegaba exhausta a causa de sus clases de arte para los pupilos en Lyme. Tan pronto se le notificó de la visita, echó su maletín sobre la joven y corrió hasta el salón.

―¡Oh, madre! Has llegado en el momento indicado. El señor Brownson tiene un anuncio importante para nosotras.

Adelaida no podía disimular más su entusiasmo.

―¡Bien! ―explicó John, frotando las manos―. Como verán mi tío, el señor Price, ofrecerá un baile de bienvenida en mi honor. Se realizará en la mansión de Harvey Hall, y se me confirió la tarea de inaugurar el primer baile del repertorio. Estaría sumamente complacido de tener a mis amigas en esta velada. Además, ¿Quería saber si la señorita Hayward podría hacerme el honor de aceptar ser mi pareja?

Elizabeth no vaciló en su respuesta, de no haber sido por la intervención de la madre, se hubiese echado a los brazos del joven.

―¿Un baile? ―repitió Emma―. ¡Maravilloso! Debemos comprar lo más pronto las telas para confeccionar nuestros vestidos. ¿No es así, madre?

Adelaida colmó a John de halagos.

―Les haré llegar las invitaciones lo más pronto posible. ¡Señora Hayward! ¡Señorita Hayward! ¡Señorita Elizabeth! ―afirmó John, ruborizado―. ¡Con su permiso!

―Lo acompaño a la salida...

Luego de aquel desafortunado día, John y Valentina no volvieron hablar. Por mera cortesía, la saludó antes de irse y expresó sus deseos de verla en el evento.

―Iré a darme un baño, ¿está todo listo?

―Si, madre ―confirmó Valentina―. Acabo de comprobar la temperatura del agua de la bañera.

Mientras tanto Elizabeth alardeaba de su dicha frente a sus hermanas.

―¿No es fantástico? Es la primera vez que asistiremos a un baile privado. ¡Al fin! Ya estaba harta de los bailes anuales de Northfolks, con esa gentuza sin distinción alguna. ¡Oh! sé que será una velada espléndida.

―¡Te felicito, Eliza! ―aplaudió Emma, sarcástica―. Yo si estuviera en tu lugar tendría cuidado de no pisar al pobre John Brownson, digo, teniendo unos enormes y torpes pies como los tuyos. ¡Sería una pena hacer el ridículo frente a todo el mundo!

Buscó la intervención de Adelaida, pero ya se encontraba lejos en otra habitación.

―No lo sé. Me parece que estas muy lejos de ocupar mi lugar, hermana...

Emma rechinó los dientes.

―¿¡Para qué gastar mi tiempo con ustedes!? ―continuó―. Desearía que algún día fueran tan afortunadas como yo lo soy con John Brownson. ¡Ah! Iré a contarle las noticias a Gerty, ¡Au revoir!

Continuó con su labor mientras que Emma rabiaba por los comentarios.

―No sé qué opines tú ―dijo cuando la vio sacudiendo los muebles―, creo que podría conseguir un vestido para ambas por menos de tres peniques.

―¡Es imposible! ―alegó Valentina.

―Quizá, un poco más. Lo importante sería encontrar la tela adecuada.

―No, no es eso, Emma. ―resopló―. Me consta que Adelaida se niegue a dejar que asista un evento tan distinguido. Además, ya sabes que no me interesa en lo absoluto.

―¿Por qué no? ¡Será divertido!

―¿¡Qué clase de diversión podrías encontrar en un baile tan pomposo!?

―Sé que debe ser mejor opción que quedarse aquí trapeando pisos y tendiendo camas. ―Al ver su ceño se retractó de sus afirmaciones―. ¡Lo siento! ¡Anímate, Val! Puede significar una gran oportunidad para nosotras.

―¡No! Y si me disculpas tengo mucho por limpiar.

A pesar de que la decisión de Valentina estaba determinada, Emma no desistió. Supongo que dudaba de su palabra, o quizá le tenía mucho aprecio como para dejar que la madre se saliera con la suya. Optó por todos los medios necesarios para convencer a Adelaida, pero no consiguió tener éxito.

Si bien no concurriría al baile, eso no significaba que no podía ayudar con la preparación. Tan solo faltaban unas pocas semanas para el evento. Las damas recorrieron todas las tiendas existentes. El centro estaba atestado por una multitud que se aglomeraba en los puestos, lo que les dificultó transitar tranquilamente por las calles. El olor a pescado anunciaba a los buques mercantes que habían arribado en las costas de Coxwell esa misma mañana. Los ciudadanos estaban desesperados por obtener mariscos frescos a un precio accesible.

