23° | Destrucción
Desde el Inframundo, la Reina de Oscuridad permanece atenta, esperando con ansiedad a su hijo. Sus ojos recorren a su alrededor en espera de un portal con un mal presentimiento que se mezcla con una profunda tristeza.
—Annebett.
Al percibir esa voz reconocida, se deja de abrazar a sí misma, y limpia las lágrimas que recorren sus mejillas.
—Bel —le responde. En ese instante, siente su tacto en su hombro y, como un débil reflejo, su fortaleza se derrumba.
—Eres fuerte.
—No pude despedirme de mi hermana —le confiesa, mientras sus ojos se nublan—. Anni murió frente a nuestro hijo, y no estuve allí para escuchar su último suspiro.
—Podrás despedirte de esa mundana. Obligaremos a Caliel —dice el Rey del Inframundo, pero Annebett le lanza una mirada penetrante.
—Se negará a proyectarla aquí —se da la vuelta—. Además, Anni merece descansar en paz. No quiero que regrese a este Mundo, pero... me hubiera gustado salvarla.
—Bett, su vida...
—Lo sé, Azbel —lo interrumpe, una media sonrisa se asoma en sus labios al sentir el suave beso en su frente—. No era eterna —lo observa alejarse unos pasos—. Nunca olvidaré la vida humana que compartí con ella. Si no pude salvarla, al menos salvaré a mi Mundo.
Los inunda el silencio por pocos segundos.
—Tú presencia es necesaria. Caliel debe ser castigado. Decide qué hacer con él.
—Ya no es el Rey de Celesty. Se ganó su Destierro por planear un ataque al Inframundo, por arrastrar a varios ángeles a la Rebelión. —Su ira se desató el día en que lo capturó. —Será un Caído.
—No quiero a Caliel en el Inframundo. Conozco su voluntad, y te aseguro que preferirá la muerte.
Annebett coloca su mano sobre su hombro.
—Lo dejaremos elegir —retira la mano—. Llévame con él.
Azbel, con sus alas semi-abiertas, se gira y comienza a caminar, con Annebett siguiéndolo. Ambos se detienen en el extremo del Inframundo, donde los gritos de desesperación resuenan entre las sombras.
Se abren paso entre las huestes de Caídos y Demium, hasta llegar al ángel encadenado por sus alas blancas.
—Caliel —le dice Annebett, deteniéndose frente a él, a poca distancia—. Es momento de tú juicio.
—No rogaré piedad, ni te mostraré respeto. Preferiste a los demonios por relacionarte con uno.
Azbel se sitúa a su lado, recibiendo el odio abrasante del ángel atado.
—Perdiste tú Reino, Caliel, por tus malas decisiones. Ya no eres más su Rey. He nombrado a tú hija como nueva Reina.
— ¡No! Luzziel me eligió a mí como su Rey y lo seguiré siendo por siempre —el ángel forcejea contra sus cadenas, ignorando el dolor en sus alas— ¡Los demonios no merecen existir!
—No lo decides tú, Caliel —le responde Azbel—. Somos como cualquier otro ser de este Mundo. Y por siglos, respetamos el tratado. Tú iniciaste la Rebelión.
Su respiración es agitada, y su expresión refleja pura furia.
—No eres mejor que yo, Azbel.
—Suficiente, Caliel —interviene Annebett—. El odio hacia los Demium, los celos, te cegaron. Te perdiste en la oscuridad y el poder. —Observa sus alas—. Ríndete y acepta tú nuevo destino.
—Jamás seré un Caído —responde, mirando a su alrededor. Su desprecio crece al ver entre la multitud a los ángeles desterrados por él, y al frente, a Aliz, quien le sonríe con malicia—. No pisaré su suelo infernal ni un solo día más —apartando la vista, se arranca las alas, cayendo de rodillas, su sangre tiñendo el suelo como su espalda.
—Azbel te otorgará nuevas alas, y serás obligado a obedecerle —le informa Annebett sin compasión—. Los Caídos te recibirán, y el Inframundo...
—Nací siendo ángel. —Caliel se levanta lentamente. El Rey del Inframundo se interpone entre él y la Reina—. No aceptaré la sangre de demonio en mis venas.
—No vas a huir, Caliel.
