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Capítulo cinco: Código 007

Poco a poco abrieron los ojos, pero al hacerlo, se encontraron en medio de una ciudad que Anais jamás pensó que vería en su vida. No era lo mismo verlo en las series o películas tan famosas que había en su planeta, a que de repente se encontrara con el escenario escalofriante propio de una película postapocalíptica.

Destrucción, desolación y desesperanza. Colores llenos de terror junto a la sangre seca de los caminos o los edificios que a duras penas podían mantenerse de pie. Los presentes ahí se quedaban impactados, en especial Andrina que se cubría la boca, dejando que las lágrimas cayeran. En cambio, Anais, observando con total atención, intentaba no dejarse intimidar por tal situación, pero no podía evitar esos escalofríos a la vez que su cabeza empezaba a dolerle más y más.

—¿Q-Qué pudo haber ocurrido aquí? —preguntó Andrina mientras se acercaba a Renic para sentirse protegida.

—Nada bueno seguro —respondió Mikuro sin perder la compostura, mirando cada detalle que la rodeaba—. No parece haber señales de vida en un lugar como este.

—Pero a lo mejor hay supervivientes —añadió Anais, que también miraba a su alrededor con atención—. Debe de haberlos, sino este planeta sería un código Muerto.

—Cierto es. —Mikuro se quedó mirando a las paredes corroídas de la ciudad, lo que la hizo tragar en seco—. Este sitio, ¿cómo se llamaba?

—Tugia, al menos es lo que pude ver —comentó Anais, poniendo la mano en su barbilla—. Creo que lo ideal sería movernos y ver si encontramos a alguien.

Mikuro y Renic estaban de acuerdo con sus palabras, pero Andrina, coincidía con las palabras, le parecía ciertamente insensible como trataban las cosas.

—¿Cómo no podéis sentiros intimidadas por este lugar? —preguntó, caminando a la par que iba Renic.

—Supongo que es lo que tiene estar preparado para todo lo peligroso que pueda haber —respondió Mikuro mirando hacia enfrente y sujetando su espada-látigo de hielo—. Una no puede dejarse llevar por lo que la ciudad le enseña. Hay que estar siempre atenta.

Andrina afirmó con dificultad.

—De igual forma, me sorprende que sigáis adelante cuando no parece haber ni un ápice de esperanza.

—Debe de haberlo —habló Anais convencida, cruzando sus brazos—. Recuerda que Negatividad dijo algo interesante. Sub-Código, ¿lo recuerdas?

Cuando se giró hacia Andrina, vio como sus ojos se abrían como nunca entre las pequeñas lágrimas que tenía. Anais frunció un poco el ceño ante su actitud, pero siguió hablando:

—Quiero creer que eso de "Subcódigo" tiene que ser algo más. Desconocemos el qué, pero debe ser el causante por el que el código no está muerto.

—Es un muy buen apunte señorita Anais —habló Renic, apareciendo un lápiz en su pantalla como si lo apuntara.

Mikuro frunció un poco el ceño al verle, pero decidió ignorarlo y permanecer atenta a su alrededor.

—¿Qué teorías sacas sobre esa palabra, Anais? —preguntó Mikuro.

—No mucho más que es una vía de escape, ¿a lo mejor un tipo de refugio? Puede ser.

Mientras hablaba, miraba con atención lo que su alrededor le ofrecía. Carreteras abandonadas junto a los coches quemados y destrozados por algo que suponía un peligro mayor. Siguió analizando hasta que encontró algo que la hizo frenar de inmediato. Un líquido verdoso se movía por las paredes de un edificio derrumbado que había a su izquierda. Este avanzaba lento hacia el suelo, destrozando todo lo que tocaba.

—Chicos, he encontrado algo —murmuró Anais, obligando a que los demás frenaran y vieran el mismo líquido que estaba observado—. Esto me da indicios de que este apocalipsis inició por eso.

—¿Veneno? —preguntó Andrina.

