Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Negra Navidad

La disolución de todo conflicto lleva como base la sumisión o eliminación de alguno de los dos contendientes; sin embargo, poco se habla de lo acontecido en ese lapso intermedio, desde que inicia hasta que culmina.

 
Meditaba sobre esto cuando mi tía se marchó dejándonos tal y como estábamos al principio, o peor aún.
La vimos volver a la casa y subir a su coche para luego marcharse. Por un momento la culpa me atacó; las cosas no salieron como esperaba, lo cual ya no era una sorpresa. Sin embargo, sentí que mi tía se había marchado por culpa mía.

 
El resto de la tarde pasó tan regular como cualquier otro. Mis primas se marcharon cerca de las seis y nosotros volvimos a casa; la mirada vigilante de Antonio avivó mi sentimiento de culpa. No pronunciaba una palabra, pero su mirada lo decía todo.
Sabía que era doloroso el proceso de curación, pero no había otro modo; debía evitar la boda de mi tía a toda costa. 

 
Cerca de las nueve de la noche, mientras comía palomitas de maíz con mi familia en la sala con una película, escuchamos el sonido de un auto estacionarse. Me asomé por la ventana y ví a Carlos bajando del coche de mi tía para después ayudarla a bajar del asiento del copiloto; el tintinear de sus pulseras era opacado por sus sonoras carcajadas. Estaba totalmente ebria, pero al menos su novio venía con ella.

 
—Tienes que cuidar bien ese carro, Carlos —sentenció mi tía en cuanto entraron al jardín—. No es posible que se te descompusiera el otro.

 
—Lo sé, mi amor, lo sé. Soy un tonto, te juro que no recordé revisar los niveles antes de usarlo —se excusó él—, con tantas cosas en la cabeza sobre casos y clientes, lo olvidé por completo.

 
Esta vez vestía de negro, luciendo una camisa de seda con tonos en blanco; pasaron por la sala y ambos sonrieron para saludarnos antes de subir a su cuarto.
Mi padre bufó ante la situación y comprendí que mis primas tenían razón en rechazar su relación; sin embargo, por ahora nos tocaba callar y tolerar la situación tanto como nos fuera posible.

 
La mañana siguiente fui despertada por Karla; entró igual que otras veces, saltando y gritando para que me levantara.

 
—¡Meghan, ya levántate, rápido! Mi tía nos espera.

 
—Karla, déjame dormir —protesté adormilada.

 
—¡Iremos a correr a la playa!

 
—¿Iremos? ¿Quienes? —pregunté abriendo los ojos con interés.

 
—Mi tía, Carlos y nosotras. Ya están en la sala, date prisa.

 
Permanecí un momento acostada, asimilando las posibilidades de que ir a correr con Carlos y mi tía me pudieran favorecer. Suena feo cuando lo digo así, pero parte del plan que tengo para ayudar a mi tía se basa en alejar a Carlos o hacer que baje la guardia y no esté todo el tiempo pegado a ella como garrapata. 
Bajé dispuesta a asimilar la situación y encontré a mi tía en la sala; la voz de Carlos me guió hasta ellos. Estaba en una llamada, para variar, y mi tía parecía verse un tanto indignada.

 
—Desde luego que lo tengo claro —decía Carlos al teléfono en un tono mesurado—. Estaré allí como lo acordamos —agregó un tanto exasperado y colgó.

 
—¡Buenos días, tía! —exclamé en cuanto terminó la llamada.

 
—¿Qué onda, mija, ya estás lista pa’ irnos?

 
—Supongo que sí. Hola, Carlos.

 
—Buenos días —respondió él—. Cariño voy a tener que irme.

 
—¡No me digas! —espetó mi tía de pronto—. Otro cliente importante que no esperará.

 
—De hecho, ¿recuerdas el caso del CEO del que te hablé? 

 
—Sí, pero me habías dicho que la audiencia es a las once de la mañana, por eso planeamos salir a correr, Carlos —señaló mi tía ofuscada.

 
—Lo sé, amor, pero debo estar temprano en el juzgado para revisar el expediente y armar el caso junto con la defensa que presentaré.

 
—Promete que vendrás a comer —contestó mi tía, colgándosele del cuello para darle un beso.

 
—Te lo prometo, amor, pero antes de irme, ¿me darías un poco de dinero? Necesito pagarles a unos contactos para que me faciliten información.

 
—¿No se supone que tu cliente debe solventar estos gastos? —espetó de pronto.

