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Capítulo 26: Admitir el sufrimiento.

La luz blanca que iluminó el almacén parecía haber afectado a todos los presentes, a excepción de Mikuro y Anais, viéndose la confusión en sus ojos hasta encontrarse con Creni con las manos en su espalda.

Anais fue la primera en ponerse a la defensiva, pero Mikuro la detuvo y miró a Creni con detenimiento.

—Sé que pensáis, y tranquilas. Si no habéis sido afectadas por la luz es porque no tenéis ningún remordimiento por vuestras acciones del pasado —habló Creni —, aunque en tu caso, Mikuro, es porque no recuerdas tu pasado, pero no pasa nada porque en eso puedo ayudar un poco.

—¿S-Sabías a qué raza pertenecía? —preguntó Mikuro.

—No del todo, solo sabía que eras de la galaxia Maldita y que eras de Hïel·la. No me pudieron decir más mis compañeros, aunque no te preocupes porque sí pudo decir sobre tí.

—¿Mi actitud?

Creni afirmó sin dudar.

—Mujer de Hielo, y no era por tu poder y armadura, sino también por tu actitud. Distante y solitaria. Recuerdo que era difícil hablar contigo. En cambio ahora eres un poco más abierta por lo que he podido ver en este rato y por cómo proteger a Anais —aseguró Creni.

Mikuro miró de reojo a Anais. Su mano agarraba su brazo para que no hiciera nada. Suspiró y la soltó, relajando su postura.

—¿Qué les has hecho a los demás? —preguntó Mikuro, frunciendo el ceño.

—Que digan la verdad —contestó Creni sin rodeos. Para evitar que toda la locura vaya a peor y deshacernos de molestias como la anomalía de Morgan —explicó Creni con seriedad.

Anais tragó saliva con dificultad, un gesto que Creni vio y solo le hizo reir cen silencio.

—Tranquila, Anais. A tu hermana no le haré nada. Es un caso muy distinto. Como tal, mis intenciones aquí no son malas, aunque entiendo la confusión por como he actuado. Solo digo que es para prevenir conflictos entre nosotros como ocurrió con el anterior grupo.

—¿Te refieres a la familia de los Kae o Agnis?

Creni miró a Mikuro y afirmó con pesar.

—En general todo ese grupo era un desastre, Mikuro, y yo no podía hacer nada siendo un Onegrot que estaba evolucionando. Agnis demostraba ser un líder nato, pero no le gustaba nada las formas de actuar que tenía los Kae. Sus rituales ya no solo generaban anomalías, sino que implicaba ciertas magias peligrosas que se relacionaban a la oscuridad.

» Y como tal, la oscuridad... no ha sido aliada de Cordura. Hasta que llegamos aquí —susurró esto último.

Mikuro se acordaba bien del primer grupo de héroes. Todos y cada uno de ellos poseían una historia y demostraban una habilidad única, pero detrás existía una deficiencia o inmadurez. A pesar de lo malo, Agnis siempre era el que lo veía todo de forma positiva y conversaba con todos para mantener la calma.

—Amiguito, me temo que no soy al único al que conocerás —habló Agnis a Creni. Para ese entonces, Mikuro también estaba ahí, pero en silencio como de costumbre—. Hace poco he encontrado unos seres que provienen de la galaxia E, ¿te lo puedes creer?

Creni, no hablaba apenas, solo movía su cabeza en afirmación o negación. En este caso, solo ladeó la cabeza hacia la derecha.

—¿Galaxia E? Dicen que es el más desastroso —comentó Mikuro.

—Sí, aunque sea imposible de creer, es cierto. Algunos Noilens me han informado sobre ello. Admito que me preocupó y le pedí a mi mujer que protegiera a mi hijo en el tiempo que no estaba —explicó Agnis mientras cruzaba los brazos—. Cuento contigo por si ocurre algo grave, Mikuro.

—¿Están en el mercado? —preguntó Mikuro.

—Sí, en la zona Xurt.

Afirmó sin rodeos y se dirigió a esa zona junto con Agnis. Siempre se encontraban en lo alto de los edificios, observando como si fueran aves atentas a todo. Disfrutaban de la vida del mercado, una donde parecía estar todo en orden, aun sabiendo que no era del todo así.

Se fijaba en Agnis y no podía evitar suspirar de lástima ante su sonrisa al mirar su alrededor. El mercado era una idea que había tenido y con sus habilidades ayudaba siempre a la gran mayoría de los mercaderes. Era muy reconocido, ya no solo por las pulseras que brillaban en colores rojizos o la capa de mismo color que ondeaba cuando el viento soplaba, sino por aquella sonrisa que nadie parecía ser capaz de retirarsela.

Tanto Mikuro como Creni sabían que Agnis se preocupaba demasiado por los suyos. Ni si quiera sabían como conseguía tiempo para estar con su mujer y su hijo, familiares que jamás mencionó por privacidad y protección. Siquiera le dejaba saber a su hijo en que líos estaba metido.

Solo él junto a su grupo, uno del que poco a poco fue creciendo cuando aparecieron Zarik y a Lania en Extra-Sistema. Los presentes les sorprendió el contraste. Una brillaba en colores puros mientras que el otro demostraba una agresividad en la oscuridad que desprendía. Y esto, por desgracia, hacía que el Creni del pasado activara sus alarmas, atacando con sus poderes de telepatía.

—¡Maldito enano! ¡Suéltame! —gritó Zarik.

—¡Creni, calma! —pidió Agnis, sorprendido por su actitud.

En medio de ese inconveniente, Mikuro se quedó en silencio analizando a los dos cazadores hermanos. Sintió una repentina tensión cuando miró a Zarik y se dio cuenta del porqué Creni había actuado así. Aun con ello, era inusual por como Lania estaba a su lado y parecía contenerlo.

—C-Creni, por favor, suéltalo. Sé que mi hermano escogió el camino equivocado, pero p-pienso purificarlo. N-No quiero matarlo.

Palabras que Creni comprendió y soltó a Zarik, aunque no le quitó ojo en ningún momento.

—¿Camino equivocado? —preguntó Agnis..

Las explicaciones fueron dadas y si bien tomó muchas sorpresas al grupo, también dejó intrigada a Mikuro para ese entonces. Se daba cuenta que en donde vivía no era el único lugar tan desastroso. Que en su galaxia había ese odio mezclado con la ambición al igual que en todos los que había a su alrededor.

Pero, ¿dónde estaba la llama pura llena de fuerza que tanto decían? ¿Dónde estaba esa llama que iba arrasarlo todo?

Despertó de sus recuerdos cayendo de rodillas al suelo. Anais se puso a su lado intentando calmarla, pero no servía de mucho cuando no paraba de llorar y temblar, en especial sus labios que buscaban decir algo, pero era imposible. Se le había olvidado una parte de su historia, el propósito por el que había venido.

—Yo había huído, ¿no es así, C-Creni?

El Onegrot solo pudo afirmar en silencio. Mikuro puso las manos en su cabeza y lloró sin poder aguantarlo más.

Susurros del pasado intentaban adentrarse en el muro de hielo que había alrededor, pero no podían ante la fuerza que este tenía. Lo bueno era que ver a Creni, desbloqueaba algunas partes de la vida que había tenido en Extra-Sistema. Conversaciones que tenían solos porque, de aquella, Mikuro consideraba que Creni era el menos molesto y más educado.

Una de esas conversaciones fue en un momento que tomó a Mikuro en una situación de angustia. Creni habría llegado al escondite que solía tener cerca de las murallas que dividían el Mercado de Tron-Axt. Una zona cercana a Xurt, donde el frío era más presente con la Luna al lado.

—¿Qué quieres, Creni? —preguntó Mikuro sin girarse.

«Hablar, nada más», respondió Creni, comunicándose por telepatía.

—Si es sobre Agnis, ya dije que no. La forma en cómo actúa el grupo es ineficiente, estúpida e hipócrita —respondió Mikuro, escuchándose un bufido de sus labios.

«Lo sé, pero es el único que hay y que protege de las anomalías que aparecen», explicó Creni.

—Si lo sabes, ¿por qué estás con ellos? Y no solo por que matan a las anomalías, tiene que haber algo más.

«Porque actúan en el lado de la Cordura, aunque Zarik tenga que ser reeducado», contestó Creni con sinceridad.

Mikuro frunció el ceño.

—¿Cordura? —preguntó Mikuro, girándose un poco—. ¿Y qué con eso?

«¿No conoces los que actúan bajo el mando de Caos y Cordura?», preguntó Creni.

—Y-Yo a-actúo... —Tragó saliva con dificultad y negó—. Actúo bajo mi propio criterio. Yo ya no estoy atada a nadie, ni siquiera a mi familia.

«Nunca me hablaste de tu familia. ¿Por qué no me hablas de ellos? A lo mejor sabría que bando...»

—No quiero saber nada de ellos ni voy a hablar de ellos, Creni. Olvídate —interrumpió Mikuro—. Durante estos años busqué la forma de huir y ahora con veintitrés años que tengo, sé que puedo estar tranquila y olvidar todo lo que pasó ahí. No me importa. No quiero saberlo. Y-Yo vine por un propósito, y nada más.

«¿Y cuál es ese propósito?»

—Una verdad que necesito saber —respondió Mikuro aun sin mirarle—. No te voy a dar más detalles, Creni. Durante todo este tiempo he estado sola y no necesito a alguien que me diga o acompañe en mis misiones personales.

Creni se quedó en silencio para luego soltar una leve risa.

«¿Es sobre ese fuego que tanto dices? ¿Acaso no lo has encontrado?»

Fuego. Era pensarlo y que sintiera una gran debilidad con tan solo pensarlo. Entraba en pánico y chillaba angustiada por miedo a que este deshiciera su armadura interna como externa. Temía por su vida, pero a la vez sentía una gran curiosidad. Sentía ese deseo de saber que tan cierto era lo que le habían dicho aquellos que ya no deseaba recordarlos.

Porque hacerlo era sentir estacas en su interior. Un gran miedo a que se deshiciera el hielo por completo y fuera una niña demasiado sensible.

Se quedó en silencio una vez pudo recordar esa parte. Alzó la cabeza e intentó ponerse de pie con la ayuda de Anais. Tras eso, observó a Creni con detenimiento.

—Las llamas —murmuró Mikuro con cierta dificultad, tomando su tiempo para hablar—. ¿Sabes algo de ello?

—Dependiendo. Hay llamas de todos tiempos en la galaxia y sabes que se asocian a la luz. Lo que tú puedes buscar se puede asociar más a la luz que pueda iluminarte y deshacer el hielo —respondió Creni con la misma posición firme, observándola con detenimiento—. Ojalá pudiera ser yo, Mikuro, pero mi cometido aquí es cumplir lo que me piden. no puedo ayudarte.

—¿C-Cómo que no? —preguntó MIkuro, frunciendo el ceño—. ¿¡T-Tienes la solución?!

Creni afirmó en silencio.

—Los lazos se harán en el debido momento, Mikuro, pero yo no puedo por mi cometido.

Mikuro quiso acercarse a él, pero esta vez fue Anais quien le frenó los pasos. La miró con cierta angustia y le pidió paciencia.

—D-Durante todo este tiempo me di cuenta que Creni no es alguien muy normal. Es un Onegrot, un mago, pero no es uno cualquiera —supuso Anais. Creni afirmó ante sus palabras—. Si él no puede a lo mejor es por algo, Mikuro.

—La ayuda llegará, Mikuro —añadió Creni antes de que dijera algo—. No puedo ser yo quien haga esos lazos. Rojo y azul se unen en un solo color. Y si es cierto, puede incluso traer algo necesario. Yo, no entro ene sa ecuación. Solo soy una ayuda temporal. Una que es necesaria, pero con tus recuerdos no puedo intervenir.

—¿Por qué no? ¡Podrías devolverme la memoria!

—Pero no cumpliría su cometido —respondió Creni con severidad, viendo como Mikuro daba unos pocos pasos hacia atrás—. De igual forma, no será demasiado tiempo el que debe esperar.

—¿C-Cómo que no? —preguntó Mikuro.

—Porque la presencia de esa persona es necesaria para activar de nuevo mi magia. Para solucionar un problema que tengo constancia —respondió y tras eso miró a Anais—. Y sé que la forma más fácil de captar su atención, es atacándola.

—¿¡Có-Cómo?!

Antes de que Anais pudiera hacer algo, Creni movió sus manos para ejecutar una magia. En medio de esos movimientos rápidos y preciosos, Mikuro intentó crear un muro de hielo para protegerla, pero para cuando lo hizo,s e dio cuenta de que Anais no estaba.

Alguien la abrazaba. Cubierta por una máscara oscura, se podía ver a una mujer de dieciocho años con una espada en su mano derecha, apuntando hacia Creni con una clara violencia y odio en sus acciones.

El Onegrot solo pudo sonreír.

—Admirable cuanto menos, Andrea. Tu amor por tu hermana demuestra que quieres protegerla para siempre, pero eso no es la solución a tu brecha más profunda —habló Creni con seriedad.

—¿¡Qué estás diciendo!? —chilló Andrea, dejando ver parte de su rostro.

—Su caja azúl —respondió con una leve sonrisa. Andrea abrió los ojos como nunca—. No eres la única que tiene esos secretos, y por desgracia, no puedo dejar que los tenga. —Tras eso, movió sus manos—. Regla Número Diez.

El brillo blanco las envolvió por completo, desapareciendo de la sala y dejando solos a los dos. Mikuro miró hacia Creni, quien tenía la cabeza agachada y los labios algo apretados.

—Mikuro. —La miró de reojo, viéndose la angustia en sus ojos—. El fuego aún existe, pero la persona que tiene ese poder, en verdad ha renunciado algo que no debió.

—¿¡Q-Qué estás diciendo?! ¿¡Andrea?!

Creni afirmó en silencio.

—Renunció su humanidad y ahora está unida a dos anomalías.

Anais miraba a su alrededor con gran confusión mientras que Andrea no paraba de temblar, como si tuviera ganas horribles de vomitar. Esto captó la atención de la menor, acercándose a ella para intentar calmarla, pero no podía. Se sentaron juntas en el suelo y vio como Andrea empezaba a llorar sin motivo alguno.

—¿Q-Qué te está pasando, Andrea? —preguntó Anais sin saber bien que hacer.

Andrea no pudo decir nada hasta que la miró. Puso las manos en su boca, su respiración se volvió más irregular y al final tosió con fuerza. Ante esto, Anais la abrazó con todas sus fuerzas.

No comprendía que era lo que había hecho Creni, pero buscaba la forma de solucionarlo. Pensaba que a lo mejor con Hertian a su lado podría hacer algo, pero nada resultaba. Desesperada, trató de gritar por ayuda, pero sus palabras se cortaron cuando Andrea agarró sus manos.

—Ya se q-qué me pasa —tartamudeó Andrea aun con lágrimas en sus ojos—, y necesito que me escuches para que todo esto termine.

Anais no supo que decir, pero confió en sus palabras y se sentó enfrente suya. Sintió las manos de su hermana y con ello una larga explicación que le dejó sin reacción.

Pasaron segundos, posiblemente unos dos minutos y al final sonrió apenada.

—Me viste.

Andrea afirmó, temblando sin parar mientras apretaba sus labios, viéndose como las lágrimas caían sin descanso. Anais, con cuidado, se las secó, mirándola con una sonrisa dulce y abrazándola con cariño y cuidado.

—Y huiste. —Andrea afirmó de nuevo ante sus palabras y soltó un quejido de dolor—. Tranquila, hermana.

—¡N-No puedo! —chiló con cierta dificultad—. ¡Mierda! ¡no puedo parar de llorar y no quería! ¡Iba a decirtelo, pero no ahora! ¡No...!

—No estoy molesta.

—¡Pues deberías! ¡Podrías haber muerto! ¡Podrías...! ¡Ellos...!

—Hertian me salvó ese día.

Andrea se quedó inmóvil. Anais intentó verla, pero le angustiaba tanto ver como por un momento sus ojos carecían de luz. Como mejor pudo, intentó despertarla llamandola por su nombre hasta que al final reaccionó.

—Soy una cobarde. Una inútil.

—Andrea...

—Yo no merezco ser tu herm-

—Tranquilízate —pidió Anais, abrazando con más fuerza a su hermana mientras cerraba sus ojos—. Está bien Andrea, en tu situación muchos podrían haber hecho lo mismo o a lo mejor ni siquiera habrían reaccionado. Deja de atormentarte, te perdono.

—¿Por qué? —Su voz quebró al final de la pregunta.

—Porque no podías hacer nada, eran varios contra mí, si llegas a ir habrías acabado en el hospital o peor. —Suspiró y acarició la espalda de su hermana con una sonrisa dulce—. Ahora entiendo porque decidiste hacer ese cambio. Te atormentaste de algo que no era tu culpa. No me imagino que habría pasado si hubieras intervenido, podrías haber muerto y eso me habría hecho sentir horrible porque sería una irresponsable.

Andrea tomó una bocanada de aire.

—¿T-Tú culpa? ¡No! ¡Es mía! —Sus gritos eran más agudos de lo normal—. ¡Debí ayudarte! ¡Sé que no tenía fuerza, pero al menos salvarte y huir de alguna forma!

—Andrea, cada una hizo lo mejor que pudo y no te voy a culpar por ello. —Ante sus palabras, Andrea no paró de temblar y chillar desde sus adentros, llorando sin control alguno. Aun con ello, Anais se mantuvo firme—. No te odio, no te desprecio. Te quiero mucho como hermana y siempre te querré a pesar de las locuras que hagas.

Se quedó en silencio dejando que su hermana soltara todo el dolor acumulado. Dejó que chillara y llorara, que la abrazara y escuchar sus susurros que repetían lo mismo. Una disculpa que demostraba ese odio que se tenía por haberla fallado. Le costaba captar esas disculpas, y Anais lo entendía, pero aun así le repetía lo mismo.

Hasta que al final decidió decir algo más distinto.

—Solo te pido una cosa, Andrea —murmuró con calma—. Dime la verdad. Dime todo, aunque te duela. Después de todo, somos hermanas, ¿no?

Andrea, apoyando su cabeza en el hombro de su hermana, afirmó con cierta dificultad.

—Lo haré —prometió con voz temblorosa—. Estaré siempre de tu lado y te diré la verdad. Lo haré si con eso puedo remediar mi fallo. Si con ello puedo demostrar que no soy la de antes.

Anais solo pudo sonreír, viendo como la sala blanca iba desapareciendo hasta encontrarse en medio del almacén en el que no solo estaban Mikuro y Creni, sino que todos los demás. Ahora entendía que era esa magia. Una liberación de sentimientos. una liberación de secretos con la consecuencia de que los sentimientos más puros eran mostrados.

Tristeza, dolor, arrepentimiento, culpa y miedo.

Creni miraba a todos sintiendo un gran alivio porque al menos la verdad fue dicha, pero no iba a ser tan fácil de procesarla para algunos.

—Te voy a matar, Creni —murmuró Zarik, viéndose como tenía gran parte de su rostro oculto por su capucha y con manos temblorosas—. No nos tendrías que habernos obligado a decir la verdad de esa manera.

—Era eso o que la locura hiciera su trabajo, haciendo el doble de daño —explicó Creni con firmeza—. Es mejor una verdad dolorosa que una mentira piadosa.

Dicho esto, miró hacia todos los presentes. Creni soltó un suspiro largo al darse cuenta que todos los presentes, a excepción de Florian, habían dicho sus verdades y necesitaban descansar un rato para poder procesarlo. Sabía que las miradas de odio estaban presentes hacia él, pero era mejor así porque confiaba que con los vínculos unidos, serían más fuertes que el anterior grupo.

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