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4.- Las pesadillas no se van al despertar.

TESSANDRA 

Observo a Lacy jugar con la comida y suelto un suspiro cansado.

—No juegues con la comida —reprendo antes de darle un corto trago al jugo —luego debes hacer los deberes, Lacy.

—Mañana no tengo colegio —dice como si eso fuese una excusa.

—Que no tengas colegio, no quiere decir que no debas hacer los deberes —sentencio con una ligera sonrisa —¿Cómo te va en la escuela?

Ella se encoge de hombros. Sus risos dorados se mueven con su gesto, luego fija los ojos en la fruta picada sobre el plato de princesas que nunca quiere dejar y parece demasiado concentrada, rehusándose a mirarme.

—¿Bien? — eleva la mirada, su mirada azul intenso me recibe, trayendo de nuevo la imagen de mi padre.

Supongo que es por eso que mamá rehúye de ella. El parecido con mi progenitor es inmenso. Es como mirar su retrato.

Lacy tenía dos años cuando nuestro padre se fue. Apenas hemos tenido un par de llamadas al año, y una promesa de que vendrá pronto a visitarnos. Sin embargo, no lo ha hecho.

Al inicio, mantuve la esperanza de que llegase. De que viniera y dijera que nos llevaría con él a la bonita casa en donde ahora vivía. De que ayudara a mamá y se preocupara por nosotros, pero nunca sucedió.

Y ahora, yo tengo que hacerme cargo de esta familia. Cuidar de Lacy y de mi madre quien cada día parece perderse más.

—Supongo que si —vuelve a encogerse de hombros.

Tomo un corto suspiro, concentrándome en mi propia comida y dejando el tema en paz.

—Mañana estarás con Kim —le recuerdo a mi hermana mientras recojo los platos —ella pasará por ti después del colegio, ¿de acuerdo?

—No quiero estar con Kim —dice arrugando la frente —me aburro.

Retengo la sonrisa. Kim solía cuidar de Lacy cuando yo no podía, evidentemente nunca la dejaría al cuidado de mi madre, no confío en ella en lo absoluto. Así que, en ocasiones como la de mañana, mi mejor amiga siempre venía a mi rescate.

Aunque claro, una oficina con computadoras no es muy entretenido para una niña de seis años.

—¿No puedo ir contigo? —pregunta.

—No lo creo, chiquita —acaricio su cabello —ahora ve a lavarte los dientes, y luego a la cama. Voy en un segundo.

Asiente con rapidez antes de correr hacia el baño. Dejo los platos sucios en el fregadero y me limpio las manos antes de caminar hacia la habitación de Martina Stuart, nuestra madre.

—¿Has tomado tus medicamentos? —el cuerpo de mi madre está sobre la cama, dándome la espalda —mamá, ¿los has tomado?

Dirijo la mirada hacia la mesita de noche, los frascos con las pastillas correspondientes no están. Rodeo la cama, y en el instante en el que llego al otro lado, me paralizo.

Mi madre está de lado, con el frasco de pastillas vacío a su lado y el vaso de plástico sobre la alfombra. El pánico me llena, mis músculos se ponen rígidos cuando entiendo lo que ha pasado.

—Mamá...—me acerco con rapidez, su rostro está pálido, tanto como nunca antes lo ha estado. Llevo la mano al cuello intentando encontrar el pulso, pero mis yemas no consiguen percibir nada —mamá...no, no, no.

Mis manos tiemblan mientras intento tomar el celular y marcar el novecientos once, la voz de la operadora me recibe, pero apenas puedo hablar.

—Mi madre se ha tomado un frasco de pastillas —retengo el sollozo —ella...

—¿Está respirando? —pregunta y trato de encontrar algún signo, algún indicio de que ella aún está viva.

Quiero pensar que es el miedo en mi sistema, el pánico que no me deja darme cuenta de nada, pero solamente me siento más aterrada de considerar que mi madre realmente...

—No lo sé —sollozo —no lo sé.

La mujer al otro lado de la línea me da indicaciones, me dice exactamente que es lo que tengo que hacer. Hacer compresiones, tomar el pulso, revisar si respira...

La puerta se abre, Lacy empuja la madera mientras su mirada azul se posa en mí. En mí intentando reanimar a nuestra madre.

—Vete, chiquita —pido —ve a la puerta, cuando toquen, abre.

