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3- La dulce Venganza

¡Buenas! ¿Cómo estáis? Siento haber tardado un poco más en subir este chap, pero he tenido algún que otro problemilla. No me gusta estar mucho sin actualizar porque si no os olvidáis de mí D:!

Por cierto, os tengo que recomendar a todos y a todas “Smells like teen Spirit” de Nirvana.
Escuchar esa canción cerca de mil quinientas veces ha sido el verdadero secreto para escribir las casi cuatro mil palabrejas que constituyen la tercera parte de nuestras vacaciones en Bahikki!

III- La dulce venganza

El desayuno estaba resultando un completo desastre: Los alumnos iban y venían a la hora que les daba la gana, algunos ni siquiera habían aparecido y otros lo habían hecho con los ojos rojos y la cabeza dolorida a causa de la resaca.
Snape quitaba puntos a todas las casas, compulsivamente, hasta llegar al punto en el que no estaba seguro de si había más puntos por quitar y para colmo esos dos gemelos que supuestamente debían ayudarlo, eran los potenciales culpables de que todo el mundo estuviera volviéndose loco.

Aprovechaban cualquier oportunidad para vender a las chicas tónico bronceador sin efectos secundarios (permanentes)  y a los chicos brebaje “creceabdominales” el cual incluso los mismos gemelos dudaban de que pudiera producir algo más que descomposición de estómago.

Hermione observaba cómo asombrosamente estaba sola: Ron aún no se había levantado, Parvati seguía deprimida bajo las mantas de su cama, Luna estaba experimentando con unas lagartijas fosforitas cuyo nombre no recordaba y lo más curioso: Ginny y Harry se habían levantado pronto… ¡Para sentarse juntos sin siquiera cruzar palabra!

Hermione terminó de tomarse el zumo de piña y se levantó, sintiéndose realmente incómoda por su soledad. Pensó en ir a llamar a Ron pero no quería exponerse a una respuesta salvaje y finalmente regresó a su cabaña dispuesta a leer unos minutos hasta que todos se dirigieran a tomar el primer baño de la mañana.

Acababa de abrir el libro cuando de pronto cayó en la cuenta. ¿Qué demonios hacía en una isla exótica, con una temperatura realmente agradable, la playa a apenas unos metros de ella y nueve días por delante, leyendo en su habitación?

Esbozando una sonrisa cogió su bikini y se lo puso rápidamente antes de salir de nuevo de la cabaña y sentir la arena en los pies. Con sólo ver el sol brillando ya sentía una especie de calidez en su interior que podría alegrarle el día a cualquiera. Incluso a Malfoy.

Se quedó quieta unos segundos. ¿Malfoy? ¿Por qué había pensado Malfoy y no… Snape?

Quitándole importancia al anterior pensamiento, Hermione Granger se encaminó por la playa con el cabello meciéndose suavemente con la brisa y unas extrañas ganas de ver a alguien… ¿Pero a quién?

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—Puaajjj…. —Ron pegó un bote en la cama y lentamente se levantó. Se desperezó y se frotó los ojos con las manos para darle la bienvenida a un nuevo día en Bahikki… pero sintió algo extrañamente suave sobre sus labios… ¿Qué diablos…?

Palpó lentamente con la punta de los dedos y una espantosa idea se asentó en su pensamiento.

—No pueden ser tan cabrones… —murmuró justo antes de llegar al espejo, que le confirmó sus sospechas inmediatamente.

Un bigote.

—¡Un jodido mostacho! ¡Y para colmo es negro!

Tras maldecir un millón de veces a Harry, Dean y Seamus, Ronald procedió a intentar quitarse el bigote por medio de distintos hechizos, de los cuales ninguno resultó.
Tan colorado como se podía estar siendo un Weasley, procedió a intentarlo por la fuerza, pero ni un maldito pelo se despegó de su piel y un horrible pensamiento lo asaltó.

¿Y si era permanente? ¿Y si no podía quitárselo… nunca?

Una imagen de sí mismo recogiendo el diploma de graduación en Hogwarts con su curioso amigo en la cara lo hizo estremecer y al instante siguiente un grito ya había salido de su garganta irremediablemente.

Saltó las camas que lo separaban de la calle y salió a la playa al firme grito de:

—¡¡¡Hermione!!!

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Estaba en la playa. La joven sintió un ligero cosquilleo y su pulso se disparó en cada parte de su cuerpo. La dulce venganza, sí señor…

Draco Malfoy estaba tumbado en la playa y cómo no, una sombrilla negra protegía su blanca piel del sol. Hermione entendía que no quisiera parecer un cangrejo tras un día de playa.

