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Capítulo 4: Mamá, casi mato a alguien.

El aire movía con calma las hojas de los árboles. Algo muy común, pero para Anais era fascinante pensar que todo esto era real en un Subcódigo. Se ponía a pensar en como algo como eso era posible. Hablaban de literalmente copiar algo y pegarlo en exactitud, siendo presente todo lo necesario, incluso con la luz del propio sol que estaba presente en el mundo.

Quería compararlo como una ciudad subterránea, pero no era posible con el Sol presente. Era una copia de un mundo dentro del propio mundo. ¿Tenía sentido? En parte sí, pero esa copia estaba vinculada en la original. Si el mundo original desaparecía, el subcódigo también. Entonces no era tan literal hablar de copiar y pegar un documento, sino de carpetas propias de un ordenador.

Y si se ponía a pensar en todos los términos que tenía en sus manos, tenía claro que hablarían durante muchísimas horas en su propia cabeza. Nombres que tenían correlación con la tecnología, o sin ir más lejos, los seres que tenía su hermana. Anomalías y Virus. Algo tan inusual y desconocido en su existencia al igual que todo lo que la rodeaba.

Quién. ¿Quién había creado este mundo en donde incluso los dioses más grandes se referían a ellos como Números y Errores?

Se quedaba absorta en sus teorías y deseos de querer descubrir todo lo que la rodeaba mientras las demás conversaban como si nada hubiera ocurrido, o al menos intentaban fingir. Despertó por un momento para ver a cada uno de ellos y encontrarse con distintas emociones expresadas en sus cuerpos.

Era costumbre para ella ver como Andrea se mostraba con una sonrisa tranquila y las manos en su chaqueta desgastada. Hablaba en su típico tono fuerte y grave poco común en una mujer, aunque para ella le era muy habitual. ¿Si era sincera? Había momentos donde extrañaba la versión de su hermana más sensible como había sido antes al encontrarse en la habitación. Esa versión de ella misma donde se dejaba ver débil solo a ella.

Y era una cosa que deseaba ver solo ella, aunque sabía que Mikuro podría verlo si se derrumbaba. ¿Y si era honesta? No le molestaba porque después de todo confiaba en la princesa de hielo.

Le alegraba ver en buen estado con los brazos cruzandos una sonrisa presente en sus labios. Prestaba atención directa hacia Andrea cuando hablaba, viéndose ese sentimiento tan poderoso entre las dos. Anais lo veía complejo de entender ya que jamás se había enamorado, aunque tampoco tenía prisas para ello.

Mientras su hermana estuviera feliz, era lo que importaba al final.

Se fijó al final en los dos hermanos. Kamico se mostraba un poco más serio y con energías renovadas, no solo por su brazo (obviamente) sino como humano que aun seguía siendo. Parecía ser que la guerra que acababan de tener le había hecho más consciente y más si deseaba ayudar a Andrina.

Y hablando de ella... Se veía tan...

«Destrozada —terminó Hertian sus palabras, provocando que Anais diera un pequeño salto en el sitio—. Lo siento».

«Tranquilo, me voy acostumbrando cada vez más a eso —admitió Anais con una sonrisa en su interior—. Y sí, tienes razón. No parece estar muy contenta con lo ocurrido y más por como la toman como amenaza cuando no lo es».

«Es un tema complicado y la entiendo, después de todo cuando recordé todo y viví en este cuerpo como Materhog, me sentí destrozado por completo hasta que... En fin».

Anais frunció un poco el ceño ante sus palabras.

«¿Cómo que recordaste todo al entrar en el cuerpo de Materhog? ¿A qué te refieres?».

Hertian soltó un largo suspiro y apoyó su mano derecha en el hombro de Anais.

«Hasta que encontré, Anais —terminó la frase. Sus palabras hicieron que la joven se sintiera más confundida aun—. Es muy complejo de explicar, pero creo que tendrás las respuestas a futuro».

«¿Cómo que a futuro? —preguntó, pero no obtuvo ni una respuesta—. Hertian, ¡a qué te...?».

—¿Anais? ¿Estás ahí?

Las palabras de su hermana hicieron que Anais la mirara, encontrándose con la pequeña preocupación en sus ojos. Sin dudar afirmó, mostrando una sonrisa.

—Sí, perdón. Estaba pensando en muchas cosas y hablando con Hertian —explicó para luego mirar a las demás—. ¿Se sabe algo de Kamico? Está tardando bastante.

—No. Nada —respondió Andrina un poco irritada, cruzando sus brazos—. La verdad es que podría haber esperado a otro momento. No era tan difícil que fuéramos otro día con el destello y venir aquí.

—Sí, pero parece que las prisas la ganaron más, aparte prometió que sería algo muy rápido, por lo que no tendremos que esperar demasiado —contestó Andrea.

—Mucho tiempo no tenemos. No sabemos que hora es en la tierra —aclaró Andrina, mirándola con total seriedad.

Andrea afirmó con lentitud, soltando un pequeño suspiro.

—Tú no te preocupes, piensa que...

Las palabras de Andrea se interrumpieron cuando escuchó las puertas del hospital, de cinco pisos de altura y colores blanquecinos, unos pasos. Al girarse, pudieron ver a Ànima y Lizcia salir por fin. Ambas se mostraban con una sonrisa agradable, como si hubieran conversado durante un rato sobre novedades que desconocían.

Tal encuentro hizo que Anais sonriera también, pero al girarse, pudo encontrarse con la mirada molesta de Andrina que la puso en tensión. ¿Aun tenía desconfianza de la diosa cuando había demostrado que no era una amenaza?

—Siento interrumpir —habló Ànima con cordialidad, acompañando a Lizcia que se apoyaba en ella para poder caminar—. Me alegra ver que todos estamos en mejores condiciones que antes, aunque aún falta saber dónde está Charlot.

—Me dijo que iba a estar un rato a solas. Más o menos a solas —respondió Andrina en un tono un poco borde.

—Oh, claro. Entiendo. Teniendo varias almas en su cabeza no es que sea algo fácil de procesar —murmuró Ànima.

—Capaz pueda haber algún remedio para ello —supuso Lizcia.

—Todo es intentarlo, aunque en tu caso vas a volver a tu hogar en cuanto tengamos una nave —aseguró Ànima.

—Pero dije que no había problema en ayudarte, Ànima. Lo sabes bien.

—No creo que sea lo conveniente si tienes una familia —intervino Mikuro con educación.

Ànima le miró y afirmó sin dudar.

—No soy la única que lo piensa. Debes regresar al igual que ellos también lo harán para hablar a fondo con los suyos —aseguró Ànima.

—Conmigo no será demasiado tiempo cuando vuelva aquí y sepa la verdad. Es un tema del que no tengo que hablar demasiado.

Las palabras de Andrina hicieron que Anais la mirara de reojo con sorpresa. Vio como Andrea le daba un codazo, recriminándole sus palabras, pero esto no sirvió de mucho al ver como Andrina miraba a otro lado con los labios apretados.

—Pero aun así es tu familia, Andrina. Creo que sería prudente hablarlo bien —habló Ànima con calma.

Andrina la miró de vuelta con los ojos entrecerrados.

—Tú no tienes ni idea de mi familia.

—Tía, contrólate —contestó Andrea, mirándola con el ceño fruncido—. No empieces una pelea por una gilipollez, ¿quieres?

Andrina rodó los ojos a un lado para cruzar sus brazos.

—Lo que sea. ¿Cuándo va a venir Kamico? Está tardando demasiado.

La tensión se sentía en el ambiente. Era una masa oscura que cambiaba a colores diversos según las emociones se sintieran. Podía ser verde como de repente rojo, expresando el asco y odio por parte de Andrina, pero también blanco y verde, expresando calma y paciencia por parte de Ànima.

Pronto vio como la misma diosa se acercaba a andrina, poniéndose enfrente suya. La altura entre ambas era similar, mirándose durante unos segundos en el que Andrina parecía ser la que deseaba pelearse mientras que Ànima creaba un escudo en donde demostraba su paciencia para hablar.

—Entiendo la desconfianza que me tienes por lo ocurrido en ese combate, puedo incluso entender que me golpearas por tomarme como amenaza, pero Andrina, conozco bien tu historia gracias a que Andrea me lo explicó, y soy capaz de entenderlo. —Ante esas palabras, Andrina miró de reojo a su amiga con odio, pero centró la mirada hacia la diosa—. No la recrimines, después de todo quería entenderte.

—No me entiendo ni yo misma al estar viviendo años de mentiras sin saber quien soy. ¿Te crees que tú, humana en un cuerpo de un dios, me va a entender?

Tales palabras hicieron que Andrea abriera los ojos como nunca. Se movió con tal de agarrar la mano de Andrina e intentar calmarla en otro lado, pero el movimiento sutil de Ànima con su mano hizo que frenara sus gestos.

—No. La verdad es que no puedo entenderte. Eso es mi error, pero me gustaría hacerlo para llevarnos mejor. Dejar a un lado esos malos entendidos y empezar de cero como es debido. La versión que tu viste era una que mi hermana moldeaba a su gusto, y ahora como ves, soy yo misma —aseguró Ànima, sonriendo con cordialidad para ofrecer su mano derecha—. Estoy dispuesta a empezar de cero. Dejar a un lado las confusiones y comprendernos como es debido, incluso ayudarte a saber quién eres en verdad.

«Me-menuda forma de callarla», pensó Anais, atónita por lo que acababa de escuchar. Daba la sensación de que el silencio no solo había llegado a su alrededor, sino que en toda la ciudad. Era ver como la paciencia y amabilidad de Ànima dejaba aturdido a cualquiera que la cuestionara u odiara.

Y esto, obviamente, había afectado a Andrina. La miró con los ojos bien abiertos para luego desviar los ojos y chasquear su lengua.

—A mi no me sirven las palabras, sino las acciones —contestó Andrina, como si esas palabras fueran una quemazón para tener el golpe final en la conversación.

Pero esto no la afectó en absoluto a Ànima.

—Tienes razón. —Guardó su mano derecha y se la puso en su espalda—. Acciones toman más fuerza que las palabras, y lo demostraré, Andrina. Te darás cuenta que a la que te dijeron o pudiste ver, no es a la que te encuentras enfrente ahora mismo.

Andrina la miró una vez más para al final soltar un breve suspiro y alejarse de ella. Tal escena fue un tanto abrumadora para Anais porque desde su visión era como si por un momento ambas hubieran tenido una pelea tan intensa en la que Ànima, claramente, había ganado ante la experiencia que tenía encima.

Sí. Puede que fuera una humana, pero era una diosa, una que tenía muchísimos años aprendidos ante sus fallos.

Por un momento tuvo la intención de hablar de algo más distinto, pero la intervención de Kamico y Luminosa hicieron que los presentes se fijaran en ellos, que incluso la propia Andrina soltara un suspiro de alivio mientras sacaba el destello.

«Como se nota aun el desprecio que le tiene cuando solo se equivocó», pensó Anais, analizando las acciones apuradas de su compañera.

—Por fin llegáis. ¿Se puede saber que tan urgente era el cambio? —preguntó Andrina aun con la molestia encima por la discusión.

—Quería aplicarle algunas de las mejoras que tenía Renic para ponérselas a Kamico. ¡Son cambios pequeñísimos! Pero al menos unos importantísimos para cuando nos encontremos de nuevo... Si es que nos vemos de nuevo —aclaró Luminosa.

—Obviamente nos veremos de nuevo. Al menos de mi parte —contestó Andrina para mirar hacia Anais y Andrea—. En fin, No quiero perder más tiempo, ¿nos movemos?

—Vaya, ahora eres tú la que tienes prisas —comentó Luminosa con una leve risa.

—Creo que los motivos son obvios. —Tras eso, se acercó a su hermano para agarrarle de la mano—. ¡Andrea! ¡Anais! ¿Nos movemos o qué?

Anais pudo ver como su hermana por un momento soltaba un largo suspiro y murmuraba unas palabras que no escuchó, pero a juzgar por como movía los labios, posiblemente se quejara de la actitud de Andrina, y no la culpaba, tampoco la estaba entendiendo del todo.

Antes de reunirse mediante un círculo alrededor del destello, miró hacia los demás. Vio como Andrea se acercaba a Mikuro para abrazarla con todo el cariñio que le tenía, murmurando palabras que en esta ocasión no hizo falta saber a qué se referían. Miró hacia Ànima y Luminosa, frunciendo un poco el ceño.

—¿Cómo vais a volver a Codece o Tugia? —preguntó Anais.

—¡Ah eso está bajo con-trol! —respondió Luminosa con una sonrisa—. Los líderes me han dicho que han estado reformando las naves que tenían y que nos dejaran una a nosotras. ¡Podremos movernos sin necesidad del destello!

—Entiendo... ¿Y los demás? Kemi y Urchevole me refiero.

—Ellos tenían una nave, pero a malas tienen un destello que Christel les dejó en caso de que hubiera una emergencia —contestó esta vez Ànima—. No so preocupéis. Por ahora volver y descansar. Os hace falta.

Ante sus palabras, Anais sonrió aliviada y con ello formó el círculo con los demás. El brillo del destello los envolvió, cerrando sus ojos con calma para así, teletransportarse a su hogar.