—Creo que es más que eso, señorita Andrina —aclaró Renic, viéndose como de su pantalla empezaba a analizar el líquido—. Según mis primeras conclusiones, es un líquido proveniente de una... gema.

Todos fruncieron el ceño ante sus palabras.

—¿Gema? —preguntó Mikuro, y sin temor, se acercó un poco hacia el líquido, pero sin tocarlo—. ¿Cómo algo como esto viene de una gema?

Anais puso la mano en su barbilla, pensando en silencio mientras veía como Renic también se acercaba para analizarlo.

—Según tengo analizado, este líquido proviene de una especie que escupe el líquido. Según veo, no solo corrompe lo que es su alrededor hasta dejarlo en este estado deplorable, sino que también parece contaminar al usuario —comentó Renic, moviendo su mano con cuidado al líquido.

—¡R-Renic! ¿¡V-Vas a ver que hace?! —preguntó Andrina, intentando detenerle.

—Son muestras. Es lo ideal para sacar un análisis más profundo.

—¡Pero podría hacerte daño!

—Eso es cierto, Renic. Mejor no lo toques no vaya a ser que estemos en un problema —pidió Mikuro.

En medio de la conversación, Anais se fijó por un momento a Andrina y chasqueó sus dedos.

—El destello, Andrina. ¿Es posible que podamos ver un momento la información que dé sobre este planeta? —preguntó Anais.

Andrina aceptó dudosa, sacando el destello para dárselo a Anais. Intentó leer lo que ponía, pero el idioma en el que estaba escrito era uno que no podía comprender.

—F-Frena un momento. ¿Qué pone ahí?

Pero para Andrina no.

Anais frunció el ceño al ver que su compañera podía leer lo que ponía en el destello. De igual forma no dijo nada y obedeció a sus indicaciones, viendo como entrecerraba sus ojos para leer lo que ponía.

—Aquí habla de una gema llamada Blatulion —comentó Andrina intrigada.

«¿Cómo puedes leer tú esto y yo no?»

—Blatulion. Interesante. —Renic cruzó sus brazos mientras se vía una rueda cargándose en su pantalla—. Eso podría explicar el porqué la gema sea el causante de una enfermedad.

—¿Un contagio mediante una gema? —preguntó Mikuro, alzando la ceja.

—Puede ser que los científicos de esta ciudad hayan tocado algo de la gema y con ello todo este desastre —supuso Anais, recibiendo una mirada confusa de Mikuro—. A-A ver es lo que puedo sacar de conclusión con las series que vi...

—Suenas como Andrea, pero con los videojuegos.

—¡Pe-Pero no es siempre! ¡Y-Y es solo una suposición!

—Creo que es un poco más complejo que eso.

Andrina, tomando el destello que Anais tenía en sus manos, siguió leyendo lo que le ofrecía de información. Al terminar, miró a los demás.

—Oíd... ¿Y si a lo mejor...? Uhm.

Andrina quería decir algo al respecto, pero no podía cuando de repente el dolor de cabeza le afectó al poner la mano en la frente. Anais y Renic reaccionaron rápido, intentando ayudarla a mantenerse en pie y por si necesitaba alguna cosa.

—L-Lo siento —susurró, respirando con cierta dificultad—. No sé que me está pasando. E-Es...

—Anais, creo que es mejor que Andrina repose aquí. Creo que este lugar le afecta por todas las emociones que no está pudiendo procesar —respondió Mikuro, mirando hacia los presentes de reojo—. Que Renic se quede a su lado, tú y yo exploraremos el lugar.

Andrina frunció ante sus palabras, mirándola con desprecio.

—No es que no pueda soportar las emociones, Mikuro —respondió en un tono borde, apretando sus dientes ante el dolor que sentía en su cabeza, incluso quejándose—. Es algo que me cuesta entender.

Mikuro rodó los ojos a un lado.

—Andrina, nadie te va a mirar mal porque no comprendas lo que ocurra. Yo solo digo qué...