El ángel esboza una sonrisa amarga. Sus pies descalzos avanzan hasta una roca afilada, donde se detiene.
—No me arrepiento de mis actos —piensa por un instante en su hija—. Pero no seré humillado por demonios.
Se lanza sobre el pico de la roca, atravesando su pecho, y queda inerte.
Annebett aparta la vista, y comparte una mirada con su alma.
—Fue su elección.
—Al menos Celesty sobrevivirá con Aurora al mando. —Annebett coloca su mano sobre su pecho—. Subiré a darle la noticia.
—No te demores. Yo me haré cargo del alma y cuerpo de Caliel.
Annebett asiente, besa su mejilla y se aleja hacia el portal para salir del Inframundo.
—Rey Azbel —un ser de alas negras se aproxima, con valentía.
—Aliz —responde él, sin mirarla.
La Desterrada une sus manos, con una leve sonrisa.
—Caliel lo merecía —dice con maldad—. Cuando la Profecía desaparezca, quisiera visitar a mi hija.
—No puedes volver a pisar suelo angélical —responde él—. Annebett le pedirá a tú creación que venga hasta aquí.
—Se lo agradezco. —Aliz retrocede dos pasos y, antes de irse, pregunta—. ¿Conservará sus alas?
—Serán cenizas. No soy como Caliel —Azbel da la vuelta—. Nuestras alas no son trofeos, sea quien sea el ser.
Con esas palabras, sigue su camino.
Aliz se acerca a las alas caídas entre las cadenas y arranca una pluma blanca y la sostiene con malicia.
—Agoniza en tú dolor, Caliel.
...
Annebett llega finalmente a su Mundo, aterrizando débilmente. Confusa, observa la oscuridad que la rodea, y las voces susurrantes que emergen de ella.
—Cruzaste tú límite, Rey Shaw —le dice a la Sombra que surge entre las tinieblas—. Tú Reino no puede expandirse, y mucho menos para tus malvadas intenciones.
Avanza cautelosamente, alerta a los ecos de agonía que emergen de cada sombra devorada por su líder.
—No le temo a tú oscuridad —agrega escuchando su voz susurrante—. Si me atacas, Rey Shaw, conocerás las consecuencias. Créeme, no tuve compasión por los ángeles, menos la tendré contigo.
Extiende sus alas, alzándose cada vez que la presión se intensifica.
Entre las sombras, su nombre resuena:
—Vatzel.
Annebett niega, su rostro es sombrío.
—Mi hijo no es tú Rey.
—Concedió mi libertad —una sombra aparece frente a ella—. Extendió mi oscuridad. Soy lo que soy. Soy lo que siente.
—Estás muy equivocado, Shaw.
No se asusta al ver cómo su Sombra crece más que ella.
—Es oscuridad.
—No, conozco a Vatzel. Él no se rinde. Ni él ni yo te entregaremos nuestra oscuridad para que la controles.
Su risa es espeluznante, y los hilos de oscuridad suben hasta sus brazos.
—Shaw, te lo advierto.
—Morirá.
Annebett lucha con todas sus fuerzas por liberarse, pero la oscuridad se vuelve más tensa. De repente, la luz desaparece, y cuando finalmente logra liberarse, la fuerza de la oscuridad la arrastra hacia la profundidad.
Su don se manifiesta en sus manos, y con su propia oscuridad, rompe los hilos, levantándose con determinación.
—Luzziel nunca debió crearte.
—Soy la oscuridad de cada ser. Fui la suya.
—Si te destruyo, sé que habrá consecuencias para este Mundo —su oscuridad se apaga antes de que Shaw pueda absorberla—. Pero siempre creí que, como ser de sombra, mereces luz. Un cambio.
Los hilos de oscuridad comienzan a retroceder cuando de la mano de la Reina Annebett, emerge un destello de luz.
—Si te destruyo, tú Reino volverá. Pero no hay salvación para ti, Shaw. Eres igual que Shanees. Nunca cambiaste, nunca enfrentaste tú propia oscuridad.
Con un grito bestial, Shaw la ataca, y sus hilos de oscuridad se enroscan en su cuello, intentando evitar su resolución.
Annebett libera su luz, desintegrando la oscuridad y transformando el cielo en un día brillante. De rodillas, cae al suelo y rescata al último destello de sombra.
