La familia se desmorona
Luego de que Carlos se marchara sin haber encontrado lo que había venido a buscar, permanecí allí, recargada en el filo de la ventana; las impresionantes acrobacias de aquel chico desafiando las olas impetuosas me cautivaron al grado de desconectarme de todo mi entorno.
—No tienes que ocultarme lo que sientes —habló Karla tras de mí.
—Está bien —admití resignada—. El chico es guapo, pero es demasiado pronto para decir que me gusta.
—Es bueno surfeando —señaló mi hermana mirando al chico por la ventana.
—Lo es —declaré.
—¡Mira, llego mi tía! —exclamó Karla de pronto.
—Y mis padres vienen con ella —anuncié—. Ven, vamos a recibirlos.
Karla y yo bajamos de inmediato al encuentro de mis padres y mi tía, pero fue mi hermana quien se adelantó a poner al tanto a mi tía de la fugaz e inesperada visita de Carlos.
—¿A dónde fueron? —pregunté, incapaz de contener mi curiosidad.
—A la tía Teresa se le ocurrió ir temprano al mercado de mariscos y preparar algo delicioso para la hora de la comida —respondió mi padre.
—¿Que más dijo Carlos? —quiso saber mi tía.
—Dijo que quizá volvería después —anuncié adelantándome a la respuesta de mi hermana.
—¡Oye... yo iba a decir eso! —protestó Karla con los ojos aguados a punto de romper en llanto.
—Niñas, niñas... no peleen —suplicó mi padre y yo me giré hacia Karla para mostrarle la lengua en un arrebato de burla.
—Papá, se está burlando —chilló Karla.
—Descuida pequeña, tú me diste la noticia más importante —señaló mi tía bajando hasta la altura de mi hermana en un intento por consolarla.
Karla sonrió triunfante y me miró para imitar el gesto que segundos antes le había hecho, volviéndose casi al instante sin darme tiempo para hacerle otro ademán.
Amo a mi hermana, pero adoro hacerla rabiar, creo que es el arduo trabajo de hermana mayor. El resto de la mañana transcurrió con normalidad; mientras mi hermana corría y saltaba de un lado a otro jugando y gastando bromas en toda la casa, yo fingí ser una princesa atrapada en la cima de la torre más alta del castillo, observando por la ventana cómo volvía de la playa mi posible príncipe azul.
Pensaba en lo invisible que resultaba para él mientras lo miraba andar con ese caminar pausado y despreocupado. O tal vez era yo, que de algún modo me las arreglaba para ralentizar el tiempo y verlo más a detalle; empapado y con el traje pegado al cuerpo, hasta que de pronto sus ojos se posaron nuevamente en mí y esos labios mojados se estiraron en una amplia y amable sonrisa que sin darme cuenta provocaron una en los míos también e instintivamente agité la mano a modo de saludo. Luego de eso, aquel chico se giró y entró al jardín de la casa del señor James.
Poco antes de que termináramos de preparar la comida, el VMW de Carlos se estacionó frente a la casa. Karla y yo acabábamos de poner la mesa cuando él entró; paseándose por cada rincón con esa sonrisa triunfante como si fuera el amo y señor de la casa.
—¡Cuñado! —exclamó de pronto y le extendió la mano a mi padre a modo de saludo.
—Solo míralo —susurré al costado de Karla—. Actuando como si fuéramos invitados.
—Hermana... somos los invitados —replicó divertida.
—Lo sé —repuse de inmediato—, pero no suyos, él es uno más.
—Mi amor, preparamos ceviche de salmón con camarón —anunció mi tía sirviendo en uno de los platos.
—¿Preparamos? —preguntó curioso—. No puedo creer que metieras las manos en la cocina —agregó y se sentó a la mesa ante la mirada furtiva que mi padre le lanzó desde la otra orilla de la mesa.
—Aunque no lo creas lo hizo, yo le dije que un ceviche sin chile no es ceviche, pero Teresa dice que no toleras el picante.
—Yo si como chile —intervino Karla de pronto y todos reímos al unísono. Todos, menos Carlos.
Durante la comida mis padres recordaron junto con mi tía, varios momentos divertidos que habíamos pasado en familia. Mi madre notó el silencio en el que Carlos estaba sumido y quiso incluirlo en la charla, sin embargo, este se aisló así mismo argumentado que tenía muy pocos recuerdos familiares.
—Oye Tere, ¿recuerdas cuando veíamos películas de terror y preparábamos palomitas de maíz con sal y mantequilla? —preguntó mi padre casi en cuánto terminamos de comer.
—Ay si es cierto, busquen una película —respondió mi tía—, dile a las niñas que busquen algo y hagamos palomitas.
—Teresa, recuerda que debemos agendar cita con la organizadora de bodas —interrumpió Carlos de inmediato.
—¡Carajo... es cierto! —soltó mi tía exasperada—. Llámala ahora y programa una cita —ordenó.
—Tere, sabes que ella no trabaja así —replicó Carlos.
—Maldición... lo siento Miguel, ¿te parece si lo dejamos para más tarde?
—Descuida —concedió mi padre—, atiende tus asuntos, nosotros saldremos a dar una vuelta por aquí cerca.
