Capítulo 7: Heroína inhumana.
Andrea no paraba de hiperventilar. Le daba gracias a Solace por haber sido capaz de agarrarlo a tiempo. Elías casi se caía de la muralla de más de ocho metros de altura.
Temblaba sin parar al darse cuenta que ser tan honesta no era la mejor idea. Lágrimas caían por mucho que dijera que estaba bien, pero su padre sabía que no era así.
Tampoco era que Elías lo tuviera fácil con lo que acababa de ver.
Con cuidado, se marcharon de la muralla, alejándose de la zona más concurrida donde varios turistas o peregrinos solían visitar por la tarde después de su gran caminata. Andrea se quedaba en silencio, siguiendo a su padre sin saber si quería hablar del tema o hacerse el loco.
«Soy una maldita imbécil —se culpó en silencio—. Tengo que ser un culo inquieto de cojones. No Andrea, dile a tu padre la verdad justo ahora, en vez de esperar y decirle más adelante cuando tenga más sospechas, se lo dices ahora para darle el trauma de su vida. Eres un genio».
Solace no le decía nada, pero sí creía que se estaba machacando demasiado. Sí, se había equivocado, pero lo hecho estaba hecho y debían seguir adelante con lo que había. Después de todo, tarde o temprano iba a llegar y su forma de reaccionar habría sido similar.
«Eso sí, el lugar podría haber sido en un sitio menos peligroso», comentó Solace en un susurro.
No le dijo nada, solo siguió a su padre, dándose cuenta que se alejaban de la zona céntrica y se acercaban a la estación de policías. Aquello la puso muy tensa, frenando sus pasos y creyendo que su padre iba hacer alguna locura como llamarlos para que se la llevaran a un psiquiatra.
De pronto Elías frenó sus pasos en una calle donde no parecía haber mucha gente caminando, y menos por la tarde donde muchos se encontraban descansando del trabajo o sus estudios.
—Quiero verlo de nuevo —pidió Elías.
Su voz denotaba cansancio y eso puso muy angustiada a Andrea. ¿Era buena idea enseñarlo de nuevo con todo lo que acababa de pasar? Casi se caía de una muralla de ocho metros, y si fue salvado fue por su fuerza además de usar el viento a su favor, intentando no llamar la atención de la gente que había.
—N-No sé si es tan buena idea —comentó Andrea, tragando saliva.
Elías lo comprendió al ver como en ocasiones se movía gente a su alrededor, así que tuvo una idea mejor.
—Controlas el viento. Lo noté cuando mis piernas parecían ser capaces de mantenerse en el sitio, aunque no mucho rato al haber gente —recordó, a lo que Andrea afirmó—. Crea viento e intenta mover esas banderas colgadas a la derecha.
—Papá, no debería...
La mirada de su padre mostraba esa desconfianza y enfado. Si no lo hacía, lo más probable era que se llevara la peor bronca de su vida por haberle asustado de esa manera y casi haberse matado, pero, por otra parte, Andrea era consciente de que usar su poder, era generar anomalías.
Se había prometido usar los poderes solo en casos de emergencia como la anterior vez, pero eso le parecía un poco innecesario ante el peligro que suponía. Quiso convencerle, pero los ojos marrones de su padre parecían volverse más rojos ante la rabia que sentía.
—Xa vou... —Ya voy, susurró de mala gana, haciendo un discreto y rápido moviendo de su mano derecha hacia la bandera que había colgada en uno de los balcones que había a su alrededor.
Aunque fuera ligero el gesto, el viento fue lo suficientemente fuerte para sacar la bandera del balcón. De un cuarto piso, la bandera fue cayendo poco a poco hasta llegar a las manos de Elías, quien la miraba con la boca bien abierta.
—¿Te sirve o debo hacer algo más? —preguntó Andrea, un poco irritada.
—E-Eso... es coincidencia. Sí, fue coincidencia —respondió Elías, sin poder creérselo.
«Coincidencia te la voy a meter yo por donde yo sepa. No me jodas, papá», pensó Andrea, poniendo por un momento sus ojos en blanco.
—Tiene que ser algo más grande —continuó Elías, dejando la bandera a un lado que había cerca suya—. Como, no sé. Algo brutal, algo que sea cantoso y que deje claro que si tienes algo llamado poder.
El fuego y el viento no eran las opciones más viables. No iba a crear un tornado y quemar algo iba a suponer un peligro, pero sí tenía una idea que no era tan peligrosa, no para ella, aunque sí molesta para los vecinos que hubiera en esa zona.
Atenta, miró de un lado a otro lo que la rodeaba y una ligera sonrisa se formó en sus labios cuando se encontró con una puerta blanca de gran tamaño que con un cartel indicaba claramente no abrirlo en caso de ser electricista.
—¿Qué estás...?
—Demostrando que sí tengo poderes, ¿no lo entiendes? —interrumpió Andrea, poniendo sus dos manos tras la puerta, sin necesidad de abrirla—. Te voy a dejar muy claro porque no te estoy mintiendo, papá.
¿Era arriesgado? Muchísimo, de hecho, era la mayor locura que se pudo haber ocurrido. Soltar la electricidad que había en su cuerpo para cargar la cantidad de cables que había detrás. Fue tanta la cantidad que varias luces de su alrededor empezaron a parpadear a la vez que varios vecinos empezaban a quejarse porque la luz empezaba a fallar justo en un partido de fútbol que había hoy.
Elías miraba a su hija con horror porque no se creía como parte de su rostro era cubierto por aquella masa negra que adoptaba los rasgos de su hija. Consumido por las lágrimas, gritó que parara, confiando al fin en su palabra.
Andrea, con cuidado, dejó de utilizar la electricidad, pero a consecuencia algunas calles y casas estarían sin luz por un corto tiempo.
—¿Ya me crees? —preguntó Andrea, respirando con cierta rapidez mientras miraba a su padre.
Elías no podía decir ni una sola palabra, pero si miraba a su alrededor como paranoico por si alguien los había visto. Aquella reacción hizo que Andrea suspirara con cansancio, deseando por un momento que sus padres fueran como los de Andrina.
«No puedes pedir algo así —le recriminó Solace—. Aparte, sabes que la situación que tienen tampoco es fácil».
«Ya, pero me ahorraría de dar estos ejemplos y luego explicaciones», explicó Andrea con cierta molestia.
El silencio que hubo no fue muy largo, pero se dejaba en claro la angustia que había ante una verdad que Elías, como mejor podía, iba procesando. Acercándose a su hija, le pidió un sitio donde poder hablarlo más tranquilamente, sin ojos que quisieran saber su conversación.
Andrea solo tuvo en mente el único lugar donde solía pasar el rato, y era la estación de autobuses.
Era irónico, pero la estación de autobuses de su ciudad no era un lugar tan vivo en vacaciones. Durante las otras estaciones del año, solía ser un lugar muy tranquilo donde pasaban los buses más puntuales que provenían de las otras provincias vecinas. A Andrea le gustaba pasar rato en la nueva cafetería que habían abierto cuando regresaba del gimnasio, o sentarse en el suelo en algún lugar cercano a la estación de autobuses donde pudiera disfrutar de su bebida energética.
Ese lugar era antiguo, tanto que uno podía sentirse teletransportado a épocas pasadas como los ochenta. La modernidad no existía en el interior del lugar, pero eso era lo que le hacía único porque daba la sensación que por un momento la mente era capaz de recrear a esa época donde la gente esperaba a por el tren o bus para poder ir a trabajar a fuera de Galicia. Hombres trajeados con su maletín de cuero marrón o mujeres con sus vestidos blancos esperando a que su marido volviera o se despidieran de él.
Para Andrea ese lugar era como viajar en el tiempo, sentirse como una viajera que, con sus pintas tan poco elegantes, caminaba de un lado a otro con la bebida energética en sus manos hasta que alguno de los trabajadores le dijera que no podía estar ahí.
En esta ocasión, ambos se habrían ido a una esquina donde no solía frecuentar nadie más que unos coches aparcados. Andrea se apoyó contra el muro que separaba la calle de la estación de buses, esperando a las preguntas que tanto la angustiaban.
—¿Desde cuándo llevas ocultándome esto?
Una pregunta directa, una que haría respirar hondo a Andrea y, con ello, explicarlo todo sin que tuviera la necesidad de hacer más preguntas, más que cuando no comprendiera algo o necesitara un descanso.
Su padre lo escuchó todo con atención. A veces se apoyaba en el muro, otras se sentaba en el suelo o se quedaba de pie, cruzando sus brazos sin dar crédito a lo que oía.
—¿Alias y Solace? —preguntó Elías.