—Bienvenida, Shalux —nota un destello de luz hasta que poco a poco la oscuridad muere.
Con esfuerzo, se levanta y se observa a sí misma. Su vestido negro, sucio entre tierra y roto. Extiende sus alas y caen varias plumas. Con la poca energía que le queda, se dirige al Reino más cercano. Entre más avanza, percibe un amplio Castillo ante ella, al que anhela alcanzar.
...
En ese momento, en el Reino Creciente se destaca una discusión entre creador e hija.
—No me lo puedes prohibir, quiero ayudar.
—Lunett, eres mi hija y pienso en tú bienestar. No vas a cruzar el límite.
Ella se detiene, cruzada de brazos.
—Ya no soy una niña, papá.
Jared Luwid se detiene, suspira y se da la vuelta.
—No voy a perderte. El enfrentamiento no te compete. Si cualquier Reino nos ataca, ni tú ni tu madre saldrán lastimadas.
—Somos una manada, no nos abandonamos.
—Es mi decisión, Lunett —la apunta— la respetas como tú Alfa o como tú padre —baja su mano— regresa adentro con Mara, te necesita cerca.
—¿Quién va a protegerte a ti?
—Lunett, hazme caso.
—¡No! —ella baja sus brazos— No soy débil, mi loba interior tampoco lo es.
—He visto las afectaciones en cada Luna llena con la manada y no se repetirá contigo. No saldrás esta noche.
—No voy a obedecerte.
El Alfa pasa una mano por su rostro, cansado de convencerla.
—Hija, por favor —nota las lágrimas acumuladas en sus ojos—. Jan podría atacarlas si me quedo cerca. Haré lo que pueda para controlarlo, como todo lobo de la manada se alejará. Tú quédate con Mara.
Su hija niega.
—Alfa Jared —interviene Calum, un ser joven de cabello castaño y sostiene a Lunett de los hombros— si quiere, puedo llevarla adentro.
—Retira tus manos de ella —le advierte.
Rápidamente, el lobo aleja sus manos.
—La manada no se separa, nuestra Diosa Luna nos ayudará esta noche.
—La Luna es nuestro tormento. Nada está bien desde la Profecía.
—Entonces iré contigo.
—Lunett.
—Iré con Calum a pedirle ayuda a la Reina Annebett.
—Ella no gastará la poca energía en algo que podemos controlar.
—¡Nada te parece! —estalla Lunett.
Jared niega varias veces.
—¡Alfa! —un grito resuena desde una alta roca. Percibe a Josh mover su brazo hasta que causa la atención de todos— ¡El Reino Aquim se ha desbordado!
—Vendrá hasta nosotros —inquiere para sí mismo el Alfa. Enseguida se voltea y emite en voz alta— ¡Todos a la Colina!
Toda la manada actúa, desesperados se dirigen hasta lo más alto, lobos con sus respectivos almas y creaciones.
—Jared, no se van a detener.
—Les daremos tiempo, Jaxon —cada uno ayuda a subir a cada ser de su Reino.
—¡Jared!
Él al verlas, corre hasta ellas.
—¿Qué está pasando?
—Nos atacarán las sirenas, necesito que subas la colina Mara, con nuestra hija.
Lunett, aferrada a su brazo, la sostiene.
—¿Y tú? No puedes arriesgar tú vida.
—Salvaré mi manada, soy el Alfa.
—Jared, no.
Él le da un casto beso en los labios.
—Salvense, volveré —coloca su mano en su vientre abultado.
Una loba la guía hacia la colina. Sin embargo, Lunett se suelta y se niega a seguirlas.
—Papá, ven con nosotras.
—Hija, ayúdame a proteger a tú madre y a tú hermano.
—Lunett, ven conmigo —le pide su tía Josep.
—Las sirenas no son malas. No serían capaces...
—Todos los Reinos han sufrido cambios —los dos se percatan del mar descender hasta su reino— ¡Suban! ¡Vete, hija!
Lunett rápidamente retrocede y comienza a subir con ayuda de su familia. En todo momento se mantiene cerca de su madre, que con esfuerzo sube una roca.
—Tú puedes, mamá.
—Solo a tú padre se le ocurre embarazarme en cada Profecía. —Mara se queja, y con varios de la manada logran subir hasta lo más alto.
Lunett observa hacia abajo y nota que todo su Reino está cubierto por el amplio mar. Entre las aguas, percibe siluetas acercándose.
—¡Cuidado! —les avisa tanto a su padre como a sus tíos, que aún permanecen en lo más bajo.
—¡Rápido! —les exige Jaxon.
El nivel del mar se eleva cada vez más.
A tiempo, Jared aleja de una roca a un ser de su manada cuando una sirena emerge con intención de cazar.
—¡Jared! ¡Jared, tienes que subir! —le grita su hermano, que comienza a subir.
El maldice en su interior al ver que aún quedan seres de su manada subiendo. Uno de ellos es jalado por sirenas y, en cuestión de segundos, es devorado. El agua se tiñe de carmín, mientras la multitud de sirenas pelean por trozos de carne.
—¡Joder! —Jared retrocede y sigue ayudando a subir al resto de su manada.
El agua sigue subiendo, más sirenas nadan por los alrededores hasta que emerge la Reina.
Con velocidad, sostiene y detiene al Alfa del pie.
—¿Sira?
Ella irreconocible, con sus ojos completamente negros, lo jala a la profundidad.
—¡Papá! —grita Lunett como espectadora, junto a toda la manada.
Mara cubre su boca con las manos, con las lágrimas a flote.
—Hermano —Jaxon y Josh vuelven a bajar hasta el nivel del mar.
Desde las aguas, perciben movimiento, y con complicaciones, Jared sale del agua, tratando de respirar, con varios rasguños en su rostro.
—¡Por aquí! —le indica su hermano menor— Nada rápido, Jared.
Él lo intenta, pero de los pies lo vuelven a detener varias sirenas. Con esfuerzo, trata de zafarse, usando las garras de sus dedos para dañarlas y evitando su transformación.
Mientras sus hermanos lo esperan con los brazos extendidos.
No obstante, del mar vuelve a asomarse la Reina y, siendo la única, cambia y sus pies tocan las rocas.
Jared logra llegar hasta Josh, sostiene su mano, y con ayuda de Jaxon, logra salir con la camisa rota y varias heridas en su torso.
—Sira, reacciona, maldita sea —la observa caminar hasta ellos— Tú no eres así.
Los tres Luwid se ponen de pie y retroceden alerta.
Ella les sonríe con malicia y se detiene, ladeando la cabeza.
—Matar —emite pérdida con un siniestro y distinto tono de voz.
—No me dejas opción, Sira. Te estimo, lo sabes, pero antes de ti, elegiré a los míos. Haremos lo que sea por sobrevivir.
Al mismo tiempo, los tres se transforman en grandes lobos de distinto pelaje, mucho más grande el Alfa.
Cada sirena emerge y con sus brazos tratan de jalarlos.
Decisivo, Jared se lanza sobre ella. Con ferocidad, sus caninos le causan daño. Sin detenerse, le arranca primero los brazos hasta dejar la cabeza de la Reina Sira rodar y cae al agua. Con sus colmillos llenos de sangre, aúlla y, enseguida, los tres suben con mayor rapidez la colina.
Cada sirena suelta un grito agonizante que perturba a cada lobo desde las alturas, y al mismo tiempo, todas desaparecen.
El mar, teñido de sangre, deja de subir y poco a poco comienza a disminuir.
Los tres lobos anulan su transformación. El Alfa, con ayuda de su manada, se pone de pie.
—¡Papá! —Lunett corre a abrazarlo.
Él hace una mueca de dolor; sus heridas sanan poco a poco. Cuando la aleja, limpia la sangre de su boca con su dorso.
—Lamento lo que viste.
—Tenías razón.
—Nos salvaste, Jared —Mara se acerca y extiende su brazo, entrelazando su mano con la suya.
Sus hermanos, apoyados de sus respectivas mate, se acercan.
—Nuestro Reino quedó destruido.
Todos bajan la vista y observan cómo el mar casi ha desaparecido, consumido por la tierra, mientras todo fue arruinado.
