Capítulo 6: ¿Quién has sido?
Desde el momento que se marcharon los demás, empezaron a organizar todo. Ànima tenía la idea de llevar a Lizcia y Adela a sus respectivos hogares, pero Luminosa insistía en ir a su lado. Después de todo, en Suqueia no había mucho más que hacer, y a malas Mikuro y Charlot podían vigilando al no tener un hogar al que regresar.
Tal hecho preocupó a Ànima, pero pudo comprenderlo al ver como Mikuro no le molestaba, que realmente regresar allí era tener un recibimiento desagradable, y ya ni hablar con Charlot al no tener nada. Aseguró que iría en busca de la asesina y que estarían por el Subcódigo. Si hacía falta algo, podían contar con ellas.
Aun con ello, su cabeza no descansaba en paz al recordar a su hermana. Por ello mismo, antes de moverse, le pidió a Luminosa ir al exterior para visitar los bosques de los Scursins. Donde allí tenían presa su hermana en una cárcel propia de la naturaleza.
Tomaron el portal que había cerca del ayuntamiento de la ciudad. Tuvieron una charla cordial con los líderes en el que les aseguraron que dispondrían de la nave de inmediato y que podrían utilizarla sin problema alguno. Tras eso, usaron el portal para aparecer en los bosques, donde el frío inundó su piel como una señal de paz falsa. Un frío que pasaba a ser desagradable, aunque para Ànima era hasta una costumbre de sentir.
Caminaron a paso tranquilo por los bosques hasta que vieron a una de las Scursins por los bosques. Pronto la pudo identificar al saber que era Pyschotria vigilando la zona junto a otros Scursins que la seguían. Se acercó con calma, mirándolas de arriba abajo con el ceño algo fruncido.
—Me imagino que vais a por el Vigilante y la elegida de la Música —supuso. Ambas afirmaron—. Kemi está hablando con Adelfra y Urchevole se encuentra al lado de Pyschen. Aun está dormida y lo más probable es que la lleven a Claimia.
Ànima soltó un largo suspiro.
—Mira que le dije que no... —Miró hacia Luminosa y luego a Pyschotria—. Iremos a por ellos. Gracias por la información.
—No creo...
No hizo caso a sus palabras ya que se marchó corriendo en su dirección. Luminosa también la siguió, sin esperar se tal reacción de su parte.
Pronto llegaron al lugar, viendo a Urchevole sentada en una de las ramas resistentes de los árboles. Sus ojos se encontraban cerrados, emitiendo una melodía relajante a su alrededor en el que diversos animales se acercaban para poder descansar. Era extraño porque no muy lejos de ahí se podía ver como la naturaleza misma mantenía retenida a su hermana bajo las enredaderas que también formaban una cárcel a su alrededor.
Por primera vez podía ver a su hermana sin que emitiera un odio destructor, sino una paz que le recordaba a su infancia, una que la hizo romper parte de su corazón de pierda.
—Creí que os ibais ya —murmuró Urchevole, abriendo sus ojos para mirarlas con un rostro tranquilo, bajando el volumen de la canción—. ¿Qué te inquieta, Ànima?
—Las palabras de Kemi no me tranquilizaron al saber que la llevaríais a Claimia y que Christel le daría su final —contestó con honestidad, mirándola con un rostro tranquilo—. Entiendo que las palabras de mi hermana pueden aportar información importante, pero no me parece bien que Christel sea quien la juzgue.
—¿Y tú serías capaz de darle ese final siendo tu hermana?
Tal pregunta hizo que Ànima bajara la mirada hasta poder ver a su hermana desde la lejanía sin poder despertar aún. Soltó un largo suspiro, sin decir nada, aunque para Urchevole lo era todo.
—Tu melodía transmite temor y fuerza. Te ves capaz de ello, pero sientes un gran pánico al saber que es a tu propia hermana a quien debes matar, y no te juzgo, no es una tarea fácil con todo lo que has descubierto, pero sabes que es el final que le corresponde con todo lo que ha sufrido —habló Urchevole con paciencia, relajando su postura, pero sin bajar del árbol—. Si tu no puede ser capaz de darle ese final, me temo que será Christel, y sé que podrá ya no solo por el odio que le pueda tener, sino porque estos largos años ha insistido en querer ayudarnos en mucho más de lo que pensamos.
—Entiendo —murmuró Ànima sin quitarle ojo a su hermana, soltando un breve suspiro—. Me alegra que Christel os quiera ayudar, pero temo que darle ese final a mi hermana acabe en emociones peores para la diosa.
—Sabe controlarse. No por nada la enseñé a ser una diosa. Recuerda que era una humana en el cuerpo de un dios, como tú.
Ànima afirmó y sintió que la vida se reía a sus espaldas ante esa otra coincidencia. Ambas eran lo mismo después de todo, aunque en su caso había aprendido poco a poco desde otros planetas y con el obstáculo presente de su hermana al lado.
—Christel tiene intención de ir a por Kersmark para poder detenerle, aunque Kemi también lo desea por objetivos más cegados en cuanto a la naturaleza. Sea cual sea el motivo, sé que Christel tendrá la madurez y fuerza para ello una vez que Pyschen nos diga todo —continuó hablando Urchevole con firmeza—. Mientras, vosotras debéis llevar a los demás a sus planetas correspondientes, en especial Adela para que pueda descansar en paz en su hogar y que sus compañeros o familiares sean conscientes de lo ocurrido.
—Eso era algo que teníamos muy claro, elegida de la música —habló Luminosa con educación, inclinando un poco su cabeza—. Solamente veníamos para confirmar esas palabras, disculpa si la hemos molestado.
Urchevole negó con calma, dando a entender que no lo estaba, y miró hacia la diosa de la oscuridad como si la estuviera analizando. Soltó un pequeño suspiro.
—Despídete de ella aun si no te escucha. Eso si te lo voy a permitir, Ànima.
No era muy agradable que supieran que emociones tenía en su interior, pero no objetó nada al respecto. Solamente caminó en dirección a su hermana, mirándola por unos segundos para agacharse a su altura (ya que se encontraba de rodillas al suelo dormida). Con cuidado, posó su cabeza con la suya, cerrando sus ojos con una sonrisa apenada.
—Se sincera con tus palabras, hermana —le pidió en un susurro—. No podré estar ahí cuando todo ocurra, pero sé igual de sincera como ibas a ser conmigo y no tengas miedo de lo que Christel pueda hacerte. Es el final que deseabas, y te aseguro que descansarás como tanto pedías. —Tras eso movió su cabeza para darle un delicado beso en su frente—. No olvides ni rechaces tu pasado, Paiphire. No es lo que él te dijo. Recuérdalo.
Con calma, se levantó del suelo. Deseó llorar por un momento, pero negó rápido con su cabeza para irse con Luminosa. Antes de irse, miró por última vez a Urchevole con un rostro serio. No dijo nada, pero sus ojos deseaban que fuera justa con Pyschen aun si hubiera cometido todos esos fallos porque después de todo, parte del agravante no era porque ella lo deseara.
Alejándose de los bosques, miró hacia Luminosa con una sonrisa más agradable para luego mirar al frente.
—Volvamos al Subcódigo. Tenemos varios viajes pendientes.
Gritos, frustración y decepción. Andrea veía enfrente suya un ambiente del que no correspondía al piso del que solía vivir, sino que era un campo de minas del que cada palabra que pronunciaba podía detonar una o miles de bombas a la vez. Se creía estar preparada, pero vaya que estaba equivocada por como Alma le recriminaba el hecho de no responderles los mensajes.
—¡Casi le hago una videollamada a Elena de no ser que me pasó una foto vuestra! ¿¡Se puede saber por qué no respondíais a mis mensajes?! —preguntó Alma con un cabreo notorio.
Andrea desvió un segundo sus ojos hacia su padre, quien sentado en el sofá mirando el techo, sabiendo que era uno de esos días donde su mujer iba a estar insoportable por una tontería. Sus hijas estuvieron en casa de Elena, ¿qué mal podía ocurrir ahí? Era lo que susurraba.
«Ay papá, si supieras lo que en verdad pasó», pensó Andrea.
—¿¡Puedes responder!? —gritó de nuevo Alma, logrando darle un pequeño susto a Andrea.
—Jod-Jolines, mamá. Se me olvidó cargar el móvil y mi hermana dejó el móvil en la habitación. No te respondió después porque no queríamos molestarte —contesté con rapidez, rezando a lo que fuera que mi improvisación fuera eficaz.
—Mentira, no me llegó el doble check azul —recriminó Alma.
—Mamá, sabes que lo tengo desactivado —susurró Anais con cierta vergüenza.
«¿De verdad lo tiene o me está siguiendo el rollo?» se preguntó Andrea, arqueando la ceja.
—Ah no, lo tendrás activado a partir de ahora —contestó Alma, cruzando sus brazos.
«¿Qué dice esta loca?» preguntó Andrea, frunciendo el ceño.
«¿Qué es doble check azul?» preguntó Solace, preocupado de que eso fuera algo peligroso.
«Da igual, ya te diré».
Para Andrea esto era el pan de cada día que intentaba ignorar. Ambas sabían que su madre era un tanto estricta con las cosas, aunque debían admitir que, con lo ocurrido con los hermanos, había actuado con demasiada calma. Capaz porque estaba en un lugar que no era su hogar y en un sitio del que desconocía por completo.
Ahora que estaban en su pequeño piso de dos habitaciones, dos baños junto al comedor conectado con la cocina, podrían decir y actuar como quisieran. Total, y como decía Andrea, los vecinos conocían bien los gritos de su madre.
—Mamá, tengo casi diecisiete años —murmuró Anais algo cansada.
—Como si tienes veintitrés. Quiero que lo tengas puesto —respondió Alma, logrando sacarle un suspiro a Anais—. Y tú, Andrea, tendrás que hacerlo también.
—Eh, no me jodas.
—¡Esa boca! —gritó Alma.
Andrea puso los ojos en blanco y miró a otro lado.
—Mamá, por el amor de Dios. No somos crías de cinco años sin neuronas. No me fastidies. Hemos estado con Elena haciendo pijamada, ¿qué crees que íbamos a hacer?
—Capaz era una excusa barata para que fuerais a una discoteca a tomar alcohol.
Andrea se le escapó una ligera risa. ¿Alcohol ella? Solo tomaba una cerveza con su padre y aun así lo hacía por compañía, pero detestaba esa bebida tan fuerte. ¿Y los cigarros? Tenía claro que no solo los de la tierra le daban asco, sino que incluso los de Charlot que se solía fumar.
—Tampoco pasaría nada que fueran a una discoteca —intervino de pronto Elías—. En su momento, cuando tenías dieciséis años, ibas a la discoteca con tus amigas. De hecho, cuando tuviste dieciocho años, nos conocimos en una discoteca y nos hicimos amigos, ¿o no lo recuerdas?
La cabeza de Alma se fue girando poco a poco como si fuera una muñeca poseída típica de una película de terror. Andrea para ese entonces se contuvo la risa, viendo como su padre se quedaba sentado en el sofá con aquella posición relajada como si no pasara nada.
—¿Qué? Sabes que es verdad.
Alma quería decir miles de cosas con sus ojos y gestos, pero no sabía decir ni una sola palabra.
Para ese entonces, Andrea y Anais se miraron con una pequeña sonrisa que lograron contener porque Alma se giró rápidamente hacia ellas para seguir con la riña. Aquello hacía perder la paciencia de Andrea, quien miraba de reojo a su padre, dejando el mensaje claro con sus ojos.
«Sácame de aquí. Por favor».
Por desgracia la salvación de Elian no sería muy eficaz con su mujer siguiendo con la bronca hasta que se cansó, pidiéndoles que todo este enfado terminaría si limpiaban la casa, ya que era sábado.
«Hermano que coñazo».
Al final aceptaron y entraron a su habitación. Sintiendo en su corazón la paz después de la tormenta. Encontrarse con sus pertenencias hacía que ambas sonrieran sin querer, empezando a organizar y limpiar todo, aunque estuvieran cansadas.
Andrea miraba todo lo que tenía guardado en su estantería. Mangas de acción y fantasía, fotos de recuerdos que tenía guardados y libros de los cursos que había estudiado en años anteriores. Se atrevió a tomar uno de estos para hojearlos por encima.
«Ala, ¿esa enana eras tú de pequeña?», preguntó Solace con sorpresa.
—Seh, era yo —respondió Andrea en alto.
Anais se giró ante esa respuesta, viendo como Solace salía de su hombro para ver el álbum de fotos. Un escalofrío recorrió su espalda para mirar hacia la puerta de su habitación, la cual estaba cerrada.
