La Chaperona
Luego de devorarnos un par de deliciosas brochetas de camarón, mi padre y yo regresamos a casa comiendo una tercera.
Visitar Rosarito beach y no probar las brochetas de camarones crujientes y picantes, es sinónimo de no saber disfrutar de comida en puestos ambulantes; es casi como ir por taquitos al puesto de la esquina. La cáscara puede ser un poco chocante al principio si es que no estás acostumbrado, pero combinada con el picor del previo marinado y la acidez del limón, obtendrás un delicioso bocadillo picante y crocante que inundará tu paladar con el exquisito sabor del camarón cocido.
Sin duda es una delicia más para los amantes de la fruta del mar.
Cuando regresamos encontramos a Kevin cruzando la calle en dirección a casa de mi tía, él nos miró justo antes de tocar el timbre y sonrió luego de reconocerme, alzó la mano a modo de saludo y mi corazón se sobresaltó al grado de poder escucharlo latir en mis oídos.
—Hola, justo vine a buscarte —anunció.
—¿Tú eres Kevin? —se adelantó mi padre al instante.
Los nervios parecieron apoderarse de él, pues el imponente físico de mi padre resaltaba con el polo azul marino que traía puesto y que adoraba usar con unos pantalones tipo cargo color negro.
Los ojos azules de Kevin parecían resaltar con la camiseta blanca que usaba; se humedeció los labios en un movimiento rápido y metió ambas manos en las bolsas de los shorts beige.
—Hi sir —habló y extrajo su mano para ofrecérsela a mi padre a modo de saludo.
—How are you boy, do you speak Spanish? —respondió mi padre luego de corresponder al saludo en un apretón que sacudió a Kevin ligeramente.
—Yes sir, just a little but I learn quickly.
—Eso es bueno, ¿tú invitaste a mi hija Meghan a una fiesta en tu casa?
—That 's right sir. Excuse me. Así es señor —respondió Kevin aún preso de los nervios.
—Pero tengo dos hijas, ¿por qué invitaste solo a una?
Kevin abrió los ojos tanto como pudo y su piel pareció perder ese tono bronceado y adoptar uno más blanco, casi como la cera, se humedeció de nuevo los labios y me miró por un segundo para luego devolver la vista a mi padre.
—Why only one? —preguntó papá de nuevo.
—But... well I...
—Relájate chico, ¿dónde vives? —preguntó mi padre sonriendo y tomándolo del hombro.
—Just there —respondió más aliviado señalando la casa donde había visto al señor James.
—Meghan podrá ir a tu fiesta —concedió mi padre—, pero asistirá acompañada, ¿tienes problema con eso?
—Con nada... excuse me. Not at all.
—¿Está bien en un par de horas?
—Es perfecto, gracias.
Kevin caminó de vuelta a su casa y mi padre y yo permanecimos allí afuera viéndolo acercarse a su casa, se giró antes de llegar a la reja y agitó la mano en el aire para despedirse mientras caminaba hacia atrás, ambos sonreímos y al girarse de nuevo, su cuerpo se estrelló de frente contra el acero.
A papá y a mí nos fue imposible contener la risa y Kevin se unió a nosotros con el rostro enrojecido.
—¡Pues ya conocí al susodicho! —anunció mi padre en cuanto entramos a la sala y vimos a mi madre jugando con Karla.
—Espero que lo hayas tratado bien —comentó mi madre.
—Descuida, el chico era un manojo de nervios. Meghan y yo estuvimos hablando —agregó casi en seguida.
—Sí, papá es bueno asustando a las personas —dije al instante a modo de broma—. Subiré a arreglarme y buscar algo qué ponerme para la fiesta, no se asombren si muero en el intento —anuncié antes de subir corriendo.
No tenía ni idea de lo que podría usar para la ocasión. Abrí los cajones y solo escogí precipitadamente una blusa blanca, de algodón, unos shorts de mezclilla cortos y unas sandalias sencillas. Sujeté mi cabello en una cola y me paré frente al espejo… mi reflejo y yo coincidimos al instante en que definitivamente no era mi mejor atuendo, pero no tenía más opciones en los cajones.
—A mi edad la memoria comienza a fallar —declaró mi tía mirándome desde la puerta—, ¿vas de fiesta o de pesca, pequeña? —soltó de pronto con ese carisma tan peculiar.