—No es seguro para nadie —Jared se apoya del hombro de su hija, sin soltar a su mate— Tendremos que buscar otro refugio —observa a su alrededor—nos queda cerca el Reino Sangrier —regresa la vista a su manada y habla en voz alta— Tuvimos pérdidas, vamos a recordarlos, despedirnos de ellos pero ante todo, seguiremos sobreviviendo. No me agrada la idea pero tenemos que pedir ayuda al vampirismo e ir a su Castillo.
Todos asienten de acuerdo.
—Jared —habla su hermana— ¿Y si el vampirismo cambió? Nos van a querer matar.
—Vamos a correr ese riesgo, Josep.
Causa su atención, varias rocas comenzar a caer. Enseguida varios retroceden.
—Este Mundo se está deteriorando más, afuera no es seguro y su Castillo, tal vez pueda resistir. —Jared comienza a caminar con su hija y alma—Andando, dense prisa.
El suelo tiembla bajo sus pies.
Con gran dificultad logran llegar al Reino Sangrier. Dos guardiás les niegan la entrada.
—Exijo hablar con Valkian.
—Nuestro ex Rey no se encuentra en el Castillo.
Jared lo observa confuso.
—¿No ha regresado del Inframundo? —recibe su negación— Entonces, quiero hablar con quien este a cargo. Es urgente.
Los vampiros comparten una fugaz mirada.
—Esperen aquí —le indica uno y entra al Castillo tras pedir permiso.
...
En el interior, Emely Lekan baja las escaleras con Abraham Vanci detrás de ella.
—La oscuridad desapareció.
—Espero que sea para siempre —la Reina sigue bajando con prisa cada escalón—. Las Sombras no pueden alcanzar a cada ser del vampirismo. Sería cambiar, sería consumirnos la oscuridad.
—Sea lo que haya pasado, Emely —en el último escalón, el vampiro la detiene—. Volverán. Su Reino forma parte de este Mundo.
—Lo sé, Abraham, pero al menos no descontroladas, con mil sombras siendo un riesgo para todo nuestro Reino. Las sombras, lejos de nosotros.
Abraham baja un escalón y se sitúa frente a ella.
—Eres una Guerrera, Emely. Lo das todo por tú Reino.
Ella le sonríe.
—Todos queremos sobrevivir. Además, no quiero fallarle a mi padre.
Su Rey, sin evitarlo, se inclina y le roba un casto beso en los labios.
Enseguida, Emely reacciona perpleja, sin alcanzar a aceptar el beso cuando él se aleja.
—Me besaste.
—Perdóname, no podía resistirme más.
Emely lo observa fijamente a sus ojos carmín y le sonríe, mostrando sus colmillos.
—Me besaste mal —se inclina y sella sus labios con los suyos. Sus bocas se encuentran, se mueven a un mismo ritmo. Sin disminuir la fuerza, la vampira lo empuja contra la pared y lentamente se aleja—. Mucho mejor.
—Emely —el vampiro, desconcertado, la observa fascinado.
—Después de la Guerra, tenemos mucho de que hablar, Abraham. Tengo que aclarar mis ideas y mis sentimientos por ti.
—¿Eso quiere decir que...?
—No, sigo siendo ciega ante mi propio vínculo —marca distancia y ríe—. ¿Tú qué crees, Abraham? Lo he estado pensando todo este tiempo y sí, me negaba a verlo. Es cierto que varios no aceptan a su alma, ni siquiera cuando la tienen frente a ellos, cerca, en el mismo Castillo. Busqué y busqué en los mortales y me he dado cuenta que eres tú.
—No te vas a arrepentir, Emely —su Rey la sostiene de la mano y entrelaza sus dedos con los suyos—. Mi corazón de vampiro es tuyo.
—Mi corazón de vampiresa, —Emely coloca su pálida mano en su pecho— te pertenece, Abraham.
Él sonríe ampliamente.
—Tendré que convencer a tú padre.
Ella ríe.
—Reina, Rey —aparece un vampiro guardia y, tras una rápida reverencia, les da el aviso—. Seres del Reino Creciente solicitan entrar.
—Otorgo el permiso.
—Emely, no sabemos sus intenciones.
—Lo vamos a averiguar, eso me juré al ser Reina: no más rivalidades.
El guardia se retira a dar el mensaje. Al instante, Emely lo sigue, con Abraham detrás de ella en todo momento.