Lacy permanece de pie, mirando a nuestra madre tendida en la cama. El corazón se me rompe en pedazos cuando noto la manera en la que sus bonitos ojos se humedecen, como se vuelven brillantes por las lágrimas y luego sus labios forman un mohín desgarrador.

No, no, no.

Esto es una pesadilla.

Una jodida pesadilla.

Voy a despertar. Lo haré y nada de esto va a ser real.

Voy a despertar.

Pero no lo hago, no despierto. Cuando la ambulancia llega, cuando los paramédicos ingresan y se la llevan en una camilla...no despierto.

No lo hago mientras sostengo a Lacy contra mi pecho en la sala de espera. No despierto cuando Kim y Dean llegan, no despierto cuando el médico sale...y dice que fue demasiado tarde.

No despierto en ningún momento. Porque esta es mi realidad, esta es mi jodida realidad.

Todo fue tan rápido, los recuerdos de esa mañana, de la sonrisa que mi madre me dedicó y fue tan extraña, la manera en la que se ofreció a peinar a Lacy, el recuerdo de la sensación de creer que tal vez estaba mejorando.

Pero tal vez, Martina se estaba despidiendo. Tal vez encontró el método para huir de su dolor, dejándonos a Lacy a mi navegando en las olas del mismo.

—Es común en los casos de depresión —la voz del doctor es lejana —según los expedientes su madre tenía un caso de depresión aguda, los medicamentos...

Mi mente bloquea toda la información que ya sé. Me sé de memoria el diagnóstico de mi madre. Porque lo he leído cientos de veces, me he memorizado las indicaciones de los médicos, los horarios de las pastillas, los días de seguimiento en la clínica.

—Lo siento mucho, señorita Green. Lamento su pérdida.

Alguien me abraza, pero no reconozco quien, permanezco en mi sitio...en una especie de vacío, en un estado de calma forzada, bloqueando las emociones, bloqueando todo aquello que me hiere el pecho como dagas filosas.

Voy a despertar. Voy a despertar.

Me repito la frase una y otra vez.

Voy a despertar, voy a despertar.

Lacy viene a mí, apegándose a mi cuerpo. Aferrándose a lo único que le queda.

Vamos a despertar.

Pero ninguna lo hace, ninguna despierta. Porque lo he dicho antes, esto no es un sueño. Esta es la maldita realidad que ninguna de nosotras pidió.

No voy a la universidad la semana siguiente. Tuve que preparar el funeral, hacerme cargo de todo lo que conllevó la muerte de nuestra madre.

Dean se ofreció, Kim también. Pero sé que es algo que debo de hacer yo, nadie más. Llamé a mi padre, manteniendo la esperanza de que me respondiera el teléfono aún cuando no lo había hecho en los últimos seis meses, esperando que esta vez se dignara a tomar la llamada.

No lo hace.

Así que, como vengo haciendo desde hace cuatro años, lo resuelvo sola.

Lacy apenas ha salido de la cama, se rehúsa a hablarme, apenas come, y me asusta tanto que, a su edad, comience a sufrir aquello que llevó a Martina a su muerte. Por mi parte, no me pude dar el tiempo de sufrir, de llorar.

Solo lo hice la noche después de su funeral, cuando Lacy estaba tan dormida que no me escucharía llorar con fuerza en el baño. Me rompí en pequeños pedazos que se perdieron en el suelo, lo hice de una manera irreparable, y luego, a la mañana siguiente, fingí que seguía entera.

Y eso he hecho. Eso seguiré haciendo.

No puedo faltar más a la universidad, apenas está comenzando el curso y he recibido la notificación del decano sobre que no se me permitirán más inasistencias. Pero no puedo dejar a Lacy sola, no puedo enviarla al colegio y mucho menos pedirle a Kim que cuide de ella porque eso desataría una ola de gritos enfurecidos de mi hermana.

—Vamos, chiquita —casi suplico —no puedes estar en cama todo el día. Debes ir al colegio.

No hay una respuesta. Volteo hacia el reloj, en menos de una hora tengo que estar en la universidad, tengo suficientes problemas ahora como para sumarle un riesgo académico.

—Lacy...

—No quiero —dice escondiendo el rostro en la almohada —no quiero nada.

Un suspiro cansado brota de mis labios, cierro los ojos por unos instantes convenciéndome que puedo manejarlo.

—Bien, no irás al colegio —sentencio —pero... ¿quieres venir conmigo?

Eso parece animarla. Voltea, pero continúa mirándome con desconfianza.

—Te aburrirás en clase —advierto —pero no planeo dejarte aquí sola. Así que... ¿quieres venir conmigo, chiquita?

El alivio que siento cuando reconozco la chispa emocionada en sus ojos es inmenso. Tanto que mi pecho se libera de la tensión que me ha acompañado en los últimos siete días.

Me da un asentimiento, acompañado de una diminuta sonrisa, pero es suficiente para mí. Parece animada a escoger su ropa, y cuando se ha cambiado le trenzo el cabello sujetándolo con un moño rosa. Cuarenta minutos después, estamos subiendo al bonito auto que compré el año pasado. Lacy se abrocha el cinturón y parece más entusiasmada que en los últimos días.

Mientras conduzco, intento encontrar una manera para hablar con el coordinador para que Lacy pudiera quedarse conmigo. Tal vez podría recurrir a un par de trucos si oponía demasiada resistencia.

—¡Tess! —reconozco la voz emocionada de Jess cuando bajo del auto —Oh, y miren, la preciosa Lacy nos acompañará hoy.

—Hola, Jess —saluda mi hermana con voz tímida mientras se acomoda la mochila.

Mi amiga le sonríe, se acerca para darle un corto abrazo y luego eleva la mirada hacia mí. Reconozco la mirada suave, y tomo una inhalación intentando mantener la imagen fuerte. Tratando de aparentar que los últimos siete días no me han tratado como la mierda.

—¿Cómo estás? —susurra acercándose para envolverme en un abrazo. Me permito sentirme reconfortada ante el gesto.

—Llevándolo como puedo —me encojo de hombros —era cuestión de tiempo.

—Tess...

—No quiero hablar de eso —suplico en un susurro —no con ella cerca.

Mi amiga me dedica un asentimiento, dejándome saber que está de acuerdo. Luego gira hacia mi hermana y le ofrece la mano para guiarla hacia nuestra aula correspondiente. Dejo que Jess la conduzca para poder desviarme a la oficina del coordinador.

—Tess —saluda Phillips cuando ingreso a su oficina —me alegra ver que has vuelto, ¿Cómo has estado?

—Bien —me acomodo la mochila sobre el hombro.

—¿En qué puedo ayudarte?

—Tuve que traer a mi hermana pequeña —una mirada comprensiva se adueña de su rostro —¿hay algún problema con que ella esté conmigo?

—Siempre y cuando no perjudique a tus compañeros, no —dice con una sonrisa amable.

—No lo hará —aseguro —gracias Phillips.

—No hay de qué —me hace un gesto para restarle importancia —Tess —me llama antes de que pueda marcharme —sabes que cualquier cosa que necesites, la universidad te ayudará.

Asiento.

—Lo sé, gracias—. Le sonrío con amabilidad antes de darme la vuelta y salir.

Tomo una inhalación cuando salgo de la oficina, cierro los ojos por un par de segundos antes de atreverme a avanzar por el pasillo casi vacío de la universidad, dispuesta a enfrentar un nuevo día, rogando porque sea mejor que los siete anteriores.

Lacy pareció congeniar bastante bien con mis compañeros, parece incluso mucho más sociable que yo y eso resulta gracioso.

—Recuerda, no molestar a nadie —le indico mientras ingreso a mi última clase del día.

Habíamos compartido la hora del almuerzo con unos amigos, y Lacy parecía encantada con la cafetería de la universidad.

—No molesto a nadie —dice casi indignada y sonrío.

Nos acomodamos en los asientos, ella a mi costado sacando los cuadernos de dibujo que ha traído desde casa, y dejo de mirarla para conseguir tomar mis propias cosas.

—La reinita ha vuelto —elevo la mirada. Jayden me recibe con una sonrisa sarcástica —¿por qué estuviste desaparecida, reinita? ¿A caso los negocios fueron más importantes?

—No es tu asunto —siseo. Cuando Jayden hace el ademán de acercarse, un color rosa choca contra su pecho. Jayden frunce las cejas, y luego voltea.

—No molestes a mi hermana —aprieto los labios reteniendo la sonrisa cuando miro a Lacy arrugar la frente con molestia, y mirar a Jayden como si quisiera golpearlo.

Luego, vuelvo la mirada a Jayden. Sorpresivamente, un gesto suave se apodera de su rostro. Sus ojos se estrechan cuando sonríe, dejando ver, inesperadamente, un gesto amable.

—Oh, lo siento —se disculpa retrocediendo un paso. Su atención se desliza hacia mí —me disculpo.

Arqueo mi ceja derecha, mirando al arrogante chico dedicarme una mirada divertida.

—Disculpas aceptadas —respondo bajo la mirada de Lacy, luego giro hacia mi hermana y le dedico un guiño —hiciste que el campeón se disculpara, bien hecho, chiquita.

Una risa ronca llega hasta nosotras, volteo, descubriendo a Jayden reír realmente divertido. Sus pómulos adquieren una tonalidad rojiza, y sus hombros anchos se sacuden con las leves carcajadas que brotan de su cuerpo.

Solo entonces lo admiro más. Los moretones de su rostro han desaparecido, su piel reluce sin ninguna imperfección y ahora tiene una barba apenas recortada. Su mirada avellana me mira con diversión, lejos de sarcasmo o suficiencia. Lleva una camiseta negra, ajustada perfectamente a su cuerpo, los hombros anchos y la cintura más estrecha, los pantalones entallados le dan un aspecto caliente. Dios, no debo estar pensando en eso.

—Cuando lo piden amablemente, no tengo opción —objeta.

—Te lanzó un color, creo que eso está lejos de ser amable —debato. Jayden se encoge de hombros, se acomoda la mochila y sonríe de lado.

—Me alegra que haya sido un color y no un botellón —dice y señala su frente, en donde una pequeña y casi desapercibida cicatriz se deja ver.

Nos miramos en silencio, Jayden disminuye la sonrisa quedando en un gesto apenas notorio. Retrocede un paso antes de hacer un asentimiento y esquivar nuestros lugares para llegar al suyo.

Volteo, él aún mantiene la mirada en mí, pero luego la desliza hasta Lacy. Su mirada se suaviza, sus ojos se estrechan levemente ante el gesto completamente sincero al mirar a mi hermana pequeña.

Bueno, parece que después de todo, el campeón si tiene un corazón.

He intentado mantenerme ocupada para no pensar, para no sentir el dolor de la ausencia de mi madre. He intentado acostumbrar a mi pecho a la sensación dolorosa que me provoca cruzar por su habitación y no encontrarla.

Martina Green fue una buena madre, hasta que el abandono de mi padre la consumió. Hasta que se olvidó que tenía dos motivos más para luchar.

Observo la habitación, recorriendo cada espacio, cada rincón. Camino hasta la cama y me siento en el borde, deslizando mi palma sobre la suave colcha. No me siento reconfortada, muchas personas dicen que cuando alguien muere, los sitios en los que solía estar la persona se sienten como medio de confort, como si la tuvieras cerca.

Pero mi madre se convirtió en una desconocida. Hace cuatro años que dejé de reconocerla. Se convirtió en una mujer diferente...supongo que es lo que el dolor hace.

Te destruye, te quema. Te arranca hasta la última gota de tu esencia.

Las lágrimas bordean mis ojos, siento el ardor en mis párpados y los tallo con fuerza, rehusándome a llorar otra vez.

Trato de decirme a mi misma que la ausencia de mi madre no tiene porqué cambiar nada, que hemos estado solas desde que papá se fue, Lacy me ve como su madre, fui yo quien le cambió los pañales, quien la llevó al preescolar. Yo he cuidado de ella, Martina Green no.

He podido sola. Podré sola.

Mi celular vibra consiguiendo sobresaltarme. Lo saco del bolsillo, frunciendo las cejas ante el mensaje del número desconocido.

"Lamento haberte molestado hoy, reinita. Soy un idiota, pero quiero decir que lamento la pérdida de tu madre"

—J.

Parpadeo, tratando de comprender si el mensaje es real, y si proviene de la persona que creo. Pero solo hay una persona que me llama reinita, y que además tiene el nombre con la inicial que hay al final del mensaje.

Jayden.

El mismo Jayden que es un molesto dolor en el trasero, ha enviado un mensaje de pésame.

Y por segunda vez en el día, confirmo que Jayden Lewis si tiene un corazón. 

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Hola, hola. ¿Qué tal les están pareciendo nuestros protas hasta ahora? 

¡Déjenme saber sus opiniones en los comentarios!

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