—¡No es eso! ¡Maldita sea! ¡Es que parece que estoy viendo lo que pasó en esta ciudad!

Su grito resonó en las calles donde estaban, dejando un silencio que a los tres les dejó sin habla. Anais, con cuidado y de reojo, miró a Mikuro, y mediante gestos sutiles, le pidió paciencia.

«Tiene poderes y en este caso parece que es ver el pasado —supuso en silencio—. O tiene alguien a su lado o... a lo mejor no es tan humana como suponemos».

Una idea muy arriesgada, una que le hacía temblar sus manos, pero le parecía menos descabellado con todo lo que habían vivido. Aun así, respiró hondo y se acercó a Andrina para agarrarle de las manos.

—¿Qué ves, Andrina?

No pudo dar la respuesta ante las lágrimas presentes y sus labios temblorosos. Miraba a Anais con angustia, como si con sus ojos deseara decir todo lo que veía, pero no le era posible, y menos cuando pronto el grito desgarrador que provenía de su izquierda las alertó al grupo.

—¡Renic! Protege a Andrina con lo que tengas, nosotras nos haremos cargo de lo que sea —ordenó Anais mientras sacaba su arco verdoso de sus manos.

Obedeció de inmediato, poniéndose al lado de Andrina como si hiciera de escudo mientras que Mikuro y Anais se ponían en posición. Pronto pudieron ver al causante de ese grito, encontrándose entre los escombros la figura de un ser que carecía de vida.

Sin apenas músculo, ojos fragmentados y ensangrentados en todo su rostro al igual que la carencia de pelo. En el pecho, una gema anaranjada de bordes negros parecía estar incrustada, como si eso era la fuente de vida del monstruo.

Sin titubear, Anais disparó hacia el pecho del ser, pero este logró esquivarlo de inmediato para ir hacia Andrina. Esto puso en alerta a los presentes, siendo Renic quien disparara electricidad de sus brazos para retenerlo, y así, Mikuro usara la espada para congelar sus piernas y tirarlo al suelo.

Ante esto, Anais hizo el golpe final, clavando las flechas en sus brazos. Lista para rematarlo, Andrina gritó desesperada.

—¡No le matéis! ¿¡No escucháis sus palabras acaso?!

«Me estás gastando una broma de mal gusto».

Anais no hizo caso a sus palabras y a punto de disparar, escuchó otro grito desgarrador de su parte, uno que le hizo bajar el arma y bajar la cabeza. Un grave error porque esa bestia logró arrancarse las flechas de sus brazos y con ello alzar su cabeza, viéndose como dentro de su boca parecía escupir algo.

No fue gracias a Mikuro que logró congelar incluso su boca, reteniéndole en el sitio. Tras eso, fue a por él para cortar su espalda, exponiendo una parte de la gema que tenía incrustada. Otro grito desgarrador salió de su boca, y con ello, el temor reflejado en las acciones de Andrina, cubriendo sus oídos y llorando sin descanso.

—¡Fueron Tugnins! —chilló desesperada—. ¡No lo mates! ¡Tiene que haber una solución!

—¡No digas tontería, Andrina! ¡Ya no tienen salvación alguna!

Las palabras de Mikuro hicieron que Andrina la mirara con dolor y rabia mezcladas, pero no hizo nada al respecto, solo ver como mataban aquel ser corrompido sin compasión alguna. Al terminar su trabajo, Mikuro se alejó, y bien que hizo porque el líquido verdoso empezó a bañar todo el suelo por donde estaban.

Las respiraciones agitadas fueron presentes, en especial Andrina que no paraba de temblar y llorar ante lo ocurrido. Mikuro la miraba con una clara molestia mientras que Renic intentaba calmarla.

—¿¡Se puede saber que te pasa, Andrina?! ¡¿Cómo puede ser decir algo así!? ¡Y encima decir los entiendes! —gritó Mikuro.