—Date prisa Teresa, se hace tarde —exigió Carlos.
Mi tía corrió en busca de su bolso luego de la orden de Carlos y nosotros nos dispusimos a salir al jardín; era uno de esos momentos en los que papá solía improvisar y dejar que nuestros pies decidieran el rumbo en lugar de dejarle la responsabilidad a la coherencia.
Caminábamos mi hermana, mis padres y yo, por el jardín cuando el mini cooper rojo de Abigail se detuvo frente a la casa; ella fue la primera en bajar seguida de Alison, quien viajaba en el asiento del copiloto.
—Te lo dije, no la deja ni a sol ni a sombra —soltó Abigail tan pronto como Carlos y mi tía nos alcanzaron en el jardín.
—¡Chicas, que sorpresa verlas juntas!
—Hola tío, también me da gusto verlos —respondió Alison saludando de un beso en la mejilla a mi padre, luego de hacerlo con mi madre.
Abigail se mantuvo callada, observando a la pareja de novios luego de lanzarnos una sonrisa y arrugar la nariz. Recuerdo bien que ese era nuestro saludo de primas hace un par de años.
—Al menos una todavía conserva algo de modales —gruñó mi tía.
—Así es madre, recordamos que aún vives y veníamos a hacerte algo de compañía —argumentó Abigail.
—Pues llegan tarde —soltó Carlos de pronto—. Dos años tarde.
—¿Perdón? Nadie aquí pidió tu opinión -espetó Alison.
—¡Carlos tiene todo el derecho de opinar! —exclamó mi tía con furia—. ¿Con qué derecho vienen ustedes a querer imponer autoridad? Porque por si no lo sabían, hace mucho que perdieron ese privilegio.
—Mamá... solo queremos saber de ti, nos preocupa tu salud —explicó Alison.
—No Ali, no lo hagas —replicó Abigail—, no merece nuestra compañía, ya tiene la clase de compañía que cree que necesita —agregó despectiva.
—O sea... ¿pensaban que me quedaría encerrada a vestir santos luego de la muerte de su padre?
—¡No mamá, claro que no! Pero date cuenta de que no es esto lo que necesitas en tu vida —contestó Alison señalando a Carlos—. Este tipo es un parásito que solo está contigo por interés.
—A ver, a ver... yo no fui el que demandó a su madre para conseguir la albacea.
—Claro porque no tienes manera de hacerlo —replicó Abigail—, pero sí que planeas conseguirlo de otra manera, zánganos como tú, son los que buscan aprovecharse de su estado actual.
—¡Ten más respeto hacia tu madre!
—¿Respeto? ¿Qué sabes tú de respeto? —replicó Alison.
—Sé mucho más de lo que ustedes demuestran ahora.
—Por favor... —se mofó Abigail—. ¿Qué me dices del respeto a mi padre? Le escupiste en la cara cuando entraste a la casa de Tecate para convencer a mi madre de venderla. No me hables de respeto cuando fuiste el causante de destruir nuestros recuerdos.
—¿Y acaso se preguntaron alguna vez los recuerdos que me asediaban en esa casa? —intervino mi tía—. Luego de que me quedé sola ustedes jamás me visitaron. Ni una sola vez. Hicieron su vida y se marcharon, tal como lo dicta la ley de la vida. Ahora es mi turno de hacer la mía.
—Mamá, nosotras solo...
—¡No Alison! Ustedes se olvidaron de la madre que vivía en Tecate y la madre que olvidaron, murió en aquella casa junto con su padre.
—Teresa por favor, son tus hijas a quienes les hablas...
—¡No Miguel, no merezco a estas arpías como hijas! Y ellas no merecen una madre como yo...
Esas últimas palabras parecieron tener un impacto en el semblante de Alison, quien no pudo evitar que un par de lágrimas rodaran por sus mejillas. Abigail parecía tener un poco más de fuerza psicológica y tomó a Ali por los hombros, se giró hacia nosotros y nos dedicó una amarga sonrisa antes de volver al auto y marcharse. Mi tía por otro lado, dejó escapar un largo suspiro y volvió al interior de la casa sin decir nada.
—Teresa —habló Carlos en un intento por detenerla—. ¡Teresa tenemos que...!
—No es buen momento —dijo mi padre tomando a Carlos por el brazo—. Mejor vete y espera a que ella te llame.
Carlos miró de nuevo hacia la casa, deseoso de ir tras mi tía, pero el agarre de mi padre se hizo más fuerte, incluso me pareció ver que lo forzó a regresar un par de pasos. Le ordenó marcharse por segunda vez y este se soltó de un tirón, dio media vuelta y se marchó en su auto.
Cuando puse atención a mi entorno, noté que Lucia miraba todo desde la puerta y entonces sentí vergüenza. Imaginé que, si Lucia estaba mirando, quizá el chico de enfrente también lo hacía y mis ojos lo buscaron inmediatamente con desesperación en todas las ventanas de su casa. Si tan solo comprobaba que no estaba equivocada, entonces no tendría manera de mirarlo a la cara de nuevo. Para mi fortuna descubrí que no había nadie mirando en las ventanas y eso me dió tranquilidad.
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