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Capítulo 24: Matar para sentir.

Era como si se deshiciera como agua. A duras penas podía entender su alrededor por todos los golpes recibidos, si quiera comprendía como seguía con vida. Solamente levantaba su cabeza como mejor podía, aunque era imposible porque creía que había manos del suelo obligándola a estar entre los escombros. Por mucho que intentara, solo podría ver a lo lejos la figura que tanto detestaba, esa consentida.

Apretó sus manos con tal de hacer algo al respecto, pero no le salía nada de su poder. También se sentía más débil, y era normal cuando ya no sentía la locura en su interior. Ahora esa esfera que tanto veía en su interior, era hecha de sonido. Un color similar al gris, pero demasiado inestable.

Se reía por sus adentros a la vez que cerraba sus ojos llorosos. Escuchaba su respiración, y parecía ser lo único que oía junto a los pasos que hacía la asesina. Miraba hacia el cielo, consumido por la niebla que una vez pudo controlar, pero que ahora era lo que más temía.

«¿Esto es lo que viste, Cin? —se preguntó con una sonrisa—. ¿Esto viste de mi cuando ocurrió todo en Claimia?»

No pudo hacerse más preguntas cuando los pasos de esa joven se apuraron. Sin saber bien cómo, movió su mano derecha lo suficiente para crear un escudo enfrente suya, viendo el rostro de su asesina y con ello el puñetazo que pudo bloquear. Hizo su mayor esfuerzo mientras la miraba, sintiendo la debilidad en sus hombros ante el miedo que crecía sin descanso.

¿En qué la había transformado?

Apretando los dientes, concentró su único poder para expulsarlo en una explosión de ruido que logró afectar a la contraria. Tras eso, se levantó del suelo e hizo lo único que se le ocurrió. Huir.

Momentos así tenía que aprovecharlos como mejor podía. Confiaba en que este tiempo que hacía, sería el suficiente para que su hermana y Luminosa pudieran llegar y salvarla, aunque a su vez, se dejaba cegar por su propia negatividad y creía en que estaba sola en esto.

Tampoco le extrañaba que lo estuviera, aun si en el día de su muerte, estuviera totalmente sola. Era el castigo que en parte le iba a llegar, aun cumpliendo con todo lo que le pidieron, tenía que tener un destino tan cruel como ese.

Sonrió entre lágrimas mientras seguía huyendo. Miraba en ocasiones sus espaldas para asegurarse de que no la siguiera, y extrañamente no lo hacía. La esperanza brilló desde su pecho en una luz débil en medio de la niebla, y no dudó en moverse en dirección a los edificios supervivientes para esconderse entre las escaleras que había.

Se sentó y cubrió su cabeza con sus manos. Se quedó en silencio y cuando sintió cierta paz, se rio al darse cuenta de la ironía en la que estaba envuelta. Era ella quien escondía de ese sufrimiento. Era ella quien aplicaba los mismos métodos de escape que sus víctimas habían utilizado.

Era uno más porque su rol había cambiado por completo.

Entró en desesperación, cubriendo sus ojos y apretando sus dientes. Intentaba no dejarse llevar por ese sentimiento, pero no era tan fácil al sentir el pánico en todo su cuerpo. No podía respirar bien y creía que su corazón iba a dejar de bombear en cualquier momento. Alzaba su rostro y juraba verlo todo en blanco y negro, un aviso sutil de que su final estaba por llegar.

Por un instante deseó chillar y pedir perdón, aun si nadie se lo iba a dar. Entró en una desesperación en el que sus manos deseaban perforar su cabeza. Sí, deseaba morir, pero no de esta forma. No era capaz de olvidar las palabras que le habían dicho antes de ser asesinada por Christel. No podía olvidar esa paliza que había recibido por parte de esa niñata.

Sabía que tenía que haber sido su hermana quien la matara, porque si aun ocurría algo, podría sentirse un poco más segura o habría muerto sin perder más tiempo.

«Morir. —Miró sus manos y el elemento que aun existía en ella—. Aun podría».

Podía controlarlas a pesar del constante temblor que había en ellas. Las colocaba poco a poco en su cabeza, viéndose en sus ojos ese último color de vida que iba a existir en ella. Lloraba a la vez que respiraba lo más hondo posible para cerrarlos con cuidado y expulsar el ruido.

O al menos lo intentó hasta que sintió unas manos agarrando sus muñecas con delicadeza.

—¿Vas a morir sin poder ayudar a tu hermana una vez?

Sus manos fueron bajando ante esa voz que la hizo llorar y reír a la vez. ¿Por qué le escuchaba? Hacía años que no lo oía y sentía una gran felicidad, pero a la vez un gran pánico y confusión en su interior. Cubría su rostro de nuevo con las manos, ignorando que eso captara la atención de su alrededor.

—Te pude escuchar y sé que quieres hacer —continuó esa voz, una que para Pyschen era un abrazo inusual a sus espaldas que la hacía sentir más débil de lo que ya era—. No va a salvarte de todos tus errores, pero al menos podrás acabar con todo con un último intento. ¿No?

Se quedó en silencio con la cabeza apoyada en la pared. Observó todo lo poco que la rodeaba. Grietas, humedad y pequeñas gotas de sangre, las cuales provenían de ella. Bajó la mirada por unos segundos y la levantó cuando vio una figura enfrente suya, agachándose a su altura con una sonrisa tranquila.

—¿Qué fue lo que hice cuando me rendí ante ti, Pyschen?

Esa pregunta hizo que se quedara mirando al dios que una vez engañó. Se quedó pensativa, tragando saliva con cierta dificultad para sentir como sus manos eran levantabas. El ruido se movía como ondas irregulares, incluso podía decir que veía cuerdas moviéndose como si serpientes pequeñas fueran.

Miró hacia la figura y sonrió con cierta esperanza al recordarlo todo.

—Era lo poco que podías hacer, ¿no, Cin?

El mencionado afirmó con una pequeña sonrisa.

—Por desgracia es algo que nosotros tuvimos que hacer antes de sentir la muerte en nuestra piel —explicó, aun sujetando sus manos con delicadeza—. Si sabes a quién, entonces no te quedes aquí y lucha una vez más. Inténtalo.

Poco a poco la figura de Cin desapareció como ondas que fueron adentrándose en su cuerpo. Respiró hondo, observando sus manos con un rostro un poco más sereno a pesar de aun deslizarse pequeñas lágrimas en sus mejillas. Apretó sus manos en un puño, ejerciendo la fuerza que tenía para sentirse rodeada por un valor que la hacía escuchar miles de voces a sus espaldas.

No era lo que deseaba escuchar, pero no les importaba a estas alturas. Sonreía con sus labios, levantándose poco a poco del suelo para empezar a moverse.

«Tengo que hacer más tiempo —se dijo convencida, saliendo del edificio para mirar a su alrededor. Se quedó en silencio, contemplando sus posibilidades para por fin mostrar una sonrisa más propia de ella—. Lo tengo».

Se aseguró de que no hubiera nadie mientras movía sus manos en medio de las calles estrechas que había. Como si fuera una costurera, creaba cuerdas a su alrededor que las dejaba en puntos concretos de los edificios, moviéndose de un lado a otro para luego chasquear sus dedos, desapareciendo todo en apenas hilos que eran difíciles de percibir.

Giró su cuerpo y se quedo en silencio con todo lo que podía en el fondo. Un gran parque donde los edificios de su alrededor apenas habían podido sobrevivir. Se mantuvo en silencio y cerró sus ojos mientras juntaba sus manos. Sus brazos le empezaron a doler al intentar crear algo que consideraba complicado al estar tan débil, pero dejaba de serlo cuando sentía en sus brazos unas manos que parecían calmar sus males.

Abrió sus ojos y respiró hondo al ver el resultado. Sonrió de nuevo para luego girarse y alejarse de esa zona. Contuvo el aire dentro de su boca, escuchando las pulsaciones de su corazón, aunque también lo hizo en su cuello y sus manos. ¿Podría decirse también en sus ojos? No la extrañaba con todo lo que tenía y la única oportunidad que poseía.

Se movió a la mayor velocidad que pudo para por fin encontrar su objetivo. Con el aire contenido, lo expulsó todo en un grito que captó su atención.

—¡Es a mi a quién buscas, ¿¡no?!

En medio de su pregunta, pudo ver como Andrina la miraba de reojo, sujetando lo que era el cuerpo de una persona inconsciente. Entró en pánico al darse cuenta que esto ya no involucraba a ellas, sino a los demás.

Respiró hondo y volvió a girar desde lo más profundo de su corazón.

—¡Aun no estoy muera! ¿¡A qué estás esperando?!

Vio como la joven soltaba una leve risa, ladeando un poco su cabeza hacia la izquierda para por fin moverse. Pyschen, como mejor pudo, corrió a la mayor velocidad que podía levitar, mirando en ocasiones a sus espaldas para ver como poco a poco la estaba alcanzando.

Hizo el mayor esfuerzo que pudo. Cerró sus ojos del pánico que sentía. Chillaba desde su interior un esfuerzo que necesitaba una urgencia. Desgarró su propia voz cuando parecía pedirle ahí fuera que le diera una última ayuda. Le pidió a Cordura, que, aunque muriera, la ayudara para acabar con todo este desastre.

Abrió sus ojos con desespero y vio por fin las calles donde estaba antes escondida. Giró su cuerpo y vio como Andrina estaba encima suya con el puño listo para golpearla. En medio de ese acto, Pyschen sonrió como nunca, riéndose incluso mientras abría la palma de sus manos.

—¡Intenta tolerar este ruido, Andrina!

Sus palabras hicieron que una explosión de miles de sonidos derrumbase todo su alrededor como si fueran un terremoto, pero no era uno que afectara el ambiente, sino que incluso los oídos de Andrina, que sangraron como nunca, obligándola a caerse contra el suelo, chillando de dolor.

Esta pequeña y simple señal fue suficiente para que Pyschen la mirara con la oscuridad que había tenido siempre en su interior.

«No está con ella. ¡No está con ella!»

Aun si le dolía. Aun si sangraba. No le importó usar todo lo que tenía. Movió su mano derecha para que las lanzas que había creado salieran disparadas a Andrina. Antes de que la joven hiciera algo para esconderse, Pyschen no dudó en crear de sus manos varias cuerdas para retenerla contra el suelo, siendo la última que la agarraría con la cuerda que tenía en sus manos a su cuello. La mantuvo retenida con todas sus fuerzas, viendo como las lanzas perforaban sus rodillas y brazos.

Escuchó sus gritos de sufrimiento, unos que a Pyschen jamás pensó que disfrutaría tanto oír. Rio como desquiciada, ahogándola con las cuerdas mientras las lanzas seguían apareciendo para perforar todo el cuerpo de Andrina sin descanso.

—¡No eres tan fuerte como te crees, Andrina! —chilló Pyschen entre risas, mirándola con odio—. ¡Se lo que se siente tener su ayuda en medio de todo este desastre! ¡Te sientes imparable! ¡Indestructible! ¡Pero una vez que desaparece de ti, vuelves a la realidad tan triste! ¡Dependiente de la locura! ¡Inútil en cuanto caes en la sobre confianza!

Ejerció más fuerza para mover las manos rápidamente a su cabeza, soltando todo el ruido que tenía sus manos. Andrina chilló con desespero, siéndole cada vez más difícil mantener la consciencia o siquiera moverse.

—¿¡Te crees que no sé como actúa?! ¡Apuesto a que te hizo recordar todo en una versión que no era! ¡Tal y como hizo conmigo! ¡Me engañó porque supo mis debilidades al igual que las tuyas! ¿¡Y sabes qué?! ¡En tu caso podría ser más comprensible al ser como él! —siguió chillando Pyschen, mirándola con una sonrisa despiadada, una que hacía a posta—. Pero a diferencia de mi hermana, yo no conozco la compasión cuando me dicen de matar a alguien.

Con la última fuerza que tenía en sus manos, clavó sus dedos en la cabeza de Andrina a la vez que creaba a su alrededor las últimas lanzas para hacer aun más daño del que ya le estaba haciendo. Vio como la sangre azulada de Andrina caía por todo su cuerpo, encontrándose con una muerte que a Pyschen no le parecía ser suficiente.

Soltó todo lo que tenía entre risas llenas de frustración y rabia, pero siempre manteniendo esa sonrisa para que Andrina la viera en su muerte, para que jamás olvidara su alma quién era. Para que jamás olvidara su pasado, como por desgracia le ocurría a ella misma con las acciones que había tomado.

Alejó sus manos y soltó un largo suspiro de alivio. Trató de alejarse del cuerpo de Andrina para luego verse. Sangre caía como si sintiera el agua, pero estas eran tan relajantes ante la satisfacción de haberlo conseguido.

Y sola. Lo había hecho sola.

Levantó su rostro y se quedó sin aire en cuanto pudo ver una sombra a lo lejos. Lejos de sentir miedo, empezó a reírse con desespero a la vez que daba pequeños pasos hacia atrás para ponerse un poco más erguida.

—¡Llegaste tarde! —chilló Pyschen hacia esa figura—. ¡Tan centrado en tus cosas que olvidaste lo que era tan preciado para ti! ¡Tan cegado por tus deseos que echaste a perder lo que tanto querías!

Rio como nunca, pero sin quitarle ojo. Se mantenía firme en el sitio, sin hacer ni un solo movimiento. Esto la ponía más tensa, pero seguía hablando para cegarse en un valor que necesitaba porque sabía que moriría a sus manos en cuestión de segundos.

—¡Perdiste lo que tanto buscabas! ¡Perdiste lo que tanto querías! ¡¿Dime, Caos?! ¿¡Qué harás ahora sin ella?! ¡Era la pieza que necesitabas! ¡La ayuda excepcional para que las anomalías y virus sean como antes! —Respirando lo más hondo posible, chilló desde lo más profundo de su garganta—. ¿¡Qué harás ahora que lo has perdido todo?!

Sus palabras resonaron en las calles. Era obvio que lo había escuchado, pero no se inmutaba ante sus palabras. Solo que quedaba en el sitio.

Hasta que pronto empezó a sonreír.

—¿Perdido todo? —preguntó con calma. No había gritado ni chillado como Pyschen había hecho y aun así su voz llegaba a sus oídos, dejándola totalmente inmóvil en el sitio—. ¿Crees que lo he perdido todo, Pyschen?

Trató de responder, pero no pudo por mucho que abriera su boca. Trató de pronunciar algo, pero simplemente se quedó muda, teniendo esa horrible sensación de que estaba siendo prisionera de su poder.

—¿No recuerdas lo que te dije? Una vez que llegas desde lo más bajo, carece de sentido la pérdida —continuó hablando, pero sin hacer ni un solo movimiento—. Desde ese punto, todo empieza a ser ventajas, y lo sabes muy bien. ¿No es así?

Sus manos temblaban sin descanso, podía decir sin fallo alguno que ahora mismo no era capaz de controlar las acciones de su cuerpo. Una sensación tan horrible que la dejaba sin aire. Le miraba. No le perdía el rastro, pero era peor cuando se encontraba con su sonrisa crecer a más.

—¿Qué fu lo que te dije en Steinfall, Pyschen? —le preguntó, escapándose una leve risa de sus labios—. Yo no iba a ser quien te matara.

Pyschen abrió sus ojos como nunca para luego reírse.

—¡Andrina está muerta! ¡Ella no me va a matar! —chilló, convencida.

Ladeó su cabeza hacia la izquierda.

—Me temo que el Tiempo no está de acuerdo contigo.

«¿Tiem-»

Miró rápido hacia Andrina para ver que su cuerpo ya no estaba ahí, solo las marcas de las agujas de un reloj desapareciendo, dejando únicamente una cuenta atrás. Cinco. Cuatro. Tres...

«¡NO! ¡NO PUEDE SER!»

Se giró de inmediato y todo su alrededor parecía haberse paralizado cuando pudo verla a sus espaldas, sujetando lo que parecía ser una guadaña con sus manos. El diseño brillaba en miles de colores parpadeantes donde las plumas del filo se movían junto a la velocidad abrumadora que poseía Andrina. Se dio cuenta de que su destino era este. Que iba a morir y que todo, a partir de este momento, iba a ser el fin de las galaxias.

Porque el Tiempo por fin había decidido de que lado estar.

Cerró sus ojos, esperando ese momento, pero solo pudo escuchar el choque de lo que parecía ser un arma. De inmediato abrió sus ojos, encontrándose enfrente suya a alguien que no deseaba ver aquí.

Lágrimas cayeron sin descanso, deseando chillar a todo pulmón que huyeran, pero no servía de mucho cuando sintió en su muñeca un agarre que la obligó a moverse. La luz y la oscuridad en ese instante, era para ella como dos disparos asegurados, pero que tardarían porque sabía como le gustaba actuar él.

Intentó hablar en medio de esa huida, pero no pudo cuando pronto los pasos de la luz frenaron, dándose cuenta de lo que estaba pasando. La oscuridad que la había protegido, se alejó del tiempo para luego mirar a su alrededor.

Era obvio lo que estaba ocurriendo, y por desgracia, no iban a estar ellas solas.

Había llegado a tiempo. Era lo único que se repetía Ànima mientras miraba hacia Andrina. Le costaba mantenerse en pie por el daño que acababa de recibir. Ese corte de su nueva arma no era normal. Parecía incluso perforarla, querer matarla con un solo gesto, pero no había sido suficiente al usar todo el poder que tenía en sus manos.

Miró hacia su hermana, dándose cuenta que había perdido la consciencia. Luminosa se quedó a su lado, protegiéndola con lo que tenía y sin quitarle ojo hacia Andrina.

Hizo lo mismo, dándose cuenta que ahora la joven se veía demasiado distinta a lo que era antes. Mostraba su verdadera apariencia, solo que ahora sujetaba una guadaña con su mano izquierda a la vez que unas alas oscuras salían de su espalda. Las miraba con un rostro impasible, moviendo su cuello para estirarlo un poco.

—Tengo que agradecer que tu hermana me matara —habló Andrina con un tono tranquilo, pero sin bajar su guardia—. Tuve un encuentro divertido con alguien que todos tomaban por desaparecido.

Frunció el ceño, moviendo sus manos para prepararse de cualquier acción que hiciera. Se encontró con su sonrisa, una que fingía ser inocente.

—¿Sabes? Esta reunión es interesante, pero creo que falta gente, ¿no crees? —preguntó Andrina, moviendo su mano derecha—. ¿Por qué no hacemos esto más divertido?

Y con tan solo chasquear los dedos, pronto Ànima pudo comprender a lo que se refería. Sintió varias presencias, unas que la hicieron girar y ver a los demás dentro de este lugar. Miró hacia el cielo y luego su alrededor. Los errores consumían todo a su paso, creando una dimensión donde estaba claro que solo ellos dos tendrían la ventaja.

Ànima podía decir sin dudar que por primera vez en años sentía el miedo en su piel. Su corazón bombeaba con muchísima fuerza, dejándole el mensaje claro de que todo esto iba a salir mal si no actuaban, pero ¿cómo? Sentía que cualquier movimiento que hiciera iba a ser nulo contra Andrina, y no podía comprender bien.

—¡Hijo de puta! —El grito ensordecedor de Andrea la despertó de sus pensamientos, mirándola de reojo—. ¿¡Te piensas que es divertido todo esto?! ¡¿Te crees que puedes quitarme lo que más quería?!

Se escuchó una risa desde la lejanía junto a unos pasos lentos que provenían de la niebla.

—¿Lo que más querías? —preguntó con vacile—. Creí que lo que más querías estaba a tu lado, no ese muñeco sin vida.

A duras penas vio como Andrea agarraba a su hermana en un abrazo. Parecía haber comprendido de inmediato las palabras de Caos, más por como el suelo empezaba a agrietarse debajo suya, aunque no por mucho tiempo.

Su risa se escuchó de nuevo, una que hizo arder la sangre de Ànima. Miró a su alrededor de nuevo. Kamico a penas podía mantenerse de pie, si lo hacía era con la ayuda de Charlot. Andrea parecía estar sufriendo ante las heridas, pero sabía que podía seguir adelante. Pyschen y Luminosa parecían estar bien, pero eso no era lo único cuando sus ojos se encontraron con los de Kemi y Aspaura, alejados de los demás.

Miró con atención a Kemi, queriendo hablarle, pero se fijó en un detalle que la dejó muda. Su pierna parecía estar atada a unas enredaderas, unas que parecían ser normales y propias del exterior que de este mundo erróneo del que estaban encerrado.

«Rezo que tu señal funcione, al igual que yo pido ayuda a las Lunas si son testigos de este desastre», pensó Ànima, dirigiendo rápidamente su mirada a Andrina, quien sujetaba la guadaña con calma, incluso con ligereza.

—Ahora sí es una fiesta por la que disfrutar —comentó Andrina con una pequeña risa, observando a cada uno de los presentes—. Puedo divertirme como deseaba. Puedo enseñaros el pequeño juguete que Pyschen me ha regalado en mi muerte temporal.

Antes de que Andrina pudiera hacer algo, Andrea usó el fuego de sus brazos para intentar atacarla. No lo hizo sola, Ànima también la siguió, utilizando la oscuridad para atacarla sin perder más tiempo.

Tiempo, claro. ¿De qué bando estaba?

Vieron como movía su guadaña con rapidez, dándole un golpe brusco contra la parte plana del filo. Nada más hacerlo...

Un respiro. ¿Profundo? ¿Corto? ¿Alivio? ¿Desesperación?

En si...

Solo pudieron ver como Andrina dejaba de golpear el filo, bajando su mano izquierda para sujetar su guadaña con una sonrisa divertida.

—¿Quién falta ahora?

Ànima entró en desesperación, mirando de inmediato a su alrededor. Se fijó en cada uno de ellos hasta que pronto pudo saber quien era el que faltaba cuando Andrea chilló de dolor y rabia.

No pudo comprender bien cómo, pero Anais se encontraba en el suelo sin poder hacer ni un solo movimiento ante el corte brutal en toda su espalda, sangrando sin parar. Giró poco a poco su cabeza, viendo como sacudía un poco la guadaña para retirar la sangre que esta tenía.

«¿Qué ha hecho? ¿Cómo lo ha hecho? No me dio tiempo siquiera a verlo. No pude reaccionar. Era como si... si...»

Vio como movía de nuevo su guadaña y esto la puso en desesperación. No dudó en golpear sus manos contra el suelo para soltar toda la oscuridad para atacarla. No sería la única, ya que en sus ataques pudo ver como Kemi usaba las enredaderas para intentar retenerla, pero este ataque sería completamente inútil cuando fueron cortados de forma violenta, haciéndoles sangrar y perder la visión por unos segundos.

Ese corte no había sido de Andrina ya que se encontraba desde otro lado levitando, riéndose de sus intentos mientras sujetaba su guadaña para mirar a cada uno de los presentes. Sonrió intrigada para luego mirar hacia Kamico.

—Vayamos por el segundo, ¿no? —preguntó Andrina sin quitarle ojo a quien fue su hermano—. ¿O podríamos ir a por otro objetivo? —Rápidamente miró hacia Ànima, sonriéndole con crueldad—. ¿A quién voy primero, Ànima?

Desapareció de su vista, sintiendo un corriente de aire en su lado izquierda que parecía quitarle la respiración. Puso sus manos en su pecho y estómago, creyendo que había sido atacada, pero esto no era más que un engaño. Se giró, viendo como Andrina se encontraba al lado de Luminosa.

No le dio tiempo a moverse ni a gritar. Solo vio como Andrina movía su guadaña para efectuarle un corte vertical en toda su espalda, escuchando su grito lleno de dolor y desesperación que dejó inmóvil a Ànima.

—Ya tendrías que haber muerto en su momento —contestó Andrina con desprecio, sacudiendo su guadaña de la sangre que tenía. Miró a los presentes, sonriéndoles con diversión—. Dos. ¿Quién es el siguiente?

Con las fuerzas que tenía desde su interior, trató de correr en su dirección para atacarla, pero Andrina desapareció de su visión. Al menos pudo comprender que la forma en como lo hacía, era mediante teletraportación ya que dejaba a su paso un rastro de colores de forma rectangular.

Se acercó hacia Luminosa para agarrarla con sus manos. Intentó hablarla, pedirle que aguantara, pero no había respuesta alguna, lo que la desesperaba cada vez más. Por un instante, miró hacia su hermana, quien lograba abrir sus ojos para darse cuenta de lo que estaba pasando.

—¡Ya sé quien será el tercero! —El grito de Andrina hizo que Ànima mirara hacia ella, encontrándose con su actitud divertida, apuntando con su guadaña a cada uno de ellos hasta que frenó al encontrarse con Kamico—. ¡A ti!

Nada más pronunciar esas palabras, Andrina se movió a una velocidad abrumadora. Estando ya enfrente, no dudó en usar la guadaña para cortar su brazo izquierdo. Ni uno de los presentes pudo hacer nada, si quiera reaccionar. Solo escuchar la risa de Andrina en medio de esa realidad, resonando sin descanso alguno.

Hasta que de repente todo se destrozó como si hubieran tirando miles de copas y platos contra el suelo, viéndose incluso como la realidad que les rodeaba, ese mundo erróneo, se destruía como trozos de cristal.

La confusión azotó a los presentes, incluso a la propia Andrina porque veía como el brazo de Kamico volvía a su cuerpo, como si nunca hubiera sido cortado. Trató de atacarle de nuevo, pero este fue detenido bajo una presencia que los presentes pudieron identificar poco a poco.

—Gracias, Kamico —murmuró una voz, una que a Andrina la puso de los nervios, pero a su vez sacaba una risa lejana por parte de Caos—. Siento por la mala experiencia. Será la única y la última.

