▫Valentía▫
Océano.
Turbias y oscuras aguas eran lo único que veía. Parecía que me encontraba sumergida en medio de un océano sin fin, incluso, sin alguna superficie. No se alcanzaba a ver nada a más de 3 metros de donde me encontraba. Nadaba dentro de él sin poder distinguir nada más que agua, hasta que noté el movimiento de algo en las aguas que de momento se sintieron aterradoramente heladas.
No podía moverme, sentía que algo me observaba y no podía saber qué. De pronto un ruido indescriptible agobiaba mis oídos, ensordeciendo cualquier otro sonido, con ello reaccioné y comencé a nadar tratando de alejarme del lugar que parecía no tener fin, no tenía escape. Hasta ese momento es que empecé a notar la falta de aire en mis pulmones que se incrementó cuando noté que el agua comienza a tornarse roja. Me encontraba aterrorizada y no podía respirar.
¡Basta!
Abrí los ojos, sobresaltada en mi cama. La oscuridad con la que me topé me asustó hasta que mis ojos empezaron a reconocer mi habitación entre las sombras. Volteé al lado contrario de mi habitación y vi a Carla, mi compañera de cuarto, aún dormida tranquilamente.
"Tengo que salir de aquí". Pensé.
Tratando de no hacer mayor ruido, me levanté y me coloqué unos pantalones y una chaqueta antes de salir de la minúscula habitación. Recorrí los pasillos de los dormitorios de la residencia para universitarios antes de bajar por las escaleras hacia la primera planta.
Salí al parqueo delantero del edificio, cruzando las grandes puertas de vidrio. El olor nocturno me inundó, aprecié la tranquilidad nocturna que se interrumpía sólo por el murmullo del recorrido de los autos y el canto de algún grillo.
Tomé asiento en la pequeña escalera frente al edificio. Al introducir mi mano en la chaqueta noté un paquete de tabaco, en su interior conté sólo tres cigarrillos y un encendedor muy favorecedor. Debí haber tomado la chaqueta de mi compañera ya que ella era la aficionada a los cigarros. Saqué un cigarrillo y lo coloqué en mi boca antes de acercar el encendedor. Ya encendido, le di una gran calada disfrutando de la nueva entrada de nicotina.
Nunca me cansaría de la cierta paz que me daba fumar. No lo hacía frecuentemente pero no había estado durmiendo bien últimamente, siempre despertaba en la mitad de la noche luego de pesadillas incesantes. Creo que merecía un poco de paz después de tanto tormento.
La falta de sueño, los estudios y las maravillas de mi mente estaban acabando conmigo. Sin embargo, ya llevaba un año atrasado en la universidad y me había prometido que, pasara lo que pasara, esta vez nada me iba a detener para continuar con mis estudios. Tenía que enfrentarme a mí misma de una vez por todas.
Ya iba por la mitad del primer semestre del año y no había tenido ningún...
¿Se podría llamar obstáculo?
Bueno, aún no se había presentado nada por lo que tenga que dejar la universidad de nuevo. Odiaba tanto esta situación. Ahorré y trabajé duro desde los trece para poder pagarme la universidad, a esa edad ya sabía que ninguna familia adoptiva la pagaría por mí. Si no me adoptaron de niña, mucho menos a los trece.
Crecí en un orfanato desde que mis padres fueron arrestados y del orfanato público me mandaron a uno privado porque no se daba abasto. A los trece decidí salirme del orfanato para irme a vivir con una tía lejana. Desde ese momento mi vida fue estudiar por las mañanas y trabajar por las tardes en tiendas cercanas.
Me dieron media beca a los dieciocho en una universidad privada y me mudé a la ciudad, todo iba bien hasta que hace un año me diagnosticaron trastorno esquizofreniforme, y me quitaron la beca por retrasarme en el plan de estudios. Razón por la que este mes no pude comprar el tratamiento, pero ya estaba totalmente recuperada. Sólo llevaba mi tratamiento por doce meses más a medida de prevención. Ya llevaba siete de los doce.
Observé atentamente la colilla del cigarrillo, ardiendo y consumiéndose, antes de dar mi última calada. Me estaba levantando de aquel lugar, planeando regresar a la cama para tratar de volver a conciliar el sueño, cuando lo sentí. Con desconfianza, inhalé el aire poniendo más atención al olor.
Algo como ¿Óxido? ¿Ácido?
No lo sabía con exactitud, pero ese olor indescriptible, para mí, sólo significaba una realidad que odiaba aceptar.
Ha vuelto.
Se me heló hasta la última gota de sangre al reconocerlo ¿Por qué? El año iba tan bien ¿Tendría que irme si no podía controlarlo? No, otro semestre perdido no.
Observé mi alrededor, algo desconfiada, sólo buscaba que, en realidad, no fuera así y yo me hubiera equivocado. Luego de examinar el lugar, estaba a punto de irme, cuando vi, a lo lejos, la silueta de una persona pequeña, cómo del tamaño de un niño, estaba lejos, pero podría jurar que me observaba.
Me sobresalté cuando escuché un grito detrás mío, volteé, pero no había nadie. Hasta que, de momento, se desató una ola de miles de voces alrededor mío, se escuchaban tan reales, aunque sabía que era la única en el lugar además del niño. Decían todo tipo de cosas.
Fracasada.
Loca.
Idiota.
Cerré los ojos con fuerza, cubriendo mis oídos.
Nunca llegarás a ser nadie.
¿En serio crees que terminarás la universidad?
No te dejaremos.
No eres nadie.
Siempre estaremos a tu lado.
Diferentes voces a mi alrededor no paraban de hablar, eran demasiadas. Otras reían de forma tan escalofriante que podían erizar cada vello de la piel. Gritaban, susurraban o insultaban y no paraban.
Oye,
Aquí estamos.
No te escaparás.
Abre los ojos.
Idiota.
Ábrelos.
No seas cobarde.
Venos, estamos frente a ti.
Sin percibirlo, en algún momento mi cuerpo empezó a temblar, sentía un escalofrío que no podía controlar, al igual que las lágrimas que se esforzaban por salir de mis párpados cerrados.
Cobarde.
Abre tus ojos.
Queremos verlos.
¿A qué le temes?
¡ÁBRELOS!
Aquel último grito era una voz mucho más grave que las otras, podría jurar que parecía demoníaca. Abrí los ojos por el susto, aunque hubiera preferido no hacerlo.
El niño estaba frente a mí, tenía la vestidura rota y ensangrentada, tenía un olor putrefacto, su cara no se veía cómo la de un niño, estaba deforme y tenía grandes ojos, tan grandes que no parecían humanos, resplandecían en un color verde brilloso, tan brilloso que cegaba. Un escalofrío cruzó por toda mi espina cuando noté un cuchillo enterrado en su cuello.
No esperé más y corrí. Corrí desesperadamente lo más rápido que pude. Las voces me seguían, pero ahora todas reían sin alguna coordinación. Distinguí el sonido de pasos detrás de mí que venía acompañado con la sensación de ser perseguida. Mi rostro estaba bañado en lágrimas de terror, nunca podía llegar a acostumbrarme a ello.
No es real.
No es real.
No es real.
Me repetía en mi interior. Mi respiración estaba agitada, empecé a marearme enormemente. Entonces recordé una frase en medio de todo el caos.
"Un héroe no es más valiente que un hombre corriente, pero es valiente cinco minutos más".
Si no iba a ser héroe de nadie más, al menos podría salvarme de mi mente.
Sólo 5 minutos más.
Los pasos se volvieron más fuertes y sentí cómo si alguien hubiera sostenido mi pie izquierdo, el cual no respondió a mi cuerpo haciendo que cayera de frente en el asfalto del estacionamiento.
Sentía mucho movimiento a mi alrededor, cuando alcé la cabeza noté que el asfalto estaba repleto de arañas, miles y miles de ellas, se movían cómo una gran masa. Me paré de inmediato aterrorizada.
Sólo 5 minutos más.
Sentí como algunas comenzaban a subir sobre mí. Sentía sus largas patas subiendo por mi piel, yo trataba de quitármelas horrorizada, pero eran demasiadas. Tenía un enorme dolor de cabeza al que lo acompañaban las náuseas. Las voces reaparecieron.
Voltea.
Detrás de ti.
Tonta.
Voltea.
Loca.
Estoy detrás de ti.
Todos lo estamos.
Sentí como alguien tocó mi hombro para llamar mi atención.
¡VOLTEA!
Ordenó la misma voz espantosamente grave. Entre sollozos, me repetí una y otra vez que no era real antes de voltear, pero lo que vi sí parecía real.
El mismo niño estaba frente a mí, pero ahora multiplicaba su antiguo tamaño, mucho más alto y grande que yo. Me miraba hacia abajo con sus ojos verdes totalmente aterradores. Yo no podía dejar de temblar. Extendió su cara en una sonrisa diabólica, mostrando sus dientes puntiagudos llenos de sangre. No pude hacer más que gritar con todas mis fuerzas.
Luego de ello, sólo recuerdo que todo empezó a dar vueltas y la noche se volvió más oscura de lo que cualquiera podría imaginar. No podía ver nada hasta que perdí la consciencia.
Supongo que los 5 minutos se acabaron.
Susana G.
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