Aclarándose la garganta, la joven se acercó hasta la cabeza rubia apoyada en la arena.

—Vaya Malfoy. ¿Te carbonizarás si el sol roza tu piel? –le picó. No sabía por qué, quizás estaba aburrida, pero curiosamente el haberse encontrado con Draco le había hecho cambiar su visión del día. De pronto no todo era tan aburrido.

Esperó una respuesta mordaz, pero curiosamente nada ocurrió.

—¿Qué pasa? ¿Te ha comido la lengua... —se acercó un poco y de pronto se sintió avergonzada—. El gato…?

Draco Malfoy estaba dormido y no había escuchado nada de lo que ella le había dicho.
Una nube de rubor se alojó en sus mejillas y no fue sólo por haber hecho el ridículo al hablar con el bello durmiente sin que este saliera de su letargo, sino por contemplar de nuevo su bañador negro moldeando atractivamente las pálidas piernas del chico y creando un contraste perfecto.

Si no hubiera sido Malfoy, Hermione incluso hubiera podido decir que la imagen del chico completamente relajado y con los ojos cerrados bajo una nube espesa de pestañas casi blancas, quitaba el aliento.
Pero seguía siendo el repelente Slytherin de siempre, aunque sus músculos se tensaran de pronto al cambiar de posición, aunque sus labios produjeran roncos gemidos al mover la cabeza, aunque Hermione no pudiera apartar la vista de su abdomen, por el cual una suave mata de vello casi transparente se oscurecía hasta quedar oculta por la tela.

¡Maldito bañador! ¿Por qué no podía hacer algún movimiento accidental y mostrar algo más de sí mismo?

La Gryffindor sintió que se ponía rígida de pronto. ¿¡Qué jodida clase de monstruo pervertido era ella para estar pensando esas cosas de Malfoy!?
¿Qué mosca le había picado para sentir su boca secarse cada vez que descubría un centímetro más de la piel del chico?

Se recriminó a sí misma buscando una respuesta para estas preguntas y cayó en la conclusión de que lo mejor era echarle la culpa a él. La culpa era del chico por llevar tan poca ropa… Bueno, lo de la ropa era razonable porque estaban en la playa… pero la culpa era suya por… quedarse dormido… Aunque eso podía ocurrirle a cualquiera.

La bombilla se encendió, ya lo tenía: La culpa era suya por ser tan asquerosamente atractivo.

La chica alzó altivamente la barbilla elogiándose a sí misma por tan acertada conclusión. Una parte de su cerebro le decía claramente que él no tenía la culpa de eso, pero hizo oídos sordos a sus propias palabras agolpándose en su castaña cabeza.

De nuevo una nueva idea la asaltó de pronto.

La dulce venganza —se repitió.

 ---

—Una.

—Dos.

—¡Y tres! —gritaron todos los alumnos que se encontraban reunidos en el acantilado.

Fred y George agarraron a Luna Lovegood cada uno de una mano y los tres saltaron por el precipicio, cayendo en picado.

Ginny se llevó una mano a la cabeza. Por un segundo pensó que se había quedado sin hermanos y sin amiga, pero tan sólo unos segundos después los tres aparecieron de nuevo ante ellos volando, literalmente.

Los tres estaban haciendo una pompa con un chicle: El nuevo invento de los gemelos Weasley que te hacía volar sin tener que usar escoba, siempre y cuando la burbuja no se rompiera.

Todo el público prorrumpió en aplausos, habían superado el reto con creces y todos los alumnos estaban ansiosos por comprar los nuevos chicles con los que podrían recorrer toda la isla.

Luna estaba maravillada. ¡Lo habían conseguido!
La verdad es que cuando hacía unos minutos los gemelos habían interrumpido sus experimentos fosforitos para hacerla partícipe de “un milagro de la relatividad” y “una ocasión inigualable e inimitable” había pensado que esos simpáticos gemelos estaban un poquito locos, pero pronto se había dejado llevar por sus palabras embaucadoras y había temido realmente por su vida al saltar desde el precipicio. No se había alegrado nunca tanto de no haber caído al agua.

Ginny frunció el ceño. Había tenido que dejar a Harry para ayudar a sus hermanos a vender los dichosos chicles, pues ellos estarían ocupados haciendo la demostración de su validez.

Un par de chicos de Ravenclaw se acercaron a ella y le compraron unos paquetes, pero por su forma de mirarla, los chicles eran lo que menos importaba en ese momento.

