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Capítulo 17: Eres obvio.

En su cabeza existía una mezcla de sonidos que ni ella misma era capaz de explicar. Tenía los ojos abiertos, pero no veía los objetos de la misma manera que los demás lo hacían. No. Conservaban su forma, pero los colores parpadeaban sin descanso alguno y a veces parecían deformarse como si la realidad misma no tuviera sentido para ella.

Y aunque le doliera decirlo, era un hecho del que se acostumbró lo más rápido que pudo porque a partir de este punto sus manos moverían esa verdad a su gusto.

Miró hacia Elena de reojo. Se encontraba sentada en el sofá con una sonrisa tranquila y las manos en sus rodillas, esperando a la conversación que le había dicho. Bajó la mirada, sintiendo por un momento un agujero en su pecho que empezó a crecer. Era lento y para ella no le dolía, aunque tenía claro que para otros sería la mayor tortura posible. Como si miles de objetos de tortura jugaran con su cuerpo como si fuera una marioneta más.

Sabía que para acabar con ese dolor tenía que hablar con aquella que la miraba con una sonrisa delicada. Por ello se acercó con cuidado, manteniendo una mirada seria en su rostro junto a sus ojos que expresaban un gran cansancio, uno del que Elena no dejó pasar por alto.

—¿Qué te ocurre hija? —preguntó Elena, levantándose del sofá para acercarse a ella.

Verla cerca suya hizo que diera un paso hacia atrás. Respiró con dificultad porque lo que tenía enfrente suya no era Elena. Era alguien que le habían hablado demasiadas veces.

—No te acerques por favor —pidió Andrina en un tono tranquilo, pero del que su voz carecía de vida—. Quiero hablar esto con la mayor calma posible.

Elena frunció un poco el ceño ante su comentario, pero hizo caso. Regresó al sofá, sentándose en la misma posición para mirarla con gran atención.

—Está bien. Dime todo lo que tengas que decirme. Estoy aquí para lo que sea.

Falso. Esa era la palabra que juró ver a su alrededor. Una palabra que parpadeaba y se movía de un lado a otro. Se agradaba, se disminuía. Era como las letras tomaran vida propia y se acercaran a Andrina para repetirle lo mismo. Ante eso, respiró hondo y cerró sus ojos por un instante.

No. Eso no evitaba que la realidad que veía dejara de existir, porque aun era presente en su propia cabeza. Era presente en todos los lados, y la hacía llorar. Le generaban ganas horribles de destrozarlo todo, pero no lo hacía porque aun le quedaba algo de cordura en su cabeza.

Abrió sus ojos y miró a su madre. Sus brazos estaban relajados, aunque era curioso porque daba la sensación de que su brazo derecho era inexistente, como si este se lo hubieran cortado.

—Mamá, ¿qué me ocultaste durante estos largos años? —preguntó con calma.

Elena abrió sus ojos, agarrando sus manos con cuidado.

—Lo que ya sabes, cariño. No eres humana y vives aquí por una obligación que me impusieron.

Andrina se quedó mirándola con detenimiento. Sus ojos cansados la analizaban, pero desde la perspectiva de Elena, era como si la juzgaran con un odio que la dejaba sin aire. Por ello mismo jugaba con sus dedos, por ello mismo agachaba su cabeza sin saber bien qué decir.

—Siento que hayas vivido tanto esta mentira, Andrina, pero era lo que me pedían que hiciera, sino moriría, y no lo deseaba —murmuró Elena, apretando sus dientes y dejando que las primeras lágrimas cayeran.

—Está bien, mamá —respondió Andrina, moviendo un poco la cabeza hacia la izquierda—. No es tu culpa, después de todo tuviste un encuentro desafortunado con ellas dos.

Elena abrió sus ojos con temor, girando su cabeza hacia su hija.

—¿C-Cómo sabías...?

—He podido ver algo en mis recuerdos —interrumpió Andrina, mostrando una pequeña sonrisa que desvaneció al hacer memoria—. Supongo que el poder que tenías era retener los recuerdos que tenía de mi pasado. Una forma de evitar que mi yo tan joven se descontrolarla al estar en un planeta desecho. Y es prudente, muy prudente, pero a la vez la idea más estúpida que ambas pudieron tener si no quería que fuera detectada.

Elena empezó a respirar con dificultad. Puso las manos en el sofá sin quitarle ojo a su hija.

—¿A qué te refieres, Andrina? Yo no...

—Tú no me has dicho nada porque valoras mucho tu vida para sacrificarte por mí, por saber la verdad —contestó sin control alguno de lo que pensaba. Sus ojos mostraban desprecio, uno que parecía perforar cada uno de las extremidades de su madre—. Se entiende, ¿sabes? No soy tu hija y no harías el mismo sacrificio por mí que por Kamico.

—Yo sí lo...

—Lo harías porque te obligarían. No me seas tan falsa —interrumpió Andrina, hablando esta vez con el asco que sentía desde su interior, apretando sus dientes por un momento—. ¿Te crees que no me doy cuenta? Es visible con todo lo que me rodea en mi casa, pero eso no es nada con lo poco que he podido ver a mi alrededor.

Movió su cabeza un poco hacia la puerta principal de la casa. Chasqueó la lengua y con un ligero gesto de su mano izquierda, evitó problemas a futuro.

Era su momento y esos extraños no la iban a interrumpir. Aunque si escucharla por ese micrófono que le habían puesto.

—Andrina, yo solo hice lo que me pidieron, yo...

—Y obedeciste bien, no te digo que no —interrumpió Andrina, dirigiendo la mirada a Elena—. Luego se quejan de los otros, pero si no hacen caso a ella, mueren sin tener opción alguna, bajo una amenaza tan penosa y cobarde de su parte. ¿Por qué no pudo cuidarme a mi en su hogar?

No obtuvo respuesta, pero Andrina ya sonreía mientras veía a su madre.

—Porque no deseaba llamar a los demás locos que todos detestan, a los elegidos de Caos —dio la respuesta para luego soltar en suspiro y mirar su mano izquierda.

En su cabeza volvió a escuchar esos ruidos desastrosos. UN mundo que cuando lo veía, lloraba de la desesperación por la injusticia que acababa de descubrir. Intentó respirar aun con ese desastroso sonido, pero no era posible cuando los colores saturados parpadeaban en la casa.

Y no lo veía sola.

Elena se movía en el sofá, mirando a su alrededor con un claro miedo en sus ojos. Lágrimas caían sin descanso junto al temblor en sus brazos de los cuales carecían de fuerza para hacer frente a la situación. Agarraba su cabeza, murmurando unas disculpas que Andrina lo escuchaba, pero no sentía nada al respecto. Solo la miraba con un rostro impasible.

Hasta que pronto mostró una leve sonrisa.

—¿Sabes? Dicen que los elegidos de Caos actúan sin consecuencia alguna de lo que hacen. Que no son conscientes de las atrocidades que hacen. Y entre todos ellos, se encuentran los seres que muchos, por no decir millones, detestan por lo que son —siguió hablando, encontrándose con la mirada de su madre—. ¿Quieres saber lo que descubrí, Elena?

Vio como abría su boca para dar una respuesta negativa, pero Andrina no hizo ningún caso. Con un chasqueo de sus dedos, liberó lo que ella podía escuchar. Sonidos insoportables que, de seres corrompidos, almas condenadas a un bucle interminable, chillidos distorsionados, incluso inhumanos. Parecían ser seres que gritaban en un idioma desesperante por una ayuda que exigían de inmediato.

Y eso no era nada cuando la realidad misma se transformaba en ese ordenador que durante años había soñado. Ahí estaba presente, números y errores luchando por acceder a esa caja tan desastrosa en el que ella misma lloraba con desespero, chillando por ayuda al no saber lo que estaba ocurriendo.

Peleaban sin descanso y los podía ver, pero dentro de esa caja debía fingir una felicidad que no podía soportar por mucho que se lo pidieran, porque a nada más dar los primeros pasos dentro de esa caja para salir al exterior, se daría cuenta lo que había ahí fuera.

Un universo desastroso, uno el que ella, por desgracia, estaba más involucrada de lo que deseaba.

Quiso llorar, pero solo pudo sonreír y cerrar los ojos como le habían enseñado. Quiso gritar con desespero, pero solo pudo actuar como le habían enseñado.

Quiso liberarse, y lo haría como le había enseñado.

Chasqueó de nuevo los dedos y todo ese mundo erróneo desapareció, viéndose a Elena en el suelo con la cabeza cubierta con sus manos. Lloraba desesperada repitiendo esas mismas disculpas que a Andrina les daba igual a estas alturas. Solo movía sus ojos a la izquierda. Y le escuchaba.

—Déjame explicarte lo que has escuchado —pronunció Andrina con calma, dirigiendo la mirada de nuevo a su madre—. Esta maldad. Esa crueldad... Es una que indirectamente has apoyado al tenerme aquí encerrada al obedecer sus órdenes. —Sonrió, cerrando sus ojos y soltando una leve risa—. Aceptaste trabajar con una genocida, mamá.

—Y-Yo no que-quería, yo...

—Te dio toda la información que le pediste. Te dio el poder que te hiciera falta. Te fue honesta, aun con la maldita Luna al lado siendo testigo de ese día —contestó Andrina con asco, dando un paso hacia adelante.