—No sé qué ponerme tía —chillé exasperada, dejándome caer sobre la cama—. Lo único elegante que traje es para usarlo el día de tu boda.
—Ya veo —susurró cruzada de brazos, se recargó en el marco de la puerta y levantó una ceja—. Creo que tenemos tiempo para ir de compras.
Mi tía nos llevó a Karla y a mí a las pequeñas boutique que estaban cerca de ahí y me sentí como Julia Roberts en su película: Pretty Woman, visitando tienda tras tienda y probándonos diferentes outfits en cada una. Al final mi tía nos compró dos conjuntos de verano a cada una, muy a la moda y logramos volver justo a tiempo para poder arreglarnos.
Aún después de que mi tía me hizo el enorme regalo, no lograba decidirme por alguno de los dos. Sentía que los pantalones palazzo de pierna ancha y playera sin mangas de cuello en V, era demasiado elegante para una fiesta en la playa; se me antojaba aún más para usar el día de la boda, después de la ceremonia y en el salón de fiestas, cuando toda la familia estuviera “celebrando”. Rodeé los ojos con esta última idea y me concentré en lo que debía resolver en el momento.
El segundo atuendo consistía en un vestido rosa pastel con estampado de flores y unas sandalias de tacón bajo con detallitos brillantes.
Parada frente al espejo del tocador, probándome los atuendos por encima, me sobresalté cuando mi tía tocó a la puerta para inmediatamente abrirla apenas unos centímetros y deslizar una caja de zapatos al interior de mi cuarto.
—Ya sé, ya sé… está prohibido espiar, no queremos que nos regañe papá —comentó y después se marchó cerrando la puerta de nuevo.
No supe si eso fue un recordatorio de que evitara espiar a mis anfitriones en su casa mientras estuviera en la fiesta, o si tenía algo que ver con la charla entre papá y yo. De cualquier manera ignoré el comentario y me acerqué para ver los zapatos.
Las alpargatas de listón con plataforma no son algo que acostumbre a usar, pero creo que podrían combinar perfecto con los palazzo en blanco. La combinación del color beige en la plataforma con negro en el resto del zapato, creaban el outfit ideal para esta ocasión tan especial…
—¿Se puede…? —habló mi tía después de tocar un par de veces a la puerta.
—Claro tía, pasa.
La puerta se abrió y la ví usando un hermoso vestido escotado en color morado con estampado de flores color lila, largo hasta los tobillos y por debajo de este se asomaban unas sandalias de tacón bajo color blanco.
El semanario de plata tintineó, cuando puso sus manos en mi cabello.
—No necesitas complicarte la vida con un peinado tan sofisticado —declaró, recogiendo mi cabello—, basta con dejar algunos mechones sueltos en la frente y recogerte en el cabello al estilo Messy bun y unos aretes de perlas serán el complemento perfecto a tu tocado.
Mi tía extrajo de una cajita pequeña un par de aretes de perlas que me colocó con habilidad, seguido de unos divertidos lentes de sol que me puso sobre la cabeza a modo de diadema.
—Y antes de que protestes. Déjame decirte que no hace falta que salga el sol para usar lentes.
Debes aprender a usar bien los accesorios —señaló.
Con la hora encima, bajamos a la sala y la mirada atónita de mi padre, me dejó claro que había hecho una buena elección.
—Tere, no debiste… —balbuceó.
—Miguel, tu hija ya creció y es toda una señorita. Es tiempo de que empiece a vestirse como tal.
—Te las encargo mucho Teresa.
—Tranquilo Miguel, a mí no me van a distraer con golosinas y juguetes —dijo mi tía sonriendo divertida.
—Tere, por favor… —replicó—. Tenía diez años y… eran otros tiempos.
—¡Exacto! Otros tiempos, ahora llevan una chaperona madura. Hecha y derecha.
—Está bien —concedió él—. Confío en tí, Tere.
Pocas veces mis planes salen a pedir de boca, tal como ahora; mi tía conocería al señor James y entonces notaría la diferencia entre cambiar pañales y hacer planes maduros. Yo conseguiría pasar un momento agradable con Kevin y todos contentos, no podría pedir nada más.