Entonces todo ocurrió en apenas cinco segundos:

Harry entró en escena, lo que distrajo a Ginny, que al girarse bruscamente hacia él para sonreír tímidamente, hizo que la caja en la que se encontraban los productos Weasley casi volcara y tirara al agua la mitad de la mercancía: Esto distrajo a Fred, que abrió la boca para gritarle a Ginny que no soltara la caja, lo cual hizo que el chicle saltara irremediablemente de su boca y de pronto se encontrara aferrándose desesperadamente a Luna y a George para no caer al agua.
Por otra parte, alguien del fondo soltó un grito que pronto se propagó por toda la fila de espectadores y sonó frío en los oídos de George:

—¡Snape!

La pompa de dicho gemelo explotó antes de que pudiera si quiera moverse y acabó agarrándose a Luna con un grito sordo.

La joven rubia se encontraba sujetando a los dos gemelos, que dificultaban su movilidad y pesaban demasiado para su frágil cuerpo.

En un arrebato de virilidad (espoleada por algún tipo de apuesta), Blaise agarró uno de los chicles esparcidos por todo el suelo y tras mascarlo un par de veces se lanzó al vacío del acantilado. No consiguió volar y curiosamente acabó colgado de una de las piernas de Luna, que hacía equilibrios precarios sujetando a los tres chicos que la doblaban en peso y altura.

—¡Tienes que hacer una pompa, inútil! —le espetó Fred, furioso, mientras intentaba moverse lo menos posible para no resultar más pesado.

Blaise puso una mueca de disculpa y tosió débilmente.

—Con el susto… Creo que…

George bufó.

—¿Te has tragado el chicle, verdad?

Una débil carcajada surgió de Luna, que aún tenía la pompa en la boca e hizo que todos se estremecieran de miedo.

—¿No va a hacer nadie nada? —chilló Blaise.

Al parecer, todos reaccionaron en ese instante y dirigieron su mirada a Harry Potter, que para algo era el elegido. Pero Harry ni siquiera lo notó, los ojos verdes de Ginevra le tenían hipnotizado y bien podían estar colgando todos de un precipicio, él ni se hubiera inmutado.

Una joven de Hufflepuff sacó su varita y apuntó temblorosamente a las cuatro personas flotantes.

—¡¡Georgie!! ¡No te preocupes, yo te ayudaré! —su voz sonaba débil y ñoña, como si estuviera muy nerviosa y realmente lo estaba porque ni el hechizo fue el correcto ni la puntería la adecuada.

Tartamudeo una mezcla entre “Levicorpus” y “Libercorpus” que como resultado tuvo que de pronto, la pompa de chicle rosa de la boca de Luna explotara.

Unos segundos después se oyeron claramente el sonido de chapoteos. Sólo entonces todos se atrevieron a acercarse lo suficiente como para ver a los gemelos saliendo del agua, arrastrando cada uno a otra persona empapada hacia la superficie.

Acto seguido los pasos presurosos de Snape intervinieron en la escena.

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Ron la estaba buscando desesperado. Tanto que ni siquiera se percató de que su bigote negro resaltaba realmente en su rostro hasta que sintió que se chocaba con alguien.
Involuntariamente dio un bote hacia atrás y la chica con la que había colisionado también lo hizo. No tardó mucho en mirarla y observar sus ojos azules abriéndose sorprendidos por el mostacho negro y espeso que llevaba.

Esperaba que ella le pegara por tropezar con su cuerpo, que gritara o que simplemente saliera corriendo, pero no tardó mucho en salir una carcajada de su garganta.

Ron enrojeció violentamente y se dio la vuelta, pero la chica de pronto cesó su risa y se acercó de nuevo a él, un tanto avergonzada por su propia falta de educación.

—Per… ¿Donami? —murmuró con duda. Estaba claro que no sabía el idioma… seguramente tres palabras como “Hola” “Adiós” y “la mía sin tomate”.

Ron se fijó en ella y pensó que no estaba nada mal buen cuerpo, bonita cara y una voz bonita aunque no entendiera nada. Una muggle turista como un grupo de los que ellos ya habían sido advertidos desde que habían llegado a la isla.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó el pelirrojo lentamente, aún un poco tímido y sin poder evitar ocultar su bigote con una mano.

La chica le miró a los labios para entender la pronunciación atentamente y finalmente sonrió ampliamente.

—Lena —pronunció alto y claro y por su acento, el chico dedujo que sería de algún lugar del norte de Europa y que tendría más o menos su edad.

—Ron —le respondió él alegremente mientras le tendía la mano, olvidándose de tapar de nuevo su poblado bigote.

Un nuevo acceso de risa atacó a la chica, pero esta vez el pelirrojo no se lo tomó a mal.