Un paso del que parecía temblar todo su alrededor que había creado. Si hubiera sido en la tierra, habría temblado en toda la ciudad, o incluso más.

—Desconocí todo lo que me rodeaba. Luché contra aquellos que no debía, mamá. Dime, ¿¡por qué?! —chilló esta vez con desespero, soltando una risa un poco más escandalosa—. ¿¡Por qué no me dijiste que las anomalías eran parte de mi familia?! ¿¡Por qué no me dijiste que ellos fueron los afectados en ese genocidio?! ¿¡Por qué no me dijiste que soy la única superviviente que puede hacer que las anomalías y virus vuelvan a ser como antes?!

—¿yo iba a decírtelo cuando me diera el permiso! ¡Yo...!

—¡Mentira!

La voz de Andrina se había mezclado con la de alguien más que estaba a su lado.

—Podrías habérmelo dicho en ese momento. Podrías haberme dicho toda la verdad, pero preferiste callártela como cobarde y egoísta. ¡Preferible salvar mi vida! ¡Total! ¡Mi hija no tiene a nadie a su lado! ¡Es la única de su especie!

Rio. Rio con desespero, poniendo sus manos en su rostro de tal manera que su mano izquierda cubría sus ojos, sonriendo y soltando una escandalosa carcajada.

—Pues adivina qué, Elena —murmuró Andrina, mirándola con diversión—. Te tengo una mala noticia.

Vio el pánico en los ojos de quien fue su madre. No estaba mirando hacia Andrina, sino hacia la figura que había a su lado.

—No soy la única superviviente —continuó, soltando una leve risa—. Y ya le has conocido en la pesadilla que tuviste hace poco, ¿verdad que sí?

Su mano derecha, inmóvil como nunca, pareció despertarse, pero no era un agradable gesto cuando su brazo parecía apuntar hacia ella, como si en ese momento Andrina tuviera un cañón en ese lado.

—Un apena que no aceptaste su propuesta.

https://youtu.be/Ardc3nrQMxw

No supo como reaccionar, a diferencia de Andrea y Anais, se quedó inmóvil en el sitio con los ojos llorosos, cayendo de rodillas al suelo al escuchar toda esa conversación. Intentó, con las fuerzas que tenía en sus brazos, levantarse del suelo, pero se dio cuenta que era demasiado tarde cuando el suelo empezó a parpadear en distintos colores que dejaban en claro lo que iba a ocurrir ahora.

Si no la detenían, la tierra acabaría destruida.

Se giró para poder verla desde la lejanía. Se veía tan distinta ante esa nueva apariencia que acababa de adoptar, la misma que apenas pudo ver cuando tuvo el enfrentamiento contra Pyschen.

Su cabello azul corto se movía con calma junto a ese rostro lleno de odio. Los observaba con burla, sonriendo con calma al ver como Andrea y Anais iban a por ella apra intentar detenerla. Moviendo sus manos, dejó que todo lo que la rodeaba fuera consumido por esos errores que podía dominar, riéndose de ellos.

—¡Esto es lo que pasa al mentirme siempre! ¡Consecuencias! ¡Puras consecuencias! —chilló, moviendo bruscamente su mano izquierda—. ¡Tuve la suerte de enterarme del más indicado! ¡Tuve la suerte de que me dijera toda la verdad! ¡Y ahora mismo esto es lo que vosotros vais a tener que enfrentaros!

Soltó una leve risa, ensanchando aún más su sonrisa.

—Pero no lo haré sola.

Y en el momento que chasqueó de nuevo sus dedos, los presentes fueron teletransportados en distintos puntos que podían identificar. Kamico, en este caso, se encontraba totalmente solo en las calles que, según podía reconocer, era de Barcelona.

¿Qué... hacía ahí? ¿Acababa de ser teletransportado como si nada? Y no solo eso, la realidad misma que le rodeaba no era de esos colores que había visto de su hermana. No...

Era esa maldita niebla que había visto una vez en Pyschen.

La gente testigo de este desastre empezaba a moverse despavorida por lo que se encontraban. Pudo girarse para darse cuenta que lo que su hermana le había ocultado por este tiempo era peor de lo que se pensaba. Anomalías atacaban a todo lo que se encontraban a su paso sin temor alguno.

Edificios, personas, calles enteras siendo consumidas por el terror mismo. La crueldad en un mundo que no se merecía en este destino. Como mejor podía se levantaba del suelo, moviendo su brazo izquierdo para luchar.

Ahora ya no había marcha atrás con todo lo que acababa de ocurrir. Ahora, y por desgracia, tenía que hacer frente a su propia hermana.

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