—Sí, ¿quieres conocer a uno de ellos? —preguntó Andrea.
«Que poco discreta eres, Andrea. Acaba de conocer todo esto y ya le preguntas si...»
—Adelante.
Solace se quedó sin palabras ante la respuesta afirmativa de Elías, pero al final salió del hombro de forma que nadie se fijara, aunque era complicado por como el Sol iba escondiéndose, formando una sombra que los cubría en caso de que algún curioso los mirara desde la lejanía.
Elías lo miraba con detenimiento, poniendo la mano en su cabeza para rascarse su poco cabello.
—Parecen como ese bicho de la película que vimos hace poco —comentó Elías.
—Sí, pero él es un antihéroe, yo... podría darme el título de heroína, supongo —respondió Andrea con una ligera risa.
—Ya veo. —Elías, con la curiosidad presente, se acercó a la anomalía que tenía—. ¿Y dices que se pueden transformar en algo más grande?
—Sí, bastante más grande, aunque en mi caso él está en mi interior y me aporta poderes, aparte de regeneración —explicó Andrea.
Elías se ponía la mano en la cabeza, dando varios pasos hacia atrás para comprender toda esa información. Solace no dudó en esconderse de vuelta mientras Andrea ponía las manos en los bolsillos de una chaqueta nueva que se había puesto antes de dar una vuelta.
—¿Tu madre lo sabe?
—Ni de broma, ¿tú sabes cómo se pondría? Sería imposible hablar de ello —respondió Andrea, viéndose la angustia en sus gestos.
Elías se quedó en silencio, mirando a su hija mientras recordaba una parte de su historia.
—En verdad, si hay algo que la haría reaccionar —recordó Elías, captando la atención de Andrea—. Mencionaste sobre un tal Hertian, ¿no?
—Sí, es el ángel guardián de Anais, ¿por qué? —preguntó, cruzando sus brazos.
—Si Anais lo menciona, créeme que Alma estará dispuesta a escuchar sin montar un escándalo —aseguró Elías.
Andrea arqueó la ceja un poco.
—¿Acaso se creería que mi hermana tiene un ángel guardián?
—No, es un poco más complejo que eso —respondió Elías sin saber donde mirar—, pero para que eso ocurra, es mejor que tu hermana sea quien hable con Alma. Lo haces tu y se arma la de Troya.
—Sí, lo más probable. —Rio ante su comentario, para luego darse la vuelta y mirar la calle donde se encontraban—. Ahora que me doy cuenta, parece que estamos aquí como si fuéramos hacer contrabando.
—Mira que llegas a ser burra con tus palabras —contestó Elías con una risa.
—¡Es verdad! Es la típica calle que dices "no, ni en broma me meto ahí".
Ambos se rieron de forma que aliviaron la tensión que tenían. Andrea agradecía que su padre pudiera comprenderlo, pero aun así estaba angustiada por cómo se lo tomaría todo. Sabía la historia, pero no la opinión que tenía.
—Kamico y Andrina también lo sabían —continuó Elías, viendo como su hija afirmaba—. Entonces esa pijamada no existió, solo fuisteis a ese planeta para hacer frente a esas... diosas.
—Exacto.
—Dioses. —Elías se puso la mano en la cabeza con la mirada fija al suelo—. ¿Qué se ha vuelto esto? En mis tiempos cuando hablábamos de dioses se pensaba en un plano religioso del que no se podía conocer, y ahora tú me aseguras haber conocido dos, y para colmo unas que no corresponden a las religiones que conocemos en la tierra.
Andrea movió un poco sus hombros.
—Qué bueno que en parte me hice agnóstica, así no me decepcionaba por lo que pudiera haber ahí fuera —admitió Andrea.
—Tú tenías creencias relacionadas con los videojuegos, Andrea. No te me hagas —le recordó Elías.
—Era una cría, decía muchas gilipolleces. No sé cómo me permitías decir esas burradas en la calle o como a veces me creía estar dentro de un videojuego fingiendo ser mi personaje favorito. No sé cómo no os caía la cara de vergüenza —admitió Andrea sin mirarle.
—Todos de jóvenes hacemos tonterías, y jamás me sentiría avergonzado. Sabes que en todo momento te he aconsejado y apoyado... Admirado, ahora que sé todo lo que has hecho a mis espaldas.
Andrea se quedó en silencio con la boca un poco abierta. Le miró por un momento para luego soltar un largo suspiro sin saber dónde mirar.