En el patio del Castillo, se detienen al ver una multitud de lobos de distintas apariencias y edades. Al frente, su Alfa.
—Reina Emely Lekan —él se sitúa al frente de ella—. ¿Motivo de su presencia?
—Eres la hija de Valkian —Jared la analiza. Ella fugazmente observa a Lunett sonriéndole—. Supongo que tienes un Rey y hablaré de Rey a...
—Tengo la última palabra —lo interrumpe Emely y ojea a Abraham a su lado—. Conmigo tendrá que hablar, y si está en desacuerdo, abandone mi Reino.
—Perdón, su Alteza —emite Jared y suspira—. En estas circunstancias, necesito su ayuda. Un refugio para mi manada. Nuestro Reino fue destruido por las sirenas; a su Reina tuve que matarla cuando quisieron devorarnos. —Emely hace una mueca de horror—. No te pediría ayuda si no estuviera desesperado. Son el único Reino al que podemos recurrir. Ir al Inframundo...
—Los cambiaría la esencia demoníaca.
—No expondré a mi manada a ser de nuevo Lobrydum. Te doy mi palabra de que nosotros vamos a respetar la alianza y nos vamos a comportar.
La Reina observa a varios seres del Reino Creciente de pequeñas edades y tamaños, como a varias mujeres embarazadas y otras con creaciones entre sus brazos.
—Pueden quedarse.
—Muchas gracias.
Emely le sonríe.
—¿Conoce algo sobre las Sombras?
—Solo sé que la oscuridad desapareció; por fortuna, no alcanzó nuestro Reino. —La vampiresa asiente—. Es probable que seamos los únicos Reinos existentes.
—Mi hermano nos salvará. Confío en él. Volverá.
—El caos es por su culpa.
—Se equivoca —le dice Emely Lekan con tono molesto.
Abraham interviene cuando sus ojos carmín se intensifican.
—Padre, no es culpa de Vatzel —interviene Lunett desde su lugar.
Él suspira.
—Entonces que demuestre lo contrario. No ha regresado.
—Las circunstancias no se lo permiten, pero yo sé que lo hará. Mi hermano tiene mucho poder. —Emely Lekan se obliga a controlarse—. Hace poco descubrí que tiene el poder de un Uverno.
Jared luce sorprendido.
—¿Estás segura?
—Fue lo que escuché ¿Qué sabe al respecto de eso?
Jared ojea a su manada, a su alma e hija, y regresa la vista en ella.
—Mis ancestros nos contaron alguna vez que, entre seres superiores, siempre hay seres en la cima. Mucho más poderosos que los Rey Oscuros. Siempre creí que eran mitos, nadie llegó a ver uno, pero los superiores son los Uvernos. Creadores de Mundos y dimensiones. —Hace una corta pausa—. Si Vatzel es eso, tendremos esperanza de sobrevivir.
—Yo creo en mi hermano.
De pronto, causa su atención un ser de enormes alas negras aterrizar en el centro. Lobos y Vampiros marcan distancia y hacen una reverencia al reconocerla.
—Reina Annebett.
Ella cierra sus alas y las oculta. Débil, cierra los ojos, a punto de caer al suelo.
—¡Ann! —Jared la sostiene a tiempo entre sus brazos y la revisa—. Ann, reacciona. —Ojea a la Reina Emely acercarse y tocar su mano.
—Llévala adentro, tiene que descansar.
El Alfa la carga entre sus brazos, y los principales líderes se adentran al Castillo con la Reina de Oscuridad, inconsciente.
...
Annebett poco tiempo se demora en despertar. Desorientada, se observa a sí misma, como dándose cuenta de que una cúpula la encierra. Un vidrio frente a ella, donde apoya su pálida mano.
—¡Ann!
—Reina Annebett, qué gusto que despertó.
Mira a los líderes del Reino Creciente y Sangrier verla.
—Sáquenme de aquí —les exige.
Rápido, Emely abre la cúpula con la llave y, con ayuda de Jared, Annebett sale hasta tocar el suelo.
—Mejoramos la cúpula para su rápida recuperación. Entiendo que hubiera preferido una cama, pero le tomaría más tiempo.
—Está bien —se apoya del hombro de Jared.
