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Capítulo 10: Entre los recuerdos.

Viajar por el espacio era una sensación que Ànima jamás pensó que podía vivir en su piel. Observaba con los ojos bien abiertos, deseaba incluso llorar de la emoción, como si por un instante abriera las puertas de su versión pequeña, chillando de la ilusión ante algo tan majestuoso, pero a la vez peligroso.

No quería imaginar como era el hecho de construir estas naves y con ello poder viajar por el espacio. Quería pensar esas emociones, pero cuando se daba cuenta quien lo había creado, los escalofríos inundaban sus hombros y tu felicidad disminuían.

Hablar de Kersmark era... un tema tan complejo al saber que ese hombre fingía en todo.

Le sorprendió demasiado la noticia. Kemi había confirmado que Kersmark no había muerto en ese día, sino que había usado un clon suyo. Él, desde la distancia, posiblemente desde su planeta, estaba atento a todo lo que hacían. ¿Y quién sabe si también estaba atento a lo que se hiciera con su nave?

Aunque si lo hiciera, ¿no habría hecho algo para impedirlo?

Soltó un largo suspiro, poniendo la mano en su entrecejo con los ojos cerrados. Mientras más pensaba, más recordaba todos los pequeños detalles, en concreto ante la idea de que iban a irse a Tugia.

«Mi antiguo hogar —pensó, mirando de reojo a Luminosa que tenía los ojos enfocados al holograma y mesa de control de la nave. Tras eso observó hacia Lizcia, que se había quedado dormida—. Voy a ver mi hogar tras tantísimos años».

Uno de los tantos hogares que tuvo, claramente. Ànima era consciente de ello, pero Tugia en parte había tenido un gran valor al ser de las únicas en dejar su Blatulion allí. Una idea tan arriesgada porque sus padres le habían dicho que esa gema era parte de su vida, y que dejarla, significaba que el futuro de la ciudad tendría una gran prosperidad.

Puso la mano en su barbilla con una leve sonrisa, dejando que las memorias de su pasado en ese cuerpo la inundaran. Hacía tiempo que no pensaba en ellos. Hacía tiempo que no llamaba los nombres de sus segundos padres. Cos, su padre y Caliu, su madre.

—¿Ànima? —La voz de Luminosa la despertó, mirándola con atención—. ¿Estás bien? Parece que algo te angustia demasiado.

—En parte sí. Ten en cuenta que voy a visitar el planeta del que casi nos establecemos —recordó Ànima.

Luminosa abrió sus ojos y boca en demasía.

—¡Casi se me olvida! Allí tuviste parte de tu infancia, ¿no? —Ànima afirmó ante su pregunta. Luminosa afirmó hasta que pronto su sonrisa desapareció—. N-No sé si te hará especial gracia ir...

—¿Por qué lo dices?

Luminosa bajó un poco la mirada y soltar un leve suspiro.

—Lo entenderás cuando lo veas en persona.

La preocupación la inundó por completo, peor trató de contenerla cuando por fin pudieron ver el planeta. Luminosa había colocado más o menos bien las coordenadas, por lo que solo tocaba moverla como le habían enseñado. Avisando a las demás, empezó a dirigir la nave, acercándonos a velocidad moderada donde poco a poco Ànima pudo entender lo que se refería Luminosa con sus palabras.

Era ver una desesperación similar a lo que había ocurrido en Steinfall.

Se levantó del asiento aun si no podía y se fijó en todo lo que sus ojos le podían enseñar. Parecía que ahora mismo la azotaban con la culpa. Parecía que se burlaban de ella por lo que había deseado. Se daba cuenta que la ciudad que una vez brilló en esperanza, fue destrozada por completo y que ahora no quedaba nada más que la naturaleza consumiéndolo todo como parte de su labor.

Daba la sensación de que se quedaba sin aire cuando veía tal desastre, pero era solo una ilusión que su cabeza adoptaba ante situaciones tan amenazantes. Se encerraba en un lado para que ninguna emoción la afectara, aunque sabía que esto de poco servía cuando escuchaba las palabras de su pareja.

—Ànima, nada de esto es tu culpa.

Pero no servía de nada cuando se ponía a pensar en frío y concluía en una sola cosa.

¿Y si fui el inicio de este desastre?

Cuando la nave aterrizó, Ànima no dudó en dar la mano a Lizcia para que la acompañara y en agarrar la urna. Con cuidado, las tres salieron de la nave con cuidado, mirando todo lo que las rodeaba por ese instante.

La naturaleza que había en ese extenso lugar hacía que las memorias ocultas de su infancia volvieran a salir. Podía ir identificando todo lo que veía, incluso localizar cada uno de los puntos importantes que los Cutuis, en su momento, visitaban.

Giraba su cuerpo para ser envuelta por una calma de emociones del pasado. Una en donde se sentía pequeña en ese cuerpo que poseía. Una Cutuis de pequeña edad que correteaba por los bosques sin temor alguno. Las risas resonaban por sus oídos junto a los pocos animales curiosos que la seguían como si se dejaran atrapar por el encanto poco usual en una raza como la suya.

—¡Ànima! ¡Ven aquí!

La voz dulce y ligeramente aguda de su madre hizo que frenara sus pasos, girándose para verla en medio de la oscuridad donde la luna se mostraba por completo en una belleza que los suyos adoraban. Ànima frunció un poco el ceño, pero no dijo nada hasta que su madre se puso enfrente suya, respirando con cierta dificultad tras correr un buen rato.

—Te dije que no podíamos salir, aun si es de noche, Ànima —avisó Caliu, agachándose a su altura.

—¡Pero mamá! La Luna está completa, ¡y sabes que solemos venerarla en su estado más completo! ¡No solo para dar nuestros respetos sino para darle un mensaje de esperanza! —explicó Ànima, alzando su cabeza para ver la noche estrellada que las acompañaba—. Siempre me dijiste que había que hacerlo, aun si las cosas eran demasiado complicadas.

Caliu soltó un largo suspiro.

—Sé que te lo dije, pero creo que con lo que hemos conseguido hoy, la Luna será testigo de algo que la pondrá muy feliz, enviando el mensaje a la Hija de todas las Lunas —aseguró Caliu, agarrando la mano de su hija con delicadeza—. Creo que, si le damos esa noticia, estaría bien conservarla y que nada inusual ocurriera esta noche, ¿no crees?

Ànima bajó la mirada para luego afirmar con cierta timidez.

—Aunque no me ha pasado nada, ¡incluso estos animales me han acompañado! ¿¡No te parecen adorables?!

Vio el asombro en el rostro de su madre. Tan cegada en la salud de su hija que no se percató de los animales que eran presentes en la noche más oscura. Cada uno de ellos se atrevía acercarse a ella, a una Cutuis. Considerados como una raza peligrosa en las galaxias.

Posiblemente su madre se habría preguntado el porqué de tal fenómeno, y no era de extrañar porque la propia Ànima lo hacía, pero no le daba tanta importancia cuando simplemente pensaba que eran animales dándoles la bienvenida a su mundo.

—Es muy precioso, hija mía, pero aun así hay que volver a casa, ¿entendido?

—Está bien... —respondió con pesadez.

Su madre la llevó hacia su hogar. ¿Dónde era? Lo iba recordando, en sus memorias difusas, podía ubicar el camino como si por un momento su mano fuera estirada en el presente. Como si la calidez de esa mano fuera guiándola hacia donde debía ir. Respiró hondo, despertando por fin de ese primer recuerdo para luego mirar a sus compañeras.

—¿Puedo pediros un favor? —preguntó Ànima, captando la atención de ambas—. Hace... demasiado años que no visito este lugar. Me gustaría verlo todo, ver mi hogar y saber como se mantiene.

—No creo que sea...

—Sé que a lo mejor no es buena idea ante todo el destrozo que nos rodea, pero necesito verlo, Luminosa —pidió Ànima, mirando a su pareja—. Es recordad mis inicios que tanto que querido dejar de lado, y no por culpa de Pyschen.

Luminosa se quedó atónita y miró por un momento a Lizcia. La joven reina afirmaba en silencio con una sonrisa, lo que hizo que al final la diosa de la luz también aceptara.

Esto solo hizo que la ilusión de Ànima creciera, aunque fuera solo un momento de su tiempo, era algo demasiado importante porque no solo era recordar su pasado, son enseñarles una parte de ella misma.

Caminaron a paso ligero por los bosques. Seguía el camino en el que juraba ver una sombra guiarle en todo momento, una figura que para la propia Ànima se le hacía demasiado familiar. Aceleraba el paso sin querer, como si fuera de nuevo esa cría de ocho años que obedecía a lo que les pedía sus padres o se ponía a jugar en los bosques con los animales que la acompañaban.

Oía de nuevo esas risas junto a las voces de sus padres. Oía a los diversos animales emitir diversos sonidos que la hacían sentir una gran felicidad desde su interior, pero eso no era nada cuando pudo ver por fin la gran montaña que escondía las cuevas donde ellos iban a vivir.

Frenó sus pasos de inmediato, viendo un fragmento del pasado en el que la noche aun era presente, viéndose a varios de los Cutuis trabajando duro para proteger la entrada sin que fueran detectados por el momento. De aquella, se había detectado a unos nuevos seres, los Tugnins.

—Creía que estaríamos solos en este planeta, no con otros más —contestó una voz que Ànima desconocía, aunque siempre decía que era uno de los miles amigos que su padre tenía.

—Puede ser que en esta ocasión estos sean amigables —habló Cos esta vez, una voz firme y grave, pero que no intimidaba cuando se veía la sonrisa en sus labios.

—Cos, tú siempre piensas que todo irá bien y al final acabábamos con un resultado horrible —contestó su compañero.

—Y si nos dejamos llevar en esa negatividad jamás vamos a avanzar. Además, ¿vas a cuestionar la palabra de Cuis cuando la mismísima diosa dijo que tenía un buen presentimiento al quedarse aquí? —preguntó Cos, alzando la ceja.

Su compañero chasqueó la lengua, mirando a otro lado.

—Cuis es una joven diosa que recién está dándose cuenta de la crueldad que vivimos como Cutuis. Puede que las Lunas siempre la avisen, pero no son del todo certeras. Lo sabes por como eta galaxia es la última. La olvidada —recordó en un tono que expresaba ese cansancio y molestia.

—Puede que en ese sentido tengas razón, pero no te desmotives. Recuerda que siempre tenemos la protección de nuestra diosa junto a las lunas, y en algún futuro la tendremos de la hija de las lunas —aseguró Cos con optimismo, sonriendo con calma.

—¡Eso es pedir demasiado! La hija de las Lunas tiene preferencias claras, ¡no le vamos a ser de importancia en este planeta! Reza a las Lunas de este planeta que nos dejen un descanso adecuado y que dure por un largo tiempo.

—¡Eso es seguro! —intervino Ànima, captando la atención de los dos hombres—. He podido visitar los bosques y los animales me han dado la bienvenida, ¡seguro que aquí estaremos genial durante años!

El compañero de su padre hizo una mueca clara de confusión mientras que Cos se acercaba a ella para agacharse a su altura y acariciar su cabeza con una sonrisa calmada.

—Eso es genial, Ànima, pero recuerda que no puedes salir. Eso nos da un gran susto, en especial tu madre que siempre se preocupa por ti —habló Cos con dulzura—. Ahora se buena niña y ve a ayudar a tu madre, ¿de acuerdo? Yo en poco terminaré con esto y volveré a casa con vosotras.

—¡Vale, papá!

Se vio a si misma correr hacia la entrada principal de la cueva, bajando sin temor por el camino irregular hacia las profundidades. Pronto todo lo que vio desvaneció como humo, dejándola sola con el presente en el que las cuevas de esa montaña estaban destrozadas y bloqueadas por rocas que habían caído sin remedio alguno.

Se quedó en silencio hasta que reaccionó. Con cuidado, le pidió a Lizcia que agarrar la urna, para luego ir a las cuevas, sacando sus tentáculos.

—¡¿Qué es-estás haciendo, Ànima?!

La pregunta fue respondida cuando sacó las rocas a su paso. No tardó demasiado, viendo por fin la entrada de su hogar. Le hizo cierta gracia ver que el camino e mantenía igual de irregular y peligroso de bajar. Se giró hacia sus compañeras, pensando sus acciones y palabras.

—No querrás ir allí, ¿verdad? —preguntó Luminosa.

Ànima soltó una leve risa.

—Sí. Me leíste la mente. Deseaba ir allí para ver lo que una vez fue la antigua Custió —admitió, mirando hacia la cueva una vez más—. ¿Os es algún problema?

Luminosa soltó un largo suspiro.

—No creo que sea ideal perder mucho tiempo —murmuró Luminosa sin sonar muy borde.

—Tranquila, sé que bajar por aquí es complicado, por ello mismo iré sola. No tardaré, lo prometo —aseguró Ànima.

Vio la duda en los ojos de su pareja hasta que al final movió su cabeza en afirmación.

—Pero ve con cuidado, por favor —le pidió con una clara preocupación en sus palabras.

Ànima afirmó sin dudar y sin perder más tiempo, bajó por la cueva.

Para cualquiera le resultaría arriesgado, pero para ella misma era una aventura que la hacía sentir llena de energía. Miraba por las amplias cuevas que había en el subsuelo, como si fueran hormigas viviendo en las cuevas. Era una desgracia que lo que una vez fue Custió en este planeta, desapareciera en paredes destrozadas de casas y edificios que intentaron construir. Por ello mismo vieron más óptimo vivir en pequeñas cuevas como hicieron en Claimia.

Caminaba por la plaza principal, dando varias vueltas a su alrededor para contemplar con nostalgia el centro de la ciudad que una vez brillaba en colores tenebrosos, pero que para los Cutuis mostraban una belleza especial. Un lugar donde lo más jóvenes correteaban sin temor, disfrutando de diversos juegos en los que Ànima participaba.

Una vida que asemejaba a la que tuvo una vez en la tierra. Cuando tenía la oportunidad de ir por los parques de Andorra para reunirse con sus amigos y pasar largas horas jugando. Incluso cuando su hermana estaba a su lado, ella siempre la intentaba dar la luz que necesitaba.

Por un momento su corazón parecía ser dividido por las emociones de su pasado que no prestó atención, y era normal con todo lo que había tenido que sufrir. Era azotada por el viento inexistente, uno del que parecía ser más el pasado del que le hacía cambiar todo lo que la rodeaba. El cambio de una página, el inicio de un libro que jamás se atrevió a leer porque estaba escrito por una niña que se cegaba por el optimismo.

—¡Mamá! Mis amigos y yo hemos quedado esta noche para contemplar la luna.

—Pero hoy no está llena, ¿por qué la irías a ver? —preguntó Caliu, agarrando la mano de su hija con cariño y cuidado.

—Dicen que, aunque no esté completa, hay que admirar a veces el cielo oscuro junto a las estrellas porque siempre está presente cuidándonos, aunque también es bonito contemplar las pocas luces que hay en el más allá —explicó Ànima con inocencia.

—La luz no es una aliada, Ànima. Lo sabes muy bien.

Soltó un largo suspiro.

—Así como con todos los seres que nos encontramos, ¿verdad?

Caliu afirmó sin dudar.

—Sé que te cansa estas palabras, hija mía, pero es por tu salud. Ahí fuera hay seres que carecen de compasión y buena fe como tú y tus amigos. Ahí fuera la crueldad existe.

—¿Y porqué no la hacemos frente?

Caliu frenó sus pasos, mirándola apenada.

—Porque juramos cambiar y no dejarnos llevar por nuestra peor parte. Porque no deseamos ser como esa oscuridad que todos temen —recordó Caliu.

—Entiendo que no debamos, pero tampoco tendríamos que mostrarnos débiles si después de todo somos seres que deseamos hacer bien las cosas. A veces hay que dar segundas oportunidades, ¡o incluso más! ¿No es así?

Caliu afirmó con una sonrisa débil.

—Pero a veces hay seres que por mucho que les des oportunidades, no cambian.

Soltó una leve risa ante esos recuerdos, agachando la cabeza bajo un suspiro largo. Se quedó en silencio, sintiendo una presión inusual en sus hombros. No era dolorosa, sino que eran como manos que intentaban calmar sus pensamientos llenos de culpa.

—Tendría que haberte escuchado más, mamá —murmuró Ànima, alzando un poco la mirada para darle las espaldas a todo, buscando lo que una vez fue su hogar—. Tendría que haberos hecho más caso.

Intentó caminar, pero cada paso era como si por un momento las manos del pasado la intentaran tener retenida aquí. Tal hecho la puso en tensión, girándose para ver varias sombras dispersas a su alrededor. La observaban en silencio, y todas parecían tener una pequeña esperanza que a Ànima la dejaba sin aire.

Podía reconocer y decir sin temor que eran las almas de un pasado que murieron por su culpa. Por una acción tan inmadura e inocente al no obedecer.

—Y aquí me veis, siendo vuestra diosa —murmuró, soltando un largo suspiro para sonreír—. Una del cual no cometerá más fallos. Solo darme una oportunidad más. Una donde no caeré en los fallos del pasado...

Tembló cuando supo que sus próximas palabras sonarían incluso demasiado para ella misma, pero después de todo era el deber que tenía.

—A que volveremos como Cutuis para disfrutar de una vida tranquila como tanto buscábamos.

Era un deseo tan inusual, pero comprendía que era una labor que le tocaba ante el cargo que tenía. Cuidadora de la oscuridad, protectora de los Cutuis. Diosa perteneciente de la galaxia Olvidada. Alguien que cuando terminara su misión, ¿regresaría a su verdadero cargo?

Las dudas la inundaban, pero no por mucho tiempo cuando esas sombras se acercaban a ella para agarrar sus brazos. Los veía a cada uno de ellos, desvaneciéndose de forma que parecía adentrarse en su cuerpo, como estos estuvieran dispuestos a ayudarla y en confiar en ella una vez más.

Un gesto que por dentro intentaba quebrar su muro, pero no funcionó a pesar de querer llorar por todo lo que tenía encima.

Suspiró una vez más y se alejó de la ciudad para ir con las demás. No podía perder más tiempo. Tenían que buscar el portal que había en el planeta. El subcódigo que tanto le habían mencionado.

No tardó demasiado, aunque a punto de salir, escuchó una voz distinta a sus compañeras. Una más aguda, incluso diría que infantil.

Salió lo más rápido posible para identificar esa voz. Una joven no más de dieciocho años de cabellos rosados y ojos azules como su chaqueta. Llevaba unos yoyos de los cuales Ànima ya lo interpretaba por un tipo de arma por como los sujetaba. La joven tenía unas pocas lágrimas que deseaban salir ante una noticia que no la había gustado para nada.

—¿Quién eres tú? —preguntó la joven sin quitarle ojo.

Ànima, con pasos lentos y cuidadoso, se puso enfrente de Lizcia y Luminosa, mirando con paciencia a la joven.

—Soy la diosa de la oscuridad. La diosa de los Cutuis de esta galaxia.

Palabras suficientes para que la joven bajara sus yoyos, contemplándola como si en ese instante se encontrara lo más bello que sus ojos pudieran ver jamás.

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