La violencia tomó un segundo papel cuando el silencio se apoderó de las tierras teñidas al rojo vivo. Elfos muertos y orcos degollados sobresalían hasta en montañas.

Aquel ser que se hizo pasar por elfo, y por un buen amigo, había cuando mucho, cumplido algo al matar a su enemigo; Celebrimbor. Debería sentir orgullo y felicidad, pero ¿Qué era aquello que volvió pesado a su corazón?

El Maia levantó su mirada y se encontró con la cruda escena del elfo muerto y empalado, con el que antaño compartía dichas. No debía permitirse sensibilidades, apretó su mandíbula y con un par de lágrimas resbalando por sus mejillas, dijo:

—¡Avanzad! —ordenó a sus huestes. Levantó el brazo y los orcos respondieron con sonidos horrendos y guturales—. Que los de su especie lo vean muerto y atravesado por la lanza de la realidad. ¡Hagamos de esos bastardos nuestros esclavos!

El anillo resplandeció en su dedo. Los orcos avanzaron y Sauron se arrepintió de no haberse dado cuenta antes del valor que tenía su amistad con Celebrimbor.