—¿Qué te pasó, Ann?
Gira a verlo y suspira.
—Fui atacada por el Reino de las sombras y tuve que matar a Shaw —observa a Emely—. Me arrepiento de no haber actuado antes y dejar que las consecuencias me alcanzaran.
—Hizo lo correcto. El Rey Shaw nos hubiera atacado —le responde la Reina del vampirismo.
Annebett asiente.
—Mi manada fue atacada por Sira y sus sirenas e igual tuve que matarla. Lo siento, Ann. Pedí ayuda a la hija de Valkian.
—Lo supuse —coloca su mano en su pecho—. Lo presentí. Desapareció su esencia. No te culpes, Jared. Volverán.
—Ann, permanecemos los mismos Reinos de la anterior Profecía, si es que a estas alturas los ángeles aún existen.
—Celesty persiste, pero Caliel murió en el Inframundo.
—¿Es cierto que los atacó?
Ella asiente.
—Él mismo se arrebató la vida. Más alcancé a nombrar a su hija como Reina. —Se aleja de Jared—. Tengo que subir e ir a verla. —Observa a Emely—. Gracias por ayudar al Reino Creciente.
—Entre Reinos nos debemos ayudar.
Asiente, totalmente de acuerdo con ella.
—Ann, estamos enterados de lo que es tú hijo —ella se tensa al escucharlo—. El primer Uverno de este Mundo.
—Lo es, no voy a negarlo.
—Si es cierto y tú hijo tiene el poder ¿por qué no nos ha salvado de la Profecía?
—Vatzel no puede volver hasta que cumpla su misión en el Mundo mortal.
—Ann —el Alfa la observa fijamente— comienzo a creer que tú creación solo va causar el caos si llega a tener ese poder.
—Vatzel no es destrucción.
—Ann date cuenta. Si la presencia de tú hijo vuelve afectar este Mundo y a ti. Tendrás que elegir. Una vida por la de cientos y miles de seres.
—No me voy a enfrentar a Vatzel, ni mi mucho menos, perderlo. Lo salvare como a mi Mundo.
—El plazo se vence Ann. Este Mundo está desapareciendo. Pocos seres sobrevivímos y tú hijo, no ha regresado.
—Lo esperaré y mantendré a todos los Reinos posibles a mi alcance, con vida.
Dicho esto y ella abandona la estancia.
—Las creaciones no superaban a los creadores. Con los años, son más poderosos que los líderes.
—Tiene una hija, Lunett es fuerte como lo es usted —le dice Emely Lekan — yo intento ser una gran líder como lo fue mi padre y mi hermano, tal vez supere a sus creadores pero todos decidimos salvar, controlar y ver por este Mundo.
(...)
Cuando la Reina de Oscuridad llegó al Reino de Celesty, un estremecimiento recorrió su ser al percatarse de la devastación que había dejado a su paso el último aliento de cada ángel. El suelo, cubierto de cuerpos caídos, resonaba con sus susurros de agonía. Avanzó con paso firme, pero su corazón palpitaba con un mal presentimiento.
Al llegar cerca del trono, su mirada se detuvo en Aurora. La nueva Reina, sentada sobre el escalón del trono, tenía sus alas semi–abiertas, como si intentaran sostener la última chispa de vida que quedaba en ella. Su rostro mostraba señales de cansancio extremo, pero también una tristeza profunda.
—Aurora… —susurra Annebett con voz quebrada.
—Reina Annebett —simple movimiento de su cuerpo, varias de sus alas caen al suelo—. Bienvenida…
Un silencio pesado invade el lugar. Annebett la observa detenidamente, con los ojos llenos de tristeza. A medida que se acerca, sus lágrimas comienzan a acumularse en sus ojos.
—Resiste… resistan. Vatzel volverá a tiempo —le pide en un susurro, intentando darle algo de esperanza.
Aurora, con voz apagada, la mira con una mezcla de dolor y aceptación.
—Confío en él… pero no tengo la fuerza para salvar a todos los ángeles de Celesty. —El peso de sus palabras parecía drenarle más energía.
Annebett pasa saliva, sintiendo el peso de la situación.
—Lamento tú mal estado —le dice, sin poder ocultar el pesar en su voz.
Aurora la mira fijamente, con un brillo tenue de aceptación en sus ojos.
—Mi padre… —hace una pausa, como si las palabras no pudieran escapar de su garganta. El dolor de su pecho es palpable, la sensación de vacío por una pérdida que sospecha.
La Reina de Oscuridad se demora en responder, como si cada palabra la lastimara.
—Lo siento, Aurora… Caliel ya no existe. No quiso aceptar su destino como Caído y eligió arrebatarse la vida.
Aurora cierra los ojos un momento, permite que las lágrimas fluyan libremente.
—Lo creo —abre los ojos—. Mi padre prefería mil veces defender su orgullo y morir como ángel, que seguir atrapado en el Inframundo.
—Caliel se equivocó —le dice Annebett con una sonrisa triste—. Tú eres distinta, Aurora. Serás una gran Reina para Celesty. Elegirás el bien. Tú esencia de bondad es lo que todo ángel necesita.
Con esfuerzo, Aurora se levanta, sus pies descalzos y temblorosos apenas soportan su peso. A pesar de la fragilidad que la envuelve, su mirada es firme, llena de una fuerza que oculta su agotamiento.
—Quisiera salvarte —susurra Annebett.
Aurora la interrumpe con un gesto cuando le sonríe débilmente.
—No gaste su energía en mí. Merece resistir hasta el final y esperar a Vatzel. No se preocupe por mi Reino. —Con un último esfuerzo, su sonrisa se amplia, aunque vacía de fuerzas—. A través de mí, resistiremos todo el tiempo que pueda soportar.
Annebett asiente, su mirada ahora cargada de determinación.
—Te doy mi palabra: si sobreviven, se recuperarán.
Con lágrimas en los ojos, la Reina de Oscuridad se despide de Aurora, quien, con su mirada perdida en el horizonte, la observa partir, sabiendo que el Reino de Celesty se desmoronara bajo su fragilidad.
...
La Reina de Oscuridad regresa al Inframundo con su corazón oprimido. Al ver a su Rey a la distancia, corre hacia él, sin poder contener el dolor.
—Bel… —habla con un nudo en la garganta, mientras lo abraza con fuerza—. Sombras y Sirenas han dejado de existir, y los Ángeles están muriendo.
—Bett, hiciste lo que estuvo a tú alcance —su voz es profunda, llena de preocupación, pero también de una calma ominosa.
De repente, una voz interrumpe el momento.
—Annett.
—Valkian.
Annebett se aparta de Bel y observa al vampiro ante ellos.
—Lo escuché todo.
Un escalofrío recorre la espalda de Annebett y recurre a abrazarlo. Siente
su tacto en su espalda y él dulcemente besa su frente al alejarse centímetros y sostiene sus mejillas.
—Emely recibió el Reino de Jared, que sufrió graves pérdidas por el ataque de Sira —les informa—. Él tuvo que matarla.
—Cualquier ser lo hubiera hecho —le dice Azbel.
—Mi hija respetará el tratado con los lobos —añade Valkian, con una mirada fija—. Si no hay Rebelión, el vampirismo no los considerará enemigos. Estoy de acuerdo con su decisión.
Annebett asiente cuando un temblor bajo sus pies causa su atención.
—El portal —avisa el Rey Azbel con tono grave.
Los tres se dirigenal portal, y al llegar, observan el círculo infernal transformarse y reflejarse como un espejo a otro Mundo.
—¿Es por ti? —le pregunta Annebett, mirando al Rey de Inframundo con una inquietud creciente.
—No, Bett —responde él con voz segura—. No tengo el poder para alterar el portal infernal.
—¿Annett? —le pregunta Valkian, con los ojos entrecerrados.
Annebett niega con la cabeza, sus ojos fijos en la imagen que se refleja en el portal. Un ser sobrenatural en otro Mundo aparece: Un Uverno, con una espada en mano, atrapado por un aro de fuego, con odio en su mirada frente a Raziel. A su lado, una figura humana, encerrada en una estrella infernal.
Annebett, con el corazón destrozado, susurra:
—Es nuestro hijo…
Los tres se asoman y al mismo tiempo, emiten:
—Vatzel.
Él fuera de su alcance sin ninguno de sus creadores poder salvarlo.
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