Capítulo XX
La noche de las dos lunas.
"Se percibe la llama abrasadora que envuelve los cuerpos y purifica las almas... Pronto la noche iluminada por el fuego incinerara en su seno a los traidores del reino."
Los días sucumbieron a las arenas del tiempo trayéndole consigo un sentimiento de agobio sobre los pobladores de Scarleth, quienes permanecían expectantes ante la fecha. Un día lúgubre se cierne sobre sus cabezas y el ambiente pesado inunda cada esquina gritando:
"Muerte."
Incluso en una pequeña y vieja cabaña alejada de la multitud el ambiente pesado se mezclaba con el aroma de los tulipanes. Dentro de aquel espacio tres figuras permanecian sentadas cada una con una humeante taza de té mientras una cuarta se asomaba por la ventana en silencio expectante ante lo que se avecinaba. Aquel mundo resutaba desconcertante para ella desde la enorme y tenebrosa arboleda hasta el reino amurallado y asfixiante, estaba ansiosa por salir de aquel sitio y volver junto a Selene porque desde su creación jamás se había apartado de su madre.
Atheleia una de las estrellas mayores observó sus manos de aquel tono pálido, sin duda se sorprendió al ver por primera vez su rostro con forma humana, fue impactante y no se comparaba para nada a su aspecto como un astro radiante, en definitiva los humanos no eran de buen de ver; pálidos y sin gracia en cambio ellas eran luminosas con la belleza imperturbable de su madre, pensaba aquella cuyas hebras de hilos casi platinados y mirada de un azul intenso le otorgaban una apariencia realmente hermosa. A su mente vinieron las palabras de las primeras humanas con las cuales se toparon:
"¿Eres un ángel?"
Recordarlas le causaron gracia ¿Tan mal se veía que la comparaban con un ser tan insignificante? No comprendía como Atheris se había adaptado a aquella situación. Su mirada viajó hacía ella, su hermana se encontraba en medio de las mujeres que estaban sentada en la sala era una pelirroja cuyos cabellos se asemejaban a las llamas del tártaro y su piel era de un tono igual al de ella. Atheris conversaba de lo más animada con las mujeres quienes amablemente les habían dado asilo: Rachel y Evenice Cries, un par de hermanas entradas en años que al ver a Atheris y Atheleia en medio de la nada sin ropa y discutiendo por no saber a donde ir no dudaron en brindarles apoyo.
Para Atheris fue sencillo mentir, alegando que habían sido victimas de un robo justo al meterse a nadar en un lago cercano y que por suerte pudieron escapar ilesas. Una historia con muchos huecos argumentales pero que para las hermanas Cries, mujeres con una mentalidad ingenua fue creíble.
—Atheleia ¿Gustas de galletas? — La rubia se sorprendió cuándo Evenice apareció tras ella, era una mujer de cabellos negros y vestimenta rosa, algo peculiar que las mujeres en aquellas tierras pudieran respirar con aquellos vestidos tan ceñidos. Evenice sonrío amable y le tendió un platillo. — No debes preocuparte por lo de esta noche dulzura.
Evenice alargo su delgada mano para acariciar uno de los mechones rubios de Atheleia, sin embargo esta retrocedió como si el contacto la quemase. Y es que Atheleia deseaba por todos los medios evitar cualquier contacto con aquellos seres impredecibles y de dudosas acciones.
—Estoy bien... Gracias.
Cortante volvió su vista al exterior, Evenice en vez de tomarlo como un desaire sonrío comprensiva.
—Evenice, disculpa a mi amargada hermana... —Atheris llegó con una sonrisa a medio labio, portando un largo vestido negro que ceñia su delgada cintura. Sus ojos de color miel destellaban con diversión. — Es una mal educada y no comprende la gracia de la cortesía.
Expresó entre risas la pelirroja mientras Rachel aparecía a su lado para unirse a la pequeña conversación, trayendo consigo las tazas y platillos. Rachel conservaba los rasgos similares a los de su hermana aunque su gusto en vestimentas era más simple.
—Atheris cariño eres un verdadero encanto. —Expresó Rachel, luego se dirigió a Atheleia quién las observaba en completo mutismo. —Comprendo tu actitud desconfiada querida despues de lo que pasaron.