—¡Lo hacía! —Andrina levantó su rostro, mirándola desafiante—. ¡Me pedía su ayuda! ¡Me pedía clemencia! ¡Y con lo que he visto tiene sentido! ¡Ellos sufrieron un contagio que no es culpa de nadie más que esos locos científicos!

—¡Tú no sabes nada, Andrina! ¡Tú no viviste aquí! —Mikuro se acercó a ella, guardando su espada—. ¡Tú no tienes la menor idea!

—¡Sí lo sé si me lo es-

—¡Silencio!

Anais interrumpió la discusión de golpe, viéndose el cansancio y molestia al ver como ambas actuaban. Soltó un leve gruñido, poniendo la mano en su rostro, cubriéndosela en parte al no dar crédito lo que acababa de escuchar.

Observó por un momento a Andrina, viendo aun su rostro angustiado lleno de lágrimas. Un contraste total al de Mikuro que mostraba molestia y confusión ante lo ocurrido.

Suspiró y relajó su posición para cruzar sus brazos, mirando únicamente a Andrina.

—¿Qué es lo que has visto, Andrina?

—¡¿Vas a creerla?! —gritó Mikuro, perdiendo los nervios.

—Mikuro, tranquila. Recuerda lo que hemos dicho, a lo mejor puede ser algo más de sus capacidades, ¿comprendes? —preguntó Anais, mirándola con paciencia.

Mikuro chasqueó la lengua. Andrina frunció el ceño.

—P-Pero yo soy humana —contestó Andrina.

—Yo también y mira lo que tengo a mi lado —respondió Anais, sonriendo levemente—. ¿Qué es lo que viste, Andrina?

Las dudas se reflejaron en sus ojos. Vio como respiró hondo y con ello abrió la boca para explicar lo poco que había visto antes de que fueran atacadas.

Los pelos se pusieron de punta cuando los presentes (menos Renic, obviamente) escucharon lo había visto. La desolación y el terror en las calles donde diversos seres, llamados Tugnins, eran atacados por esas bestias irreconocibles que se transformaron de un día para otro sin explicación alguna.

Lo que Andrina no entendía era el porqué en esa visión le mostraba únicamente a dos personas que parecían ser familiares. Un hombre de gafas redondas y rojas que vestía con una chaqueta grisácea junto a la pequeña, que parecía ser su hija o sobrina, corriendo y escondiéndose en los edificios abandonados de lo que una vez fue un gran supermercado.

Cuando terminó de explicar lo poco que vio, Mikuro negó con su cabeza sin creerse sus palabras mientras que Anais soltó un largo suspiro, mirando a Andrina con total seriedad.

—No digas que no tiene sentido, Mikuro. Es posible con todo lo que te rodea —habló Anais con calma.

—Sí, pero no comprendo el porqué sus visiones, casualmente, le muestran sobre esos dos —aclaró Mikuro, cruzando sus brazos—. Siento que esto solo será una pérdida de tiempo. Si no miramos lo que nos rodea de una vez, no conseguiremos nada.

—Eso no te lo niego —susurró Anais, mirando de reojo a Andrina para luego suspirar—. ¿Te vez capaz de seguir adelante?

—C-Creo que sí.

—Pues mucho no vais a avanzar como no os identifiquéis de una vez.

La nueva voz tomó por sorpresa a todos. Mikuro reaccionó primera junto con Anais, listas para moverse en caso de ser necesario, pero les tomó por sorpresa como esa voz que escucharon a la derecha, no estaba en ese sitio. Se giraron de inmediato, viendo como la mujer que había hablado, estaba a sus espaldas con un arma en sus manos, aunque no estaba sola.

—No parecen ser de aquí —habló su compañera en un tono más agudo.

—Créeme que no lo son.

Anais las analizó detenidamente. La primera era sobre unos veinte años de edad, sujetando lo que parecía ser una lanza, aunque esta tenía cuchillas en las dos extremidades. Tez blanca, ojos marrones al igual que su cabello corto. Vestía con una camisa blanca, cabía destacar que parecía tener un protector por la zona de su estómago. Poseía unos pantalones marronáceos un tanto viejos.