—Parece que no estás orgullosa de ello —supuso Elías.
—Es... tan complejo, papá —admitió Andrea con la mirada aun agachada—. Es como estar en algún tipo de guerra, pero en este caso no son armas de fuego que conoces, sino magias que parecen sacadas de un cómic, manga o videojuego.
—Puedo hacerme una ligera idea, aunque es obvio que no voy a poder comprenderte —contestó Elías, viendo como pequeñas lágrimas querían salir de los ojos de Andrea—. Se sincera, gente de otros lados ha muerto, ¿no?
A duras penas Andrea afirmó, recibiendo el abrazo cálido de su padre que la hizoreaccionar. Apretó sus labios mientras le correspondía, intentando explicar todo lo que había vivido.
Era obvio que vivir algo así no era fácil para una joven de dieciocho años. Todo al principio pintaba ser una aventura mágica que parecía ser la típica que veía en muchísimos lados, pero cuando se daba cuenta, vivía la realidad más cruel que jamás se esperaba tener.
Maduró y aprendió realidades que jamás se esperó presenciar. Tomó acciones arriesgadas, pero siempre bajo su moral de proteger siempre a los demás, de proteger siempre a su hermana como promesa que se había hecho.
—Andrea —murmuró Elías, notándose la angustia en sus palabras—, ¿qué decisión arriesgada has tomado?
Nunca le costó tanto tragar saliva. Sus labios temblaban mientras le abrazaba fuerte. Oh, maldecía esa decisión tan arriesgada de retirar su parte humana para poder proteger a los demás, para derrotar aquel que lideraba a todas a las Anomalías y Virus.
Aun recordaba sus malditas palabras y como aceptaba ese reto, dejándola con vida aun sabiendo que, con un solo gesto, podría matarla en cualquier momento.
Era un juego del que Andrea había aceptado y ahora cada segundo era lo más valioso que podía existir.
—Renuncié a mi humanidad.
Aquellas palabras resonaron con eco en los oídos de su padre. Elías le costó mucho procesar esas palabras, pero en ningún momento soltó a su hija, es más, la abrazó con más fuerza para que supiera que jamás iba a estar sola, aunque en verdad él lloraba por primera vez cuando supo las palabras que le destrozaron desde lo más profundo de su corazón.
—Quise protegerlos a todos —continuó Andrea—, y tomé, posiblemente, la idea más estúpida.
Elías dejó que su hija apoyara su cabeza en su hombro, llorando todo lo que no pudo hacer antes. Gritaba, vaya que si lo hacía. Apretaba sus dientes, insultaba como nunca, maldecía ese momento en el que todo había ocurrido, pero a su vez sabía que lamentarse de algo así no merecía la pena cuando el pasado ya estaba pisado y tocaba seguir avanzando. ¿El Futuro? Tan incierto y arriesgado que no deseaba pensar en ello, solo vivir lo que le quedaba vida.
—Me imagino que, con esa decisión, has considerado mucho que opciones tomar ahora —supuso Elías, intentando mantener la calma.
Andrea, intentando recuperar el aliento, trató de responder.
—Nos dijeron de quedarnos aquí para que descansáramos y meditáramos nuestras opciones. Ahora que somos los únicos en saber esto, podemos ayudar a otras galaxias o proteger la tierra.
—¿Y qué opción has tomado? —preguntó Elías una vez más, acariciando la cabeza de su hija.
—Proteger la tierra —respondió con decisión—. Andrina y Kamico querrán ir por el espacio, queriendo saber los orígenes de Andrina, pero yo, aunque sean mis amigos, quiero proteger mi hogar y el de miles. —Con cuidado, se separó del abrazo, mirando a su padre—. Suena... una maldita locura, lo sé muy bien, pero sabiendo cómo funciona este inusual universo, creo ser capaz de protegerlo junto a mi hermana... si es que desea proteger la tierra.
Elías observó a su hija por unos instantes. Sus ojos rojizos por culpa de las lágrimas la hacían de ella una mujer que parecía ser tímida y nerviosa, y eso se le hacía especial para él porque era recordar a la pequeña Andrea de hace diez años, donde juntos solían jugar por los campos que tenía en Fonsagrada.
—Suena tan surrealista todo. Hace diez años estabas manchada de barro y hierbas por los campos donde solíamos ir juntos a dar una vuelta, y ahora te has vuelto... algo que jamás podría pensar. Podrías haberte buscado una ocupación más normal, ¿no crees?
