treinta y uno
CAPÍTULO 31: Promesa cumplida.
El tiempo, tan vulnerable y poco apreciable, había sido el mayor enemigo para las personas que no contaban con la suficiente capacidad de apreciar cada segundo, minuto, o hora que le regalaba aquel majestuoso tiempo; logrando de que alguna manera las personas se vean implicadas en el peor de las condenas, ver a una persona que tanto quería morir o, en la mayoría de casos, uno mismo sentir las enredaderas de la muerte afianzarse a su piel con una agilidad impresionante, ahogando a la persona y atrayéndola a su fin; la muerte.
Gina sabía que apreciaba el tiempo, convirtiéndolo en un aliado para ella, pero también un enemigo; porque sabía que al estar al lado del tiempo también era el estar al lado de la muerte y lo sabía muy bien. No sabía si habían pasado horas, días o meses, pero corría con desesperación a un enorme edificio que se encontraba en problemas; Ghouls y la CCG estaban ahí y oraba que una persona en específico estuviese bien.
Su capa se mecía en el aire dándole un toque mágico a aquel momento, inculcándola a que escriba en una libreta imaginaria ese preciso instante antes de que la muerte la tomase de la mano y la lleve a los rincones más profundos de su próximo hogar. Se podía ver sin dignidad al correr desesperada hacia Haise, pero era lo único que realmente le daba sentido a su patética vida y anhelaba verlo por una última vez antes de sucumbir a los deseos de su fiel acompañante, la muerte.
Saltó y se sostuvo de una viga mirando con curiosidad la pelea que estaba ocurriendo en aquel recinto, Haise luchaba con un hombre que tenía sus labios cocidos y suspiró adentrándose al sitio, llamando la atención de los presentes que rápidamente clavaron sus miradas en ella.
Su máscara plateada brillaba ante la penumbra y su capa, de la misma tonalidad del objeto que cubría su boca, también. Caminó tranquilamente hacia los individuos, dos enormes alas salieron de espalda y dos largas enredaderas plateadas de la parte baja, las cuales se deslizaron por el suelo como una serpiente buscando a una presa.
—Eres tú —escuchó la voz de la hija de su Oto-san y la miró de reojo—. La Ghoul Plateada, la hija adoptiva de mi padre y un experimento.
Solo la ignoró y saltó hacia el muchacho que había atacado al ahora pelinegro, agarró con sus enredaderas su cintura y lo lanzó hacia donde se encontraba la peli-verde. Chistó su lengua y le tendió una mano a Haise, esperando que éste la aceptara y puedan irse ambos de aquel lugar. Sin embargo, él estaba, a su parecer, en un estado de limbo. Abrió sus ojos sorprendida al sentir como algo atravesaba su abdomen y solo pudo ver como la persona que tanto amaba la veía con frialdad.
«A pesar de que me has lastimado tantas veces, aún te sigo amando.» Pensó con una ligera sonrisa que era ocultada por la máscara y fue lanzada a una pared con fuerza, cerró sus ojos sintiendo aquel sabor a metal humedecer sus labios. «Suena patético y hasta sin dignidad.»
Sus oídos pitaban y no era capaz de identificar lo que decían, podía ver como el pelinegro atacaba al chico que tenía sus ojos y labios cocidos para después clavar aquel tentáculo en el abdomen del peli-azul. «Con que ese es tu ataque favorito.» Dijo con cierta gracia la de ocelos violáceos.
Pronto ambos ghoul desaparecieron de su vista y, de manera tambaleante, se enderezó pero su cuerpo se vio levemente inclinado hacia atrás para posteriormente aterrizar en el suelo. Estaba demasiado débil, y seguramente las líneas de su cuello ya se hayan extendido la mayor parte de su cuerpo. Era su fin, quería creer. Cerró sus ojos por unos momentos, y escuchó un fuerte quejido venir de su lado, abrió uno de sus ojos y se encontró al pelinegro clavar su kagune en la mitad del pecho de Tsukiyama y lo elevaba en el aire.
—Me adelantaré y cuidaré de él —oyó decir el pelinegro—. Y de ella.
—Bien, me encargaré del otro.
Lo vio caminar con el de ocelos azules hacia el filo del edificio y suspiró por lo bajo intentando pararse, aunque fue en vano. Bajó la mirada al escuchar el grito de aquel muchacho y para posteriormente lanzarse para tener el mismo final que el peli-azul, el cual ahora le tocaba a ella. Sintió los pasos del de ocelos grises y alzó su mirada violácea, clavándola en la grisácea de él. Un fino hilo de color escarlata bajó por sus labios al sentir, nuevamente, como algo atravesaba su cuerpo y lo alzaba en el aire.
Lo miró con cansancio pero con una ligera sonrisa que logró que él se ponga algo nervioso pero no lo demostró.
—Hace no mucho me enteré que la persona que quise más que nadie seguía vivo —dijo la muchacha mientras un brillo aparecía en sus ojos violetas, percibiendo las acaricias que le proporcionaba el viento ligero que había aquella noche—. Es demasiado patético que no haya podido ni siquiera decirle un: gracias o un te amo.
—Con esto no lograrás que no acabe con tu vida.
—Tal vez no lo recuerdes, Haise —habló la de hebras plateadas sacándose su máscara y entregándosela al hombre, quien la tomó con desconfianza—. Pero una vez le prometí a Kaneki que lo protegería de todo, hasta de mí. Y ahora te digo esto a ti, Haise: cumplí mi promesa.
Kaneki la miró con su ceño fruncido y varios recuerdos llegaron de golpe a su mente, logrando que su ceño se desvaneciera y viera con temor lo que estaba haciendo.
—Me llamo Tukusama Gina —le sonrió la mujer dejando que una lágrima rodara por su mejilla—. Y muchas gracias por dejarme amarte.
La soltó inconscientemente y ella cayó de aquel enorme edificio con la sonrisa típica que le daba a aquel chico de hebras negras y ojos grises, a aquel chico de cabello blanco y ojos grises y a aquel hombre de hebras blancas y negras que tenía unos dulces ojos grises. Todas sus facetas la enamoró como una niña pequeña conociendo el amor, la enamoró tanto que no resistió desear seguirle en las buenas y en las malas y mucho menos dejó de amarlo a pesar de que él iba a ser la causante de su muerte.
«Lo siento por no dejar que tu me mates, Juuzou.» Pensó viendo la oscura noche y las estrellas resplandecer.
«Te amo, Kaneki.» Pensó nuevamente notando como sus cortas hebras plateadas bailaban al son del viento.
Y su cuerpo se estrelló contra el suelo en un sonido seco, al mismo tiempo que de sus mejillas salían lágrimas por una última vez. Con una sonrisa en su rostro, cerró sus ojos dejándose llevar por el abrazo cálido que le estaba proporcionando la muerte, su tan querida amiga desde hace más de dos años.
Se acerca el final.
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