 
—Ya te había dicho Tere, el cliente no me pagará hasta ver resultados. Prometo pagártelo, solo ayúdame un poco, ¿quieres?

 
—¿Cuánto? —preguntó mi tía, resignada.

 
—Con quinientos dólares bastará.

 
—Está bien, iré a buscar mi bolsa.

 
—Hola, tío Carlos —saludó Karla como si nada.

 
—¡Hola, princesa! ¿Cómo estás?

 
—Bien, ¿me prestarías tu teléfono para jugar? 

 
—Llevo algo de prisa ahora, pero cuando regrese te lo presto, ¿de acuerdo?

 
¿Su teléfono…? ¿Desde cuándo Karla fraterniza con el enemi?… ¡Espera… eso es! Tan sencillo es que descubra los secretos de Carlos, solo con revisar su teléfono. Karla es una genio. 

 
—¿Me prestarías a Lucia un rato? —pidió Carlos cuando regresó mi tía y le dio el dinero—. Necesito enviar unos correos y comprar unas cosas que voy a necesitar, pero quiero ganar tiempo y se me ocurrió que, mientras envío los correos, Lucia puede pasar a comprar lo que necesito.

 
—Está bien, pero no la entretengas demasiado, necesito que me ayude aquí para la comida de la tarde.

 
Una expresión de desconsuelo apareció en el rostro de mi tía al mirar cómo se iba Carlos en compañía de Lucia. Era la segunda vez que esos dos se marchaban juntos y delante de mi tía; miré para todos lados, ansiosa por encontrar algo en qué distraer su atención y mis ojos se encontraron con el reloj del microondas. Marcaba las siete con veinte minutos y recordé algo que sin duda ayudaría a mi tía y la sorpresiva escapada de Carlos no podía ser más oportuna.

 
—No sé tu tía, pero yo no me voy a quedar vestida y alborotada —comenté, buscando motivarla.

 
—¿De qué hablas? —preguntó divertida.

 
—Pues de no quedarnos encerradas. No tiene que estar Carlos presente para que tú salgas y entrenes.

 
—Tienes razón —dijo luego de mirarme por unos segundos.

 
Cuando salimos al jardín, nos encontramos con Antonio; estaba en una orilla regando el pasto y agitó ligeramente la mano en el aire cuando mi tía le dio los buenos días. Karla nos seguía tan solo unos pasos detrás; yo, por mi parte, busqué en la casa de Kevin la pieza clave de mi plan e igual que el otro día, allí estaba…

 
—¡Buenos días, señor James! —exclamé con una amplia sonrisa.

 
—Hi Meghan, how are you? —respondió él con la taza de café en una mano y un cigarro en la otra.

 
—I'm fine, I want you to meet my aunt.

 
—Oh really? Pensé que sería tu hermana mayor.
 

—Tía, ¿ya conocías al señor James?

 
—Lo había visto un par de veces —respondió con una sonrisa nerviosa.

 
Mientras nos acercábamos a su casa, el señor James le dio una última chupada a su cigarrillo y después lo lanzó al piso de su jardín, lejos de allí.
 

—Encantado de conocerla —dijo mientras dejaba escapar el humo del cigarro—. Meghan me habló de usted la otra noche.
 

—¿Cómo es que siendo vecinos no se habían conocido antes? —pregunté curiosa.
 
—Bueno, es que antes nosotros no solíamos vivir aquí. Aunque mi esposa siempre quiso vivir en este lugar, solo veníamos en verano; hasta ahora fue que nos mudamos.
 

¡¿Esposa…?! Dijo: “¡¿ESPOSA?!”. Creo que, al igual que a mí, esa palabra le cayó a mi tía como un balde de agua fría. ¿Cómo fui tan tonta para no pensar en eso? Por algo tan simple, todo mi plan se derrumbaba y de pronto, todo me pareció confuso. Entendí que mis planes estaban mal organizados, que mis ideas no eran lo suficientemente buenas y que quizás, por eso también fallaban.

 
—Bueno, no le quitamos más su tiempo, señor James. Fue un placer conocerlo —escuché decir a mi tía.
 

—Al contrario, el placer fue mío. Gracias por pasar a saludar.
 

—Que tenga un buen día, señor James —dije tratando de oprimir la decepción que me inundaba.
 

Caminé lento y con la mirada en el piso; absorta en mis pensamientos. Mi mayor error era suponer cosas de las que no estaba segura y el otro día, en la playa con Kevin, quizá debí ser más asertiva y preguntar por su madre en lugar de sólo suponer que ella y su padre, probablemente, estarían separados.
 

—¿Meghan? —escuché de pronto la voz de mi tía a mis espaldas—. ¿Qué intentas hacer?
 

—¿Cómo de qué? —pregunté sin detenerme hasta llegar a las escaleras.
 

—No juegues conmigo, sabes bien de lo que hablo —replicó.
 

Me recargué sobre la soga con la vista perdida en la inmensidad azúl sintiendo la mirada de mi tía clavada en mi espalda a la espera de una respuesta. 
Sentí que los nervios de ser descubierta me traicionarían; si tan solo se llegaba a enterar de mi plan, existía el riesgo de que pusiera distancia entre todos nosotros y que incluso nos echara de su casa.
 

—Tía —comenté girándome hacia ella—, Kevin me gusta y necesito que me ayudes a acercar a mis padres a su familia. Quiero que lo conozcan, así como tú con el tío Carlos. Yo necesito la aprobación de mis padres para entablar una relación más formal con Kevin y sé que si tú comienzas a acercarte a su familia, mi padre más que nadie será un poco más abierto.
 

Me pareció ver que la mirada de mi tía se enterneció con mi comentario, entendiendo mi situación, y caminó hasta mi lugar para abrazarme.
 

—Sé cómo te sientes, pequeña —declaró luego de un largo suspiro—. Haré lo que esté en mis manos para acercarnos a la familia del señor James, te lo prometo. 
 

—¿En serio me ayudarás, tía?
 

—Por supuesto, es lo menos que puedo hacer por ti, luego del enorme esfuerzo que haces por reunir a la familia. Te viste muy hábil y muy valiente al sacarme de mi habitación con mentiras.
 

—Lo sé, lamento haberte mentido —contesté apenada—, pero extraño esos días, ¿sabes? 
Aquellos cuando nos reuníamos en la casa de Tecate, todos juntos.
 

—Me pasa lo mismo, princesa —confesó ella—. No sabes cuánto añoro reunirme con mis hijas y convivir como antes lo hacíamos.
 

—Creo que esta puede ser una buena segunda oportunidad para todos, solo trata de entender el enorme esfuerzo que hacen mis primas para que esto funcione —señalé.
 

Inmediatamente, mi tía se apartó de mi lado como si mi último comentario le hubiese causado alguna especie de repulsión. Me miró durante unos segundos y se forzó a esbozar una leve sonrisa.
 

—Vayamos a correr para regresar pronto —sugirió bajando por las escaleras a la playa. 
 

Eran cerca de las nueve de la mañana cuando mi tía y yo llegamos a casa luego de poco más de una hora de ejercicio. Después de tomar un baño, bajé a desayunar. Mi madre ojeaba catálogos de vestidos y adornos florales para la boda en compañía de mi tía y de tanto en tanto reían en secreto como dos buenas amigas.
A los pocos minutos llegaron mis primas y, sorpresivamente, no entraron a la casa como acostumbraban; permanecieron en la puerta y tocaron el timbre. Desde la ventana de la sala mi tía pudo verlas y mis ojos buscaron su aprobación.
 

—Tere, son tus hijas —anunció mi madre.
 

—Pequeña, ¿puedes abrirle a tus primas, por favor? —pidió mi tía. Asentí con la cabeza y corrí hasta la puerta.
 

—¡Hola, Meg…! —Exclamó Allison en cuanto me vio.
 

—¿Dónde está la sirvienta? —preguntó Abigail de inmediato.
 

—Salió con Carlos, según para que hiciera unas compras para él —comenté, luego de encogerme de hombros.
 

Mis primas compartieron miradas al tiempo y Abi meneó la cabeza en desacuerdo.
Sé que mis primas lo saben; al igual que yo, sospechaban de esos dos. Por desgracia, nada pueden probar nuestras sospechas. 
 

—Llegamos, mom —anunció Allis con emoción.
 

—¡Fantástico! —exclamó mi tía—. Necesito que se queden con su prima y su tía mientras yo me apuro en la cocina.
 

—¿Y por qué no ayudamos todas? —sugirió mi madre de repente.
 

—Esa es una buena idea —señalé animada—. Podemos ayudar a cocinar. Yo quiero preparar un dip de queso que me encanta y acompañar con alguna botana mientras cocinamos.
 

—No suena mal —replicó mi tía—, pero no tengo botanas en la alacena.
 

—Eso no es problema, podemos ir a comprar algunas al *Calimax —sugirió Allison.
 

—Está bien, vayan —concedió mi tía luego de esbozar una leve sonrisa—, pero con cuidado y no tarden mucho. 
 

En cuanto salimos a la calle, me acerqué al minicooper rojo de Abi, pero ella me apremió con un ligero empujón. 
 

—Camina, perezosa —me indicó divertida—, el Cali no está muy lejos. Además podemos aprovechar el tiempo para platicar.
 

—¿Has notado algún punto débil en Carlos? —quiso saber Abigail.
 

—Tanto como un punto débil, no. Pero Karla tiene acceso a su celular.
 

—Eso es bueno —señaló Allison.
 

—Lo sé, solo que… no soy tan cercana a él como para pedirle su celular.
 

—Pero sí con Karla —observó Abi—, puedes pedírselo cuando ella lo esté usando y echar un vistazo rápido.
 

—Sí, pero no sé exactamente en dónde buscar. Podría demorar demasiado buscando algo en los mensajes de texto.
 

—¿Cómo es eso de que le conseguirás novio a mi madre? —preguntó Abi con interés.
 

—Sí, bueno… Eso no me salió del todo bien —confesé—, creo que el señor James está casado y yo no lo sabía.
 

—Bueno, Meg, nos queda claro que ser suplente de Cupido no es lo tuyo —se mofó Allison, provocando la risa burlona de Abigail.
 

—Pero no me rendiré tan fácilmente —repliqué decidida—. Sin importar que el señor James esté casado, creo que él y mi tía podrían ser buenos amigos.
 

—¡Ja, suerte con eso! —soltó Abigail.
 

—Meg, cuando amamos a alguien, nuestro instinto de perrukis celosas se activa y entonces podemos llegar a ser peligrosas —señaló Allison.
 

Cuando entramos al supermercado, mis ojos automáticamente se desviaron hacia el pasillo de libros y revistas. Por mi cuerpo corría una sensación extraña, como si algo me llamara urgentemente a este estante en particular; títulos como: ¿Quién se ha robado mi queso? El monje que vendió su Ferrari y El arte de la guerra eran los que destacaban entre cuentos, revistas y libros para colorear. De pronto, un libro rojo con negro apareció ante mis ojos y entonces aquella sensación desapareció. 
 

Alcoholismo, preguntas y respuestas era el título. Por la autora: Liz Hodgkinson, lo tomé y caminé hasta el pasillo de snacks donde encontré a mis primas.
 

—Este libro podría ser de ayuda para mi tía —anuncié.
 

Su mirada inquisitiva me hizo dudar de mi idea, pero inmediatamente la opinión de Allison me animó.
 

—Creo que en algo podría ayudar, si es que lo lee…
 

Coloqué el libro en el carrito del supermercado y noté el par de sodas que estaba dentro.
 

—¿Y si hacemos un deep de queso? —sugerí sin esperar respuesta.
 

Recordé una receta que mi tío me había enseñado a preparar antes de morir y, sin pensar, avancé hasta el estante de las botanas; tomé unos Doritos rojos, junto con unos Tostitos salsa verde. Del refrigerador saqué un par de barras de queso doble crema y justo entonces Allison apareció detrás de mí con un ramo de cebollines y una lata de chiles chipotle.
 

—Esa es una buena opción —señalé—, pero esta vez se me antoja poner en el queso una trampa para el ratón.
 

—¿A qué te refieres con eso? —quiso saber Abigail.
 

—Carlos no tolera el picante —respondí encogiéndome de hombros—. Si ve el chile desde lejos, no se atreverá a probarlo.
 

—No entiendo, ¿qué ganarás con eso, Meghis? —cuestionó Allison.
 

—¿Acaso no es obvio? —intervino Abigail—. Atesoraremos un hermoso recuerdo familiar. Meghan, me encanta tu mente.
 

En lugar de preparar la receta ya conocida por mi tía, decidí cambiarla un poco para que pasara desapercibida. Reunimos el resto de ingredientes y volvimos a casa, junto con el libro que encontré.
 

Hasta el jardín se escuchaba a Lalo Mora, con su canción: El rey de mil coronas; mis primas y yo cruzamos miradas, sorprendidas por tal evento y nos precipitamos a entrar a la casa. En la cocina, mi tía preparaba con alegría la comida mientras cantaba y se movía al son de la música.
 

«Sé que tienes un querer, lo supe ayer.
Dicen también que como a mí lo quieres».

«Dímelo ahorita, con tu boquita si su cariño, mi amor, prefieres».
 