— Ella siempre es así. —Comentó Atheris dando un mordisco a una galleta. Las hermanas Cries asintieron entre gestos comprensivos y se alejaron ante el silencio y mirada amenazante de Atheleia sobre la pelirroja. Cuando estuvieron solas Atheris se acercó a su hermana y su mirada color miel se torno oscura y filosa, por su parte la rubia arrugó el entrecejo.
—¿Sabes lo que es pasar desapercibida? — Atheris bufó masajeandose las sienes. — Trata de ser cortés en vez parecer un animal salvaje criado en una caverna.
—¿Salvaje? —Athelia alzó la voz y replicó molesta— No vine a ser sociable... Vine a buscar a Uranía y punto.
Atheris abrió los ojos como platos.
—¿Por qué no vas con el rey maníaco y el hechicero y nos delatas de una vez? —Masculló en voz baja la pelirroja mientras le cubría la boca a su hermana. —Dos palabras: bajo perfil ¿Entiendes?
Fueron unos segundos en los que el intenso mar azul de los ojos de Athelia se cruzó con los intensos ojos color miel de Atheris hasta que la rubia estrella apartó la mano de la contraria con fastidio.
— Escuchame Atheleia... — Atheris comenzó a caminar hasta la ventana para fijarse en el paisaje de montes verdosos; los cuales a unos kilómetros eran sustitudos por las calles de grava de la ciudadela. — Este tampoco es mi lugar favorito en el universo... Demasiado verdor para mi gusto, eso y tu compañia me tienen hastiada —Le espetó mientras se acomodaba un rizo rojizo tras la oreja — Debes ser amable y por todos los dioses, se supone que debemos aparentar ser humanas civilizadas... No puedes andar por allí descalza como una pordiosera cualquiera.
Atheleía se cruzó de brazos ante aquella aseveración, aunque la estrella de Ophicus tenia razón jamás en su eternidad se la concedería asi que simplemente volvió su mirada hacía afuera.
—No me gustan... — Susurró la rubia con referencia a las molestas zapatillas, ante la mirada de una irónica pelirroja.
—Acostumbrate... Si quieres encontrar a Uranía.
Y así ambas dieron por finalizada aquella "charla" cada una con millones de pensamientos; una con el pensamiento de como salvar a la que consideraba su hermana y la otra de como acabar aquello y llevar la luz de nuevo al cielo y a su vez deshacerse de un tormento.
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Sus pasos firmes se encaminaban de un lado a otro, su dura estampa era iluminada por la luz del sol que se colaba a través de los vitrales de aquel salón decorado por un par de estatuas en forma de ángeles, uno de los tantos lugares con diseños elegantes y ostentosos que yacían en el interior de aquel castillo. Aquel hombre de cabellos largos y negros parecía pensativo ante los preparativos del evento que más trabajo costaba, necesitaba presición y un organizado prótocolo, maldijo a Nevra y su meticulosidad junto a sus excentricidades por sexta vez.
—Dime ¿ los prisioneros fueron preparados? —Preguntó Roch a su consejero aquel pelinegro de cabello oscuro el cual era bien sabido que sentía apatía ante el evento orquestado por la locura de aquel sádico monarca. —¿Castiel?
El aludido estaba sentado presente físicamente pero en realidad se encontraba ausente de la palabreria del Roch, su mirada oscura se hallaba puesta en algún rincón mientras su mente se mantenía lejos, precisamente en un par de ojos azules y una cálides que irradiaba una molesta inquietud sobre él.
Castiel bufó ante el recuerdo de aquella estrella y los sueños que comenzaron a inundar su mente desde hace tres días cuando se había quedado dormido en aquella habitación con olor a dulce almizcle. Sin duda la energía de aquella estrella estaba diseñada para arrojarlo a la locura, porque ahora no sólo pensaba en tomar su luz sino que además consideraba en tomar la ridícula pureza de Uranía y sumergirla en las sombras, ahogarla en la desesperación hasta acallar ese estúpido sentimiento que le pedía liberarla. Deseaba mancillar ese brillo y opacarlo hasta sentirse satisfecho, porque había algo en ella que odiaba profundamente.
Una sonrisa siniestra adorno sus facciones ante esa nueva visión tal vez había encontrado una forma de deshacerse de su inútil humanidad de una vez por todas, puesto que estaba seguro que esa parte suya era la que estaba por dejarse envolver en el haz de luz que despedía Uranía y su sonrisa la cual en varias ocasiones se sorprendio asimismo observando desde lejos cuando esta hablaba con Kassia.
—¡Castiel! — Castiel volvió a la realidad topándose con el gesto de molestia de Faustus Roch, quien cruzado de brazos se detuvó frente a él. — ¡Con un carajo! Reacciona y deja de pensar en tu mujer.
El Dross enmudeció al escuchar aquello, deteniéndose en la mueca burlista de Roch, esté soltó una carcajada ante ello provocando que una aura pesada rodeará a Castiel mientras se erguía con firmeza y gesto estoico, entonces Roch arrugó el entrecejo y toda mueca de burla se desvaneció pues sabía bien que aquel pelinegro de mirada oscura no soportaba las burlas.
— No estoy para idioteces Roch. —Sentenció al girarse para retirarse.
Sin embargo, el rey se apresuró rodeandoló con uno de sus brazos en un gesto de camaradería totalmente inexistente. Castiel tuvó que hacer un gran esfuerzo para no asesinarlo por aquella acción, preguntandose que tan imbécil y mediocre era el Roch al tratar de mediar con él.
—Vamos muchacho relajate. — Expresó con tono calmado y como si de un padre aconsejando a su hijo se tratase Roch sonrío. — Las mujeres son problemáticas, así que no te amargues por sus idioteces. — El monarca palmeó la espalda del Dross con firmeza. —Tenemos asuntos más importantes y sabes que estamos retardados... Así que has tu trabajo.
Castiel sintió con sorpresa la fuerza descomunal con la cual Roch presionó su hombro hasta arrancarle un quejido de dolor. Con esfuerzo logró liberarse dedicándole una mirada llena de frialdad al Roch. ¿De dónde rayos sacaba esa fuerza? El pelinegró bufó intentando no irsele encima.
—Todo esta listo... Los prisioneros, el patíbulo, los espectadores incluso el banquete. —Sentenció Castiel. —No me compares con tus idiotas esbirros, yo si cumplo mi trabajo... Y no tengo tiempo para perderlo en estupideces como estas. — Ante la mirada de sorpresa del monarca Castiel se dirigió a la puerta.
— Espero que con ese estúpido mi matrimonio tu actitud mejore.
Fue lo último que se escuchó seguido del portazo dado por Castiel, esté se masajeó el hombro con cierta fuerza ante el dolor que recorría esa parte de su anátomia. En su cabeza no se explicaba como un simple humano contenía tanta fuerza, simplemente era imposible y según sus deducciones todo apuntaba a la noche de las dos lunas, y el querer ejecutar a los prisioneros sin contar aquel invitado que Roch intentaba impresionar llenando su llegada con cientos de atenciones.
Según el libro que guardaba su madre, los sacrificios realizados en la noche de las dos lunas eran en honor a un ente, un demonio que por eras ha viajado desde dimensiones desconocidas y mediante contratos de sangre subsistía con libertad. Castiel estaba casi seguro de que Roch era tan idiota y ambicioso como para entregar su alma por hacerse del poder y la riqueza.
Porque a pesar que Roch le tenia confianza, aquello no era suficiente para develar todos sus misterios. Exhaló profundo peinando con sus dedos los mechones de cabello que caían desordenados sobre su frente.
«Esta noche... Podre conocer la verdad.» Pensó.
Debía darse prisa y preparar todo, en especial a su acompañante, pues aunque no deseaba llevarla consigo a aquel sitio, Uranía siendo su prometida era esencial que lo acompañase.
— Será todo un espectáculo.
Expresó a la nada mientras salia del castillo.
Ante todo quisiera agradecer a quienes siguen esté proyecto, tanto a los que dejan su estrellita, asi como a los que ojean de forma silenciosa. Muchas gracias.
En primer lugar y aprovechando que estamos en el capítulo XX, deseaba compartirles mi dicha al saber que "Uranía" ha sido ganadora en dos concursos (Tercer y primer lugar) Además de haber llegado a los 1.3k
Esto es gracias a ustedes mis queridos lectores, por motivarme con sus lecturas y votos. Se vienen muchas más emociones porque les anuncio que esta historia apenas va comenzando <3
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