La segunda en cambio, de unos dieciocho años, tenía el pelo largo y rosado con un rostro más amigable, vistiendo una chaqueta azulada al igual que sus pantalones de tirantes que combinaban con su camisa blanca. Ella tenía unos yoyos rojizos. Unos juguetes que le hicieron fruncir un poco el ceño.

Aun con sus apariencias tan inusuales, mantuvo la calma bajando poco a poco el arco para hablar con educación.

—Sí, no pertenecemos a este planeta, sino otro —aseguró Anais.

—¡Oh! ¡Es como nos dijo Miver! —gritó con emoción la chica de cabellos rosados.

Su compañera la miró de reojo con el ceño fruncido. No le tomó importancia y miró a los presentes.

—¿De dónde sois?

—Renic, Andrina y yo somos de la tierra. Mikuro proviene de otra galaxia —respondió Anais manteniendo aun la calma.

Vio la sorpresa en los ojos de la contraria, pero no bajó la contraria. Apretó sus labios y los miró aun con desconfianza.

—¿A quién servís?

Tal pregunta hizo que Anais y Mikuro se miraran de reojo.

—Veo que aquí también la lio un poco. Capaz hayan sido esas dos diosas —susurró Mikuro.

—¡Hablad alto y responder! ¿¡A quién servís?!

Anais dio un paso hacia atrás al ver como la chica movía su lanza, lista para atacar.

—Tranquila. No venimos a causar problemas, de hecho, veníamos a por ayuda ante los problemas que hay presentes en el exterior. Dioses del exterior forman cada vez más estragos con tal de conquistarlo todo y nosotros venimos a impedirlo a la vez que buscar ayuda —respondió Anais con seriedad.

La chica de cabellos rosados se acercó a su compañera. Le susurró algo que Anais no pudo escuchar.

«Ojalá tener tu oído, hermana».

Al final la chica de la lanza soltó un largo suspiro, guardando el arma y cruzando sus brazos con una mirada aun escéptica.

—Somos Adela y Mitzy. Las protectoras de Tugia —se presentó, mirando a los presentes con una ceja fruncida—. No pensé que este momento llegara. Seres de otro mundo. —Suspiró—. Miver nos dijo que llegaría algo así, pero no... tan pronto.

—¿Miver? —preguntó Mikuro, guardando su espada.

—Es una historia demasiado larga —respondió Adela, mirando a cada uno de los presentes hasta mirar a Andrina—, pero tranquilos. No os haremos daño.

Y esas palabras las dijo más en concreto por como Andrina no paraba de temblar y llorar. Ante esto, la joven solo pudo respirar hondo y afirmar en silencio, aunque daba la sensación de que quería decir algo.

—El asunto es, ¿cómo habéis venido? Que yo sepa, hacen falta naves espaciales, pero no hemos visto ninguna por la zona —preguntó Adela.

—C-Con e-esto.

Andrina enseñó el destello que tenía en sus manos. Tal hecho tomó por sorpresa a ambas jóvenes, mirando el brillo con los ojos bien abiertos.

—¡Ala! ¡Es un destello! —gritó emocionada Mitzy, acercándose con curiosidad—. ¿¡Puedo tocarlo!?

—N-No es recomendable, puede llevarte a otros planetas —respondió Andrina, alejando el destello de Mitzy.

—¡Oh! ¡Entonces es cierto lo que nos dijo Miver! —chilló Mitzy, mirando a Adela.

—Todo lo que nos ha dicho ha sido cierto, Mitzy —respondió Adela, soltando un largo suspiro para luego mirar a todos—. Qué remedio. Me temo que tendremos una larga conversación aquí, así que os pido que nos sigáis si queréis estar a salvo.

Mikuro frunció un poco el ceño.

—Al Subcódigo —respondió Adela, dándoles las espaldas por un momento, suspirando por un momento—. El único que al parecer existe en todo el universo.

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