—Yo normalmente no tengo esto, esta mañana… quiero decir que es sólo temporal –pronunció demasiado rápido para que Lena pudiera captar casi ninguna de sus palabras y finalmente ella desistió de intentar entender sus palabras. Ron, al observar su repentina pasividad, posó su mano suavemente sobre la chica y la llevó un poco a la playa—. Te presentaré... —Dijo mientras señalizaba— a mi amiga Hermione, ella me ayudará.

Lena asintió con su sonrisa de nuevo y al parecer encantada de que ese pelirrojo tan simpático y gracioso la arrastrara por la isla.

—Es muy lista –comentó mientras oteaba a la playa. Al final la encontró. Se encontraba frente a una sombrilla bajo la cual descansaba alguien, pero que no podía llegar a ver desde allí.

-Esa —comunicó señalando—. Esa de ahí.

Lena miró a la chica que Ron decía que le presentaría y silenciosamente siguió al chico hasta su posición, pero sólo habían avanzado unos pocos metros hasta que Ron miró confuso a su amiga:

Hermione estaba mirando a todas direcciones, como si fuera a hacer algo malo y acto seguido, como leyendo la mente a Ron, la chica agarró la sombrilla que pertenecía a la otra persona, un chico rubio, y salió corriendo mientras arrastraba el gigantesco paraguas por la playa sin dejar de mirar a todas partes evitando testigos.

Cuando miró de nuevo a Lena, volvió a enrojecer. ¿Había sido su imaginación influida por el calor, el sol y estar junto a una chica preciosa, o acababa de presenciar un acto de cleptomanía por parte de su amiga la perfecta?

En todo caso no pudo pensarlo mucho, ya que Lena volvió a reír a carcajadas mientras murmuraba cosas en algo parecido al ruso y él no podía entender.

 ---

¿Qué hora era?

Draco Malfoy abrió lentamente uno de sus ojos grises y luego lo cerró inmediatamente al toparse con el sol justo en lo alto del cielo, incidiendo justamente en su cara.

Joder… —murmuró—. Puto sol…

Entonces cayó. ¿Y la sombrilla?

Pansy le había pedido prestada su poción solar y no se la había devuelto, por lo que lo único que había encontrado Malfoy para protegerse había sido el paraguas gigante que curiosamente no estaba. ¿Qué hora era?

Según el sol… debía ser bastante tarde. Genial, se había perdido la comida y para colmo sentía un palpitante dolor de cabeza, seguramente debido a haber bebido la noche anterior como si no hubiera mañana… pero en cuanto intentó incorporarse, Draco Malfoy se percató de que su dolor de cabeza no tenía nada que ver con la resaca. Lentamente se dio cuenta de que su piel estaba demasiado sensible y cuando por fin se miró la mano, encontró un apéndice completamente rojo y raspado.

No se había quemado.

¡Estaba jodidamente asado a la parrilla!

Con horror contempló que su precioso cuerpo estaba completamente rojo, cómo bañado en pintura y le escocía horriblemente.

¿Dónde coño estaría su varita? Buscó por su mochila nerviosamente, pero la mano le escocía y acabó por levantarse precariamente con el cuerpo casi en carne viva. ¿Y la sombrilla?

Ahí no estaba, eso quería decir que alguien había sido tan valiente o tan descerebrado como para querer gastarle una broma a él, a Draco Malfoy. ¿Pero quién había podido hacerlo? Dudó que hubiera sido alguno de sus amigos, ninguno era tan tonto y de sus enemigos… No se imaginaba ni a la comadreja ni al cabeza agujereada de Potter deteniendo sus patéticas vidas para joderle a él su día… ¿Y si había sido…?

—Hazte con una buena sombrilla, Malfoy. No queremos dañar esa delicada piel blanca y…

Una frase de una conversación que había tenido con Granger hacía unos días le vino a la cabeza y al instante ahogó una maldición entre dientes. Esa sangre sucia se iba a enterar de quién era Draco Malfoy. Y mientras se dirigía a su cabaña ignorando a los alumnos que lo miraban y señalaban, deseó en silencio que la comelibros de Gryffindor se hubiera apretado bien el bikini esa mañana.

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Aún no había anochecido cuando Severus Snape entró a su cabaña y se dejó caer encima de la cama. Esos malditos niños hormonados iban a acabar con él.
Estaba completamente sudado, pero aun así se resistía a quitarse la túnica negra. Acababa de volver de la playa en la que había estado vigilando a los alumnos y observando a los muggles silenciosamente, intimidándolos con la mirada para evitar que se atrevieran a acercarse a los magos. Pero aun así, había podido ver a uno de los Weasley, el pequeño, intensificando su traición a la sangre mientras seguía a una muggle como un perrito faldero.

No aprenden… —murmuró mientras se quitaba uno de los zapatos y lo sacudía formando una segunda playa de arena en su propia habitación.

Unos golpes en la ventanita de madera le sobresaltaron y se acercó desconfiadamente. Abrió la ventana y un pequeño rayo de luz entró en la habitación, provocando un ceño más acentuado en el profesor. De entre los débiles rayos, una lechuza asomó el pico con un mensaje en su pata derecha.
Severus reconoció el emblema de Hogwarts en el pergamino justo antes de abrirlo.
Era un escueto mensaje de Dumbledore en el que le comunicaba que pronto tendrían visita en la isla y que incluso alguien les ayudaría un poco a los gemelos y a él a vigilar a los alumnos.

Desde un principio Snape había dicho que los dos monitores que lo acompañarían no serían suficientes, pero al director eso le había importado un bledo y al parecer ni siquiera había pensado en lo que volver a reunir a los gemelos Weasley, los alumnos más populares del colegio, con sus antiguos compañeros acarrearía.

Él sabía que todos se volverían locos, lo sabía desde que le habían comunicado la noticia de tener que llevar a dos adolescentes más, a los que era seguro que también tendría que cuidar tal vez incluso más que a los demás dado que ellos ya eran mayores de edad. Y algo en su mente le decía que Albus también había sabido que se volverían todos locos e incluso había actuado como si le gustara la idea.

Escribió una escueta respuesta y se la ató a la pequeña lechuza blanca mientras volvía a internarse en la oscuridad de su cabaña y de nuevo el calor le sofocaba una vez más.

Unos golpes en la puerta llamaron su atención de nuevo y cuando se acercó vio que se trataba de un alumno. Sabía que era Draco Malfoy pero aun así intentó aparentar que no estaba allí. Lo que menos le apetecía era ejercer de niñero a sus casi treinta y ocho años.

Los golpes se hicieron más fuertes y finalmente Draco aporreó la puerta sin piedad, cómo si quisiera echarla abajo.

¡Joder, Snape!

El hombre se alejó un poco más de la puerta, complicando aún más la imposible opción de ser visto por Malfoy. Pero había subestimado al muchacho y lo supo justo en el instante en el que él, en vez de murmurar un suave “Alohomora”, gritó sonoramente:

¡Bombarda!

La puerta cayó, completamente rota.

 ---

Por fin Draco estaba curado. Le había costado mucho que Snape le hiciera caso. Ese murciélago había intentado ignorarlo. ¡A él! ¡A Draco Malfoy! Pero finalmente, tras haber insistido y… esto… tirado su puerta abajo… el profesor le había ayudado haciéndole prometer que si le curaba no volvería a molestarle en lo que restaba de su estancia en Hogwarts.

Satisfecho, un rubio Malfoy caminaba por la playa con sus legítimos aires de triunfador y meciendo sus cabellos claros al viento. Oteaba la playa en busca de esa pequeña… tramposa.
¿Qué clase de juego limpio intuía ella si le atacaba mientras dormía? Alguien tendría que enseñarle a Hermione lo que quería decir jugar con él y ese día se sentía realmente dispuesto a explicárselo.

Como sospechó, la chica acababa de entrar al agua y se estremecía ligeramente al sentir el agua lamiendo sus piernas mientras avanzaba. Estaba acompañada por la rubia esa de pelo largo de cuyo nombre Draco no se acordaba en ese momento.

¿Estrella?

No… Bueno, la loca sin más. Y ambas saltaban las olas agarradas de las manos. A un lado Ginny Weasley lucía un bikini verde y ceñido que hacía que más de uno estuviera relamiéndose los labios al contemplarla tomando el sol, pero curiosamente a Draco no le pareció que su cuerpo encajara tan bien en el bikini como lo hacía el de Hermione, que moldeaba el traje de baño a su antojo y siempre cubría demasiado para su gusto.

En fin, el rubio tuvo que parpadear unos momentos porque sin pensarlo se había quedado embobado mientras imaginaba qué escondería el bikini de la sangre sucia. Como si no lo supiera ya: lo que tenían todas.

Volvió en sí de nuevo, se iba otra vez por las ramas sin darse cuenta. Con un carraspeo de su garganta, Malfoy se acercó un poco más a la orilla y empuñó su varita a la vez que una sonrisa pícara se formaba en su rostro atractivamente.

La dulce venganza.

Con un movimiento de varita se concentró en Hermione.

—¡Accio bikini!

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¡Este Draco es genial! Admitidlo chicas, queréis uno ;)

Muchas gracias a todos y nos vemos dentro de poco, en la próxima actualización!

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