—Hermana, no creo que sea buena idea hablar con Solace con nuestra madre vigilando como si fuera un halcón —susurró Anais, dejando a un lado la escoba que tenía en sus manos.
—Es cierto, no deberíamos —murmuró Solace, intentando esconderse—. Aunque me sorprende que podáis aguantar a una loca como esa.
—Es nuestra madre, es lo que hay.
—Sí. —Soltó un suspiro—. ¿Acaso no tuviste madre? —preguntó Anais.
El silencio fue criminal en ese instante, dejando la respuesta muy clara para ambas hermanas.
—¡¿Qué estáis hablando?!
El grito de Alma hizo que las hermanas se pusieran de pie y siguieran limpiando. Andrea se guardó el álbum de fotos, pero una de estas cayó al suelo. Al tomarla, vio a ellas dos con Andrina y Kamico.
La sonrisa dulce de Andrea se mostró en sus labios, soltando un suave suspiro mientras la dejaba apoyada en los mangas que tenía en la estantería. La miró con nostalgia, recordando ese día en el que se conocieron por primera vez. Una imagen en el que las tres estaban molestando a Kamico por cómo iba vestido junto a su cabello despeinado.
«Y pensar que ahora somos... lo que somos» pensó, tragando saliva con cierta dificultad para al final negar con su cabeza.
Una vez lograron calmar al monstruo de su casa cumpliendo las tareas imposibles , pudieron descansar un poco en sus respectivas camas, aunque para Andrea era complicado el hecho de cerrar sus ojos o relajar sus músculos. Su espalda le resultaba complicado mantenerse tranquila al igual que sus brazos que, aun adoloridos, se mantenían firmes por si ocurría algo.
Levantándose de la cama sin hacer ruido, fue hacia la cocina para ver si algo podía darle ese sueño, pero para su sorpresa, se encontró con su padre.
—¿Te apetece dar una vuelta? Capaz tienes alguna cosa que comentarme con la pijamada que hicisteis.
Y aquello logró sacar la mayor sonrisa que Andrea jamás habría tenido en estos días.
Los paseos por la ciudad de Lugo junto a su padre eran una maravilla para Andrea. Siempre le llevaba por las calles más escondidas que hubiera por el centro o lejos de esta, conociendo varios edificios que dejaban un mensaje claro de lo que habían vivido en los años 50 o mucho más atrás. En esta ocasión no decidieron ir por esos lugares escondidos, sino que caminar por las murallas romanas que protegían el centro de la ciudad.
Caminaban a un paso ligero, siendo acompañados por las nubes grises que no dejaban indiferente a cualquier ciudadano gallego que viviera allí. No extrañaba que alguna persona —fuera joven o mayor— llevara un paraguas siempre a su mano, solo por si las nubes les apetecía llorar un poco.
En su caso, iban sin paraguas, y la razón de ello era siempre una broma que Elías siempre hacía en relación a su poco cabello. Si llueve, capaz me crece el pelo. Simples palabras que la hacían reír a Andrea mientras seguían caminando.
Le daba vueltas a todo y sentía una gran paz al estar a su lado. Su padre era un gran apoyo para ella, más en estos dos últimos años. Gracias a Elías, pudo conseguir el sueño de ser la protectora de su hermana, y todo porque él mismo le recomendó un gimnasio que había cerca de la zona.
Los primeros días tuvo la vergüenza de ser juzgada y vista como una más en el gimnasio que no duraría ni una semana, pero con el tiempo logró cerrar esas voces, poniéndose unos auriculares donde empezó ese entrenamiento duro, incluyendo también el boxeo.
Las miradas no tardaron en llegar, y muchas de ellas no eran para nada discretas. Por suerte, Andrea logró cegarlos con su actitud insistente.
—Pois filla, ¿realmente fixeches unha festa de pixama ou bebeches alcohol? —Bien hija, ¿realmente fuiste a una fiesta de pijamas o tomaste alcohol? preguntó directamente Elías.
Andrea frenó sus pasos, mirándole con los ojos bien abiertos. Elías rio como nunca.
—Era una broma. Se que no te gusta el alcohol ni ir de fiesta —respondió con rapidez, viendo como los ojos de Andrea volvían a relajarse—, pero si me tienes que decir que es lo que tienes guardado. Desde que te vi no paraste de tener esos ojos llenos de preocupación y cansancio, ¿qué pasó algo con Kamico?
