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Capítulo 11: Anomalía adorada.

Aunque fuera complicado, logró dormir lo suficiente para poder levantarse con una media sonrisa en su rostro. Estiró sus brazos en un gruñido leve y abrió sus ojos para ver que en la habitación su hermana no estaba. Frunció un poco el ceño, pero no le dio importancia y al baño para ducharse.

No tardó mucho y ya con la ropa nueva, fue a la cocina para ver a su hermana preparando el desayuno. La rutina. Un golpe que para Kamico era difícil de tolerar. ¿Era algo que harían para siempre? La respuesta era inmediata cuando miraba a su hermana con el rostro cansado presente.

No podía verla de la misma manera con lo ocurrido en la noche. Le dio en parte vueltas, pero el cansancio le superó tanto que había caído rendido ante el sueño. Por suerte ahora podía pensarlo, pero fingiendo una calma por fuera que debía mantener. Las palabras de Luminosa tomaban peso y era el momento de actuar con discreción para saber que estaba ocurriendo.

Ayudó a su hermana en lo que hiciera falta. Pronto sus padres también se despertaron, pudiendo así desayunar todos juntos con unos ánimos que poco a poco iban subiendo a pesar de lo ocurrido.

—Había pensado en dar una vuelta hoy por Lugo o a lo mejor ir en coche algún sitio que os interese —sugirió Elena, bebiendo del café con calma.

—No sería una mala idea, el día hoy se presenta agradable. Podríamos incluso comer en un merendero —sugirió Kamico.

—Es algo que había sugerido también —añadió Germán, dándole un muerdo a las tostadas de mermelada que los hermanos habían hecho—. Podríamos ir a Fonsagrada como lo comentamos hace poco.

—¡Sí! Sería genial, ¿no, Andrina?

Cuando miró a su hermana, solo pudo ver su media sonrisa y afirmar con su cabeza para luego estar centrada en sus pensamientos. Suspiró, pero no le dio más peso al asunto. Su misión era que se relajara un poco y ver si podía decir algo más de lo que tenía oculto.

En medio de sus pensamientos, el teléfono empezó a sonar. Tomó por sorpresa a Elena, ya que a buena mañana nadie solía llamar, pero eso no fue lo único que la sorprendió cuando vio quien era. Dudosa, aceptó la llamada y habló:

—Buenos días, Alma. ¿Qué ocurre?

Tanto Andrina como Kamico se miraron de reojo. Se temían lo peor, e incluso él mismo sentía el sudor caer por su cuello junto a su respiración apurada. ¿Qué había liado ya Andrea?

—Oh... C-Claro que podemos quedar en Lugo. ¿Dónde? —preguntó Elena en un tono que mezclaba la sorpresa y confusión—. En el bar de siempre. De acuerdo. Sí mujer, no te preocupes. No nos molesta. Vale. Nos vemos allí.

Colgó la llamada y dejó a un lado el móvil. Miró a sus hijos y soltó un largo suspiro.

—Alma ha querido cambiar un poco nuestros planes —comentó Elena con una leve sonrisa apenada—. Ya saben la verdad.

Sentía una horrible presión en su pecho. ¿Por qué su madre quería quedar con ellos? Creía que era una penosa idea. Sí, era cierto que eran conscientes de todo, pero ¿hablarlo? ¿De qué iban a hablar? Imaginárselo le generaba una gran tensión en sus hombros. Una tensión que crecía sin descanso mientras se cambiaba a una ropa más cómoda para salir.

—Ten en cuenta que ambos padres tendrán que hablar mucho sobre lo ocurrido. Es una forma de conseguir ese consuelo y apoyo.

La voz de Solace hizo que Andrea le mirara de reojo, soltando un largo suspiro.

—Y yo estoy hasta las narices, Solace. Quiero que todo esto termine rápido y no darle demasiadas vueltas.

—Pues no creo que termine pronto. Ya has visto como reaccionó tu madre cuando me vio.

La vergüenza la impactó al recordarlo. ¿Cómo se atrevía a pegarle si después de todo era su amigo? Ponía la mano en su rostro, expulsando aire entre sus dientes de tan solo pensarlo.

—Tenle paciencia, Solace. MI madre es demasiado...

—¿Intensa? Me di cuenta —interrumpió Solace, pero no se lo tomó a mal, de hecho, soltó una leve risa—. Admito que su reacción fue de las más curiosas, pero no estoy molesto. Después de todo es algo que he visto muchas veces y me esperaba que reaccionara así. Al menos se disculpó, por lo que ya es mucho.

—Cierto —murmuró, agarrando la camisa para ponérsela. Ante esto, Solace se escondió rápido y salió de nuevo del hombro una vez se puso la prenda—. Mi padre en cambio parece ir comprendiéndolo mejor.

—Incluso siente curiosidad en conocerme. ¿Te diste cuenta de las preguntas que hizo?

—Sí, claro. —Sonrió, pero no por mucho tiempo al recordar a su hermana—. Aunque el tema de Hertian aun sigue siendo demasiado complicado para ellos.

—Creo que es normal si después de todo es su hijo. A mi honestamente me sigue costando comprender, pero me alegra que al menos no exista ese temor y que se vea una pizca de alegría en su rostro, incluso esperanza y agradecimiento por él.

¿Cómo no iban a sentirse así? Era lo que se preguntaba Andrea en silencio sin quitarle ojo a su cama desecha (y no, no la iba hacer). Hertian protegía a Anais en todo momento como si fuera una misión que el mismo se hubiera impuesto, como si él mismo la protegiera para que jamás le ocurriera un destino similar a él o que nunca sufriera de su alrededor.

Pensarlo hacía que la tensión en sus hombros creciera, pero intentó no pensar mucho en ello. Se alejó para agarrar la chaqueta rojiza que tenía colgada en su silla, y al salir, pudo ver a su hermana hablando con su madre sobre todo lo que sabía sobre Hertian, estando él presente ahí.

Aun se podía ver el impacto en los ojos de Alma junto al sudor que caía de su frente, pero poco a poco iba comprendiendo y dejando a un lado el miedo. Suspiro con calma y miró hacia su padre, quien se estaba ajustando la chaqueta con la ayuda del espejo que había en el pasillo.

Quedar con ellos. De pensarlo solo sentía un cosquilleo poco agradable en su estómago, uno que posiblemente le haría vomitar, pero no lo permitió.

«Supongo que ahora que lo saben, puedo pedirle a Kamico o Andrina que me den la espada», pensó, poniendo las manos en los bolsillos de su chaqueta.

«¿No levantará sospechas eso?»

«No si digo cualquier chorrada que me haga ver como una friki. Aparte, créeme que a la gente la mucho igual lo que hagas con vida, a excepción de los que se meten en los asuntos de los demás».

Solace confió en su palabra y esperó al igual que Andrea para poder ir al bar de siempre. Uno que había cerca del ayuntamiento de Lugo, que se encontraba en el interior de las murallas.

No tardaron mucho tiempo en moverse y llegar. El día, por raro que pareciera, se presentaba demasiado soleado. Ni una sola nube se hacía presente, lo que el Sol impactaba en sus cuerpos con una fuerza que los obligaba a retirar sus chaquetas. De pie cerca del bar, pudo ver el parque infantil que había al lado. En el Campo Castelo los jóvenes disfrutaban de los columpios o se ponían a charlar de cualquier tema que se les ocurriera, haciendo del lugar uno brillante en donde se sentía la paz a su alrededor.

Luz. Naturaleza. Paz. Mezclaba esos conceptos tan normales en algo más complejo, recordando todo lo que vivía, pero de inmediato negaba en silencio cuando respiraba hondo y sentía cierta pureza a su alrededor. Cuando olía las pocas flores de aroma dulce que sobrevivían al otoño. Ponía las manos en los bolsillos de su pantalón, observando todo como si todo pasara a cámara lenta y viera a cada una de las personas disfrutar de la vida que tenían.

Algo tan inusual cuando se miraba si se sentía distante de lo que eran ellos. Escuchando solo el bullicio junto a los pocos pájaros que salían en ese día. Cerró sus ojos y relajó su cabeza hasta que pronto escuchó una voz a sus espaldas.

Ya habían llegado.

Se giró para ver a la familia de los hermanos todos juntos. Mostró una media sonrisa para al fin tomar algo como habían acordado. Había muchísima gente, y era normal al ser las doce de la tarde, pero sabían que podían conversar de ello sin que otra gente hiciera caso al estar tan centrado en sus cosas.

Al adentrarse, vieron la calidez y comodidad propia de un bar que conservaba su parte rústica. Donde los camareros servían las bebidas y tapas. Para Andrea, esto la hacía sentir felicidad, más cuando los escuchaba hablar en su idioma natal. Risas y conversaciones amenas hacían del lugar uno que jamás dejaba de brillar, aun si ellos tenían que hablar sobre temas bastante serios.

Unos que no tardaron en salir en cuanto les dieron las bebidas y tapas.

Para Andrea todo pasó como si por un momento el sonido de su alrededor fuera consumido por la estática de una radio que no se sintonizaba bien. Podía oír momentos de la conversación en las que estaba involucrada ella o su hermana, pero lo demás era casi inexistente. Veía sus rostros preocupados junto a sonrisas débiles que pronto pasaban a unas fuertes ante el apoyo que se daban.

Lazos que jamás pensó que se harían más fuertes de esa forma. Lazos que permitieron que Andrea y Anais fueran un poco más comprendidas, aunque con el temor presente de lo que pudieran hacer a futuro.

Se sintió saturada por un instante y se levantó de la silla, poniendo las manos en la mesa. Esto captó la atención de todos.

Vou a dar un paseo, ¿quen vén? (Voy a dar un paseo, ¿quién viene?)

Esta pregunta iba más dirigida a sus amigos porque los adultos aun tenían mucho por lo que conversar, pero siendo honesta, no quería escuchar más. Necesitaba despejar la mente.

Todos sus amigos aceptaron, y tras una breve despedida, salieron del bar para ir a la Plaza Maior. Un lugar histórico para los de la ciudad ante las estatuas que había presentes en el que dejaban las frases más importantes que habían dicho cada una de las figuras más importantes que vivieron en Lugo, y obviamente escrito en gallego. Que menos.

La tranquilidad se presentaba ante el día soleado donde los bancos de piedra alineados en lo largo del amplio camino pavimentado se mostraban. El parque poseía una vegetación bien cuidada con árboles pequeños de formas geométricas al igual que los setos bien cuidados como el césped artificial. Un lugar que demostraba el cuidado que se tenía por el lugar.

Desde la lejanía se presentaban los edificios de estilo clásico con fachadas elegantes que combinaban con las ventanas grades y detalles arquitectónicos decorativos. No muy lejos, se encontraba la conocida y apreciada catedral de Lugo, la que muchos de los peregrinos visitaban durante su largo camino.

Respiró lo más hondo posible, sintiendo una mezcla de olores agradables y más o menos naturales que dejaban ese aroma a dulce aun presente.

—Es posible que nuestros padres os inviten a comer algo —empezó a hablar Kamico para evitar el silencio que había entre ellos—, aunque habíamos pensado en ir a Fonsagrada, ya que era el pueblo que solías vivir durante un tiempo.

—Buf. Ese pueblo —comentó Andrea con una ligera sonrisa—. Lo recuerdo igual de nublado y deprimente como Lugo, pero muy bonito también.

—Siempre ves la zona de Lugo como deprimente —comentó Andrina con la ceja alzada.

—Pero muy bonita cuando el sol se presenta, que jamás se te olvide —respondió con una sonrisa.

—Supongo que sí —murmuró para luego cruzar sus brazos—. Igual dijiste que tenía unas subidas un tanto interesantes.

—Estamos hablando de las montañas, ¿lo recuerdas? —Rio por lo bajo—. Me acuerdo que las nevadas que había ahí eran interesantes. Cubría las ruedas enteritas y ahí debías tener un buen coche si querías ir a trabajar en invierno.

—De pensarlo ya siento frío —admitió Kamico, poniendo las manos en sus brazos como si se las frotara—. No tengo ganas de pasar un invierno demasiado frío. La vez que vivimos eso fue un tanto desagradable ante los resfriados que pillé.

—Oh, me acuerdo. Creo que estuviste enfermo por casi un mes. Pensábamos que era peor que un simple resfriado —recordó Andrina con una leve risa.

—¡Iba bien abrigado y aun así pillaba frío! No lo entendía, de verdad que no. —Tras eso, Kamico abrió un poco su boca y se acercó a Andrea—. Iba a mencionarte algo. Alias al parecer estuvo aprendiendo cosas por sí misma.

Andrea frunció un poco el ceño

—¿Cómo eso?

Kamico miró de un lado a otro.

—Vayamos a una calle menos transitada y te explico.

Aceptó, aunque no pudo evitar fijarse en su hermana para ver también la confusión en sus ojos. Sin perder mucho tiempo, se dirigieron hacia una de las calles que había cerca de la catedral, donde el estilo clásico y romano se mezclaban a modo de resaltar la modernidad y la historia de la ciudad.

Una vez que se aseguraron que no hubiera nadie, Kamico movió su mano derecha para ver como de su hombro salía Alias de la misma forma que hacía Solace. Su presentación tomó por sorpresa a las hermanas.

—Estuve practicando mis poderes y Kamico se ofreció como ayuda. ¡Ahora ya no tengo que tener mi forma como espada! Puedo ser anomalía como antes o tomar la forma original, aunque eso me desgasta bastante —admitió Alias con una sonrisa orgullosa.

—Oh. Eso esta de puta madre. Así no tengo que ir con la espada en mano sin que me vean como una rara —contestó Andrea, acercándose a Kamico para darle su mano. Pronto sintió como Alias se movía hacia su cuerpo.

—En sí ya lo eres un poco —añadió Andrina con una leve risa.

—Bah. A estas alturas lo somos todos, ¿no? —preguntó Andrina con una sonrisa en la que mostraba sus dientes medio partidos—. Gracias por estar cuidando de ella. Espero que no os haya sido una carga.

—No, al menos no para nosotros. No sé si con nuestros padres hubo algún problema.

—¡Qué va! —intervino Alias, saliendo por el hombro derecho de Andrea—. Elena en especial hablaba conmigo. Es una mujer muy agradable y dulce. Me explicó un poco como ocurrió ese día.

Andrina frunció un poco el ceño.

—¿Perdón?

—¡Sí! Me dijo que el día que te tuvo que adoptar por obligación. Dijo que fue en Cataluña cuando regresaba a la pequeña casa que teníais ahí, ¡donde al parecer Andrea conoció a Solace!

—¿Y porqué te lo dijo a ti antes que a mí? —preguntó Andrina, cruzando sus brazos.

Alias dejó a un lado su pequeña felicidad al darse cuenta que ninguno se veía como ella.

—Eh. Bueno. La verdad es que no lo sé. Pensé que te lo había dicho —murmuró, escondiéndose un poco en el hombro de Andrea.

—¿Qué más te dijo? —preguntó, acercándose a ella.

No obtuvo la respuesta cuando Alias se escondió y Andrea se puso frente a su amiga, mirándola con calma.

—Andrina, tranquila. Capaz si lo hablas con tu madre podrás saber un poco más. Dudo que ahora...

—Ni una mierda. Le pedí respuestas y no me dijo nada, pero ¿en cambio a una anomalía sí? ¡Venga ya! ¡Yo tengo derecho a saberlo! ¡No ella!

—Relájate, Andrina. Capaz no podía en su momento, pero ahora así —intervino Anais, intentando calmar las cosas.

—Oh, claro. Ahora así. Ya me jodería.

Le dio la espalda a los demás. Andrea soltó un largo suspiro para acercarse a ella para evitar que se fuera a algún lado. Cuando la agarró del hombro, vio como se apartaba de inmediato en un gesto brusco, mirándola con el ceño fruncido.

—No me toques, Andrea. No tengo ganas de hablar. ¿Entiendes?

—Andrina, por el amor de dios te pido que te calmes. Sé que te molesta, pero...

—¡Cállate, joder! ¡No quiero escuchar ni una sola...!

Un grito lleno de terror y pánico captó la atención de los jóvenes, obligándolos a girarse ante esa voz que pedía auxilio. Se quedaron mudos y sintieron la tensión en sus hombros. Creyeron que a lo mejor era simplemente algo de poca importancia, pero no fue así cuando Solace y Alias salieron del hombro de Andrea.

—¡Anomalías! —gritaron a la vez—. ¡Están aquí!

Andrea maldijo en silencio y no dudó en correr en dirección a esa voz. Los demás la siguieron de inmediato.

La voz provenía cerca de la catedral donde daba enfrente al camino para subir a la muralla romana. Pronto Andrea pudo ver como unos pocos turistas se encontraban alejándose de unas cuantas anomalías que se encontraban agarradas en los edificios que había alrededor. El pánico se veía reflejado en sus rostros, siendo Andrea la única que mostraba rabia y frustración al no poder usar sus poderes.

Pero si sus puños.

—¡Eh! ¡Putas anomalías! ¡Dejar en paz mi maldito hogar!

Sin temor alguno, se acercó hacia una de las anomalías que había en el suelo. Esta se abalanzó hacia su rostro, pero pudo esquivar rápido el ataque para darle una patada que la envió contra las paredes de los edificios.

«¡Detrás!», avisó Solace.

Se giró de inmediato para darle un derechazo al rostro de una de las anomalías que intentó atacarla, enviándola contra el suelo. Se movió de nuevo, viendo como Anais se encargaba de llevar a los turistas a una zona más segura mientras que Kamico se unía a ella para luchar a su lado.

—¿Dónde coño está Andrina? —preguntó Andrea sin bajar la guardia.

—E-Estaba detrás de mí. La-La vi...

—¡Joder! ¡Me cago en...!

Interrumpió sus palabras para dar otro puñetazo a una de las anomalías que intentó atacarla de forma rastrera. Ante esto, se giró para ver como Kamico usaba su brazo izquierdo para dar puñetazos, pero con una pequeña descarga discreta que eliminaba a las anomalías.

«¡Claro, su batería! ¡Él no se ve afectado por esa norma!»

Sin perder el tiempo, luchó a su lado para acabar con las pocas anomalías que había por la zona. Poco a poco vieron como las demás que se encontraban ocultas entre la oscuridad que había en las calles, se iban escondiendo. Andrea no bajó la guardia, alzando sus brazos con una mirada amenazante.

Hasta que pronto pudo escuchar unos pasos que la hicieron girar, encontrándose con Andrina.

—¡Andrina! ¿¡Dónde coño estabas?!

No respondió ante la pregunta ya que una de las anomalías se tiró de lleno a su rostro. Ante esto, Andrea no dudó en moverse al igual que Kamico, pero no pudieron hacer nada cuando la anomalía se apartó de inmediato, dando varios pasos hacia atrás como si tuviera pánico de lo que acababa de ver.

—No creía que fuera cierto. No creía que fuera real. Cr-Creí que era...

Antes de que pudiera terminar sus palabras, Kamico no dudó en darle puñetazo para acabar con su vida rápidamente. Andrea no dijo nada ante esto, principalmente porque no se esperaba esas palabras que iban dirigidas a Andrina.

La miró de reojo, viendo como su hermano se acercaba a ella para asegurarse de su salud, pero no reaccionaba a sus palabras. Parecía estar impactada, como si por un momento también entendiera lo que había dicho ese ser.

Se quedó en silencio, respirando lo mejor que podía y sin parar de analizarla.

«¿Qué mierda estás ocultando, Andrina?»

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