Andrea soltó una débil risa, pero que le haría sonreír a pesar de haber llorado durante un buen rato.
—La verdad, hasta para eso soy una rara —admitió Andrea, rascando su cuello.
—No me molesta que lo seas, únicamente te pido que vayas con mucho cuidado ahora en adelante —pidió Elías con más seriedad—. Sí, todo lo anterior hecho ha sido una locura y no se puede remediar, pero prométeme que en ahora en adelante intentes mirar por ti y no sacrificarte tanto por los demás.
Andrea abrió sus ojos en demasía, quedándose boquiabierta ante esas palabras.
—Papá, yo no...
—Sé que no puedes por tu hermana —interrumpió Elías—, pero a estas alturas perderás la vida por ser el escudo de todos y sufrirás cuando no puedas darles la protección necesaria.
Algo dentro de Andrea quebró, apretando sus puños por un momento mientras miraba al suelo sin saber bien que decir.
—Hija mía, comenzaste todo esto por tu hermana y tus amigos. Me pareció bien, de verdad que sí, pero esto es un nivel demasiado arriesgado, uno del que, te recuerdo, sigues teniendo esa parte mortal —continuó hablando—. Querrás ser la más fuerte y protegerlos a todos, pero no te puedes desvivir por ello porque no te puedes multiplicar... No que me hayas enseñado.
—No, no puedo —respondió Andrea con una pequeña sonrisa, una que desapareció con rapidez—, pero, aun así, quiero protegerlos a todos, quiero...
—Hija... Siendo honesto no te puedo dar consejos de cómo ser el héroe perfecto, solo he visto de los comics y películas que tú has visto —interrumpió Elías, logrando sacar otra pequeña sonrisa a Andrea—, pero si puedes demostrar que estarás con ellos a su lado, que lucharéis por ese bien y que ellos también se pueden valer. Si les ayudas y apoyas en todo momento con sus capacidades, les serás un pilar donde podrán apoyarse y sentir que merecerá la pena seguir luchando si tú también lo haces. No te das cuenta, pero en estos dos años has logrado ser una chica muy difícil de derribar y eso genera una seguridad que ninguno quiere perder y luchan también a tu lado para que eso siga así.
Las palabras daban vueltas a su interior y le hacían recordar que podía seguir adelante, pero siendo consciente de sus decisiones. Fue ahí cuando recordó todo lo que hizo, como a pesar de estar herida, seguía en pie junto a los suyos, luchando hasta el final.
Recordó como Charlot se mantenía en pie y le pedía no bajar la guardia ni rendirse, como Anais estaba a su lado apoyándola con lo que tenía al igual que Kamico que seguía adelante luchando a pesar del cansancio o sobrecarga.
Pero lo que era más especial para Andrea, era recordar ese momento en el que Mikuro había llorado por ella cuando creyó que había muerto en Extra-Sistema, dando todo lo que tenía para que volviera, protegiéndola y luchando hasta que no pudiera más.
Sus mejillas se enrojecieron ante ese momento tan especial, y ese gesto no pasó nada desapercibido para Elías, quien cruzó sus brazos con una media sonrisa.
—Me tienes algo oculto, ¿verdad? Parece que alguien ha conseguido robar tu corazón de nuevo —supuso Elías.
Andrea abrió sus ojos, reaccionando de sus pensamientos.
—Ehh, nooo, Que va, bueh. Amor a mí, no, no. Paso uf, que vagancia —respondió Andrea con rapidez.
«No sonó creíble, Andrea», le avisó Solace.
«Cállate, ostia».
Elías rio ante su comentario, pero no le dio más vueltas porque la noche estaba llegando y debían regresar antes de que Alma se enfadara. Aquello le pareció bien a Andrea, sintiéndose aliviada al poder por fin hablar con su padre.
Su regreso a casa habría sido tranquilo, pero en los pasillos que llevaban hacia la entrada de su casa, escucharon una conversación que puso en alerta a ambos. Con cuidado abrieron la puerta, viendo como Alma le gritaba a Anais.
Pero no porque hiciera algo mal.
—¿¡Fue Elías quien te habló sobre Hertian!? ¡¿Eh?! —Alma de pronto se giró, mirando al mencionado—. ¡Oh, perfecto! ¡Ahora si será larga esta conversación!
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