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La tía Teresa (y su novio...)

En el comedor nos esperaba una jarra grande de cristal llena de agua sabor jamaica con deliciosos cubitos de hielo flotantes. Seis sillas rodeaban la mesa junto con seis platos de porcelana y un vaso a lado de cada uno.

El reloj digital marcaba casi las dos de la tarde cuando mi tía apareció de no sé dónde.

—¿Por qué no toman asiento de una vez? —sugirió casi de inmediato—. Carlos ya no tardará en llegar.

—¡Estupendo! —exclamó mi padre—. Muero de ganas por conocerlo.

—Estoy segura que te encantará —añadió mi tía ilusionada—; es atento, amable, detallista y muy caballeroso.

—¿A qué se dedica? —preguntó mi madre curiosa.

—Es abogado —respondió mi tía luego de mirar perpleja por breves segundos a mi madre —abogado penal y familiar.

—Interesante profesión —observó mi padre pensativo—, ¿cómo lo conociste?

—En la última demanda de mis hijas —respondió con la voz cortada—. Él me defendió de una manera tan profesional como no tienes una idea —continuó diciendo un poco más repuesta.

—Me imagino lo mucho que debió significar eso para ti —dijo mi madre.

—Así es —concedió mi tía—. A pesar de no conocerme ni saber nada de mí, supo encontrar buenos fundamentos para convencer al juez de fallar a mi favor. Después del juicio me invitó a comer y no sé —hizo una pausa y continuó—, supongo que hubo química.

—¡Vaya...! sí que es todo un héroe —comentó mi papá con sarcasmo—. Ahora, más que nunca tengo deseos de conocer al afortunado.

—Miguel, tu siempre tan adulador —respondió mi tía ruborizada.

—Para nada, solo digo la verdad —dijo él.

Eso era cierto, muchos novios había tenido mi tía con anterioridad, pero con ninguno llegó tan lejos como con Carlos. Ese sí que era muy afortunado.

—¡Quiero más agua! —exclamó mi hermana de pronto.

—¡Por favor señorita! —reprendió mi madre.

—Por favor... —agregó al tiempo en que Lucia aparecía para llenar el vaso de mi hermana, al igual que el de los demás.

El tintinear de los hielos al chocar dentro de la jarra me transmitía una sensación refrescante, mucho más de lo que me brindaba la fresca agua.

—¿Desea que comience a servir la comida señora?

—Yo creo que sí, por favor. Carlos no debe tardar en llegar —respondió mi tía después de mirar la pantalla de su celular.

Aquellas palabras parecieron haber sido cómo una cubetada de agua fría que nos había dejado helados a todos por breves segundos. La tensión creció, al mismo tiempo que la curiosidad y justo cuando Lucia volvía con la charola para servir, el timbre sonó y como impulsada por una fuerza superior, mi tía se levantó de su silla.

—Termina de servir —dijo con urgencia—, yo iré a abrir —anunció emocionada.

El timbre sonó por segunda vez y ella dió un pequeño salto y se apresuró a llegar a la puerta.

—¡Voy...! —exclamó y su voz resonó por encima del repicar de sus tacones al golpear la loseta.

Mis padres y yo nos mantuvimos en silencio, espectantes a su regreso y por mi parte, ansiosa de conocer al futuro esposo de mi tía. Escuchamos con claridad cuando la puerta se abrió y después de unos segundos de silencio, nos alcanzó un ligero murmullo, seguido de una sonora carcajada de mi tía, muy vulgar para mí gusto, escuchamos la puerta al cerrar los pasos de mi tía volviendo al comedor a lo largo del pasillo del recibidor, seguido de más murmullos y risas apagadas.

—Cállate, Carlos —susurró mi tía—, nos van a oír...

Y de pronto, ahí estaban los dos... mi tía y su novio.
Parecía más bien su hijo. Vestía un pantalón beige de vestir, una camisa blanca de seda, desabotonada de los últimos dos botones del cuello y unos lustrozos zapatos de charol color negro. El cabello peinado hacia atrás en un intento por aparentar mayor edad, supuse.
Sin embargo, la cara de recién egresado de alguna universidad no la ocultaba con nada. El cabello castaño hacía un perfecto contraste con su piel blanca, casi parecía albino. Permanecieron parados tomados de la mano bajo el umbral de la puerta, como esperando nuestra aprobación.

—Ven, vamos a sentarnos —dijo mi tía de pronto, rompiendo la conmoción —te presentaré con mi familia.

Carlos se sentó a lado de mi tía, no sin antes alzar su mano para saludar de manera informal.

—Ellos son mi familia —anunció mi tía—; mi hermanito Miguel, mi cuñada Lupe y mis dos preciosas sobrinas Karla y Meghan.

—Que gusto conocerlos a todos —dijo Carlos sin mucho afán.

—Familia, él es Carlos, mi prometido.

—Es bueno conocerte también —respondió mi padre a secas—, siempre es bueno conocer a la gente que te rodea —gregó mirándolo directo a los ojos.

—Amo a Teresa —afirmó con seguridad mirando a mi tía—, y haré lo que sea que esté en mis manos para estar con ella.

—Ella dice que la defendiste de una manera majestuosa en los juzgados.

—No es para tanto —sonrió complacido—, el caso en general carecía de complejidad, de modo que, fue sencillo ganar la demanda.

—De cualquier manera, agradezco lo que hiciste —respondió mi padre.

—Amo a Teresa —repitió Carlos al tiempo en que mi tía recargaba la cabeza en su hombro—. Dentro de poco, sus intereses serán los míos y los defenderé de quien sea y como sea —agregó tajante.

-—Yo siempre he defendido a mi hermana —replicó mi padre entornando la mirada—, no me agrada la gente que intenta pasarse de lista con mi familia.

—Lucia, ¿puedes comenzar a servir por favor? —interrumpió mi tía.

—¿Cuánto tiempo llevas ejerciendo —preguntó mamá con curiosidad.

—No mucho —contestó Carlos antes de tomar del vaso con agua que Lucia acababa de poner en su lugar, su mirada parecía incómoda —cerca de dos años agregó.

—Perdona —interrumpió mi padre, habló pausado como tratando de dejar claro lo que diría con la mirada fija en Carlos—, no queremos para nada incomodarte, sabes que no es la idea Teresa —miró a mi tía y devolvió su atención a su novio—. Pero como podrás darte cuenta, mi hermana al igual que para ti, es muy importante para nosotros, su familia —enfatizó agitando el tenedor para señalarnos—, nosotros solo deseamos tener la certeza de que contigo tendrá la compañía que ella necesita y sobre todo, que estará segura y a salvo a tu lado.

—Eso lo sé y lo entiendo —contestó con serenidad mientras se recogía las mangas de la camisa dejando al descubierto un lujoso reloj que a mi criterio, era demasiado caro para un abogado que lleva poco tiempo ejerciendo—, créanme que al igual que ustedes —dijo después de picar un langostino—, me preocupo por Teresa y les repito que haré cualquier cosa para defenderla.

A escasos minutos de haber terminado la comida, el celular de Carlos sonó y él se disculpó para levantarse y atender la llamada. Justo en ese momento Lucia salió de la cocina.

—Señora, necesito salir un momento —pidió ansiosa.

—¿Es muy necesario? —preguntó mi tía sorprendida.

—Me temo que si señora —contestó con seguridad al tiempo en que Carlos regresaba de su llamada —son cosas que necesito resolver de urgencia, volveré a tiempo para preparar la cena —aseguró.

—Si quieres te puedo llevar al centro, voy casi de salida —comentó Carlos de pronto.

—¿Cómo que ya te vas? —preguntó mi tía exaltada—. Carlos, pensé que que te quedarías más tiempo, organicé esto para convivir y resulta que te tienes que ir.

—Amor, sabes bien como es esto —replicó Carlos—. Me habló un cliente y tengo que ir al penal de Tijuana, pero te prometo que vendré mañana para comenzar a hacer las compras y las reservaciones para la boda ¿te parece?

—¿Acaso esa gente no puede esperar? ¡Es sábado, con un carajo! —exclamó mi tía iracunda.

—Amor son clientes importantes, no les gusta esperar —explicó tomándola por los hombros para darle un beso en la frente—, ¿nos vamos Lucia? —caminó hacia la puerta y Lucia fue tras de él.


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