Cuando salimos al jardín, instintivamente mi atención se desvió hacia la guarida del mayordomo y pude verlo, observando con recelo nuestra partida, cuando notó que lo miré, dió media vuelta y bajó las escaleras «eso es, viejo coarrugado, vuelve a tu guarida dónde perteneces y nunca salgas».
—Tía, ¿qué es chaperona? —preguntó Karla.
—Se les decía chaperona o chaperón, a los hermanos menores que solían acompañar a los hermanos mayores a sus primeras citas de novios, esto era más que nada cuando la hermana salía a su cita y mandaban a los hermanos para vigilar que se portaran bien y no hicieran travesuras. Karla entornó los ojos y bajó la mirada, notándose todavía más confundida.
—¿Entonces mi papá fue tu chaperón? —pregunté curiosa.
—Lo fué —confirmó esbozando una taimada sonrisa—. Pero era demasiado ingenuo y se entretenía con una paleta o dulces y lo hacía caminar unos pasos adelante para poder platicar con comodidad con mis novios.
—Ah… ahora entiendo eso de chaperona madura. Eres demasiado sabia como para enviarte unos metros por delante, ¿cierto?
—Esto es diferente, Meg —respondió abriendo la reja para salir—. Mientras no te metas en habitaciones con alguien y te quedes dónde pueda verte, todo estará bien.
—¡No voy a hacer eso tía! —respondí, sintiendo un ligero ardor en el rostro.
—Es extraño que no hayan llegado más autos, ¿no te parece? —señaló ignorando mi comentario—. Tampoco hay ruido de música ni se escucha alboroto en la casa…
Comenzaba a evaluar la situación y a darme cuenta de lo que mi tía notó, cuando de pronto apareció de no sé dónde el BMW de Carlos. «¿Qué rayos hacía él aquí? ¿Cómo se enteró? ¿Acaso lo llamó para invitarlo?».
—¡Teresa…! —gritó en cuanto salió del coche.
—Carlos, ¿qué estás haciendo aquí? —preguntó sorprendida.
—Lo mismo te pregunto yo a tí, Teresa. ¿A dónde vas a esta hora?
—Relájate Carlos, ¿escuchas cómo me estás hablando?
Carlos me miró irritado, como si deseara decirme algo. Ese estúpido graduado había aparecido para arruinarme los planes, pero no entendía cómo es que terminó enterándose, no sabía quien le avisó y por la expresión de sorpresa en el rostro de mi tía, sabía que no había sido ella.
—Quiero que me expliques a dónde vas y por qué estás vestida así —exigió el pelagatos.
—Voy a acompañar a mi sobrina a una fiesta justo enfrente, ¿okay? Cálmate.
—No me digas que me calme, Teresa y no me mientas. No parece haber ninguna fiesta por aquí cerca.
—Meghan… ¿Tú planeaste esto? —preguntó mi tía confundida.
—¡¿Qué…?! —respingué desconcertada—. Claro que no tía, ¿cómo podría haberlo hecho? ni siquiera… —guardé silencio de inmediato. Sabía que expresar abiertamente la guerra secreta que libraba con Carlos, me perjudicaría demasiado ahora.
—¿Ni siquiera qué, Meghan? —inquirió mi tía.
—Ni siquiera tengo su número de teléfono —agregué—. Además…
—No importa, necesitaba verlo. Carlos, no sé cómo te enteraste, pero me alegra que vinieras.
—¿Ya podemos ir a la fiesta? —interrumpió Karla ansiosa.
—Vayan sin mí niñas, solo no se metan en problemas.
—Pero tía… —intenté protestar.
—No sé cómo lo hiciste Meg, pero lograste deshacerte de mí, tal como yo lo hacía con tu padre —comentó con cierto aire de orgullo.
—Pero es que yo no…
—¡Ya Meghan, ya vámonos! —exigió mi hermana jalando de mi mano—. Se hace tarde para la fiesta.
Sin más opción, cedí ante la insistencia de mi hermana y comencé a caminar hacia la casa de Kevin, los murmullos de mi tía y los reclamos de Carlos todavía lograban alcanzarme conforme nos alejabamos de ellos. Miré por encima de mi hombro cuando llegué a la reja y los ví entrar en el asiento trasero del auto.
Desde un ángulo positivo, mi plan pudo haberse arruinado del todo si mi tía hubiera optado por regresar a la casa.
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