A su querida y tranquila planeta tierra, donde la normalidad era presente, al menos para algunos ya que al llegar, serían envueltos en la sala del comedor donde empezaron el inicio de este viaje en el que los padres de los hermanos eran conscientes.

Por instinto, Anais miró de inmediato la hora que había colgada en la pared. Eran las cinco de la madrugada. Tragó saliva sin querer, acercándose al pasillo para ver si los padres de Andrina y Kamico estaban despiertos.

Por otro lado, Andrea, soltó un largo gruñido mientras ponía la mano en su cabeza. Se encontraba mareada y sus ganas de vomitar aparecieron sin aviso alguno. Se sentó en el sofá, intentando calmar el dolor mientras Andrina caminaba hacia el pasillo para ver que todo estuviera en orden.

—Parece que el viaje ha ido bien —susurró Andrina.

—Si bien te refieres a que no he soltado las manos, sí, se podría decir que sí —murmuró Andrea, poniendo las manos en su rostro.

Antes de que Andrina pudiera contestar, se dieron cuenta de como la puerta de la habitación de sus padres empezaba abrirse. Pronto vieron como Elena se presentaba, mirándolos con lágrimas llenas de alivio y felicidad.

No dudó en correr en su dirección para abrazarlos con todas sus fuerzas. Andrea fgue la única que no fue abrazada ante su intervención, aunque pronto recibió uno cuando Elena fue en su dirección para murmurar palabras de alivio.

La felicidad envolvía a Elena en un brillo amarillento que se asemejaba al de Luminosa, aunque esta se veía parcialmente opacada ante las distintas emociones que transmitían los demás. Aun con ello, Anais sonrió al verla así, dándole miles de vueltas a todo lo que podría ocurrir a partir de ahora.

—Lo habéis conseguido, ¿no? —preguntó Elena, intentando susurrar como le fuera posible.

Andrina se quedó en silencio por unos segundos mientras Kamico sonreía con calma.

—Todo está bien, al menos eso parece —respondió Kamico con calma—. En principio el peligro será eliminado por los que podremos descansar.

Aquello hizo que Elena abrazara sus hijos con fuerza, dejando que las lágrimas cayeran por sus ojos a la vez que le daba de nuevo gracias al cielo. En medio de ese momento tan emotivo, la faceta seria de Andrina se fue destrozando poco a poco para que al final, llorara.

Y lo hizo con todo lo que tenía guardado en su interior.

Anais le tomaba por sorpresa como se había roto por completo, repitiendo mil veces unas disculpas a la vez que se sentía culpable por haberle hecho la vida de su madre tan complicada. Le admitía lo que había hecho, como si por un momento admitiera todos sus pecados ante una iglesia.

Aquello hizo que Andrea mirara hacia otro lado, deseando también llorar, pero mordiéndose los labios porque Elena no era nadie más que una amiga de su madre. No había ni un vínculo más que saber lo que eran cada uno de ellos.

—Andrea, Anais. —La voz de Elena hizo que ambas la miraran con atención—. Vuestra madre no ha parado de preguntarme, pero todo está bajo control. He conseguido convencerla para que os quedéis más horas, así que, si queréis dormir aquí, podéis utilizar las camas extras que he dejado en la habitación.

—No tenía por qué, Elena, pero muchas gracias —agradeció Anais con educación.

—Qué menos, es lo poco que puedo hacer sin poner en riesgo a nadie —respondió Elena con sinceridad—. Ahora, ¿por qué no intentáis dormir un poco? Me imagino que todo lo que habéis pasado ha sido... —Miró a su hija, viendo como balbuceaba palabras con el tono más bajo posible, quedándose poco a poco dormida—. Complicado. Todo lo demás me haré cargo yo. No os preocupéis.

Las dos hermanas se miraron de reojo, pero al final agradecieron la amabilidad de Elena. Sin perder mucho tiempo, se fueron a la habitación y se acostaron en sus respectivas camas, siendo Andrea la última ya que habría pedido ir al baño antes para cambiarse la ropa a una más cómoda.

Anais no hizo mucho caso al respecto porque nada más sentir la cómoda cama en su espalda, cayó de inmediato en las garras del sueño.

Se miró en el espejo del baño y sintió una mezcla de emociones inusuales. Las heridas, aunque estuvieran curadas, tenían cicatrices que Solace le había dicho en claro que no podía retirar.

En silencio contempló sus brazos, estómago y pecho. Heridas mortales que para ella le recordaban todo lo que había dado en batalla, entrándole un escalofrío al recordar que ya no era más una humana, aunque por fuera tuviera aun esa apariencia. Eso sí, cuando se quedaba mirándose en el espejo más rato, una pizca de orgullo la inundaba al saber en lo que se había vuelto.

Heroína. Su cabeza se repetía esa palabra. Cicatrices de luchas impresionantes donde dejaban en claro su valentía. Temblaba al saber que no había tenido miedo, que había luchado por todos.

Por casi... todos.

Recordar la muerte de Adela y Renic hizo que sintiera culpa, bajando la mirada para soltar un largo suspiro. Se preguntó sin descanso si las palabras de Kamico al final tenían razón. ¿Y si se podía salvarla de esa locura?

Sumida en sus conflictos, ignoró que la puerta del baño se abriera y con ello viera a Elena.

—¿Se pue...?

Tal acción tomó por sorpresa a Andrea, intentando cubrirse con una toalla, pero por desgracia lo pudo ver.

—Por Dios, Andrea... —murmuró Elena, soltando la ropa al suelo, sin saber que decir.

No era un orgullo mostrar las heridas que había sufrido hacia alguien más. Puede que para ella misma sí al dejarse un mensaje de perseverancia y valor, pero para los demás, ¿cómo la iban a ver? ¿Cómo iban a sentirse al encontrar con sus marcas de guerra?

—Déjame tratarte las heridas, Andrea —pidió Elena, acercándose con cuidado—. Capaz con las gasas y...

—No hace falta, de verdad —respondió en un susurro, mirándose de reojo en el espejo para al final suspirar.

«Si Elena reaccionó así viéndome, no quiero imaginarme si mis padres...», pensó, desviando la mirada a otro lado.

A pesar de las palabras de Andrea, Elena intentó buscar la forma de curar sus heridas, pero la negativa respuesta de la joven hizo que al final la madre comprendiera el porqué, dándose cuenta de sus habilidades.

—Tienes anomalías, y son aliadas...

—Sí, dos de ellas. —Suspiró mientras intentaba ponerse la camisa blanca que le había dado—. Gracias por todo esto, Elena.

—Es lo poco que puedo hacer —respondió con dulzura, bajando un poco la mirada—. Ojalá pudiera hacer algo más, pero...

—Mucho ha hecho por cuidado a su hija —interrumpió Andrea, mirándola con calma—, pero si quiere que sea sincera, debería decirle la verdad ante todo lo que ha pasado.

—Es lo que estuve pensando —admitió Elena con un suspiro—, pero mis labios están vendados.

—¿No son sellados? —preguntó Andrea, viendo como Elena la miraba de reojo con una sonrisa temerosa—. Su-Supongo que es lo mismo, también es verdad. —Rascó su cabeza, para al final negar con esta—. Por el momento es mejor no dar vueltas a ello y esperar un poco. Todo esto nos ha superado demasiado.

Elena lo comprendió, y a punto de irse del baño, frenó sus pasos para hacer una pregunta:

—¿Alguno de vuestro grupo murió?

Era una pregunta inusual, una que puso los hombros de Andrea en tensión.

—Por desgracia, sí —respondió con honestidad—, pero al menos hemos acabado con el problema. Ya no tendremos conflictos, y espero que por un largo tiempo.

—Entiendo... —Sonrió con delicadeza y afirmó—. Iré a hablar con mi esposo sobre cómo tratar esto cuando despierte. El pobre tampoco es que haya podido descansar mucho.

«Normal. Como para no hacerlo», pensó Andrea, saliendo del baño una vez estaba ya cambiada.

—Vosotras ¿seréis capaces de decirlo a vuestros padres? Tu madre no ha parado de preguntar si estabais bien y temo que sospeche —continuó Elena, encontrándose con la mirada cansada de Andrea.

—No creo que haya otra opción —respondió, siendo muy difícil pronunciar estas palabras, como si la ahogaran en medio de un mar profundo—. Si no importa, iré a...

Para sorpresa de Andrea, sintió un abrazo repentino, uno del que le hizo abrir sus ojos en demasía. El gesto cálido lleno de cariño hizo que un grandioso muro de piedra se destrozara, logrando que el corazón débil y derrotado de Andrea empezara a soltar una parte de sus emociones.

—Gracias, de verdad que gracias, y lo siento por-por meteros en todo esto.

Andrea solo pudo afirmar, mirando de reojo hacia la ventana del baño. La madrugada habría llegado. El sol saldría con lentitud, siendo un nuevo día donde podrían respirar la paz.

Por el momento.

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