«Porque yo no sé perder, has de saber que siempre he sido el rey, el rey de mil coronas».

«Y aquel galán que le quiera entrar, tiene que pasar sobre mi persona».
 

Inmediatamente pensé en Carlos y la posible relación que pudieran tener él y Lucia. Imaginé que tal vez mi tía los había descubierto y por eso tenía la música a todo volumen; sin embargo, su alegría desbordante contrastaba con la actitud que debería tener en caso de que mis sospechas fueran ciertas.
Me quedé en el umbral de la puerta, acompañada de mis primas, observando toda la escena y recorrí la cocina entera con la mirada hasta que todo cobró sentido; junto al refrigerador, oculta entre los frascos de especias, una botella de brandy se asomó de manera discreta.
Como si fuera capaz de hacer una especie de mueca burlona. «Mírenme, aquí estoy». Decía con orgullo.
 

Apreté el libro con fuerza y con unas ganas enormes de tirárselo a mi tía en la cara y decirle que estaba harta, que me rendía y que no pensaba seguir ayudándola con su estúpida adicción, pero justo en eso la mano de Abigail se posó sobre mi hombro y negó con la cabeza cuando enfoqué mi atención en ella.
 

—Vayamos al comedor —sugirió Allison—, allá lo preparamos. 
 

En un bowl hondo coloqué las barras de queso crema y media lata de chiles chipotle. Tomé un chile habanero y lo piqué en trocitos pequeños; después tomé un poco de perejil y me detuvo Abigail.
 

—Trata de picar sin despegar el cuchillo de la tabla —sugirió. Tomó el cuchillo, apoyando el dedo índice sobre el lomo, y cortó un par de veces sobre el perejil—. Debes hacer cortes finos apoyando siempre la punta del cuchillo sobre la base y mover solo la parte más cercana al mango. Ven, inténtalo.
 

Me resultó difícil las primeras veces, pero conforme cortaba, se fue haciendo más sencillo. Después seguí con las nueces y los arándanos. Agregué todo con el queso y lo revolví, cubrí la mezcla con película plástica y lo metí al congelador para picar el resto de las nueces y los arándanos. 
 

«Tú naciste para mí, yo nací para ti.
Como eslabón de cadenas, para unirnos entre sí».
 
«Qué cadena tan hermosa nos mandó Dios por amor.
Unidos como cadenas, eslabón por eslabón».
 

Cantaba Lalo Mora desde la cocina. Después de una hora saqué el queso del congelador y lo serví en un plato extendido, para decorar con las nueces y los arándanos; solo así pude ocultar ese tono naranja del chipotle.
 

—Te quedó genial, Meg —señaló Allison.
 

Reservé de nuevo en el refrigerador y esperé ansiosa la hora del postre.
Con los brazos cruzados sobre la mesa, mi cara reposada en ellos y sentada en una de las cómodas y acolchadas sillas del comedor, observé a mi tía en la cocina; cantaba y bailaba al son de la música que escuchaba y entonces entendí que eso la hacía feliz.
Apenas podía recordar la última vez que la vi así de contenta.
 

Recuerdo que fue una trágica Navidad cuando mi tía venía con la charola recién sacada del horno. Había preparado un pato a la naranja y cantaba a todo pulmón una canción de Vicente Fernández.
Llevo grabado ese día con amargura, pues el estruendoso sonido de la charola se alzó por encima de los golpes que mi tío Felipe recibía mientras rodaba escaleras abajo con dirección al sótano.
 

Él bajó a buscar una de sus mejores botellas de vino para acompañar el pato y recibir con armonía la Navidad, pero resbaló al pisar un cubo de hielo que estaba tirado sobre el piso de loseta. Solo el estruendo de la charola al caer nos hizo percatarnos del fatídico accidente.
 

La voz de Vicente Fernández en el estéreo de mi tía pareció apagarse. Gradualmente dejé de escuchar la música y todo sonido que me rodeaba en un intento por procesar el macabro evento. Desde entonces no la había vuelto a ver cantar y bailar como ahora. Solo entonces comencé a preguntarme si de verdad mi idea de ahuyentar a Carlos era la más apropiada. Al final del día, él era la mayor felicidad de mi tía y, ¿quién era yo para arrebatársela? ¿Quiénes somos todos nosotros para impedir que mi tía encuentre su felicidad? Después de todo, ya es adulta y es lo suficientemente mayor para tomar una decisión sobre su vida.



Notas:

*Calimax es una cadena de supermercados, con mayor presencia en el norte de México.
 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro