Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo doce: Código 009.

La hostilidad se sentía a nada más llegar. Era difícil respirar, era sentir el frío y congelar sus músculos. Sumado a la niebla que les rodeaba, se daban cuenta que en donde se encontraban era un lugar donde sobrevivir no era posible con la destrucción que poco a poco pudieron ver, siendo Anais la primera en darse cuenta por qué todos temían este lugar.

La oscuridad consumía todo junto a las nubes que impedían la luz del sol, aun con ello podían presenciar los edificios viejos de los cuales solo unos pocos se mantenían en pie, como si un gran terremoto hubiera azotado la ciudad sin compasión alguna. La suciedad, el moho y pocas plantas que consumían los edificios junto a la sangre que parecía ser reciente dejaba en claro que la masacre no solo era de ahora, sino de hace mucho tiempo, a lo mejor años.

La violencia las rodeaba, el caos reinaba, el más fuerte y despiadado era quien dominaba. Ver los cuerpos de aquellos que deseaban seguir con vida hacían que Anais se cubriera la boca, dándose cuenta al fin del olor putrefacto que era parte de la ciudad. Contuvo sus ganas de vomitar, mirando hacia la destrucción de lo que una vez tuvo vida. Cristales rotos en el suelo, coches quemados, contenedores en medio de la carretera y mucho polvo de un color verdoso.

—Ahora entiendo las palabras de Negatividad —murmuró Andrina, temblando sin parar por el frío que tenía.

En todo momento Anais se mantuvo alerta a todo lo que le rodeaba. Se daba cuenta que este lugar no era amigable. Buscar algún superviviente era impensable, y lo peor era que tenían que aguantar 48 horas que ya habían empezado desde que llegaron.

—¿Qué pudo haber ocurrido aquí? —se preguntó Andrina en alto.

—Parece que se han matado entre ellos —supuso Anais, para luego señala hacia uno de los cadáveres que se encontraba lejos de ellas—. Si os fijáis, tienen propiedades de diversos animales. Algo me dice que eso les activo un instinto asesino propio de un animal agresivo.

Andrina puso la mano en la barbilla. Andrea en cambio soltó un largo suspiro.

—Pues no nos queda mucho que movernos de una vez porque dudo que este sitio nos trate bien —habló Andrea, mirando de un lado a otro hasta que cerró sus ojos y prestó atención a todo lo que la rodeaba—. Este sitio es silencioso. No parece haber nadie por aquí cerca.

—Parece que estamos solos —murmuró Andrina.

—Por el momento —añadió Anais, para luego mirar hacia enfrente—. Mejor nos movemos, pero sin bajar la guardia en ningún momento.

Ambas les pareció bien la idea así que se pusieron en marcha, o eso intentaron porque cada paso que daban era un gran peso en su cuerpo, uno en el que sentían que las observaban desde distintos sitios que desconocían. Esto solo hacía que Andrea se pusiera más tensa, moviendo su mano derecha para iluminar un poco su alrededor con el fuego que desprendía.

—Solace, ¡estás ahí? —preguntó Anais, viendo como la anomalía salía del hombro de Andrea—. ¿Este sitio te suena de algo o alguna pista que nos puedas dar?

—No, por desgracia. Este sitio no es como Codece, por ejemplo, que de ahí salieron muchos rumores —respondió, atento a lo que había a su alrededor también—. Aquí lo poco que se es el desastre que todos dicen.

Anais afirmó en silencio y siguió avanzando. Se fijó en todo lo que la rodeaba, sintiendo escalofríos al ver las calles que la rodeaban. Entre ellas, había tiendas que a duras penas se mantenían en pie o locales que parecían estar en venta o para usos un poco más distintos.

Atenta a lo que le ofrecía el lugar, se dio cuenta como en la zona donde caminaban era de las más afectadas por el desastre y la crueldad. Cadáveres de ser que una vez vivieron en paz y disfrutaron de la vida hasta que el cambio llegó de un día para otro. Cubría su boca y agachaba su cabeza, viendo como cerca de los edificios donde caminaban, había discos musicales y libretas dispersas.

Curiosa, giró su cabeza hacia la derecha para ver lo que parecía ser el local de estudio musical. No se adentró mucho, pero si le dio tiempo suficiente para ver que dentro había varios instrumentos destrozados junto a micrófonos y altavoces desparramados por el suelo.

Soltó un suspiro interno y siguió avanzando para ver que no solo había sido destrozado las ilusiones musicales de los seres que vivían ahí, sino también artísticas. Era como si por un momento estuviera una calle donde los más jóvenes buscaban sus aspiraciones, para ser destrozadas en cuestión de horas o días.

«Qué horrible...», pensó sintiendo un escalofrío en su espalda que la obligó a girarse y juró por un momento ver la sombra del pasado de un hombre. Un alma apenada que lloraba en silencio. Ante esto Anais no pudo evitar dar varios pasos hacia atrás hasta chocar con su hermana.

—¿Estás bien, Anais? —preguntó Andrea en un susurro, agarrándola de un lado con cuidado.

—S-Sí. Creo que veo cosas que no son —murmuró Anais, mirando a otro lado e intentando no pensar en nada.

—Me temo que si estás viendo cosas que si son —respondió Andrea con dificultad, respirando lo más hondo posible—. Si tu ves. Yo escucho. Y no es agradable.

Anais dirigió su mirada a su hermana para encontrarse con sus ojos cristalinos, conteniendo la respiración a la vez que avanzaba. Tenía sentido sus palabras si poseía tan buen oído.

Escuchaba sus lamentos y sufrimientos, uno que Anais no quería imaginarse cuán difícil era de soportarlo.

La que parecía aguantarlo y seguir adelante era Andrina. Caminaba con una posición tranquila, como si el lugar no le afectara para nada. Observaba de un lado a otro con los ojos bien abiertos, frenando sus pasos cuando lo veía necesario ya que se daba cuenta que las hermanas lo pasaban peor.

Esto solo levantaba sospechas a Anais. La hacía creer que a lo mejor no solo era intangibilidad como decían, sino también inmunidad a ciertas sensaciones que el lugar podía dejar.

—¿Os veis capaces de seguir? —preguntó Andrina.

—Sí. Obvio, pero me sorprende que a ti no te asuste este lugar. Es como en las películas de miedo que veíamos —respondió Andrea, frunciendo el ceño.

Andrina alzó un poco los hombros.

—Yo no voy a dejarme matar si vemos una amenaza, y tengo en cuenta que donde estoy es un sitio que me busca asustar, cosa que no voy a dejar que ocurra —contestó Andrina en un tono que demostraba cierta molestia.

Andrea frunció el ceño, pero no dijo nada. Anais en cambio se quedó observando todo su alrededor hasta que encontró algo a lo lejos.

«Cadenas... ¡Ha-hay alguien encadenado a lo lejos!»

No avisó. Se soltó del agarre de su hermana para ir en dirección a la persona encadenada. Andrina y Andrea irían detrás, pudiendo ver mejor como esa persona, en verdad era un alma.

Cabeza de cabellos grises agachada, demostraba una clara derrota ante los años de tortura que pudo haber sufrido. Sus manos carecían de vida, incluso sin su forma espectral en el que pedía ayuda con su presencia. Vestida por una larga camisa grisácea, parecía pedir clemencia a alguien o que acabaran con su sufrimiento.

Sin dudar, Andrea tomó carrerilla para agarrar su espada. Cargándola de fuego, se acercó a las cadenas del espíritu para cortarlas. Anais quiso frenarla, sin saber si era tan buena como pensaba, pero era demasiado tarde al ver como su hermana la había liberado con bastante facilidad.

«Sigues siendo igual de impaciente, Andrea», pensó Anais, agarrando su arco, preparándose para cualquier desastre.

Liberada de las cadenas, el alma impactó contra el suelo. A duras penas levantó su rostro, viéndose sus ojos carentes de vida llorar como nunca había pensado que ocurriría. Miró a cada una de ellas y sonrió de alivio, agachando su cabeza.

—Matarme de una vez, por favor...

Tales palabras tomaron por sorpresa a Anais, bajando su arco al igual que su hermana bajó su espada.

—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó Andrea, poniendo su mano izquierda en su cadera.

La mujer soltó una risa llena de dolor, moviendo sus débiles manos hacia su rostro.

—La peor desgracia posible. El fin de nuestra esperanza. Una eterna tortura —pronunció en un murmullo que para Anais le era difícil de entender.

Andrea chasqueó un poco la lengua.

—Sé más directa. Es obvio que pasó algo aquí, pero estaría bien saber el qué —pidió Andrea.

Anais frunció el ceño, mirándola de reojo.

—No seas insensible con ella, Andrea. —Con cuidado, se acercó al espíritu para mirarla con angustia, viendo el dolor aun reflejado en su delgado rostro—. ¿Es posible que nos puedas decir más al respecto?

—Joder, si le dije lo mismo, Anais —contestó Andrea, soltando un largo suspiro para luego mirar a Andrina—. Eh, ¿estás bien?

Andrina afirmó en silencio, pero sin quitarle ojo al espíritu. Era normal que tuviera miedo, pero Anais confiaba en que a lo mejor no era maligno, no al estar encadenado y llorar de esta forma.

Tuvo paciencia con sus emociones. Se sentó a su lado y vio como poco a poco mostraba su rostro. Una mujer que ya no tenía fe ni esperanza. Alguien que solo deseaba acabar con todo esto, pero de pronto, analizó bien a cada una de ellas para ver como la sorpresa llegaba.

—Vosotras no sois Steins.

—A buenas horas te das cuenta —contestó Andrea, alzando la ceja.

Anais la miró de reojo de forma recriminatoria. Su hermana chasqueó la lengua y decidió cerrar la boca.

—¿D-De dónde sois? —preguntó con voz temblorosa.

—De la tierra. Vinimos aquí para buscar aliados que acaben con Pyschen y Ànima —respondió Anais sin dudar.

Esta respuesta hizo que los ojos del espíritu se abrieran como nunca. Se movió angustiada, cubrió su rostro con sus manos y empezó a llorar con desespero. Tal reacción dejó en claro a las presentes que el espíritu las conocía.

—¿¡A-Aliados aquí!? ¡No es posible! ¡Ella acabó con todos y creó a sus elegidos para hacerse más fuerte! —chilló con desespero, mirándolos—. ¡Se llevó incluso a mi prima, dejándome aquí encadenada durante años para hacerme sufrir lo máximo posible!

—A la mierda... —El susurro de Andrea hizo que Anais la mirara de reojo, viendo su rostro lleno de preocupación—. ¿Qué hizo esa loca en este mundo?

El espíritu las observó una por una para seguir llorando, aunque hablando con cierta dificultad.

—Quitó todo en cuestión de segundos. Hizo lo que lo que más le apeteció. Transformó a todos en lo que posiblemente visteis, Steins con propiedades animales. Seres carentes de compasión, pero daba igual porque ninguno podía frente a ella —respondió, temblando sin descanso alguno.

—¿Quién?

—A mi prima. —Alzó su rostro atemorizado—. A Charlot Manson.

Fue inevitable que las tres sintieran escalofríos ante ese nombre y que rápidamente miraran a su alrededor con angustia. No parecía haber nada ni nadie vigilándolos, pero ¿quién les aseguraba que eso fuera así siempre? La oscuridad y la niebla eran presentes junto al silencio tenebroso que las acompañaba sin descanso.

—Tendríamos que escondernos en otro sitio —sugirió Andrina, apretando sus labios por un momento—. Puede que...

—Esconderse de ella no sirve de nada si me sigue visitando como de costumbre —aseguró, interrumpiendo a Andrina—. Y cuando vea que no esté aquí, habrá graves problemas.

—¡Genial! ¡Lo que faltaba! —gritó Andrea con cierto nerviosismo, sacando su espada para cargarla de fuego—. ¡Qué venga entonces! Yo la haré frente.

—No puedes —contestó el espíritu, provocando que todas la miraran con atención—. Porque está controlada por Pyschen.

Andrea no pudo evitar temblar a la vez que Anais sacaba su arco, preparándose para lo peor. Estaban atentas a todo mientras que Andrina daba pasos hacia atrás, acercándose al espíritu para mirarla de reojo.

—¿C-Cuál es tu nombre y qué es lo que ha pasado para que tu hermana esté bajo su control? —preguntó con dificultad.

El espíritu la miró con lentitud, soltando un largo suspiro.

—Mi nombre es Marta Slisher, y la razón por la que mi hermana esté bajo control es porque captó su atención al asesinar...

No pudo terminar sus palabras. Daba la sensación de que la culpa y dolor eran azotadas por un pasado que no podían comprender. Aun así, no bajaron la guardia, siendo Anais que mirara las sombras de los edificios y árboles que aun persistían, esperando a ver algo que no fuera propio del lugar.

—Quise salvarla. De verdad quise, pero desde el momento que todo surgió, no pude hacer nada más que sufrir y ser engañada bajo sus manos —se lamentó, aunque pronto se vio un brillo en sus ojos—. Aunque lo poco que recuerdo es que al parecer... Ànima había traicionado a Pyschen, casi matándola.

Andrea giró su cabeza para verla de reojo.

—Creí que estaban juntas, aunque Negatividad dijera que era alguien más o menos buena.

—¿N-Negatividad?

Antes de que Andrea pudiera responder, las presentes sintieron una presión que las obligaba a soltar sus armas, incluso a estamparse contra el suelo. A pesar de la dificultad, Andrea soltó el fuego de sus brazos y espada, creando una línea de luz que llegó a unos cuantos metros.

Y con ello ver una figura femenina de dos metros observándolos con una sonrisa amplia.

Marta quiso dar el aviso, pero no les dio tiempo ante la velocidad abrumadora que la mujer poseía. Les soltó sus armas de un solo gesto, las empujó con una patada, y tras eso, observó hacia Andrina con un gran interés visible en sus ojos.

La pobre Andrina intentó defenderse, pero no pudo hacer mucho cuando de golpe fue golpeada en estómago, perdiendo la consciencia para caer en los brazos de la mujer. Antes de que huyera, Andrea chilló de la frustración, cargando sus brazos de electricidad para atacarla.

Si bien esto la dañó, no impidió su siguiente movimiento. Una patada que iba directa a la cabeza de Andrea. Este fue bloqueado de inmediato, pudiendo así verse por unos segundos.

Cabello castaño. Ojos marrones. Sudadera anaranjada y pantalones desgastados y ensangrentados de color marrón. Sonreía como nunca, como si disfrutara de la batalla.

Andrea intentó retenerla y agarrar a Andrina, pero no pudo cuando vio del bolsillo de la sudadera un cuchillo que iba a ser clavado en su cuello. Se apartó rápido, y apunto de hacer su siguiente movimiento, vio como aquella asesina ya no estaba con ellos.

—¡Mierda! —chilló Andrea, agarrando su espada—. ¡Andrina!

—¡Frena!

Las palabras de Marta hicieron que Andrea girara su cabeza y la mirara. Iba a chillarla, pero se mantuvo serena cuando vio cómo iba hablar.

—No la va hacer daño —aseguró Marta. Ambas hermanas fruncieron el ceño—. No. Lo que vi es algo que jamás pensé funcionaría.

—¿¡De que coño estás hablando?! ¡¿Cómo me aseguras que estará con vida?! —chilló Andrea con desespero.

Marta soltó un largo suspiro para mirarla con detenimiento.

—Porque los Steins tenemos algo llamado la condición de obsesión, y por fin se activado en mi prima después de tantos años.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro