One-shot: El mayor vicio
Lo había conocido cuando apenas era un niño pequeño, flacucho y adorable. En esos días donde lo obligaban a vestir con atuendos ridículos y dar sonrisas falsas a todo el mundo, él lo hacía reír de verdad. Colarse en la mansión Wayne o encontrarse desde la reja, todo con tal de verlo y entretenerlo con sus excéntricos trucos de payaso. Y Bruce reía a carcajadas cuando estaban juntos, porque aquel hombre de brillantes ojos cansados era la razón de su sincera felicidad. Por eso disfrutaba de su compañía.
El fracasado hombre también disfrutaba visitarlo. ¡Se había frustrado tanto el día que lo echaron del hospital infantil por esa estúpida pistola...! Amaba mucho a los niños, verlos felices, ser el responsable de dibujar una enorme sonrisa en sus caras.
En el pequeño Bruce vio la oportunidad de volver a hacer lo que tanto le apasionaba.
Antes de que se volviera rutina y uno de sus escasos propósitos de vida, lo intentó fallidamente con él. Los primeros días, al ver que no conseguía más gesto que una mirada dudosa, creyó que el niño era serio por naturaleza y que jamás lograría hacerlo sonreír, pero después se dio cuenta de que esa neutral expresión se debía a la vida tan asfixiante y pesada que llevaba con su poca edad. Bruce Wayne no era serio, sino infeliz.
Sin embargo, conforme pasaron los días, esa expresión fue transformándose positivamente. El niño que antes no hacía ningún gesto ni demostraba ninguna emoción comenzaba a sonreír cuando lo veía llegar. Parecía auténticamente feliz. Con esas adorables mejillas y aquella expresión angelical lo recibía, y cada vez que él se marchaba con la promesa de que se verían después el pequeño sonreía de nuevo.
Arthur no podía creer que ese mismo pedacito de cielo ahora lo estaba estrangulando brutalmente con la intención de hacerle daño.
La resistente máscara de titanio había caído al suelo tan solo con una de sus armas de fuego de alto calibre. En medio de su lucha la apuntó directo a la cara del héroe y logró destruir la mitad del material, permitiéndose así ver una parte del rostro del defensor de ciudad gótica. Después no hizo falta mucho trabajo para reconocerlo: el intenso azul de esos ojos era imposible de olvidar.
Pero ahora estos no lo miraban con admiración o asombro, mucho menos con cariño. Había una profunda rabia impregnada en ese par de zafiros, como si el rencor que sentía por él ahora importara más que el amor que compartieron en el pasado.
—Bruce... —murmuró con dificultad, pues el guante del murciélago aún se cernía fuertemente sobre su cuello—. Creí que nunca volveríamos a vernos.
La expresión de Batman no cambió. Por supuesto, no lo recordaba porque no sabía que era él. Sabía que tenía al Joker en frente, mas no a Arthur Fleck.
Y mientras el contrario no emitía ninguna señal de haber sido afectado por esas palabras, para él muchas cosas empezaban a cobrar sentido. Finalmente podía imaginar la razón por la que Batman había enloquecido, como él, y ahora se dedicaba a saltar sobre los tejados por las noches debido a un propósito tanto ilegal como personal, al igual que él. Resultaba que no eran tan diferentes después de todo. Ambos habían perdido algo en su vida, y en consecuencia la cordura.
Batman era el que no se atrevía a aceptarlo. Prefería jugar al justiciero y jactarse de su supuesta moralidad que reconocer su falta de profesionalismo como héroe.
—Te llevaré a Arkham ahora mismo, criminal.
Y ahí estaba la amenaza vacía, la evasión. ¿Que acaso el murciélago no se daba cuenta de que Arkham era como un hotel que visitaba de vez en cuando? Nunca se quedaba lo suficiente para pagar.
—¿Criminal? —bufó con una ligera risa—. Puede que lo sea, pero ¿no te parece una forma muy despectiva de llamar a un viejo amig-...?
—Tú y yo jamás hemos sido amigos.
Joker sonrió. Empezaba a causarle ternura toda la situación, más que nada por la ingenuidad del hombre que pensaba que nunca había existido nada entre ellos. Oh, si tan sólo lo recordara sabría que su relación era muchísimo más compleja de lo que parecía incluso antes de que conociera su identidad...
—¿Estás seguro de eso, Batsy? —Soltó una sonora carcajada cerca de su oído, luego bajó la voz a una susurrante—. ¿Por qué no me miras a los ojos y lo compruebas?
El héroe de gótica se dio la vuelta y lo miró, pero no para comprobar la estupidez que el villano pretendía. Lo amenazó con hacer que su alta resistencia al dolor desapareciera con una paliza si seguía jodiendo, básicamente. Esa no era su mejor noche y lo último que necesitaba era al payaso parloteando cosas metafóricas para discutir sobre su relación.
La cual, por supuesto, no tenían. No.
Uno de los pasatiempos favoritos de Joker era intentar convencerlo de que tenían algo más allá de una enemistad o rivalidad, pero no era cierto. Era imposible, estúpido y Batman no quería tenerlo. Si los lazos con la gente normal le parecían innecesarios y peligrosos, ¿qué podía esperar de uno con un villano?
Aunque bien sabía que había algo, que no estaba del todo vacío como le decía al demente de piel blanca, se negaba a darle verdadero seguimiento a esas preguntas que en algunas noches de insomnio se formulaban en su cabeza. No tenía por qué pensar en ello, mucho menos expresarle sus pensamientos a él.
Pero Joker no paraba de insistir. Tanto así que en ese momento estaba balbuceando cosas extrañas sobre “los mejores años que pasaron juntos”. Batman ya estaba cabreado.
—Te advertí que te callaras. Lo de antes no fue una amenaza, sino una advertencia.
—Lo sé, créeme que lo sé, cariño. Eres hombre de palabra. ¿Qué te hace pensar que yo no? Hace dieciséis años te dije que te volvería encontrar y aquí estoy. ¡Sí que cumplí! —Sonrió tiernamente, alzando los brazos.
—¿De qué diablos estás hablando?
Sin saber por qué, Batman esperaba una respuesta coherente. Por algún motivo, cada vez que se dignaba a responder sus acertijos y seguirle el juego, tenía la esperanza de obtener una respuesta lógica. No acababa de entender que con el Joker nada nunca era lógico. Todo eran juegos, manipulaciones y redundancias, pero lo siguiente que este le iba a decir sobrepasaba la línea de lo absurdo.
—De lo mucho que te extrañé.
Batman alzó el puño y lo apuntó directo a su pálido rostro, mostrando una impaciencia increíble. Y si bien era cierto que a Joker le fascinaba hacerlo enloquecer, ese no era el momento. Su prioridad era demostrar su punto.
—Antes de que me muelas a golpes y me encarceles en ese inmundo lugar, ¿puedo hacerte una pregunta?
—¿Qué?
—¿Cómo has conseguido escapar de tus padres esta vez, pequeño Bruce?
Y sólo entonces el agarre en su cuello se aflojó. Pudo sentir el titubeo en los dedos ajenos, y lo había predecido: aquella frase era con la que Fleck saludaba al pequeño Wayne cada día que iba a visitarlo.
—¿Arthur...? —formuló, suavizando un poco su filosa mirada, mas no tardó mucho en retomar la compostura—. No, eso es imposible. Él está muerto.
Oh, así que eso te dijeron.
Arthur no olvidaba el día en que el entrometido mayordomo de los Wayne lo envió a la cárcel por allanamiento de morada, acoso infantil y demás ridículos cargos. Desde entonces había perdido todo contacto con su niño amigo, aunque eso no significaba que lo hubiera olvidado. Al parecer este tampoco, sólo que a él le habían inventado una falsa historia de muerte. Probablemente habrían usado su edad como argumento.
—Imposible sería que tuvieras un cadáver que habla frente a ti.
Y de pronto el hombre enmascarado había comenzado a reconocer esa peculiar forma de hablar, de jugar con las palabras... También su rostro.
Ese par de ojos, las marcas y su forma de sonreír comprobaban la veracidad de aquel hecho que Batman no quería aceptar. Era un poco complicado darse cuenta por el maquillaje y lo blanco de su piel, pero ahora que lo pensaba y miraba con más atención, Arthur y el Joker tenían demasiadas similitudes. Si era real lo que le decía, no había cambiado mucho a pesar de los años, o al menos físicamente.
Su actitud era una paradoja con la anterior, su estado mental también. No había manera de que un hombre hubiese cambiado tanto.
—Cállate. Tú no eres él.
—Sé que me he arrugado un poco. La edad aumenta, ¿sabes? —Sonrió un poco antes de proseguir—. Es posible que haya cambiado con el tiempo, pero no he dejado de ser tu payaso.
—He dicho que te calles, Joker.
Con el complicado corazón de Batman llenándolo de sentimientos contradictorios y una fuerte negación, lo único que atinó a hacer fue apretar más el cuello ajeno. Estaba estrangulándolo sin ningún tipo de culpa. Su caos mental era más fuerte que su consciencia en ese momento.
Su mandíbula temblaba. Evitaba mirarlo a los ojos mientras buscaba una forma de no tener esa conversación.
—¿No te das cuenta, Batsy? —Joker siguió hablando con su voz alzada en señal de demencia—. Siempre he estado contigo. Lo estuve como tu mejor amigo y ahora... como tu mayor enemigo. ¡Vamos, no puedo ser el único que vea el romanticismo literario de la situación!
—Cierra la maldita boca.
—¿No me reconoces? Soy el payaso de antes y el villano de ahora, ambos al mismo tiempo. ¡Soy Arthur y el Joker, todo sólo para ti!
—¡Que te calles!
Lo azotó fuertemente contra la pared de concreto en un ataque de furia. Necesitaba pensar y aclararse, porque las palabras acababa de escuchar no podían ser verdad.
Arthur Fleck fue un hombre dulce y alegre, aquel que marcó su infancia con su sonrisa y el que lo llevó a llorar una muerte de la cual ni siquiera había sido testigo, quien lo entretetuvo tantas veces con algo que auténticamente disfrutaba y le dio discursos bizarros sobre la vida y la felicidad. Él no podía ser la misma persona que el causante de tanto crimen en la ciudad, de muertes y desgracias, quien lo seguía obligando diariamente a usar ese traje y saltar por los tejados durante la noche para perseguirlo.
Era mucho que procesar. Su mente y su corazón estaban teniendo una batalla letal.
—Te volviste muy agresivo, cariño —comentó el hombre mientras se levantaba del suelo y se limpiaba la sangre que brotaba de su nariz—. A mamá no le habría gustado eso.
El coraje y el resentimiento recorrieron cada célula de Batman en menos de un segundo. Se dio la vuelta y, con los ojos echando fuego, tomó al Joker por sus verdes cabellos y lo acercó a él, casi como si creyera que este podría sentir su creciente ira cuanto más intensamente lo mirara.
—¿Te atreves a venir a confundirme con tus parloteos, mentirme a la cara y luego hablar de mi difunta madre? Eres un cínico.
—Pensé que eso te encantaba de mí, Bruce.
El Joker lo estaba probando. Era tan típico de él... pero no de Arthur. ¿Cómo podía creer en sus palabras cuando la persona que tenía enfrente y la que decía haber sido eran tan distintas en tantos sentidos? Desde hacía un rato las similitudes habían comenzado a hacerse obvias, sólo que su cabeza aún no podía entenderlo. No quería.
Lo soltó bruscamente y caminó por la azotea en círculos y de un lado a otro, martirizándose con cada nuevo pensamiento que llegaba. Sus botas sufrían el arrastre de aquellos pasos que desbordaban harto coraje. El ahora Joker sólo lo observaba desde la orilla del edificio.
Cada persona elige crear su propio infierno o su propio cielo... y Batman estaba optando ciegamente por el infierno.
◈
Después de unos minutos de sepulcral silencio el héroe parecía haberse calmado finalmente. Seguía jadeando y quizá hasta sudando, pero al menos había dejado de dar vueltas como un lunático desesperado. Sin decir una sola palabra miró al hombre frente a él, porque ahora era eso: un hombre. No era el Joker, no era el villano que destruía su ciudad y su estabilidad mental; era un hombre como cualquier otro, pero corrompido y enfermo.
Batman probablemente nunca podría saber con certeza qué había sucedido en la vida de Arthur para que acabase siendo el príncipe payaso del crimen. No podría entender en qué momento sus caminos se habían separado tan drásticamente, mucho menos retroceder en el tiempo y cambiar las cosas. Probablemente nunca podría entrar más de lo debido en ese corazón criminal, en esa retorcida mente, pero al menos tenía la oportunidad de crear una nueva perspectiva sobre él. Quizá podría aprender a verlo con otros ojos, a sentenciarlo menos. Podría entenderlo como la persona que era fuera de su villanía.
Siempre defendió la idea de que el Joker era humano ante el comisionado Gordon, Superman y otros más. Ahora lo confirmaba. Él había conocido ese lado humano.
Dio unos pasos para dirigirse hacia él y, contra todo pronóstico, lo abrazó. Lo estrechó entre sus brazos y después se escondió en los ajenos, envuelto en las caricias del sufrimiento y la nostalgia, perdiéndose sin remedio en los recuerdos de los días felices. Nuevamente había caído rendido ante Arthur Fleck.
Joker quedó estático, esperando un gesto así de cualquier otra persona menos de él. Después se encogió de hombros para recalcar un poco la ironía de la situación, correspondió y pasó sus brazos alrededor del fornido cuerpo del murciélago, sintiendo la misma calidez en el pecho que hace muchísimos años no sentía ante el contacto con otro ser viviente. Quiso aferrarse a esa reconfortante sensación de felicidad.
—¿Sorprendido, cariño? —preguntó con ese tono de voz juguetón que lo caracterizaba.
Batman dejó de esconder su rostro en el pecho del payaso. Alzó la vista y lo miró con una vulnerabilidad que era difícil de imaginar en él, subió su mano hasta esa pálida mejilla y la acarició levemente.
—¿Qué...? ¿Qué te sucedió, Arthur? —inquirió con una confusión tan digna de un niño pequeño. Realmente ansiaba saberlo.
—El mundo, Bruce. El mundo mató a Arthur.
—¿Y Joker...?
—Ese lo creaste tú, cariño. —Sonrió y acarició su cabeza—. Siéntete como un papá orgulloso.
La palabra despertó algo en la mente de Bruce. Muchas veces había pensado en Arthur como un segundo papá, recordaba, o quizá alguna especie de familiar. Había llegado a quererlo y sentirlo de una forma muy cercana. Se había acostumbrado a él.
Claro que inicialmente no había entendido las intenciones del extraño hombre que se plantaba en su puerta y lo buscaba con tanto esmero sólo para contarle bobos chistes y mostrarle raros trucos. Incluso había desconfiado de sus intenciones, pensando que probablemente quería hacerle daño a él o a sus padres, pero con el tiempo entendió que sólo buscaba hacerlo reír. Nada más que eso.
Y cuando lo logró, la sonrisa que nació fue más de auténtica alegría que de orgullo.
Batman empezaba a recordar cómo el hombre de ojos cansados y ojerosos siempre estaba feliz para él. Cómo, a pesar de los problemas que seguramente tenía por el simple hecho de ser adulto, nunca faltaba a sus encuentros y menos sin algo nuevo y fascinante que mostrarle.
¿En qué momento habían perdido eso?
Aunque, a decir verdad, podía decirse que había perseverado de otra forma. El Joker siempre tenía algún nuevo acto repleto de locura que mostrarle al mundo y a él —especialmente a él; no era un secreto que luchaba desesperadamente por su atención—, siempre se comportaba excéntrico e impredecible, y Batman siempre iba detrás suyo, anhelando sentir esa adrenalina en el fondo del pecho, allí donde nadie podía darse cuenta de que el payaso era más que su detestable enemigo.
Le importaba, aunque no fuera a reconocerlo jamás en voz alta. Retorcidamente, admiraba su actitud y esa facilidad con la que lograba romper la monotonía de sus días como un famoso millonario de gótica. Los motivos por los que lo ponía antes que al resto de villanos, el porqué en varias ocasiones le había salvado la vida y esa inusual costumbre de salir a patrullar con la ligera esperanza de tener un enfrentamiento con él... Eran temas difíciles de explicar. Y sin importar qué sucediera, quién muriera o cuánta destrucción hubiera en la ciudad, seguían unidos. Irremediablemente inseparables, el mejor dúo de gótica, la pareja incondicional que era conocida por héroes y villanos.
Esas eran realidades que Batman no admitía, pero que igualmente había aceptado como su estilo de vida. Sencillamente Joker era parte de ella. El caballero de la noche estaba tan acostumbrado a eso que había comenzado a quererlo de una forma... complicada.
Y eso se complicó aún más en el instante en que descubrió que su cariño, en realidad, llevaba varios años permaneciendo allí. Darse cuenta de que una de las personas que más quiso en su infancia era la misma que la que ahora, en el auge de su adultez, le causaba un caos en el corazón había sido un golpe duro.
Él no sabía soportar los golpes duros.
—¿Nunca enfermaste de cáncer? —preguntó, todavía acurrucado entre sus brazos. A ese punto habían quedado sentados en el suelo, el mayor con su mentón sobre él.
—No, a menos que la locura sea un tipo de cáncer.
Ambos sonrieron en medio del silencio de la fría noche. Después Joker se rio fuerte a carcajadas, sin razón aparente, mostrando sus labios carmín que, aunque eran de una tonalidad inusual, en él se veían casi pintados. Aun con sus dientes imperfectos y esas incontables arrugas alrededor de la boca se veía jovial y lleno de vida. Hasta ese momento Batman no había notado lo adictivo que resultaba escuchar su maniática risa.
Alzó la mirada, curioso, porque el payaso seguía riendo descontroladamente como si nada en el mundo fuera malo.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó.
Tras unos segundos más de carcajadas y fallidos intentos de hablar por parte del Joker, este señaló su ojo izquierdo, aquel que ya no llevaba ningún pedazo de máscara cubriéndolo. Bruce llevó su mano hasta allí para comprobar si tenía algo, pero no era así. Miró al payaso —esta vez sin ceños fruncidos de por medio— buscando una explicación, a lo que este se cubrió la boca para reír más discretamente.
—Pareces un panda.
Inmediatamente el hombre comprendió que se refería a su maquillaje, por lo que, notando la gracia, rio un poco también. Agarró la otra mitad de su máscara y la aventó al suelo, dejando que se perdiera entre la basura que había en la azotea del edificio. No había necesidad de usarla más. Al menos, no con Joker. No esa noche.
Miró al villano frente a él con una fascinación con la que nunca antes lo había mirado, causando un revuelo en ese corazón lleno de bombas y pintura de grafiti. Sus ojos azul zafiro encontraron a esos otros que poseían, quizá sin darse cuenta de lo que provocaban en otros con una mirada, un brillante verde tóxico.
Tan tóxico como él mismo. Tan tóxico como lo que estaba sintiendo y que esperaba que el Joker no notara en su forma de mirarlo.
Pero pareció no darse cuenta, porque acarició su mejilla con dulzura y desvió la mirada, como temiendo expresar algo que no debía si continuaba mirando también. Entonces el par volvió a quedar en silencio, sólo un poco... porque con Joker no existía el silencio.
—¿No irás a aventarme al manicomio, Bruce?
La pregunta salió en un tono serio. A pesar del momento, el payaso quería saber si Wayne seguía viéndolo con tan malos ojos. Perfectamente podría escapar si lo volvieran a internar en Arkham, pero sentía una profunda curiosidad por la respuesta del héroe.
Batman suspiró hondo mientras decidía que esa noche no iba a llevarlo. No porque no pudiera ni porque desde entonces no fuera a hacerlo. Sabía que ellos estaban destinados a perseguirse mutuamente y luchar, a hacerse sangrar y a causarse problemas, todo eso sin importar lo que antes existió.
Citando la metáfora favorita del Joker, podía afirmar que danzarían eternamente.
Pero esa noche, la noche en que habían descubierto sus identidades, no quería llevarlo. No sabía qué pasaría después o qué haría Arthur con el conocimiento de que él era Bruce Wayne. Tampoco sabía qué cambiaría que él conociera la persona detrás del maquillaje, que la quisiera. En ese momento no quería pensarlo.
Como el hombre reacio a los sentimientos que era, prefería volver a aplazar sus dilemas internos. Ya había perdido la cuenta de hace cuántas noches conocía la respuesta muy en el fondo de su mente y de su corazón. Con aquel descubrimiento había confirmado cualquier duda, pero necesitaba tiempo para aceptarlo realmente. Para aceptarse como el héroe imperfecto que, contra reglas y estándares, se había enamorado de un villano.
—Quizás la próxima noche, Arthur.
Porque todos tenemos un vicio que nos hace recaer una y otra vez, tropezar con la misma piedra. Y así, junto con la soledad y una copa de vino en la cama antes de dormir, Joker era un vicio que Batman no podía evitar. Ni quería.
La diferencia de edad tan descomunal no existe en este OS, change my mind.
A ver, no es necesario seguir estrictamente sus edades de la película, porque allí Bruce tiene como once y Arthur casi cincuenta, entonces esto no quedaría. Aquí se llevan unos años, pero no los suficientes como para considerarlo asqueroso o enfermo, ¿vale? Respecto a la máscara, leí que era resistente a armas de fuego de bajo calibre, así que ¿por qué no destruirla con una más potente que eso? Lo de los ojos es porque a Batman se le ven blancos a veces, entonces se me ocurrió.🕴🏻
Y bueno, eso es todo. Aunque es mi primer escrito de esta pareja, intenté hacer honor al trasfondo que tiene. Espero haberlo logrado. ❤️
✨ BATMAN PANDA ✨
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