Parecía que la oscuridad rodeaba al chico. ¿o era realmente oscuridad? Ànima no podía describirla como nunca, sentía que era una muchísimo peor. Tan poderosa e intimidante que lograba preocupar a Andrina, ya que daba varios pasos hacia atrás, sujetando con fuerza la guadaña.

Pronto se pudo ver como encima de Kamico, había una figura que se iba mostrando poco a poco ante los presentes. Una figura que en cuanto impactó al suelo, liberó unas vendas que al parecer tenía puestas en su rostro, soltando a su vez una gran cantidad de energía que podía matar a cualquiera.

¿Y cómo no hacerlo? Si a su lado había alguien que no se esperaban ver. Una presencia que todos temían en el momento que llegaba. Una que lograba enfurecer a Andrina, preparándose para lo que pudiera hacer.

—No, querida. —La voz de Caos se hizo presente, apartando con cuidado a Andrina—. Me temo que esta pelea es algo más personal.

No sabía como podía seguir con vida ante todo ese dolor en su cuerpo y la dificultad de respirar. Se mantenía cerca de Pyschen y Luminosa, viendo a duras penas la presencia de Caos, mostrándola por fin ante todos ellos. Su capa azulada se movía con lentitud, mostrando las cicatrices de su pecho. Sonreía con total confianza, moviendo su brazo izquierdo hacia su cabello azulado y despeinado.

—Veo que el rencor aun sigue existiendo en ti, Muerte. ¿Con qué me vas a sorprender ahora? O, mejor dicho, ¿cuánto tiempo vas a tardar en perder tu nuevo recipiente?

—No te das cuenta de un detalle, Caos —habló con calma, mirándole sin temor alguno—. Esta vez no estoy sola.

Nada más decir esas palabras, pudieron escuchar un grito consumido por la rabia y una abrumadora fuerza que les hizo imposible mantenerse en pie a los presentes. Como si por un instante, la presión de un sol... o muchísimo más, apareciera de los cielos, cayendo sin descanso a donde estaban ellos.

Caos le dio tiempo a verlo, moviendo su brazo derecho para mostrar su arma incrustada. Creó un escudo erróneo, uno que no duró mucho cuando esa luz de gran fuerza, imponente y brutalidad, impactó con sus piernas para expulsar grandes cantidades de calor.

No dudó en agarrar a Andrina para teletransportarse, esquivando así el ataque. Ese Sol lleno de vida aterrizó contra el suelo, creando un cráter de destruía toda la manzana, afectando a los presentes que había a su alrededor. Ànima, con las fuerzas que tenía, usó la oscuridad para agarrar a Luminosa y Pyschen, acercándolas.

Nada más hacerlo, sintió un pinchazo en sus hombros, uno que la dejó desconcertada cuando pudo ver a su hermana sonreírle como nunca entre lágrimas.

—¡Úsalo bien! —chilló Pyschen con las últimas fuerzas que tenía—. ¡Usa el ruido de forma más inteligente y prudente, hermana! ¡Yo confío en ti!

—¡Paiphi-

Sus palabras se vieron interrumpidas cuando impactó contra el suelo. A duras penas se pudo levantar para ver como los presentes apenas podían reaccionar. Entre los supervivientes, Andrea, Kemi y Charlot eran los que aun hacían el esfuerzo en luchar, viendo a duras penas como esas dos presencias que parecían estar a su lado, estaban dispuestas a hacer frente a Caos y Andrina.

Pudo escuchar unas palabras que no hizo del todo caso ya que con las últimas fuerzas que le quedaban, intentaba levantarse del suelo para ir a por los demás. Los que sobrevivían podían aun salir de aquí ya que después de todo tenían la ayuda que necesitaban.

Intentaba moverse, pero la luz que creaba ese Sol la debilitaba cada vez más, obligándola a cerrar sus ojos y rendirse. Por suerte, esto no ocurrió cuando pudo ver a Andrea a su lado, acercándose para agarrarla de un lado.

—¿Q-Qué ha...?

No pudo terminar su pregunta cuando pronto pudieron escuchar unas palabras a sus espaldas que parecían paralizarlo todo. Se pudo girar lo suficiente, para ver como la Muerte, con un movimiento de su mano derecha, creaba un hechizo que marcó a todo su grupo.

Respiró hondo, y habló de forma que parecía que solo ellos podían escucharlo:

—Urehos doscientossetenta... Swedelay.

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