De nuevo, Andrea abrió sus ojos, tragando saliva sin saber bien que decir.
—Yo, eh... —tartamudeó Andrea, provocando que Elías riera con ligereza.
—¿Qué tienes sentimientos por ese chico de nuevo? —preguntó Elías.
—¿¡Eh?! —Andrea miró a su padre, atónita, para al final negar—. ¡Qué va oh! Nada de nada.
«Más bien es con una mujer...» pensó Andrea, pero sabía que, si le decía eso, le preguntaría por la afortunada, y no podía hablar de Mikuro si no era siquiera una humana.
—No me mientas, eh, que al final me entero de todo —respondió Elías con ese tono mezclado de humor y calma.
—De verdad que no, papá. Solo que ha sido una noche muy larga... Demasiada —admitió Andrea.
—¿Le disteis vueltas a lo del accidente?
—M-Mas o menos...
Elías cruzó sus brazos, sentándose en el muro.
—Suelta por esa boca. Anda.
Andrea le miró por unos segundos, teniendo miles de dudas si decirle toda la verdad que había detrás o si callarse la boca. Sus labios temblaban sin parar a la vez que pequeñas lágrimas traviesas deseaban salir, tomando por sorpresa a su padre. Se levantó con rapidez para abrazarla, viendo como Andrea soltaba por fin una parte de las lágrimas que tenía contenidas, correspondiéndole con un abrazo fuerte del que le tomó por sorpresa.
—E-Es más que eso, papá —comenzó a explicar Andrea con cierta dificultad—, es algo que... se me escapa de mi compresión.
—Ya bueno, es jodido tener que ver a tu expareja a punto de morir y que de repente le veas ahí como si nada. Me acuerdo cuando me admitías que le odiabas. Ahora parece que no es así —recordó Elías.
Sintió un puñal en su corazón, abrazando con más fuerza su padre mientras apoyaba su cabeza en su hombro. ¿Cómo se atrevió a odiar a Kamico por algo tan estúpido como el primer amor? Uno del que ninguno de los dos comprendía y que al final lo habían dejado en buenas condiciones, a pesar de ser muy distintos del uno al otro.
¿Por qué le odiaba? Si había sido un genial amigo. ¿Por qué le despreciaba? Si había demostrado ser un buen chico. ¿Por qué debía odiar al chico que había luchado hasta el final aun cuando aquella diosa casi la mata?
—Veo que al final te arrepientes de todo lo que pensabas —murmuró Elías, acariciando el cabello de su hija—. Está bien, es algo normal. A veces uno no comprende lo que es el amor y tendemos a estas emociones.
—Y lo peor es que no es un mal chico —tartamudeó Andrea, aun llorando—. Hizo de todo, me ayudó e incluso nos ayudó cuando todos podíamos morir.
Elías arqueó un poco la ceja ante este último comentario.
—¿Qué estás diciendo, Andrea? —preguntó Elías.
Apoyó su cabeza contra su hombro con más fuerza, provocando que mirara a su hija con angustia.
—¿Qué es lo que ocurrió en esa pijamada en verdad?
Andrea se separó un poco, mirando a su padre por unos segundos con los ojos llorosos. Tras eso, desvió su rostro hacia la derecha y luego a la izquierda, como si quisiera asegurarse de que nadie hubiera a su alrededor.
—Te pido que no le digas nada a mamá. No hasta que vea la forma de decírselo sin que monte un escándalo.
Elías soltó una ligera risa ante sus palabras.
—Alma siempre monta escándalo por todo. Sabes cómo es —le recordó Elías, provocando que Andrea soltara una pequeña risa que no duró demasiado.
—Vou en serio, papá. O que verás agora non é algo normal —Voy en serio, papá. Lo que verás ahora no es algo normal, avisó Andrea.
Que le hablara en gallego fue algo que tomó en sorpresa a su padre, pero no sería nada cuando su rostro cambió por completo. Ojos bien abiertos, boca entreabierta. Unos pocos pasos hacia atrás y con las manos detrás suya para evitar caerse.
Ver a su hija con el rostro consumido por la anomalía de Solace, hizo darse cuenta de que su mundo no era tan normal como creía.
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