Pese a todo, las Hayward cruzaron el paseo de los aldeanos y continuaron su búsqueda en la tienda más cercana. Por una extraña razón tuvo esa impresión de que alguien las observaba cuando se entremezclaron con los compradores. Entre tanto tumulto no reconoció de quien se trataba, solo pudo avistar una mirada que las siguió hasta el extremo del puente.

Mientras que Valentina admiraba las telas descartadas que se encontraban sobre el mostrador, Emma y Elizabeth estaban ocupadas revolviendo el local por completo. Antes de precipitarse en buscar una razón para su desmesurada sensación, reconoció que el joven que entraba a la tienda era más que una posible respuesta.

―¿Qué le parece? Coincidimos en el sitio para comprar nuestros atuendos.

Ella guardó silencio.

―Señor Seeling ―continuó John, incomodado ante su malhumor―, vine por la chalina de raso que pedí hace una semana.

Valentina lo miró por encima del hombro. Dio media vuelta y continuó admirando los artículos del fondo. ¿Cómo tenía el descaro de aparecerse así?, pensó.

―¡En seguida, señor Brownson!

―¿Llevan mucho tiempo aquí?

―No menos de media hora... ―respondió con recelo.

―¡Ah! Entonces, ¿no se ha decidido aún? Yo pienso que sería adecuada para usted. ―John tomó una tela azul y carraspeó―. El color contrastará con su piel.

―Solo observaba ―dijo Valentina, conteniendo una sonrisa―. Estos lienzos están por fuera de mi alcance.

―Si se trata de dinero yo podría...

―Agradezco sus buenas intenciones, señor Brownson ―espetó―. Pero no es necesario, ya que no asistiré al baile.

Apenas se desocupó, Elizabeth corrió a saludar a su prometido. Valentina uso esta interrupción para adelantarse hasta la salida y así evitar pasar un mal rato.

Regresaron junto al joven, quien fue tan amable de cargar con todas las cajas. De haber sabido que aquella respuesta alentaría su curiosidad, no hubiese sido tan honesta. ¡Estaba harta del baile! Tal parecía que no existía cosa más importante para sus vidas. Tanto Emma como John estaban empecinados en que fuera. A Elizabeth le daba igual, pero con tal de participar en su conversación coincidió con ambos.

Adelaida se encargó de agradecer al caballero por su gentileza.

―He oído que la señorita Hayward no asistirá al baile...

Al oír este comentario Valentina se frenó a mitad del escalón y volvió su atención al hall.

―Sí ―afirmó―. ¡Es una pena! He intentado convencerla, pero ya conoce usted cómo es.

―¡Vaya! ―exclamó John―. Siempre supuse que los bailes eran bien recibidos por las señoritas de su edad.

―Esa muchacha rechaza su propia naturaleza ―bromeó Adelaida―. ¡Oh! Ahí estás, Valentina. Justo hablábamos sobre ti.

―Así es. Disculpé mi intromisión, pero tuve que tomarme el atrevimiento de consultarle a su madre. ¡Me quedé patidifuso al saberlo! Es que no me ha parecido correcto su decisión de desmerecer la invitación.

Apenas abrió la boca, Adelaida buscó la manera de persuadirlo de su respuesta guardando la mayor reserva posible. Valentina no hizo caso. Confesó que debía cuidar de Wallet Crescent en la ausencia de su familia, y no podía darse el lujo de esa clase de diversiones.

―¡Ah! Querida mía, te preocupas demasiado por nosotras.

―¡Ya veo que tiene usted prioridad por sus obligaciones! ―expresó John, rascándose la barbilla―. Bueno, no quiero seguir importunando. Entonces, parece que ni yo ni su familia podría hacer algo para que cambie de opinión, ¿cierto?

Las manos de Adelaida que sostenían los hombros de la joven temblaron al igual que sus labios. Valentina sonrió con malicia. Si esto haría rabiar a su madre podría acceder a ese baile que tanto hablaban.

―Quizá, podría considerarlo. Si es tan importante para usted...

―¡Magnífico! Tomaré esa respuesta como un sí. Enviaré un coche para que las recoja el sábado a las ocho.

―Sería un abuso de su generosidad ―declaró la madre.

―¡Insisto, mi señora! ¡Insisto!

Tras despedirse Adelaida se volvió hacia ella rabiada, pero ni un poco extrañada de su desobediencia. Valentina contuvo su risa.

―No sé cuál es tu plan, pero te juro que, si descubro que intentas arruinar esta oportunidad para tu hermana voy a ocuparme yo misma de que te arrepientas por el resto de tu vida. ¿¡Me oíste!?

―¿Acaso considera que podría ser una amenaza para el matrimonio de mi hermana? ―replicó Valentina, con un tono irónico―. ¡No se preocupe, madre! He aceptado su petición únicamente por mera cortesía.

―Más vale que así sea, niña ―amenazó.

Tal como sucedió, lo relató a su más íntima confidente. Emma quedó más que impresionada, no solo por la persistencia del joven, sino también por la postura que había adoptado Valentina frente a las injusticias de Adelaida. Satisfecha con la noticia se puso a trabajar para terminar de confeccionar los vestidos a tiempo.

Cada una se ocupó de los preparativos necesarios para la fiesta. La semana transcurrió sin ningún acontecimiento extraordinario, exceptuando esa tarde cuando Emma salió con urgencia a comprar el encaje para el vestido de su hermana.

―¡¡¡Valentina!!! Querida mía, ¡ven pronto! Tengo un paquete para ti.

―¿Para mí? ―Salió de la cocina secándose las manos como pudo.

―Si, ha llegado hace un instante.

Valentina inspeccionó la tarjeta adjunta a la caja.

―No hay nombre, ni dirección. ¡Qué extraño!

―Pues, el cartero me ha dicho que va dirigido especialmente para la menor de las Hayward.

―¿Confías en su remitente? ―cuestionó, insegura.

―¡Ábrelo! Quizá, adentro lo descubras... ―insistió Emma, intrigada.

Valentina apoyó la enorme caja en la mesa del salón. Bajó una delgada capa de papeles develó un vestido de un tono azul marino, el mismo llevaba desde la falda a la cintura una muselina exquisita, y algunos detalles con encajes y flores. No se había dado cuenta hasta que sintió la suave textura. ¡Se trataba de la misma tela que vio en la tienda del señor Seeling!

―"De un viejo amigo para la señorita Hayward. ¡Nos volveremos a ver pronto!" ¿Qué significa esto?

―¡Parece que tienes un admirador secreto!

―¡Es increíble! ―suspiró enajenada―. Entonces, ¿no me ha olvidado? Pero ¿Cómo puede ser posible? Se supone que su compromiso es con Elizabeth y no conmigo. No debería aceptarlo, ¿verdad, Emma?

―Estoy de acuerdo, Valentina ―opinó Emma―. ¡Ah! Pero que va. ¿No me digas que rechazaras tan maravilloso presente? Además, solo es un vestido. ¡Elizabeth nunca lo sabrá!

―Te apresuras demasiado, Emma ―advirtió la voz de Elizabeth que se aproximaba por los pasillos―. ¿Por qué tanto griterío? ¡Estén seguras de lo que sea que oculten mi madre lo sabrá tarde o temprano!

―Eso no es de tu incumbencia, Eliza.

―¿De quién es? ―indagó, acariciando la falda.

Antes de que Emma se dejará llevar por sus impulsos se apresuró a buscar una resolución.

―¡Es tuyo! ―Dobló el vestido y lo metió de nuevo en la caja―. ¡Lo siento! Solo quería verlo antes de llevarlo a tu alcoba. Emma me advirtió que te enfadarías, pero no hice caso...

―¿Lo hice?

―Sí ―exclamó, inquieta―. ¡Míralo! Es un vestido muy muy elegante, ¿cierto? ¡Ah! Lucirás preciosa en el próximo baile, Lizzy.

Elizabeth se dejó llevar por los halagos de su hermana que no advirtió su engaño.

―¡Ah, Valentina! Ya te he dicho que no me agrada que revises mis cosas. ¡Qué más da! Supongo que no puedo culparte por aspirar a ser una dama fina y elegante como yo.

Las expresiones de Emma estaban a punto de estropear el plan por completo. Por lo que Valentina se exasperó y le sugirió que se fuera de inmediato a probárselo.

―Iré a zurcir el encaje en tu vestido ―lanzó Emma, desilusionada―, lo necesitarás...

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